Alrededor de las rejas
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Alrededor de las rejas

  1. 80 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Información del libro

En la literatura sueca, Agnes von Krusenstjjjerna abrió el camino para que escritoras posteriores pudieran explorar la identidad sexual yescribir libremente sobre el cuerpo y el erotismo de las mujeres. Los cinco cuentos de esta edición narran desde una perspectiva femenina y representan la visión de una mujer que no creció para ser una niña buena e invitan a un universo de mujeres solitarias —una niña, una ama de llaves, una abuela, una enferma mental, una amante— excluidas por la sociedad o recluidas en ellas mismas, donde nos comparten sus deseos, recuerdos, pensamientos, frustraciones, extrañamiento y enfermedad.

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Información

EL SEÑOR LUNDHOLM SE HA IDO

Él se había caído en las escaleras, por los golpes que rrecibió, cuando en las primeras horas de la madrugada había llegado a casa de una fiesta alegre. El portero lo había encontrado y llevado al departamento, y ahora él yacía en su cama mientras el amanecer se colaba por una rendija entre las cortinas cerradas.
Una mujer con un reboso gris sobre los hombros estaba sentada con mucho frío en una silla. No era ni joven ni vieja, tenía cabello fino y rubio, y un par de inquietos ojos azul claro. Durante varios años había sido el ama de llaves del difunto. Ahora abrió la cortina y la luz del día cayó por la ventana. Un rayo de sol jugaba en el borde de la cama y se reflejaba en el vaso con agua sobre la mesita de noche.
Se acercó a la cama y miró al difunto. Él era un hombre de cuarenta años. En vida, su rostro había sido rojo y sano, y los labios fácilmente habían sonreído. Ahora las mejillas eran pálidas y la boca estaba firmemente cerrada, jamás volvería a sonreír. El médico había venido a confirmar su muerte. Él se fue de la vida, pero yacía allí completamente inmóvil como si sólo estuviera profundamente dormid
o. Era tan curioso.
La mujer, que estaba casi tan pálida como el difunto, se inclinó sobre él, pero se estremeció al escuchar un timbrazo corto en la puerta. Atravesó mecánicamente la habitación exterior hasta la entrada y recogió unas cartas del buzón. El nombre de él estaba escrito en ellas: Señor Leonard Lundholm. Ella puso las cartas sobre el escritorio.
El nuevo día ya había empezado. Afuera en la calle pasaba el tranvía haciendo que temblara ligeramente el vidriode las ventanas, la bocina de un coche pitaba agudamente, la
campana de la torre de una iglesia cercana dio las nueve campanadas tintineantes. Enfrente había un edificio en construcción. Hombres en camisetas azules trabajaban con palancas y palas, un elevador de carga chirriaba, una piedra era colocada sobre otra piedra. Pronto se levantaría la nueva casa. Seres humanos se mudarían allí, familia tras familia, y por las noches las luces iluminarían las ventanas y se podría ver adentro las cabezas inclinadas sobre las mesas de trabajo o a los niños jugando. Ella apartó los ojos de la ventana. El ir y venir de la calle hacía que el sosiego de la habitación del difunto pareciera doblemente pesado e inquietante. Llamaron a la puerta de la cocina. El amade llaves fue a abrir. Afuera estaba el zapatero con un par de zapatos de suelas nuevas.
—Buenos días —saludó alegremente—. Mire, le prometí al señor tener estos zapatos arreglados para esta mañana. Y aquí los traigo, listos para caminar con ellos en este día lindo. ¡Pues, sí! Tenga, señorita. Los zapatos amarillos son cosas frágiles, pero el señor es elegante y siempre se cuida de llevar calzado bonito.
Vaciló un momento, sorprendido de que ella no recibiera los zapatos.
—No necesito el pago ahora —dijo en confianza—, si es que el señor no se encuentra.
Por poco tuvo que colocar los zapatos en la mano del ama de llaves. Ella los recibió sin decir palabra. Luego entró en la habitación silenciosa y puso los zapatos al lado de una silla, donde solía ponerlos por la mañana después de bolearlos. Lo hizo por costumbre, sin pensarlo. Una vida ha sido interrumpida, pero quien sigue con vida no puede inmediatamente ponerse al corriente de qué significa eso. Durante días quizás ella saque los zapatos y cumpla con todas las cositas que tiene la costumbre de hacer. El cerebro no puede comprender. El corazón no quiere comprender. Las manos se congelan, si no pueden ocuparse en las cosas comunes y confortantes.
Echó un vistazo a la cama y se envolvió más con el rebozo gris. Amó al difunto. Quizás él lo supiera, pero nunca le prestó atención. Pero eso sí: la habría extrañado, si un día ella hubiera desaparecido, estaba segura de eso. La casa se había llenado de su amor silencioso y paciente. Quiso hacer todo por él sin pedir nada en cambio. Cada mediodía, cuando él giraba la llave en el cerrojo de la puerta principal, el corazón de ella siempre empezaba a latir. ¡Ya viene! ¡Ya viene!, pensaba como una muchacha joven esperando a su amado. Pero si entonces él se hubiera asomado a la cocina, sólo habría visto a una mujer de mediana edad con cabello lacio y rostro pálido preparando la comida. Ay, si sólo hubiera sido joven y hermosa. Pero con el tiempo ya ni siquiera extrañaba su juventud. Estaba contenta con estar cerca de él y amarlo sin recibir amor ninguno.
Iba y venía por la habitación con pasos silenciosos sin acercarse a la cama. Ahora tenía que telegrafiar a los familiares de él para que arreglaran lo del funeral. Pero no podía decidirse por nada. Así, de nuevo se encontraba en la cocina. Tras la visita del zapatero se le había olvidado echar llave a la puerta. Y ahora vio para su sorpresa que alguien había entrado en la casa. Era un hombre alto y gordo vestido con ropa desgastada que le quedaba algo chica, de manera que los brazos parecían curvarse y salir del cuerpo como arcos. La cabeza era marcadamente pequeña encima de este cuerpo grande. El rostro era rojizo y apacible, y de abajo de los párpados abombados un par de ojos azules clavaron la mirada en ella.
—¡Buenos días! —dijo cordialmente en voz alta—. ¿Se encuentra el señor Lundholm?
—Salió —contestó ella secamente.
No quiso decir que estaba muerto.
Creyó que el hombre, tras recibir esta respuesta, se iría, pero para su asombro vio que él jaló una silla y se sentó tranquilamente en ella con las piernas ampliamente separadas y las manos descansando en las rodillas.
—Bueno, entonces espero aquí sentado hasta que regrese. No se preocupe, señorita, no soy peligroso, y nunca le he robado a nadie. Pero el caso es que el día de hoy quería ver al señor Lundholm.
Ella seguía sin encontrar el valor para decirle que el señor Lundholm estaba muerto. Hace un momento había mentido. Si ahora de repente le dijera que su amo estaba muerto, ¿acaso no creería que ella le estaba mintiendo de nuevo?
—Por favor —dijo casi en contra de su propia voluntad.
Sonó el timbre en la puerta y ella salió de la cocina. Un señor pisó rápidamente la entrada y se metió como alguien que está en la habitación exterior de su casa. Era un amigo del señor Lundholm y, apenada por la idea de lo que ahora pasaría, el ama de llaves entró en la habitación detrás de él con pasos silenciosos.
—Está dormido, me imagino —dijo el amigo, antes de que ella tuviera la oportunidad de hablar, y colocó el sombrero sobre la mesa—. Puedo esperar. Fue una noche muy animada, se lo digo. Debería haber visto a Leonard.
Asintió alegremente con la cabeza hacia ella, sin notar su expresión aterrada y la mano que se elevaba en un gesto de súplica.
—Leonard dio un discurso en la cena y toda la sala se llenó de risa —siguió—. Un discurso excelente y avispado. Y todo el tiempo estaba yo pensando en que él debería haber sido algo mejor que un hombre de negocios. ¡Un gran orador como él! ¿A usted no le gustaría verlo c...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. ALREDEDOR DE LAS REJAS
  3. ÉRASE UNA VEZ UNA NIÑA
  4. EL SEÑOR LUNDHOLM SE HA IDO
  5. LA MISTERIOSA SEÑORA ÖBECK
  6. ALREDEDOR DE LAS REJAS
  7. EL ASESINATO
  8. AVISO LEGAL