La formación en la familia de origen del terapeuta (FOT) y familias complicadas
Se vuelve imposible describir una situación terapéutica cualquiera sin aceptar que se está incluido en ella; lo que sucede en esta situación es siempre circular, y construyo lo que digo de una familia mientras ella misma me construye, en el mismo proceso (Elkaïm, 1995)
Moviéndonos entre familias llegamos, de nuevo, al setting terapéutico. Esta vez con familias que nos resultan especialmente complicadas. Aquellas que traen a sesión situaciones que tocan fibras sensibles de los terapeutas y que requieren de nosotros recolocación especial en el rol profesional.
Estrechamos el foco específicamente en la dificultad y en lo especialmente problemático. Pasando por traumas, miedos o atascos propios y de las familias consultantes. Afrontar situaciones de interacción difícil se convierte en un punto relevante en el proceso de formación y de crecimiento en cualquier terapeuta, independientemente de la orientación teórica que sustente su quehacer.
Circularidad Relacional Patológica
Tanto en el contexto terapéutico como en el de formación o supervisión las dinámicas relacionales que se generan son construidas por los miembros que participan del sistema. Éstas se van autorregulando en el continuo intercambio comunicacional.
Tener esto en cuenta recobra especial relevancia cuando “nuestro paciente/familia difícil” entra en sesión. Por un lado, se activan mecanismos de defensa o huida en el terapeuta dependiendo del grado de alarma con el que se viva. Por otro, la propia sintomatología patológica de la familia. Esta conjunción puede arrastrar al profesional a una dinámica relacional circular de carácter patológico donde sean los propios síntomas de la familia los que guíen la intervención, sin que el terapeuta o supervisor sea del todo consciente de este devenir, más preocupado en gestionar su propio estado de alerta. En lugar de conseguir un círculo funcional de interacción, se inicia otro círculo vicioso o trampa relacional, esta vez incluyendo al profesional. Estos movimientos dinámicos se repiten a modo de fractal en los diferentes escenarios: la casa, la sala de terapia y, finalmente, la sala de supervisión.
Sin embargo, para ser agentes de cambio en la sesión, el foco atencional del terapeuta debe estar en el vínculo relacional y lo que acaece en él. Esto permite generar contextos que ayuden a buscar equilibrio y la solución de los problemas, sin necesidad de que los síntomas lo hagan en su lugar.
El Modelo Fásico Integrativo
Ser consciente del sistema de creencias que tenemos y de las definiciones de nosotros mismos en diferentes contextos y roles, como hemos ido haciendo hasta aquí, nos permite entender mejor qué hace que nos sintamos atrapados por algunas dinámicas determinadas o nos veamos identificados con algún miembro específico del sistema familiar. Ahora puede ser el momento de atrevernos a ahondar en aquellas dificultades que no nos permiten llevar adelante un caso o en aquellas intervenciones que para nosotros son más difíciles de aplicar. Sólo si el terapeuta ha aprendido a utilizarse como instrumento, las resonancias dejan de ser un límite para convertirse en una posibilidad, en herramientas de conexión entre el mundo de los miembros del sistema familiar y de sus propias construcciones del universo (Casas y Pérez-Manglano, 2105).
Como guía para el manejo de los momentos difíciles que se gestan en sesión se propone un método de trabajo que puede ser especialmente útil en dichas situaciones. Se trata de un modelo de evaluación e intervención psicológico estructurado denominado “el Modelo Fásico Integrativo de Intervención Sistémica” (Kreuz, A., y Gammer C., 1993; Kreuz, A., 2004, 2011; Kreuz, A.; Pérez-Manglano, B., y Casas, C., 2008; Casas y Pérez-Manglano, 2014) Es un modelo transcultural, integrativo, irreverente y fractal cuya adaptación a situaciones clínicas y de supervisión ha sido presentado en numerosos fórums especializados. El modelo, que consta de 3 fases de intervención y de cuatro cuadrantes de cambio, nos permite y permite al terapeuta familiar poderse situar en diferentes focos de cambio o cuadrantes de intervención: foco conductual, foco emocional/vivencial, foco histórico, incluyendo aspectos transgeneracionales y el foco personal de necesidades psicobiológicas e intrapsíquicas. Los tres primeros cuadrantes enfocan el mundo relacional, el último focaliza en el sistema psicobiológico individual de las personas. Este modelo que integra diferentes posiciones teórico-prácticas sobre cómo se originan los problemas y cómo pueden ser modificados, posibilita el desplazamiento entre los diferentes focos durante los procesos de intervención según las necesidades de la terapia y con los diferentes sistemas que interactúan.
El setting terapéutico complicado |
En su formación, el terapeuta debe conocer y conocerse también en las interacciones con las familias difíciles, con patología, con problemas de apego severo o con traumas que vuelven más complejo el proceso terapéutico. Hacemos referencia a casos de violencia, adopciones, suicidio, abusos o negligencia, entre otros. Estas situaciones exigen a los terapeutas un alto nivel de competencias, en las cuales el saber qué hacer es tan importante como el saber cómo hacerlo, además de buscar la colaboración de otros profesionales, si fuera necesario. En los talleres FOT surge la necesidad de elaborar detenidamente temas como la desregulación emocional, las escenas temidas o los fracasos terapéuticos.
A continuación, nos acercaremos a cada uno de los factores que forman parte de interacciones más complejas para hacerlos visibles y accesibles a su manejo. No pretende ser una revisión exhaustiva de todos ellos, son más bien focos de luz para resaltar su presencia e incrementar con ello la habilidad en los movimientos terapéuticos.
El terapeuta en el setting terapéutico complicado
Empezamos por el terapeuta y/o supervisor y aquellas características que algunos autores han identificado como facilitadoras de la eficacia terapéutica. De entre la gran variedad que figuran en la bibliografía relacionada, he seleccionado aquellos más relevantes para interacciones complejas.
Así, entre las guías europeas para una práctica supervisada de excelencia, destaca la perteneciente a Borders y cols. (2014). Winter (1982) prioriza los siguientes tres grupos de habilidades que debe desarrollar el terapeuta: las habilidades externas, que se refieren al manejo técnico; habilidades internas, que se centran en la capacidad de integración de la propia experiencia que hace que el terapeuta pueda optimizar su propia persona cara al tratamiento y las habilidades teóricas, es decir las que nos permiten poseer los conocimientos teóricos necesarios sobre la terapia en cuestión. Además de la capacidad de colaboración con otros profesionales y agentes del ecosistema significativos (Garrido y Espina, 2007).
Por otro lado, hay otros autores más enfocados en la terapia familiar como Valentín Escudero que ha señalado como relevantes, entre otras, el manejo terapéutico de la posible hostilidad en el seno de la familia, la sensibilidad para captar los sentimientos ligados a una mayor vulnerabilidad emotiva, el centrarse en los aspectos positivos y en los resultados exitosos o en las informaciones neutrales, el amplificar las diferencias y mantener una actitud relajada y sin respuestas impulsivas (Ortega y Lema, 2017).
En el apartado de la supervisión/formación, autores pertenecientes a la escuela estructural sugieren cinco variables para optimizar el trabajo con la persona del terapeuta: acostumbrarse a funcionar bajo estrés, identificar sentimientos y su impacto adecuado, utilizar conductas flexibles y adecuadas al contexto y funcional como líder del sistema terapéutico evitando implicarse en peleas simétricas y triangulaciones (Garrido y Espina, 2007). Otros autores como Charlotte Burck y Gwyn Daniel (2010) hacen referencia en su libro a los “procesos espejo” que se crean en las situaciones de supervisión y formativas.
El libro de reciente aparición Guía integral de supervisión en Psicoterapia de Esteban Laso (2020) añade una visión integradora actual del tema. Para este autor en la supervisión se recogen los “asuntos pendientes” del supervisando que obstaculizan su trabajo. Estos serán señalados por el supervisor con el necesario respeto hacia la intimidad y autoestima del supervisando, de manera que los pacientes puedan, a su vez, recibir el mejor cuidado posible. El supervisor tiene la responsabilidad de cuidar al cuidador (supervisando/terapeuta), bien en la faceta de docencia con aportaciones teóricas oportunas al caso supervisado, asesorando sobre vías a seguir o posibilidades a considerar, o como evaluador de competencias.
Pero puede no ser suficiente. Las familias con un alto nivel de conflicto, con experiencias previas que han minado la falta de confianza en los profesionales de ayuda o la ambigüedad temerosa entre el deseo del cambio y el miedo a que se produzca, envuelven al terapeuta en una oleada de emociones repletas de resonancias que le dificultan recoger y apaciguar miedos ajenos.
Como habilidades específicas, los terapeutas familiares tenemos que llegar a ser expertos en las interacciones que en estos momentos de alta intensidad o desbordamiento emocional se dan lugar, conteniendo y reconduciendo los mismos hasta niveles que vuelvan a hacer operativo el intercambio dialógico...