Lo que dicen las palabras
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Lo que dicen las palabras

De la Función Mensajero y el cuidado del otro en la tragedia a la rotulación del otro en la Psiquiatría contemporánea

  1. 176 páginas
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Lo que dicen las palabras

De la Función Mensajero y el cuidado del otro en la tragedia a la rotulación del otro en la Psiquiatría contemporánea

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"Lo que dicen las palabras" se propone dar cuenta de aquello que hacemos con las palabras, pero también de aquello que las palabras hacen con nosotros. El texto pretende poner en tensión usos disímiles de la palabra: en las obras de los trágicos griegos del siglo V a.C., haciendo hincapié en la Función Mensajero, testigo fiel encargado de narrar los hechos ocurridos lejos de la escena principal; en la obra de Platón, particularmente en el Cármides; y en la obra de Laín Entralgo sobre sus efectos terapéuticos. Encontramos en tales textos usos de la palabra ligados al cuidado, de sí y de los otros y, en el capítulo siguiente, los contrastamos con el uso que se hace de ella en la Psiquiatría contemporánea.Veinticinco siglos después, el poder psiquiátrico traba una fuerte alianza con la industria farmacéutica, desaloja definitivamente al Psicoanálisis y se nutre de la Psiquiatría biológica, las neurociencias, los enfoques cognitivo-conductuales, privatiza la enfermedad mental y busca el síntoma en el sujeto y no ya al sujeto en el síntoma. En sus manuales crecen geométricamente los trastornos de una a otra versión, en tanto se atenúan cada vez más los requisitos para decidir por un diagnóstico. Es la práctica analítica, tributaria directa de la tragedia griega, uno de los pocos escenarios, en estas nuevas condiciones de época, en los que se da libre cauce a la palabra, promoviendo condiciones que hacen posible su enunciación y la escucha atenta de los lamentos de la subjetividad.

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Información

Año
2021
ISBN
9788418095597

Capítulo II

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La sociedad terapéutica y los procesos de Medicalización de la vida en la era del Realismo Capitalista

Consideraciones preliminares

La vida de los hombres y mujeres que habitan los mundos de la contemporaneidad pareciera estar muy lejos de la de aquellos otros que vivían en un mundo encantado y trágico, aunque también mágico, con prodigios, ninfas y centauros, con dioses olímpicos inalcanzables que se entrometían permanentemente en la vida de los héroes y los notables de la aristocracia ateniense. En el mundo laico y desencantado del “realismo capitalista (M. Fisher, 2009) ya no hay oráculos donde consultar la causa de las enfermedades –entendidas como castigo de los dioses–, el resultado de las batallas a librar o los desafíos a enfrentar. Hoy se consultan horóscopos, gurúes, tele-pastores, videntes o psíquicos, o se apela, en el súmmum del individualismo, al “sálvese Usted solo” de los libros de auto-ayuda “de comienzo trágico, final feliz y moraleja estúpida (Abraham, 2000), los que, como expresa Alejandro Dolina en sus incomparables análisis, no debieran ser leídos por nadie excepto por aquel que los escribió, y ello justamente porque son de ayuda para el propio autor, no para los demás.
Pesquisa frenética por saber qué pasará con cada uno, en un mañana que se avizora plagado de incertidumbres. Un mundo donde pareciera que el sujeto apolíneo del que hablaba Nietzsche ha sucumbido ante las pasiones sin freno, ante la exaltación de lo dionisíaco.
Tiempos sin tragedia, al decir de un entrañable amigo, el Dr. Raúl Teyssedou, destacado psicoanalista cordobés:
(…) me pregunto si acaso no vivimos en un tiempo sin tragedia. A pesar de que regularmente los periodistas, frente a esos hechos, hablan muy sueltamente de “tragedia”. Es decir, si en muchos casos (infanticidios, femicidios, gatillo fácil, etc.) de lo que se trata es de pasajes al acto y no de acting-in (interpretables, simbólicos). En tales casos, no sólo desaparece el sujeto del deseo sino también el de la consciencia y, por ende, representan el fracaso de la tragedia o del freno moral de lo apolíneo liberando las fuerzas de las pasiones o de lo dionisíaco. (Junio de 2019).
Tiempos no trágicos. Tiempos de comedia o de parodia, de juventud eterna, de moratoria social y vital que procura extenderse por varias décadas más de lo que la cronología marca. Tiempos en los que se fantasea con derrotar a Cronos, tiempos de acumulación, tiempo des-anudado, anclado en un presente que se desprendió del pasado, pero que también se desenganchó del futuro y no permite avizorar un porvenir posible.
Fin de los rituales que vinculaban el presente con la historia, y fin de los grandes relatos que vinculaban el presente con el futuro. Presente suelto en el que priman los instantes que reemplazan a instantes, sin continuidad ni duración.
Instantaneidad de un tiempo que se torna hiperkinético, desatento y fóbico, en tanto mantiene al otro a distancia, apresado entre las mallas de las redes “sociales”.
Perplejidad de las instituciones, perplejidad de los sujetos.
Se trata justamente de una palabra que proviene del latín perplexus, formado del prefijo per- (intensidad o totalidad) y el verbo plectere (enredar), y que se refiere a algo confuso o “totalmente o intensamente enredado”.
Tiempo bipolar, que lleva del frenesí a la tristeza y la desilusión. Porque, como comenta Paul Virilio (1932-2018) en un reportaje, luego de la presentación de su libro, Ciudad Pánico (2005):
Nunca se estuvo tan solo y tan comunicado al mismo tiempo.
Son tiempos en que los “mensajeros” (ver capítulo I) se llaman “periodistas”, pero ya no operan como aquél que cumplía una función esencial en la tragedia, en tanto no son ya testigos de algo que pasa ante sus ojos y de lo cual dan testimonio fiel. Los nuevos mensajeros ya no testifican sobre lo ocurrido. Ahora construyen realidades y responden a los intereses de aquellos que se arrogan el derecho de imponer una interpretación monolítica y triunfante sobre los hechos.
Son tiempos de mudanza, en los que Delfos cambió de continente y las sacerdotisas fueron reemplazadas por señores de traje gris. Su nueva sede se parapetó en Virginia (EE.UU.), no ya al pie del monte Parnaso, sino en una mole de cemento y vidrio sita en Wilson Boulevard, Suite 1825, Condado de Arlington, Virginia.
Porque es allí donde se dirime ahora quién está de cada lado de la línea que separa el mundo de los normales y el de los trastornados (así como en el pasado clásico se separaba el mundo de los dioses del de los mortales), y porque es allí donde los nuevos sacerdotes anuncian el destino que le corresponde a cada uno.
Una nueva oligarquía reconoce su nacimiento en la acrópolis de dicha metrópoli contemporánea. Conlleva una ventaja insoslayable: ya no hay que hacer un largo viaje para llegar allí. Ellos bajan al resto del mundo sus biblias laicas, verdaderos mamotretos de mala literatura fantástica, para que la gente tenga claro en qué lugar exacto de la grilla fue ubicado.
No interesan ya las causas de los supuestos trastornos –a contrapelo de toda una tradición milenaria en Medicina–, y ni siquiera interesa producir teoría psiquiátrica. Se trata de una clínica miope, sin lentes para mirar allí donde no se podría ver sin ellos, una clínica sorda que prescinde de aquello que del sujeto se cifra en el síntoma. Clínica ciega y sorda, más no muda… por desgracia.
Sólo importa inventar e imponer una clasificación, arbitraria como cualquier otra que se proponga, y con la falsa creencia acerca de que la observación y la descripción que conlleva toda grilla, serían procedimientos neutrales y objetivos.
Clínica montada en la observación, que ya ni mira ni escucha el sufrimiento humano. Sólo ve, oye y busca ubicar el síntoma en un manual para, luego, sentenciar un diagnóstico oracular. El sujeto, su historia, sus inscripciones, quedan fuera. El sujeto es una anomalía.
Los poetas y los grandes escritores, profundos conocedores de la condición humana, fueron advirtiendo acerca del mundo que empezaba a pergeñarse a pocos años de haber terminado la segunda guerra mundial.
Avizoraron, con mucha anticipación y en base a muy escasos indicios, que:
El sueño de la razón también produce monstruos19.
Como testimonio de ello está la carta dirigida por Huxley, A. (autor, en el año 1932 de Un mundo feliz20) a Orwell, G. (autor, en el año 1949, de 1984) en la fecha del 21/10/1949:
Mi propia creencia es que la oligarquía gobernante encontrará maneras menos arduas y derrochadoras de gobernar y satisfacer su ansia de poder, y esas maneras se parecerán a las que describí en Un mundo feliz. En el curso de la próxima generación creo que los amos del mundo descubrirán que el condicionamiento infantil y la narcohipnosis son más eficaces como instrumentos de gobierno que los garrotes y los calabozos, y que el ansia de poder puede satisfacerse completamente sugiriendo a la gente a amar su servidumbre como si a latigazos y puntapiés se le impusiera la obediencia.
Condicionamiento + narcohipnosis = siervos que no sólo obedecen, sino que, también, aman a sus amos. Amor + obediencia = servidumbre21.
El hombre de las actuales condiciones de época no es ya un “ser racional”. Ahora se trata de un “ser enfermo”, una excrecencia de sistemas clasificatorios que cierran con todo el mundo adentro, y si alguien pretendiese emprender una denodada búsqueda por averiguar quién es sano, es decir, quién no es tributario de alguno de los trastornos consignados en los sucesivos manuales de diagnóstico, sepa de antemano que su intento será en vano.
En todo caso estará obligado a suponer que la única condición para gozar de una “buena salud mental” es haber formado parte del elenco estable que participó en la elaboración del manual, en cualquiera de sus versiones.
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Parte I: Acerca de algunas de las condiciones que hicieron posibles los procesos de Medicalización de la vida cotidiana

1. Historia del cuerpo y el cuerpo en la historia
Los aportes de la Escuela de los Annales, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre, imponen un nuevo modo de investigación con énfasis en los procesos de larga duración (F. Braudel). Generaciones posteriores se consagran al estudio de las mentalidades, una versión minimalista que pondrá el acento en el estudio de la cotidianeidad.
Los autores más destacados de este nuevo modo de hacer investigación histórica prescinden del análisis pormenorizado de las grandes civilizaciones, o de ciertos personajes relevantes (sin por ello dejar de considerar su decisiva intervención), y centran su atención en el modo de vida de los sujetos, dirigiendo su mirada hacia lo íntimo, la sensibilidad, la sociabilidad, el gusto y las representaciones sociales. Entre las obras y autores más conocidos encontramos, por ejemplo, a:
- Ariès, Philippe y Duby, Georges, con Historia de la vida privada (publicado en el trienio 1985 al 1987), de editorial Taurus de Madrid, edición en 5 tomos;
- Braudel, Fernand, con Las estructuras de lo cotidiano (1984), de editorial Alianza de Madrid;
- Courtine, Jean-Jacques et al., con Historia del cuerpo (1984), de editorial Taurus de Madrid, edición en tres tomos;
- Burguière, André, Segalen, Martine et al., con Historia de la familia (1998), de Alianza editorial de Madrid, con prólogo escrito por C. Lévi-Strauss y G. Duby, edición en dos tomos;
- Ariès, Philippe, con El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen (1960), de editorial Taurus de Madrid;
- De Mause, Lloyd, con Historia de la infancia (1974), de editorial Alianza de Madrid.
Entre los autores argentinos mencionamos los estudios sobre la infancia de Sandra Carli y los trabajos de Ricardo Cicerchia (1996), con Historia de la vida privada en la Argentina, editorial Troquel, Buenos Aires, o el texto de Fernando Devoto y Marta Madero (1999), Historia de la vida privada en la Argentina, de editorial Taurus de Buenos Aires, edición en tres tomos.
La profusa producción bibliográfica viene a mostrar que nada hay en el hombre que no sea producto de su propia obra; pone en tela de juicio lo evidente, haciendo de lo habitual lo extraño, y ayuda a ver que todo lo que el hombre tiene y tiende a reificar es producto de una construcción socio-histórico-cultural que es posible desentrañar, arqueológica y genealógicamente.
Implica, también, una idea por demás ...

Índice

  1. Prólogo, por Raúl Teyssedou
  2. Introducción
  3. Capítulo I
  4. Capítulo II
  5. La sociedad terapéutica y los procesos de Medicalización de la vida en la era del Realismo Capitalista