CAPÍTULO TRES
ORACIÓN: LÍNEA
DIRECTA AL CIELO
JOHN LOFTNESS
Nuestros amigos nos conocen a Nancy y a mí por la cantidad de tiempo que pasamos hablando. No lo hacemos porque alguien en una conferencia matrimonial nos lo dijo. Lo hacemos porque amamos conversar entre nosotros. Ha sido así durante diecisiete años y comenzó mucho antes de nos casáramos. Casi nunca pasa un día sin que tengamos una plática alentadora, normalmente íntima.
Mientras escribo esto, Nancy está enferma con gripa. Ha estado enferma por diez días. Hace cinco días perdió la voz. No puede más que susurrar, y cuando susurra, le provoca una tos dolorosa.
Anoche nos sentamos en el sillón después que los niños se fueran a la cama -un tiempo cuando normalmente hablamos- y ambos terminamos frustrados. Ella susurró «Dime qué estás pensando». Así que le dije. Tomó tres minutos. Ella quería responder con una pregunta o con algunas ideas suyas, pero la tos no se lo permitía. Acabamos leyendo el periódico.
Nuestro amor y compromiso con el otro no ha disminuido con la enfermedad de Nancy, pero extrañamos la intimidad de conversación. Nuestra relación con Dios es igual. Podemos tener un compromiso con Él sin tener una relación íntima con Él. Pero si queremos que nuestra relación crezca, debemos conversar. La Biblia le llama a esta conversación con Dios: oración. Sin esta conversación nuestra experiencia con Dios se vuelve similar a la que Nancy y yo hemos tenido durante su combate contra la gripa: nos amamos mutuamente, pero nuestra falta de comunicación crea una sensación de distancia.
Sin embargo, no podemos dar por hecho nuestro amor e ignorar la oración. Con el alejamiento causado por la falta de comunicación, el amor puede ser tentado a decrecer. Pregúntale a cualquiera que haya pasado alguna crisis matrimonial. Así también la oración es esencial para nuestra vida con Dios.
La oración es quizá la más simple y a la vez, la disciplina espiritual más profunda. Cuando oramos, simplemente nos estamos comunicando con Dios. No es un alboroto espiritual exótico, no es un ritual místico —es sólo diálogo. Y aun así es un diálogo con el glorioso Señor del universo. ¡Tenemos el privilegio de hablar directamente con el Dios Todopoderoso! Más extraordinario aún es el hecho de que escucha y nos habla a su vez.
Para librarnos de tener la lengua atada o estar intimidados, Jesús Se esforzó para mostrarnos cómo relacionarnos con Dios. Él pudo haber enfatizado el rol de Dios como Juez o Rey. Por el contrario, Jesús lo presentó como Padre —el tipo de Padre que recibe a Sus hijos con los brazos
abiertos (Marcos 10:13-16). Y aunque algunos de nosotros podemos tener malos recuerdos de nuestros padres, nuestro Padre en el cielo no ama nada más que sentarse con nosotros y escuchar todo lo que pensamos.
¿Por qué orar?
La oración nos cambia tanto como cambia las situaciones por las que oramos. Esto es normalmente inesperado. Estaba ahí sentado, orando por alguien que tenía una mala actitud conmigo, y de repente me di cuenta que el Espíritu estaba alumbrando Su linterna por las paredes de mi corazón: «pareces preocupado sobre esa paja en el ojo de tu amigo» susurró, «pero has notado la viga que sale de
tu cara?» Rara vez apreciamos esta información de primera instancia hasta que nos damos cuenta de que Dios está respondiendo nuestra oración.
Orar también aumenta nuestra fe. Mientras escribo esto, mi iglesia está involucrada en un programa de construcción. Cuando pienso sobre la cantidad de dinero y esfuerzo que se necesita todavía para que nuestro edificio se construya, me desanimo. Mientras oro y afirmo el hecho de que Dios está en control de la situación, mi perspectiva cambia. No sólo aumenta mi fe en que Dios lo hará, sino que me emociono por la parte que yo tengo para hacer que suceda.
Hasta ahora no he mencionado el beneficio más obvio de orar: Funciona. Cuando oramos, Dios desata Su poder. ¿Estás enfermo? Ora. ¿Necesitas un trabajo? Ora. ¿Quieres que tu familia conozca a Jesús? Ora. ¿Tienes un conflicto con alguien? Ora. Nos asombraremos al ver las cosas que hace nuestro Padre cuando pedimos Su ayuda.
¿Pero, la oración es realmente necesaria? Si Dios es soberano y controla todo el mundo, ¿por qué necesitamos orar? ¿No haría Dios un mucho mejor trabajo sin nuestra ayuda?
Hay ciertas cosas que nuestras oraciones jamás cambiarán. Por ejemplo, Jesús regresará, oremos o no. Él juzgará a los vivos ya los muertos. Estos son eventos fijos en el propósito de Dios. Sin embargo, nuestras oraciones sí tienen un impacto en otras áreas. Hay cosas que Dios no hará a menos que Le pidamos. Cuando oramos para que un creyente venza su pecado, o para que un niño sea curado de cáncer, nuestras oraciones deben estar sintonizadas con la voluntad de Dios.
No es que Dios no pueda cumplir Sus propósitos sin nosotros. Como Juan el Bautista dijo, Dios puede levantar piedras para hacer Su voluntad si nosotros nos rehusamos (Mateo 3:9). Pero nuestra participación le importa a Dios. Él nos invita, a través de nuestra oración, a abrirle paso a Su reino. ¿Por qué? No estoy seguro de que podamos saber más allá del hecho de que Él ha escogido que sea de ese modo. ¿Quién soy yo para cuestionarlo? El hecho es que, aunque nuestros esfuerzos sean descuidados y a veces débiles, Él ha escogido cumplir gran parte de Su voluntad a través de nosotros: un privilegio increíble.
El poder del ejemplo
Leer acerca de la oración puede ser útil, pero ver a otros orar es aun mejor. Pasé 15 meses sirviendo en una iglesia en California del sur al final de los ochentas. De martes a sábado, el personal pastoral invitaba a cualquiera que quisiera unírseles para orar entre 6:00 y 7:00 de la mañana (horario un poco conflictivo). Cuando la iglesia estaba en un momento de crisis, decidíamos reunirnos como pastores en esos días por una hora adicional de oración antes de que otras personas llegaran.
No puedo decir que yo siempre llegaba por voluntad propia. Era parte del trabajo y mi asistencia no siempre era ejemplar. Pero Dios usó esta disciplina impuesta en mi vida. Estaba orando con hombres comprometidos con la intercesión. No era que hicieran algo elegante. Y me daba cuenta de que estaban tan cansados como yo. Aun así, su fervor y perseverancia tuvieron un impacto duradero en mí. Por su ejemplo, estos hombres me enseñaron más acerca de la oración de lo que cualquier clase o libro hubiera podido hacer. Al día
de hoy, considero esas sesiones de oración como unos de mis recuerdos más preciosos de nuestro tiempo en California.
El ejemplo de Jesús tuvo un impacto en los discípulos. Juan, el escritor del evangelio, se dio cuenta de que si se pusiera por escrito todo que valiera la pena acerca de Jesús, el mundo no podría contener los libros que se escribirían. Juan tuvo que ser selectivo como lo fueron los otros escritores de evangelios. Cuando consideras esto, es notable cuánta atención recibe el compromiso de Jesús por orar.
Jesús oraba temprano en la mañana (Marcos 1:35). Personalmente pienso que este es el mejor tiempo para orar. No tengo ninguna cita. Raramente me interrumpen. La casa está en silencio. Aún el aire está quieto. Para los que comienzan a trabajar en la mañana, quizá esto no sea práctico. Pero no hay mejor forma de empezar el día.
Jesús oraba en lugares solitarios. (Marcos 1:35). según lo que he leído, los antiguos no mencionan nada de orar en silencio. Los fariseos no se sentían inhibidos por orar en voz alta en el mercado. Pero Jesús parecía siempre buscar un lugar solitario donde pudiera orar en voz alta. ¿Tienes un lugar solitario dónde puedas buscar a Dios sin distracciones? Yo normalmente oro en mi sótano antes de que mis hijos se despierten (aunque les encanta descubrirme). Cuando tengo más tiempo me gusta ir a un lugar «aislado». En California mi lugar aislado era el camino de Altadena arriba de Pasadena en las montañas de San
Gabriel. Aquí en Maryland voy a la orilla del Río Potomac. Cualquier lugar donde te sientas cómodo hablando en voz alta con Dios servirá (pero debo advertirte, asegúrate de que tu lugar solitario también sea un lugar seguro).
Jesús oraba después de trabajar (Marcos 6:45-46). Él no tenia la mentalidad de «éste es mi tiempo para relajarme». Estoy seguro de que sabía cómo ponerse cómodo y disfrutar de algún tiempo con Sus amigos de pesca, los discípulos, pero Él también sabía que a veces era mejor pasar el final del día con Su Padre. En ese momento cuando la mayoría de nosotros sentimos que merecemos un tiempo libre, se podía encontrar a Jesús orando en una montaña. Él sabía la diferencia entre relajarse y ser refrescado. Esas horas pasadas en comunión con Su Padre lo renovaban de las presiones de un día demandante.
Jesús oraba en medio del éxito y la popularidad (Lucas 5:15-16). El mejor de los tiempos también puede ser el peor de los tiempos —al menos en nuestra vida de oración. El éxito nos engaña para pensar que podemos estar sin Dios por un rato. Es por eso que es crítico que nosotros reconozcamos diariamente nuestra dependencia en Él. «¿Dios, ¿quién es responsable de este éxito? ¡Tú lo eres! Por favor ponme en mi lugar».
Jesús oraba antes de hacer una decisión importante (Lucas 6:12-13). Cuando El escogió a los doce apóstoles, Jesús sabía que estaba escogiendo al futuro de la Iglesia. También sabía que estaba escogiendo a un traidor. Él necesitaba la guía y la gracia de Dios. Durante una sesión de oración que duró toda la noche, Él encontró ambas.
Si estás enfrentando una decisión importante —un cambio de trabajo, una gran compra, mudarte a otra ciudad, o matrimonio- nada aclarará tu mente y ordenará tus prioridades como retirarte a un lugar solitario para orar. Antes de que mi esposa y yo nos comprometiéramos, todos nuestros amigos pensaban que éramos perfectos el uno para el otro. Pero yo necesitaba saber que Dios mismo estaba confirmando la relación. Así que pase un día de invierno en un parque de Nueva Jersey sentado a lado de una fogata y orando. Para cuando me fui, estuve seguro que Dios nos estaba dando luz verde. Nuestro matrimonio ha estado relativamente libre de estrés, pero si llega a ser puesto a prueba severamente, estoy seguro que encontraré tremenda seguridad recordando ese día nevado cuando Dios dio a conocer Su voluntad mientras yo estaba sentado, esperando y orando.
Una noche con Dios puede ser muy fructífera. Hay algo acerca de la tranquilidad y del sentimiento de expectación que experimentamos en las horas de la madrugada que nos hacen estar muy alertas a la voz de Dios. Así que, en lugar de tomar una dosis de pastillas para dormir la próxima vez que tengas insomnio, considera pasar un tiempo de vigilia con Dios.
Jesús oraba con regularidad (Lucas 22:39). Mientras Lucas entrevistaba a los discípulos de Jesús antes de escribir su evangelio, ellos debieron haber enfatizado la frecuencia de Sus oraciones. Es por eso que Lucas dice, «saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos», uno de Sus lugares solitarios favoritos.
Jesús oraba honestamente (Lucas 22:39-44). Mientras Jesús oraba en el huerto de Getsemaní la noche antes de su crucifixión, Él estaba angustiado. No sólo iba a sufrir un dolor insoportable, sino que Su propio Padre Lo rechazaría como el objeto de Su ira por los pecados del mundo —una experiencia totalmente desconocida y horrible para Él. Si Él hubiera orado como yo lo he hecho al estar bajo presión, hubiera dicho: «Bueno, el gran día ya casi está aquí, Padre. Espero ansiosamente ser flagelado y clavado en la cruz. Gracias por el privilegio de servirte en esta pequeña manera».
Pero Jesús era honesto, así que Lucas registró lo que podría parecer una oración débil: «Padre, si es Tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya». Jesús Se sentía libre de expresar Sus emociones más profundas en una oración, orando con sangre, sudor y lágrimas. Quería que Su Padre entendiera la intensidad de Su lucha. Pero en el mismo aliento Él expresó sumisión a la voluntad de Su Padre.
Es fácil caer en la trampa de decirle a Dios lo que creemos que Él quiere escuchar aun cuando nuestras palabras no estén de acuerdo con la realidad. No tiene caso mentirle a Aquel que sabe todo acerca de nosotros (hasta cosas que ni nosotros sabemos). ¿Eres honesto con Dios cuando oras? ¿Vas con Él y Le expresas tus deseos más profundos? ¿tus conflictos? ¿tus fracasos? «Sí Señor, me enojé con ella otra vez. Sabía que estaba mal, pero Señor, ¡estaba enojado! ¿Escuchaste lo que ella dijo? Lo siento. Perdóname. Dame el poder para cambiar».
Mientras oramos honestamente, Dios nos cambia. Y al expresar nuestras emociones en oración se las entregamos a Dios, haciéndonos menos propensos a expresarlas pecaminosamente en algún otro contexto.
Cuando mis hijos eran más jóvenes, no sabían cómo esconder sus emociones de mí. Eran libres de reírse de una forma que sería vergonzoso para los adultos. Eran capaces de llorar profundamente sin la más mínima preo...