La guerra del streaming
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La guerra del streaming

El ascenso de Netflix

  1. 224 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La guerra del streaming

El ascenso de Netflix

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Información del libro

Desde la primera proyección cinematográfica hace 125 años, el modo de ver películas no ha dejado de evolucionar. Las salas de cine se resisten a desaparecer, incluso en el contexto desafiante de los últimos confinamientos, pero el visionado de películas y series en casa ha ido creciendo, con las emisiones televisivas, el DVD y el Blu-ray.El último paso del consumo audiovisual doméstico ha sido a través de internet en las plataformas digitales. Aquí se ha posicionado muy bien Netflix, que con poco más de veinte años de existencia ha sabido adaptarse al entorno cambiante, pasando de videoclub a productora, distribuidora y exhibidora, y ofreciendo su producto en los cinco continentes mediante un solo clic.

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Información

Año
2021
ISBN
9788432153365
Capítulo 1
Ver cine cuando, como y donde yo quiera
QUIERO VER ESTA PELÍCULA Y QUIERO VERLA YA. Sin demoras. No mañana, ni la semana que viene, ni dentro de un mes o de un año. Vivimos en un mundo que no sabe esperar. Prima la búsqueda de la gratificación inmediata, olvidada tan pronto como se alcanza. Y con tantas cosas accesibles en internet a un clic, ya no sabemos disfrutarlas.
Las productoras audiovisuales trabajan a pleno rendimiento para satisfacer una creciente demanda. Pero las fábricas de sueños que antaño perduraban en el imaginario colectivo, corren ahora el peligro de entregar obras efímeras. Brillan por un momento en el firmamento fílmico o serial, para desvanecerse sin dejar rastro. El público ya está pensando en lo que vendrá después.
UN POCO DE HISTORIA
Mucho han cambiado las cosas desde la invención del cinematógrafo. Entonces, asegura la leyenda, los primeros espectadores se levantaron asustados de sus asientos, pensando que el tren que veían en la pantalla les iba a arrollar. Se trataba de la exhibición pública de una película de los hermanos Louis y Auguste Lumière en París, en enero de 1896, de brevísima duración, un minuto, y sintomática de la vocación colectiva del cinematógrafo.
Unos años antes, pioneros como Thomas Edison experimentaban con otro aparato de filosofía diferente, el kinetoscopio, que ofrecía una experiencia individual. La gente hacía cola para aplicar sus ojos a un visor y gozar del cine de otra manera y por apenas unos instantes, aislados del resto del mundo. Siendo los aparatos caros en uno y otro caso, acabaría prevaleciendo el cinematógrafo, por la ventaja de imágenes de mayor tamaño y público simultáneo. Y sin embargo...
La vida da muchas vueltas. Muchos avances se han producido a lo largo de la historia del cine, de los que no son pequeños el sonido y el color. Pero uno, decisivo, fue el desembarco del cine en los hogares. Tras la multiplicación de las salas de proyección en todo el mundo, algunas denominadas pomposamente “palacios”, y la condición eminente de las películas como entretenimiento popular, que difundía todo tipo de historias, la llegada de la televisión introdujo una nueva variable. No hacía falta salir de casa para disfrutar de determinados espectáculos. Además, se asentó el formato serial, que ya había tenido recorrido en los cines.
De entrada, los estrenos de películas seguían aterrizando primero en las salas de cine. Y para llenarlas de espectadores, hubo un esfuerzo de inversión en impactantes formatos de pantalla. Pero un “interruptor” se había encendido alterando el paisaje. Aunque la exhibición pública aguantaba, vinieron más cambios con el lanzamiento de los reproductores domésticos, y la posibilidad de alquilar y comprar películas en soporte físico: cintas magnéticas —Vídeo 2000, Betamax y VHS— y discos —DVD, Blu-ray, 4K Ultra-HD—. Y al fin se pasó a acceder a ellas mediante el streaming y la descarga digital vía internet. Además, proliferó el fenómeno de la subida y descarga ilegal de películas en el ciberespacio. Los archivos digitales compartidos facilitaban la piratería, por la sensación de impunidad de los que movían las películas sin detentar sus derechos de difusión, y del consumidor final, que se autoengañaba diciéndose aquello de “yo no hago daño a nadie”.
El fácil acceso a películas y series en los hogares ha tenido muchas e importantes consecuencias. Acudir a la sala de cine ya no es un “acontecimiento”, ha perdido gran parte de su glamour. No puede compararse a la experiencia de un espectáculo en vivo, un concierto, una representación teatral o un partido de fútbol. Tras un plazo de tiempo cada vez más breve —las ventanas de explotación tras el estreno se achican y hasta desaparecen— la película está a disposición del espectador en el salón de su casa. La experiencia colectiva mengua. De compartir la sala oscura con un grupo amplio, compuesto en su mayor parte de desconocidos, se pasa en el mejor de los casos al núcleo familiar, que vive bajo el mismo techo y se aglutina alrededor del que solía ser un único televisor, instalado en la sala de estar. Queda si acaso la masa amorfa de internet, y los comentarios en las redes sociales.
De ahí las personas pasan a ver solas las películas en ordenadores, portátiles o no, y en toda clase de dispositivos con distintos tamaños de pantalla, desde una videoconsola a un teléfono móvil, pasando por las tabletas. Y consumen contenidos no sólo en su casa sino, aprovechando los desplazamientos, en avión, tren, bus, automóvil o metro. Incluso en el hogar, con la multiplicación de dispositivos, la contemplación de películas se convierte con frecuencia en experiencia individual. Cada miembro de la familia ve su programa favorito, a veces pertrechado de cascos y tumbado en la cama. Con este panorama, podríamos decir que Edison y los pioneros del kinetoscopio han tenido al fin su revancha. El hábito del visionado individual de productos audiovisuales crece, mientras que las salas de cine han de conformarse con llenar su aforo, si lo logran, durante los fines de semana, y con películas palomiteras trufadas de efectos especiales, cuya espectacularidad visual es la única razón que justifica pagar el precio de la entrada. E incluso este logro se ha visto amenazado en 2020 por la pandemia del coronavirus y el cierre preventivo de los lugares públicos de proyección.
ACCESIBILIDAD EN UN MUNDO GLOBALIZADO
La consideración social y colectiva de las películas adopta un nuevo rumbo con la proliferación de las redes sociales. Ya no comentas la película sólo con el amigo o la novia que te ha acompañado al cine, o el capítulo de una serie que emitieron anoche con los compañeros de oficina. Ahora, incluso durante el visionado, puedes estar activo en Twitter con tu teléfono móvil comentando lo que ves usando un determinado hashtag, aplaudiendo o despotricando, y descubriendo las reacciones de otros usuarios de la red social.
Además, cabe acceder a películas y series exóticas, de todas las nacionalidades. Lo que supone una rica inmersión en contextos culturales distintos al propio. No hace tanto era raro que un espectador español visionara una miniserie taiwanesa. Pero ahora los numerosos canales y plataformas necesitan producto, ya sea para rellenar la parrilla de programación, o unos contenedores digitales que deben contar con una oferta más atractiva que la del rival. El desafío de los responsables de contenido consiste en descubrir películas de interés en el mercado internacional, pues se puede caer en la tentación de comprar películas de ínfima calidad a precio de ganga.
Otra muestra de cambio de costumbres es el fenómeno de personas que, ya sea por compartir una experiencia satisfactoria, o por el deseo de dar a conocer un título con el que tienen alguna conexión, suben películas muy poco conocidas a YouTube u otras plataformas, a veces con subtítulos caseros. Lo que ha permitido una difusión de obras nunca vista, eso sí, al precio de que se hace difícil distinguir qué merece la pena. El baremo más popular acaba siendo el número de visualizaciones. También cuenta, pero a la baja, la opinión del crítico —especie en extinción, ahora todo el mundo se considera crítico, y “postea” su punto de vista en blogs y redes sociales—, erudito o cinéfilo de confianza, que certifica que aquello tiene interés. O un algoritmo que nos diga la película o serie que nos va a gustar. Las líneas que separan la libertad del condicionamiento se desdibujan.
El panorama ha cambiado para el investigador y el cinéfilo, que accedían con dificultad a determinados títulos, fiándose de su memoria y de lo que contaban los estudiosos del Séptimo Arte en sus eruditos libros. Para acceder a un director de su interés, el amante del cine de a pie debía confiar en que un día una filmoteca le dedicara un ciclo, o que una cadena televisiva demostrara las razones culturales de su existencia programándolo. Luego surgió el mercado de películas en formato doméstico, la posibilidad de crear tu propia videoteca. Y así hasta llegar a la “nube” que teóricamente todo lo soporta, cabe soñar en la filmoteca universal, todas las películas y series del mundo al alcance de un clic.
El problema de la proliferación de las plataformas de streaming, que ofertan decenas de miles de títulos es la saturación y el empacho. No hay tiempo para verlo todo. Falta en muchos usuarios criterio y sentido común a la hora de elegir. Y no saben alternar con otras actividades. Hay auténticos adictos a las series, especialmente jóvenes y adolescentes, capaces de pasar todo el fin de semana viendo temporada tras temporada de una serie, maratones o atracones interminables —binge-watching es el término acuñado en el mundo anglosajón— que no pueden ser buenos para la salud, pues propician el aislamiento y la vida sedentaria, y alteran los hábitos de sueño. Alimenta el fenómeno la costumbre de Netflix de estrenar temporadas completas de series —antes las televisiones emitían semanalmente un capítulo—, combinada con el deseo de muchos fans de verlas enseguida para comentarlas y no sentirse excluidos en su entorno social, con frecuencia virtual.
UN VIDEOCLUB DIFERENTE
NetFlix.com, más tarde conocida como Netflix Inc., fue creada por Marc Randolph y Reed Hastings, ingenieros de programación, y tiene fecha y lugar de constitución bien precisos, el 29 de agosto de 1997, en Scotts Valley, California. El nombre de la compañía, decidido por votación de los integrantes del pequeño equipo que la puso en marcha, lo componían dos sílabas evocadoras de internet y cine. Con su cuartel general en Los Gatos, California, esta productora y distribuidora de películas y series de televisión es hoy la campeona mundial del streaming. Según Fortune, terminó 2019 ocupando el puesto 197 en la lista de las 500 empresas del país con mayores cifras de ingresos, 15 794 millones de dólares. Según datos de Netflix cuenta con 7100 empleados, 195 millones de suscriptores de pago y presencia en más de 190 países. Las acciones se cotizaban a más de 325 dólares, una cifra espectacular si se tiene en cuenta que, en 2005, el año de la salida al mercado, valían 2,59 dólares. Y durante la pandemia del coronavirus de 2020, un año de sobresaltos, con subidas y bajadas, han llegado a alcanzar el precio récord de 548,73 dólares. Hasta llegar a ese punto el camino ha sido largo y apasionante.
LOS PADRES FUNDADORES
Reed Hastings (Boston, 1960) era de buena familia. En el pedigrí de sus ancestros hay logros empresariales para el ejército, como el desarrollo de la red de ordenadores de Defensa precursora de internet. Apasionado de las matemáticas, se formó en Bowdoin College, y fue profesor de esta materia en el cuerpo de paz de Suazilandia. Tras obtener un grado en Stanford, comenzó sirviendo cafés en Symbolics.com, que pasa por ser la primera empresa puntocom del mundo. Pero a los 30 años impulsó la creación de la compañía Pure Software en Silicon Valley, y más tarde absorbió Atria e Integrity QA. Precisamente Marc Randolph (Chappaqua, Nueva York, 1958) era de los miembros fundadores de esta última, donde ejercía como jefe de marketing de producto.
Profundo creyente en el comercio electrónico, Randolph estaba emparentado con el padre del psicoanálisis Sigmund Freud, y con uno de los grandes teóricos de las relaciones públicas, Edward Bernays. Fundó MicroWarehouse, que vendía ordenadores vía internet, y llegó a vicepresidente de marketing en Borland International, empresa que comercializaba compiladores de lenguajes de programación. Tras la fusión en Pure, no habría sido raro que Randolph, casado y con tres niños, hubiera seguido su camino en otra parte, algo habitual en los años de la burbuja de las puntocom. Pero dos encuentros con Hastings cimentaron su relación empresarial y personal. Aunque sus caracteres eran muy diversos, él cálido y apasionado, el otro frío y cerebral, también resultaban complementarios. Y Randolph siguió como jefe de marketing corporativo. Uno se fijaba más en los aspectos tecnológicos, y el otro en los comerciales. Y charlaban a menudo sobre crear desde cero una nueva empresa que aprovechara las posibilidades del e-commerce. La clave para Randolph era dar con una interfaz amigable en el ordenador, que facilitara al internauta la compra de productos. Y por supuesto, tener algo interesante que vender.
IMPRIME LA LEYENDA
La leyenda sostiene que la idea de un videoclub que sirviera las películas por correo postal, surgió cuando Hastings tuvo que abonar 40 dólares de multa por devolver con retraso Apolo 13. Hastings no tenía un problema, como anunciaron los astronautas de la película a H...

Índice

  1. Portada
  2. Portada interior
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Frases
  6. Introducción
  7. 1. Ver cine cuando, como y donde yo quiera
  8. 2. Una foto a la cultura corporativa de Netflix
  9. 3. El salto al streaming
  10. 4. El reto tecnológico: algoritmo y ancho de banda
  11. 5. Ha nacido un estudio
  12. 6. Quiero ser como Netflix
  13. Bibliografía
  14. Autor