ORÍGENES Y CONVICCIONES
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¿EXISTE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA?
La realidad de este mismo volumen parece dejar claro que existe una literatura hispanoamericana, sin embargo, no hay unanimidad en cuanto al concepto en sí, y hemos de admitir cierta confusión en la denominación de esta literatura, a la que venimos refiriéndonos con distintas nomenclaturas que imprimen diferencias significativas, de suerte que no podríamos hablar tanto de términos sinónimos cuanto de modificativos: literatura hispanoamericana (los diecinueve países americanos en los que el español o castellano es lengua oficial), iberoamericana (supondría aludir a los países que fueron colonizados por la península ibérica —España y Portugal— y, por lo tanto, añadiríamos Brasil), y la latinoamericana (que es de origen francés y el término más amplio, ya que incluye: Haití, Guadalupe, Martinica, la zona francófona de Canadá y Brasil a la nómina de los países hispanoamericanos; según la acepción comúnmente aceptada de que designaría los países colonizados por países latinos —España, Francia y Portugal—). En el caso de este volumen, utilizaremos el término de literatura hispanoamericana sin prejuicios ideológicos ni colonialistas, sino como la literatura escrita en una misma lengua (el castellano o español) en los países americanos en los que esta es la lengua oficial o, en su defecto, es la mayoritaria o goza de una especial consideración por cuestiones de índole histórica.
Se ha acuñado el término de literatura hispanoamericana de manera tardía y, en un principio, como una literatura apéndice de la española. Del mismo modo, se ha establecido el momento de inicio tanto a finales del siglo XIX, en convivencia con el fenómeno independentista, y del modernismo (y en consonancia con la creación del concepto de «Hispanoamérica», surgido a principios del siglo XIX), como coincidente con las manifestaciones indígenas ágrafas precolombinas (con la excepción de la escritura maya).
En la actualidad, nadie dudaría de la idiosincrasia de la literatura hispanoamericana, que —si bien comparte el instrumento lingüístico con la española— presenta rasgos propios, singulares, que la caracterizan y la definen, aunque no debemos obviar las voces que defienden el hecho de que se trata de diferentes literaturas nacionales que se comunican en una misma lengua.
Por otra parte, esgrimiremos un concepto de literatura hispanoamericana abarcador, actual, flexible y conciliador. Así, podemos entender que la literatura hispanoamericana surge ligada a la realidad de Hispanoamérica, cuyas raíces pueden rastrearse en las culturas precolombinas, al margen del surgimiento del concepto como tal.
Asimismo, nos avenimos a caracterizar la literatura hispanoamericana como aquella unidad que encuentra su carta de naturaleza en la diversidad, puesto que da cuenta de realidades nacionales e históricas que, a pesar de sus concomitancias, presentan evidentes diferencias. De hecho, en múltiples ocasiones se ha venido comparando la realidad hispanoamericana, y con ello sus manifestaciones literarias, con unas raíces comunes y unas hojas y unos frutos diferentes. A pesar de las evidentes diferencias, pueden establecerse determinados bloques de coherencia cultural que conforman la riqueza proteica de la literatura hispanoamericana, que encuentra en su sedimento una identificación propia. Estos bloques podrían ser los siguientes, a saber: bloque del río de la Plata (que comprendería los países de Argentina y Uruguay); bloque andino (Ecuador, Perú, Chile y Bolivia); un bloque intermedio entre los anteriores (conformado por Paraguay) y uno entre el andino y el caribeño, constituido por Colombia; bloque caribeño (Cuba y las Antillas); Venezuela como un bloque intermedio entre el caribeño y el centroamericano; el propio bloque centroamericano (Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá); el bloque mexicano y, finalmente, entre estos dos últimos, un bloque correspondiente a Guatemala. Dos consideraciones se nos antojan fundamentales respecto a esta clasificación: por una parte, no debemos olvidar que la literatura no se circunscribe a unos límites geográficos, sino de índole cultural y, por lo tanto, flexibles, porosos, lábiles y difíciles de determinar y, por otra, que estos bloques podrían encontrar sus diferencias en cuestiones temáticas (en un bloque puede abordarse la vida de los negros y su origen africano y en otro la figura del gaucho), pero que se encuentran superadas por una literatura transnacional que, mediante una misma lengua, confluye en una literatura global que presenta claros paralelismos entre las distintas literaturas nacionales y que podríamos denominar «literatura hispanoamericana» (apoyada en su existencia por los escritores que gozan de mayor reconocimiento, desde Andrés Bello hasta Octavio Paz).
El hispanoamericanista español Luis Sáinz de Medrano, excatedrático de Literatura hispanoamericana de la Universidad Complutense de Madrid, fallecido en el año 2012, fue uno de los pioneros en los estudios de la literatura hispanoamericana en España. A partir de sus trabajos, proliferaron en España los estudios que se interesaron por la literatura hispanoamericana. En la imagen, uno de sus fantásticos trabajos, publicado en el año 1976.
En este sentido, para responder a la pregunta de si existe una literatura hispanoamericana, se han dado explicaciones geográficas, genéticas o temáticas. De esta manera, se podría considerar como tal aquella que se escribía en Hispanoamérica como lugar físico, aquella que estaba escrita por autores hispanoamericanos (sin importar dónde se encontrasen geográficamente) o, por último, aquella que respondía al tema de Hispanoamérica, al margen de que se tratase de una literatura compuesta geográficamente allí o que estuviese escrita por autores nacidos en algún país hispanoamericano). Pues bien, a nuestro juicio, la literatura hispanoamericana existe tanto en las raíces comunes que comparten países tan diferentes como en una consideración flexible y totalizadora de los tres criterios expuestos con anterioridad; así, existirá literatura hispanoamericana allá donde se refleje ese fondo común, ese sedimento compartido, responda o no a los criterios geográficos, de procedencia o temáticos, ya sea separadamente, en conjunto o en ausencia de todos ellos; sin olvidar que la existencia misma de esta literatura viene dada tanto por los reconocimientos internacionales del más alto nivel (Premios Nobel) como por el hecho incontestable de la influencia que la literatura hispanoamericana ejerce en el panorama mundial. No en vano los grandes novelistas hispanoamericanos no son conocidos e imitados exclusivamente en Occidente, sino en todo el mundo (recuérdense al respecto los interesantes trabajos que abordan, verbigracia, las indiscutibles influencias de los novelistas hispanoamericanos en los narradores chinos). Parece, pues, indiscutible el hecho de que exista una literatura hispanoamericana como categoría con coherencia propia y amplio predicamento; incluso, podemos afirmar que los que defienden su inexistencia actual (cuya eclosión como voces habría que señalar como relevante a partir de 2009, aproximadamente, de la mano de fenómenos como el constituido por los grupos el Crack o McOndo y de figuras como la del narrador Jorge Volpi) asumen la desaparición de esta literatura como conjunto en las postrimerías del siglo XX. A este hecho le sobrevienen, a su parecer, las raquíticas, cuando no inexistentes relaciones entre los diferentes países hispanoamericanos, la fragmentación de los mercados, la sobreabundancia editorial, las cuestiones de estilo —aunque debemos admitir que supone la identificación del realismo mágico con la literatura hispanoamericana desde una perspectiva quizá algo reduccionista— y el fin de ciertos mitos revolucionarios que conciten idea de conjunto). Todo esto, proponiendo como epítome y cierre categorial a un narrador tan actual como Roberto Bolaño, fatalmente desaparecido en 2003, con lo que reconocen, al menos, la existencia anterior de la literatura hispanoamericana —cuya vigencia muchas otras voces siguen defendiendo hogaño— como una en su diversidad. Además, si admitimos que la tradición se forja mediante las obras consideradas como más importantes, podremos asumir la existencia de una literatura hispanoamericana única, con sus particularidades.
2
¿LA LITERATURA COLONIAL PERTENECE A LA LITERATURA HISPANOAMERICANA O A LA ESPAÑOLA?
De alguna manera, esta cuestión iría ligada a la anterior, ya que indagar en la literatura colonial supone sumergirse en las raíces mismas de la literatura hispanoamericana en un esfuerzo por abrazar una literatura continental en el momento en el que la unidad de la América española parecía indiscutible. En este sentido, el auge de los estudios dedicados a una literatura colonial, poco frecuentada en el pasado y reservada a un puñado de especialistas, se entendería en el marco de la asunción de una literatura hispanoamericana común. Este mismo incremento puede comprobarse en los programas, simposios y cursos que tanto las universidades como diversas instituciones académicas dedican a figuras como las de sor Juana Inés de la Cruz (en la cuestión 4 se la tratará de manera monográfica), Bernal Díaz del Castillo o el Inca Garcilaso de la Vega; asimismo, el auge al que nos referimos viene refrendado por el interés sin precedentes que la literatura colonial ha despertado en autores hispanoamericanos de primera fila, quienes han descubierto en este período el inicio de su tradición literaria, lo que explica que Octavio Paz, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o Pablo Neruda se hayan ocupado de autores del período colonial al mismo tiempo que expresaban la deuda pendiente con ellos.
Sin obviar la legítima controversia en torno a la adscripción de la literatura colonial a la literatura hispanoamericana o a la española, merece la pena recordar el hecho que pone de manifiesto una de las primeras historias de la literatura hispanoamericana, la publicada por Alfred Coester en 1916, que comienza precisamente con la literatura colonial y termina en el modernismo. De la misma manera, resulta esencial aceptar que la literatura colonial, incardinada en la etapa fundacional de la literatura hispanoamericana, nos obliga a considerar de manera más amplia y flexible, incluso híbrida, el concepto mismo de literatura que, desde los años setenta del pasado siglo prefiere sustituirse por el de «discurso colonial», caracterizado más por su referente que por sus autores. Ello nos permite incorporar al hecho literario las crónicas del descubrimiento y de la conquista que, por otra parte, no se deben tanto a los datos objetivos historiográficos o naturales —muchas veces contradictorios— cuanto a una particular originalidad en el manejo del idioma, inspirada por el carácter introspectivo, imaginativo y creativo (además, tanto Pedro Henríquez Ureña como Alfonso Reyes defendieron y demostraron la vocación literaria de los escritos históricos del descubrimiento); a lo que podríamos añadir que el eclecticismo en la concepción literaria del período colonial permanece en la literatura hispanoamericana del siglo XIX y que aquellos elementos utópicos y legendarios que gobiernan las narraciones coloniales...