Decadencia de la antropofagia
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Decadencia de la antropofagia

  1. 112 páginas
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Decadencia de la antropofagia

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Diez cuentos "casi inéditos" de Manuel Peyrou componen este volumen. Provienen de revistas y diarios, ilustran cuatro décadas de actividad literaria, y no habían sido publicados antes en forma de libro (salvo el microcuento "La confesión"). Completa la pintura del autor con dos ejemplos de crítica (literaria y cinematográfica), actividad que fue permanente en la escritura de Peyrou, y el "Desagravio a Borges", publicado en la revista Sur. Incluye también un breve estudio introductorio sobre estos textos rescatados y sobre el autor.El falso ensayo "Decadencia de la antropofagia" retoma la tradición del humor británico para tratar con la mayor seriedad un asunto imposible; el cuento "Diana Lancaster, 25 años, soltera" completa la producción en el género más propio del autor, el policial; en "El vendedor de biblias" y "Bancarrota", el humor, por momentos mordaz y marca característica de Peyrou, juega un papel esencial; "La confesión" es el texto más difundido de Peyrou en las redes, pero es casi inhallable en libro; los cinco cuentos finales, publicados en La Prensa entre 1969 y 1974, son ventanas a vidas e historias privadas, construidas con la delicadeza y la economía de recursos propias del autor maduro.

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Información

Año
2021
ISBN
9789875997165
Categoría
Literatura
Introducción
Los juicios estéticos envejecen mal. Si esa fuera su única debilidad, estos primeros años de la tercera década del siglo XXI, los primeros años tras la edición de la Colección Manuel Peyrou en Libros del Zorzal, serían la zona de confort, digamos, de las valoraciones que aquí consignaré. Sin embargo, hay otra debilidad en los juicios estéticos, una debilidad que no tiene que ver con el paso del tiempo, y que consiste en la tensión entre los fundamentos racionales que deben acompañar, se supone, a esos juicios, y la raíz sensorial y personalísima de cualquier comentario que hable del estilo, de la capacidad de creación, de la imaginación, de la potencia descriptiva o evocadora, del efecto en los lectores, o de cualquier otro valor estético de una compleja obra literaria. Esta tensión es bien conocida; también son notables los casos en que la crítica no logró acertar con la importancia que más adelante se reconocería por consenso a una obra, lo cual agregó un riesgo ocupacional más a la labor ya insegura del crítico. Para peor, muchas veces los autores reaccionaron a la crítica adversa con su natural poder de fuego, como en aquella célebre invectiva de Henry Miller: “All that the critics write about a work of art, even at the best, even when most sound, convincing, plausible, even when done with love, which is seldom, is as nothing compared to the actual mechanics, the real genetics of a work of art”. Una buena parte de la crítica, para evitar los dolores que la crítica de la crítica podía traer, se refugió en la creación de una jerga propia y en capas y capas de sutilización de posiciones y de enrarecimiento general del lenguaje. También recurrió a eludir, en lo posible, la estética, y a respaldar su discurso en los fundamentos, comprensiblemente más sólidos, de la historiografía, la biografía, el análisis de adhesiones a líneas ideológicas o políticas, e incluso el psicoanálisis o la astrología.
Manuel Peyrou, un autor apenas menos que olvidado hoy, formó parte del círculo dorado de la literatura argentina del siglo XX. Fue amigo, compañero de juegos literarios y confesor personal de Jorge Luis Borges, y uno de los estilistas que se codeaba de igual a igual con Adolfo Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, Ernesto Sábato, José Bianco, Julio Cortázar. Contribuyó decididamente a afianzar y popularizar el género policial en la Argentina, a través de sus publicaciones iniciales en el suplemento sabatino del diario Crítica y en revistas literarias desde la década de 1930 en adelante, así como en sus libros de cuentos, que incluyen policiales brillantes; trabajó como redactor y columnista también, durante décadas, en el diario La Prensa, y esta mezcla de prensa y literatura lo convierte en uno de los ejemplos más notables de la combinación del género policial literario con la frecuentación de las secciones policiales de los diarios (que presentaban casos, en general, más reales).
Podemos especular sobre los motivos de ese olvido, que afortunadamente no fue perfecto, porque ha seguido reeditándose, de modo esporádico, una sola de sus novelas (El estruendo de las rosas), y han reaparecido algunos cuentos en colecciones.1 Sin embargo, varias novelas y libros de cuentos no habían sido reeditados nunca, y por otro lado la crítica especializada y la prensa en general parecen haber dejado un hueco donde antes había un hombre de carne y hueso, difícil de clasificar, que huía del roce público y de la promoción de sí mismo, que volcaba opiniones sin especular sobre el beneficio o perjuicio propio, y que no tenía miedo a ofender con el humor. Su humor, que en los momentos graves asumía la forma de la mordacidad, podía cebarse, tanto en las páginas que publicaba como en su vida, con cualquiera de las formas de invasión de la libertad individual: con frecuencia cayeron bajo ese ataque el comunismo, el fascismo, el peronismo, el cristianismo, el elitismo social, las convenciones sociales burguesas.
Sin embargo, entre los motivos del olvido de Peyrou no podemos incluir el de la falta de valores estéticos de su obra: de esos valores, a pesar de los riesgos advertidos más arriba, trataré a continuación.
Capaz de dotar a sus relatos de localizaciones remotas, el Peyrou novelista abandonó casi totalmente, tras El estruendo de las rosas, todo escenario que no fuera la ciudad de Buenos Aires. Un impulso realista, que defendió más de una vez ante amigos, lo llevó a poner los personajes en las mismas calles que ese otro personaje, Peyrou, recorrió toda la vida: es una vida del Centro, de ciertos barrios, a lo sumo de ciertas zonas de la provincia, la que anima a los personajes de novelas y de cuentos. A ese realismo, digamos, visual, se suma un realismo más importante, que profundiza la porteñidad: me refiero al habla y a la manera de pensar de los protagonistas. Gran observador y (por momentos) gran crítico de las maneras de hablar, Peyrou podía mostrar variaciones geográficas o sociales de los porteños, y lo hacía con un arsenal de procedimientos: cambios sutiles del voseo al tuteo (que incluyen cuidar, por ejemplo, cuál personaje vosea en presente de subjuntivo y cuál no: “tengás” contra “tengas”), uso de expresiones del habla barrial o suburbana, contagio de vocabularios profesionales en los diálogos familiares o sociales, etcétera. Al mismo tiempo manejaba con maestría el arte de encontrar una voz para un personaje, creándole señas particulares en forma de repetición de palabras o frases. El resultado es un parecido notable con las experiencias cotidianas de los porteños, tanto en el entorno como en los personajes, verosimilitud que Peyrou aprovecha para sorprender con los giros inesperados en los argumentos, o con la salida de lo cotidiano en los cuentos policiales o fantásticos. La ciudad de Buenos Aires, siempre sensible a su figuración en las artes, ha reconocido muy poco a Peyrou como uno de los escritores fundamentalmente porteños.
Sí se le ha reconocido con frecuencia su papel en el florecimiento del cuento policial argentino. Este es un género con indudable voluntad popular, difundido para consumo masivo en Buenos Aires a través de la labor de emprendimientos como la Revista Multicolor, que acompañaba cada sábado, con abundantes ilustraciones en color, las ediciones del diario Crítica en la década de 1930. En las redacciones de los diarios, justamente, se produjo el contagio que ya mencioné entre la crónica policial de sucesos y la traducción e importación (primero) y recreación y nacionalización (después) de los cuentos policiales. En el caso de Peyrou, su primer detective británico, y sus escenarios extranjeros de los primeros cuentos, dejaron paso poco a poco a la misma centralización en Buenos Aires y los porteños que las novelas experimentaron. Las expectativas mínimas del lector de un cuento policial suelen ceñirse a un misterio (generalmente un crimen) que debe ser resuelto, y un individuo en mejores condiciones para resolver el misterio (que suele ser el detective). El lector de un cuento policial de Peyrou duda de la autoría si no se le satisface una tercera expectativa: la presencia del humor, sea en boca del narrador, sea como una manifestación más de la inteligencia del detective.
Se ha prestado en cambio una atención y reconocimiento insuficiente, en mi opinión, al Peyrou de los cuentos no policiales sino fantásticos o costumbristas o satíricos, que incluyen varias pequeñas obras maestras: “El sueño de Alejo Blochman”, “La noche repetida”, “Varidio”, “Marea de fervor”, “El señor Alcides”, “Locomotoras y vagones”, “Pudo haberme ocurrido”, “La desconocida”, “Nada” y, en este mismo volumen, “El teléfono”. En estos cuentos no policiales aparece por momentos el presupuesto del humor, especialmente asociado con los momentos satíricos del nacionalismo exacerbado y triunfalista, o con la pintura de incidentes cotidianos; por contraste, el género fantástico es serio en Peyrou, y su profundidad puede tocar tintes introspectivos y sombríos, de intensidad poco común.
Esos momentos intensos aparecen también, a modo de epifanías, casi inesperadamente, en determinadas páginas de las novelas. La acción y el diálogo se detienen, el narrador o un personaje inician una reflexión, a veces con la excusa de la descripción inicial de un momento de belleza (puede tratarse de un esplendor de la naturaleza, de un momento en el ciclo del día, de la llegada de una tormenta, de la emoción provocada por la cercanía de una mujer). La epifanía puede durar una o dos o más páginas: Peyrou está dejando volar las palabras, optando por pasar de mostrarle algo al lector a hacerle experimentar el mismo vuelo. Suelen aparecer cerca del comienzo y del fin...

Índice

  1. Introducción