Parte II
Atentados y secuestros
Capítulo 5
Operación Flipper: Rommel, vivo o muerto
En la noche del 14 de noviembre de 1941, dos submarinos británicos se acercaban a la costa libia, a unos trescientos kilómetros por detrás de las líneas del Eje. El interior de los sumergibles acogía a medio centenar de hombres completamente equipados, preparados para saltar a unos botes neumáticos y llegar hasta la orilla. Todos ellos eran hombres especialmente duros, acostumbrados a la lucha en el desierto bajo las condiciones más inclementes.
En la misión que estaban a punto de emprender deberían utilizar todos los recursos adquiridos durante otras incursiones realizadas tras las líneas enemigas. Una vez desembarcados en la playa, tendrían que adentrarse en un territorio infestado de patrullas alemanas, italianas e indígenas hostiles, caminando durante la noche y ocultándose durante el día, hasta llegar a su objetivo.
Su misión no era otra que capturar al hombre que había conseguido que las fuerzas del Eje se asentasen primero y tomasen la iniciativa después en África del Norte, poniendo contra las cuerdas a los británicos. En caso de que se complicase su captura, tenían la consigna de eliminarle.
Tras cumplir su objetivo, debían regresar a la misma playa a la que habían llegado para ser reembarcados. Teniendo en cuenta que las tropas enemigas habrían salido en su persecución, y que se redoblaría la vigilancia en la costa para evitar que el comando huyese, a nadie se le escapaba que las posibilidades de regresar sanos y salvos eran más bien inciertas. Pero aquellos hombres que estaban preparándose para saltar a los botes desde los dos submarinos no pensaban entonces en el regreso, sino únicamente en cumplir la misión que se les había confiado.
Se esperaba que la operación que en esos momentos estaba a punto de lanzarse significase un golpe de efecto que pudiera revertir el rumbo de la guerra en esa estratégica región, que entonces era claramente favorable al Eje. Ante la desesperación de Churchill, en ese escenario de guerra las fuerzas británicas habían entrado en una dinámica depresiva que amenazaba con una cada vez más probable derrota total en África, por lo que el primer ministro confiaba en que aquellos hombres que velaban armas en el interior de los dos submarinos fueran capaces de situar a los británicos en la senda de la victoria.
Esa trascendental misión tras las líneas enemigas era enormemente arriesgada, pero los valerosos hombres que se habían ofrecido voluntarios para llevarla a cabo confiaban no sólo en culminarla con éxito, sino en que sus nombres quedarían grabados para siempre como los artífices de una de las operaciones más audaces de las emprendidas a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.
UN LÍDER CARISMÁTICO
La guerra en el desierto había comenzado un año y dos meses antes, con un intento de invasión de Egipto, entonces bajo control británico, por tropas italianas. Llevados por un gran entusiasmo, los transalpinos consiguieron penetrar un centenar de kilómetros en territorio egipcio. Pero cuando los italianos estiraron al máximo sus débiles líneas de aprovisionamiento se vieron obligados a retroceder, hostigados en todo momento por las tropas aliadas, comandadas entonces por el general Archibald Wavell, que había conseguido que le enviaran importantes refuerzos desde Gran Bretaña. Lo que al principio era una retirada en orden se convirtió en una desordenada huida; una fuerza compuesta por tan sólo treinta mil ingleses consiguió capturar a más de ciento treinta mil italianos tras una ágil maniobra envolvente ejecutada por una división blindada.
La figura del general Rommel alcanzaría ribetes míticos, tanto entre sus hombres como entre sus enemigos. Churchill, pese a sentir admiración por él, ordenó su eliminación. |
Tras la debacle italiana, los aliados tenían abierto el camino para expulsar de África del Norte a las fuerzas de Mussolini. Fue entonces cuando Hitler decidió acudir en socorro de su aliado, enviando un Cuerpo Expedicionario a Libia: el Deutsches Afrika Korps (DAK). Se trataba de la 5.ª División Panzer, destinada sobre el papel a actuar en labores defensivas bajo mando italiano. Como máximo responsable del Afrika Korps figuraba el general Erwin Rommel, un veterano de la Primera Guerra Mundial que había participado en las invasiones de Polonia y Francia, aunque no había adoptado un papel protagonista. De hecho, los británicos tuvieron problemas para confeccionar su Perfil, ya que prácticamente no disponían de información sobre él.
La llegada de Rommel a África no inquietó lo más mínimo a los británicos, que creían que los alemanes no estaban hechos para la guerra en el desierto. En ese momento no les faltaba razón, puesto que el material con el que estaba dotado el Afrika Korps se revelaría inadecuado para este escenario, pero Rommel comenzaría a subsanar con acierto esos errores, hasta convertir a su ejército en una máquina de guerra bien engrasada. Pese al planteamiento inicial de carácter conservador, el alemán convenció a los mandos italianos para poner en marcha una ofensiva, que daría comienzo el 31 de marzo de 1941. Los ingleses, que no creían que los alemanes fueran a atacar tan pronto, se llevaron una gran sorpresa cuando fueron atacados por los panzer de Rommel. Las fuerzas británicas se vieron obligadas a retroceder, hasta que el 4 de abril el general alemán entró triunfante en Bengasi.
Los carros germanos siguieron avanzando; el gran objetivo era Tobruk, a las puertas de la frontera con Egipto. Este puerto fortificado era la posición clave de la región, ya que era el único lugar en el que podían desembarcarse aprovisionamientos; los alemanes no podían plantearse un avance sobre Egipto sin haberse apoderado antes de ese estratégico enclave. Churchill también era consciente de la importancia determinante de Tobruk y dio la orden de resistir allí a cualquier precio, «sin considerar por un momento la posibilidad de retroceder y hasta el último hombre». El premier británico sabía que la caída de Tobruk dejaría abiertas de par en par las puertas de Egipto, peligrando así el control británico sobre el canal de Suez.
El ataque alemán sobre Tobruk se produjo el 10 de abril de 1941. Los australianos fueron los encargados de defender la ciudad, resistiendo en una encarnizada batalla que se prolongó durante cuatro días. El general Wavell lanzó un contraataque el 15 de junio de 1941, pero los alemanes rechazaron la embestida británica, lo que forzó la retirada de la mayoría de las tropas aliadas hacia la frontera egipcia dejando atrás la fortaleza de Tobruk con una guarnición en su interior. Tobruk quedaba así aislada y sometida a asedio por las tropas de Rommel.
Si Tobruk caía, como así parecía que iba a ocurrir tarde o temprano, las llaves de Egipto quedarían en manos de Rommel; a partir de ese momento, su nombre se hizo omnipresente en ese escenario de guerra. El general germano había demostrado poseer una gran habilidad y astucia, lo que le había llevado a derrotarles disponiendo de unos medios inferiores. La razón de sus triunfos había que buscarla en sus grandes conocimientos de estrategia militar y en su innata capacidad de liderazgo, ya demostrada durante la Gran Guerra, lo que unido a su audacia y su desprecio por el peligro hacía de él un adversario temible.
Gracias a sus éxitos, el nombre de Rommel comenzaba a alcanzar ya ribetes míticos, no sólo entre sus compatriotas, sino incluso entre sus enemigos. Su inteligencia y buenos modales, así como su caballerosidad en el campo de batalla, más propia de otros tiempos, estaban logrando que fuera admirado por todos. Paradójicamente, la leyenda de Rommel no era alentada desde Alemania, debido a que su relación con los jerarcas nazis era muy fría, sino por sus propios enemigos.
Los soldados británicos, acostumbrados al sofocante calor y a la crónica falta de agua tras sus combates contra los italianos, eran incapaces de comprender cómo el Afrika Korps, formado por hombres que jamás habían pisado un desierto, con material inadecuado, sin suficientes suministros y escaso combustible, habían sido capaces de hacerles frente de manera tan eficaz. Para ellos, la clave era sin duda el mando de Rommel, a quien regalarían el apelativo de «Zorro del Desierto».
Pero eran los soldados que estaban a su mando los que profesaban a Rommel una admiración sin límites. Aunque estaba a punto de cumplir cincuenta años cuando comenzó la campaña africana, sus hombres se admiraban de que prácticamente no necesitase comer, beber ni dormir. El veterano militar, exhibiendo una forma espléndida, podía agotar a hombres veinte y treinta años más jóvenes que él, y cuando exigía un esfuerzo extraordinario él era el primero en dar ejemplo.
Sobre él circulaban historias, verdaderas o no, que no hacían más que aumentar su aura legendaria. Se decía que, durante una de sus habituales rondas de reconocimiento en su vehículo, había llegado a un pequeño hospital de campaña creyendo que era alemán al oír las voces de los prisioneros germanos allí ingresados. Una vez dentro, y mientras visitaba a los enfermos guiado por un médico inglés, se dio cuenta de que el campamento era británico; lo habían confundido con un general polaco. Con enorme sangre fría, Rommel salió del recinto despacio, subió a su coche y emprendió rápidamente la huida antes de que su incursión fuera detectada.
En una ocasión, en la Cámara de los Comunes, Churchill se refirió a él como «gran general», lo que causó indignación entre los diputados británicos. Algunas voces se levantaron exclamando que, en el Ejército británico, Rommel no hubiera pasado de cabo; no entendían cómo Churchill podía elogiar públicamente al integrante de un ejército que era presentado por la propaganda de guerra aliada como una horda de hunos, recuperando los mitos de la Primera Guerra Mundial.
El general Rommel, en Libia al frente de la 15.ª División panzer, en una imagen tomada en noviembre de 1941. El Zorro del Desierto comenzaba a forjar su leyenda. |
A pesar de las protestas de los miembros de la Cámara de los Comunes, la realidad se acercaba más a lo expuesto por el siempre clarividente primer ministro. Rommel era, en efecto, un líder ca-rismático capaz de extraer el máximo rendimiento de las fuerzas puestas a su disposición y, a la vez, de desatar el pánico en las filas enemigas; el simple hecho de saber que Rommel estaba cerca ya provocaba la desmoralización, cuando no el pánico, entre las tropas británicas.
OBJETIVO: ROMMEL
Tal como se ha apuntado, Tobruk, convertido en un enclave aliado sometido a asedio por las tropas del Eje, se había convertido en una obsesión para Churchill. Era necesario romper la dinámica derrotista en la que se había instalado el Ejército británico para evitar que Tobruk cayera en manos de Rommel. La decepcionante campaña africana se cobraría su primera víctima; el general Wavel fue destituido por Churchill como comandante de Oriente Medio, y en su lugar nombró al general Claude Auchinleck, con la esperanza de que él sí fuera capaz de frenar al victorioso Afrika Korps.
A principios de mayo Rommel dejó de presionar sobre Tobruk, al haberse extendido demasiado sus líneas de suministro, y se limitó a situar unas divisiones de infantería italiana ante la ciudad sitiada. El plan de Rommel estaba claro; acumular fuerzas ante Tobruk para tomarla y proseguir el avance hacia El Cairo. Aunque la guarnición de Tobruk contaba con hombres, armamento y suministros suficientes para resistir varios meses, Churchill era consciente de que, si no se actuaba con decisión, la caída de Tobruk era sólo cuestión de tiempo. Para evitar ese desastre, el primer ministro proporcionó al general Auchinlek treinta mil toneladas de aprovisionamientos, además de nuevas divisiones, setenta carros y casi un centenar de cañones, con el objetivo de lanzar una ofensiva en noviembre de 1941.
Pero Churchill sabía que enviar refuerzos no era suficiente para asegurarse la victoria ante el avasallador ejército de Rommel. El pesimismo estaba haciendo mella entre las tropas británicas, que habían interiorizado el hecho de que Rommel era invencible. Antes de intentar derrotar a Rommel en el campo de batalla, era preciso rearmarse psicológicamente. Pero, ante las dificultades para convencer a las tropas de que el general alemán era vulnerable, Churchill tomó una decisión drástica; eliminar al Zorro del Desierto del tablero en el que se estaba jugando el dominio del Norte de África.
El primer ministro británico consideraba que, si se conseguía acabar con Rommel, las opciones de victoria serían sin duda mucho mayores, ya que el Afrika Korps se vería privado de su privilegiado cerebro. El plan para lograrlo recibiría el nombre de Operación Flipper y consistiría en enviar un comando tras las líneas enemigas e irrumpir en el cuartel general de Rommel, con el fin de capturarlo. Una vez aprehendido, Rommel debía ser conducido a la costa para ser trasladado a un submarino, que pondría rumbo a Gran Bretaña. Allí sería confinado en un campo de prisioneros; no había duda de que el Afrika Korps acusaría el golpe moral que representaría ver a su líder en esa nueva condición. En todo caso, si la captura no resultaba factible por el motivo que fuera, el comando tendría órdenes de acabar con su vida.
UNA OPERACIÓN ARRIESGADA
El hombre escogido por Churchill para planificar esta importante misión sería el almirante sir Roger Keyes, que había sido nombrado jefe de Operaciones Combinadas en julio de 1941, tal como quedó referido en el primer capítulo. A pesar de que sus dificultades para superar los obstáculos burocráticos habían acabado con su carrera al frente de Operaciones Combinadas, siendo sustituido por lord Mountbatten, su currículum seguía siendo una garantía a pesar de ese reciente lunar; teniendo en cuenta su experiencia en operaciones de este tipo, Keyes parecía ser el hombre más indicado para diseñar la operación.
El almirante Keyes, confiado en el éxito de la acción, designó para ejecutar el golpe de mano al primero de sus cinco hijos, el teniente coronel Geoffrey Keyes, de sólo veinticuatro años. A pesar de la confianza depositada en él por su padre para llevar el peso de la misión, el joven Keyes no mostraba aparentemente las aptitudes que debía reunir el jefe d...