Cabaret místico
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Cabaret místico

  1. 288 páginas
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Cabaret místico

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Índice
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Información del libro

En Cabaret místico se da estructura a los encuentros que, desde hace años, Alejandro Jodorowsky viene manteniendo con el público que acude a sus conferencias. Más de un centenar de chistes e historias iniciáticas le sirven de base para analizar al ser humano sin su «máscara», con sus problemas, miedos, inseguridades y carencias. El amplio número de ejemplos y comentarios que el autor ofrece sobre las causas que impiden nuestra felicidad y nuestro desarrollo hacia una Consciencia plena, ayudará al lector a sanar la relación consigo mismo, con los demás, con la vida y con su entorno. Como La danza de la realidad (Siruela, 2001) y Psicomagia (Siruela, 2004), Cabaret místico es un libro imprescindible para quienes, interesados en la evolución y liberación de su propio ser y consciencia, buscan su propia «verdad auténtica» para incorporarla como felicidad útil en su vida, y vivir sin miedo la vejez y la muerte.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2012
ISBN
9788498419726
Cabaret místico
1. Quien siembra proyecciones
cosecha enfermedades
El día en que Jesucristo cumple treinta años, los apóstoles, queriendo agasajarlo, le dicen:
–Maestro, tú, como nosotros, tienes un cuerpo dotado con un sexo. Sin embargo nunca has hecho el amor. ¿No te parece fundamental intentar esa experiencia?
–Por supuesto, amados discípulos. Pero ¿con quién?
–Muy fácil, Maestro. Daremos dinero a Magdalena y ella te iniciará.
Así lo hacen. Magdalena, sonriente, deja entrar a Jesús en su humilde cabaña. Cuando se cierra la puerta, los apóstoles se sientan frente a ella disponiéndose a esperar por lo menos dos horas la salida satisfecha del Maestro. Pero no ha pasado un minuto cuando la puerta se abre violentamente. Ven salir a Magdalena con los cabellos erizados, que huye hacia el desierto dando gritos. Jesús aparece desconcertado.
–¿Qué ocurrió, Maestro?
–No sé... No entiendo su extraña reacción.
–Cuéntanos, por favor...
–Bien... Entré... Ella me sonrió y yo le sonreí... Ella me abrazó y yo la abracé... Ella me besó y yo la besé... Ella me acarició y yo la acaricié... Ella me desvistió y yo la desvestí. ¡Entonces vi que entre las piernas tenía una herida y la curé!
Este chiste está basado en esa concepción enferma que la sociedad masculina tiene de la mujer, viéndola como un hombre castrado. En México, entre otros nombres, a la vulva se la llama «el hachazo» y en Chile «la raja». En este cuentecillo Jesús se comporta como un ignorante bienintencionado. Por desgracia muchos terapeutas, médicos, curanderos y tarólogos hacen igual... Creen que el mundo es como piensan que es, sin darse cuenta de que esa «realidad» es como si fuese un símbolo: es decir, cada cual se forma de ella una imagen que corresponde a su herencia genética, familiar, social y cultural. En un mar de proyecciones e introyecciones el individuo padece, al mismo tiempo que todos los demás, un destino general deformado por la estructura de su personalidad; y decir «personalidad» es decir «trastorno».
En el clima psicológico familiar, en el que desde su nacimiento se sumerge el niño, se mezclan ideas locas con sentimientos desviados, deseos frustrados y acciones guiadas por concepciones antiguas que no se corresponden con los cambios actuales. Se le inculca al niño que debe ser como sus padres y otros familiares estiman que debe ser. Si no obedece estas normas, es considerado un traidor o un enfermo. Con silencios envenenados se le repite: «Es malo no parecerse a nosotros», «Es malo realizar lo que nosotros no pudimos lograr», «Es malo entregarse a aquello que nosotros no nos atrevimos a desear», «Es malo haber nacido porque te convertiste en una carga», «Es malo que no te sacrifiques por nosotros porque nosotros nos sacrificamos por ti». En resumen: «Es malo que quieras ser tú mismo». Debido a que se nos inculca que somos culpables de ser lo que somos, nos sumergimos en una dolorosa neurosis de fracaso.
Hay que tener cuidado con aquellos terapeutas que utilizan a sus pacientes para asegurarse de que su propia enfermedad es la salud. (Sigmund Freud, a pesar de haber contraído un cáncer en la mandíbula, siguió fumando de quince a veinte puros diarios.) O con aquellos otros que piensan que lo que creen es la verdad.
Un hombre, apenas ha salido de su casa, siente que se ahoga y su rostro se cubre de manchas rojas. Consulta con un médico, quien diagnostica una úlcera y le corta un trozo de estómago. Pero eso no hace que mejore: continúa sintiendo molestias. Un especialista, afirmando que se trata de un problema respiratorio, le extrae el pulmón derecho. Un segundo especialista, creyendo que es un cáncer de hígado, se lo cambia por otro. Por desgracia su enfermedad continúa: en cuanto sale de su hogar por la mañana, enrojece y se sofoca.
Por último, un eminente profesor le dice:
–Señor, no le ocultaré la verdad: es muy grave. Le quedan sólo tres meses de vida...
El pobre quiere aprovechar el tiempo que le resta. Vende todo lo que tiene, se compra un coche deportivo y decide vestirse a la moda. Después de adquirir una docena de trajes, entra en una camisería y pide al vendedor camisas de seda de todos los colores del número 40 de cuello.
–Pienso que su talla es la 42 –dice el vendedor.
–Mire, yo conozco mi cuerpo. La medida de mi cuello es un 40.
–¿Me permite que lo verifique?
–¡Es inútil! Siempre he usado camisas con cuello del 40. Insisto: deme una docena del 40.
–De acuerdo, con mucho gusto, señor. Pero se lo advierto: cinco minutos después de haberse abrochado el cuello de la camisa, la cara se le llenará de manchas rojas y sentirá que se ahoga.
También debemos desconfiar de los terapeutas que, dominados por un ego delirante, de pronto se convierten en profetas o gurús:
Un hombre que tiene una crisis de hemorroides va a ver a un médico. Éste le dice:
–Le voy a dar un antiguo remedio para atenuar el dolor: durante tres días, cada cuatro horas, póngase en el ano una cataplasma de posos de café turco. Verá como es muy eficaz.
El hombre así lo hace. Pasados los tres días regresa a la consulta. El médico le pide que se desvista, que se arrodille en la camilla y que levante muy alto sus nalgas. Después se pone a observarle el ano. Al cabo de cinco minutos, el paciente, algo inquieto, pregunta:
–Doctor, ¿ve usted algo?
–Veo... Una cita con una mujer rubia. Llegada de dinero inesperado. Un cambio importante en su trabajo. Un accidente de bicicleta...
El vidente «lee el futuro» pero es incapaz de curar la enfermedad. Tan sólo consigue eliminar los síntomas. Para sanarse, el enfermo tiene que comprender que la mayoría de las veces el origen de su padecimiento es de naturaleza psicológica. Esa enfermedad le da una forma de identidad, de pertenencia a quien lo enfermó: generalmente, algún miembro de su familia. La enfermedad es el único lazo que lo ata a los seres que él quiere, pero que no lo amaron en la forma en que él necesitaba ser querido. Si reconocemos que nunca nos amaron, comenzamos a sanarnos. Pero no queremos saberlo, porque el dolor sería tan grande que, aunque sanáramos, moriríamos. Queremos que nos den aspirinas, que sólo nos quiten el dolor físico, que nos calmen, que nos cuiden largo tiempo. En fin, deseamos que el doctor nos acaricie.
Un hombre llega llorando a la consulta del psicoanalista.
–¿Qué le pasa?
–Todas las noches sueño que un hombrecillo con chaqueta y sombrero rojos me viene a visitar y me propone: «¿Hacemos pipí juntos?». ¡Y yo me orino en la cama! ¡Ya no puedo más!
–Su caso no es grave –comenta el psicoanalista–. Le voy a dar una solución que lo va a liberar rápidamente. La próxima vez que el hombrecillo se le aparezca, respóndale: «¡Ya hice!», y no le volverá a molestar.
–¿Eso es todo?
–Sí. Repítase todo el día «ya hice», con el fin de condicionar su mente a esta contestación.
El hombre repite la frase a lo largo del día, en el metro, en la oficina, en el restaurante, etc., y también cuando se acuesta por la noche, antes de quedarse dormido.
A la mañana siguiente, regresa a ver al terapeuta.
–¿Qué pasó? ¿Practicó lo que le aconsejé? –indaga el especialista.
–¡Sí, innumerables veces! –responde entre sollozos el paciente.
–Vamos a ver, cuénteme con calma todo lo que ocurrió.
–Me dormí, y durante mi sueño el hombrecillo de la chaqueta y el sombrero rojos, presentándose como de costumbre, me dijo: «¿Hacemos pipí juntos?». Yo le respondí: «¡Ya hice!».
–¿Y luego? –pregunta el terapeuta.
–El hombrecillo me dijo: «Entonces, ¿hacemos caca juntos?».
Si tenemos un problema de incontinencia, el responsable de ello no es el hombrecillo vestido de rojo. Nuestra incontinencia es la manifestación de un problema que está en nosotros pero que no queremos enfrentar. En lugar de eso nos dirijimos a cualquier curandero, a fin de que nos dé una solución. Buscamos a alguien que nos diga cómo suprimir ese síntoma, pero en realidad nos escudamos detrás de él mismo. No queremos saber qué nos ocurre. Lo único que queremos es que no nos ocurra.
Si nuestro matrimonio va mal no nos preguntamos por qué va mal. Solamente pedimos que nuestra mujer regrese, que las cosas vuelvan a ser como antes. No deseamos cambiar. No deseamos hacer el trabajo de introspección, no deseamos evolucionar. ¡Ningún cambio que desestabilice esa concepción que tenemos de nosotros mismos y del mundo!
Cuando aceptamos seguir los métodos del gurú, el mal que conseguimos suprimir por un lado reaparece por otro. En verdad no hemos mejorado fundamentalmente nuestro estado. No se resuelve el problema cambiando un síntoma, sino trabajando en uno mismo.
Mulá Nasrudín llega a una aldea donde nadie lo conoce, haciéndose pasar por sabio.
–Queridos amigos, ¿tenéis algún problema?
–Sí, tenemos uno: hay una vaca que metió la cabeza en una vasija de arcilla y no podemos sacársela.
–Tráiganme un corderito asado –dice Nasrudín–. Tengo hambre y comiendo hallaré la solución.
Cuando termina de devorar al animalillo, eructa solemnemente y les dice:
–La solución es simple: corten la cabeza a la vaca.
Los campesinos, impresionados por ese hombre tan seguro de sus conocimientos, cortan la cabeza del vacuno. Luego regresan junto a Nasrudín:
–Ya le cortamos la testa a nuestro rumiante, pero aún no podemos sacarla de la vasija.
–Muy simple, queridos amigos, tomen un martillo y rompan esa vasija.
Todo el mundo felicita a Nasrudín, pensando «Comió y bebió en abundancia, incluso luego pidió dinero, costó muy caro: debe de ser un gran sabio».
Escuché en la radio a un cómico decir algo que, a pesar de ser injusto, sonaba verdadero: «La cirugía es una rama de la medicina que, en donde no puede curar, corta». Ciertos médicos que creen que sólo deben preocuparse del cuerpo de sus pacientes, ignorando por lo tanto la complejidad psicológica de éstos, tienden a eliminar los síntomas sin tratar de averiguar por qué se han producido. Extraer un tumor es aliviar al enfermo, pero no es sanarlo espiritualmente.
La enfermedad física puede ser un aviso del inconsciente para que el paciente afronte un problema psicológico determinado. Ante esta situación de conflicto, si el ego intelectual o el emocional o el libidinal no logran encarar la verdad, el cerebro creará un mal tratando de buscar en el cuerpo una solución al problema. Pero no debemos confundirnos: la enfermedad no es una solución a un problema, sino un intento de solucionarlo, invitándonos a enfrentar un conflicto que se ha mantenido secreto.
Dependiendo no sólo del cuerpo sino también de nuestros propios...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Prólogo
  4. CABARET MÍSTICO
  5. Créditos