En el mundo interior del capital
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En el mundo interior del capital

Para una teoría filosófica de la globalización

  1. 336 páginas
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En el mundo interior del capital

Para una teoría filosófica de la globalización

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A la conexión entre relato y filosofía, que constituye la característica más sobresaliente de los libros de Peter Sloterdijk, hay que añadir el hecho de que a comienzos del siglo XXI se pueda contar con algo radicalmente revolucionario con respecto a la globalización. Esto se debe a que el autor se toma en serio las consecuencias histórico-filosóficas que van unidas a la imagen de la Tierra como globo, proponiendo la tesis de que lo que se elogia o vitupera como globalización es la fase final de un proceso y de que ya es posible detectar elementos de una nueva época ulterior a la globalización. En la fase final de la globalización el sistema mundial se ha desarrollado plenamente y, en tanto sistema capitalista, determina todas las circunstancias de la vida. El Crystal-Palace de Londres, lugar de la primera Exposición Universal de 1851, le sirve a Peter Sloterdijk como metáfora de esta situación: el palacio pone ante los ojos la inevitable exclusividad de la globalización, la edificación de una contextura de confort, es decir, la construcción y despliegue de un espacio interior de mundo, cuyos límites, aunque invisibles, son prácticamente insuperables desde fuera.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2014
ISBN
9788416208982
Edición
1
Categoría
Filosofía

Segunda parte

El gran interior

28

Mundo sincrónico

Modern times: medio milenio después de los cuatro viajes de Colón, la Tierra circunvolucionada, descubierta, representada, ocupada y utilizada se presenta como un cuerpo entretejido en una tupida malla de movimientos circulatorios y rutinas telecomunicativas. Cubiertas virtuales han sustituido al imaginado cielo de éter de otros tiempos; mediante sistemas radio-electrónicos la eliminación de las distancias se ha implementado efectivamente en los centros de poder y de consumo. Los global players viven en un mundo sin distancias. Desde el punto de vista aeronáutico, la Tierra se ha reducido a un trayecto en jet de cincuenta horas como máximo; en el caso de las vueltas en torno a la Tierra de los satélites y de las circunvoluciones-Mir, últimamente en el caso de las de la estación espacial internacional ISS, se han normalizado unidades de tiempo de noventa minutos ca.; para mensajes de radio y de luz, la Tierra se ha reducido prácticamente a un punto fijo, detenido: como esfera compacto-temporal, rota dentro de una mantilla electrónica que la rodea como una segunda atmósfera.
Con ello, la globalización terrestre ha avanzado hasta un punto en que parecería extravagante querer exigir de ella una vez más que se justificara. Así como hasta el siglo XIX incluido, la ocupación fáctica de un territorio se había convertido en el argumento definitivo de los Estados nacionales europeos para la realización de sus pretensiones coloniales, la consumación efectiva de la globalización terrestre se ha convertido en el argumento autofundante del proceso como tal. Tras una fase de arranque de varios siglos, el sistema universal de mundo se estabiliza en sí mismo progresivamente como un complejo de movimientos rotantes y oscilantes que se mantienen por su propio impulso. En el reino de los capitales circulantes el momentum ha sobrepasado a los fundamentos. La consumación sustituye a la legitimación; los hechos se han convertido en fuerzas superiores. Quien habla de globalización podría hablar igualmente de «destino».
Lo que puso en marcha el siglo XVI lo ha perfeccionado el XX: en cuanto el dinero se ha detenido en él, ningún punto de la superficie de la Tierra puede eludir el destino de convertirse en un emplazamiento; y un emplazamiento no es un punto ciego en un campo, si no, más bien, un lugar en el que se ve que se es visto. La «revolución» licuefactora sigue rodando, las olas crecen. Como se ha expuesto, todas las ciudades se han convertido entretanto en ciudades portuarias, pues cuando las ciudades no han ido al mar los mares vienen a ellas. La supermercancía información, especialmente, no llegó sobre highways a los inversores –como sugería una falsa metáfora de comienzos del discurso sobre la red–, sino sobre corrientes en los océanos de datos, llamados así con mejor motivo. Por sus viejos y nuevos medios, la globalización comunica permanentemente que está sucediendo y que avanza desdeñando toda alternativa. De ahí su peculiar independencia de toda filosofía y demás acuñaciones de la teoría reflexiva. Ya sólo mantiene monólogos, en los que se celebra a sí misma como tema dominante. El comentario de la situación ha sustituido a la crítica. En todo caso, el curso del mundo podría interpretarse como la forma más amplia de un act of God que se va ejecutando mediante acciones humanas. Su prosecución no podría impedir ninguna voluntad de omisión, por muy general que sea. Tras el hecho de que la Tierra está circunvolucionada y de que los pueblos y culturas sobre ella han caído bajo la presión de la mediación, ninguna ocupación teórica y práctica con la actualidad puede ya retroceder. Por su misma existencia, el movimiento mundialmente extendido de los así llamados adversarios de la globalización ofrece la prueba de la no retrocesibilidad del nuevo statu quo. En tanto que los críticos llaman la atención sobre las disfunciones del sistema de mundo, testimonian su funcionamiento. Del mismo modo que los opositores a la rotación de la Tierra no pudieron sustraerse al destino de acompañar la revolución diaria del suelo bajo sus pies.
Por eso la globalización terrestre es comparable a un axioma, el único presupuesto del que puede partir una teoría de la era presente. Aunque los pueblos diseminados hayan existido hasta hace poco en sus endoesferas como en estrellas separadas, escondidos del exterior en sus clausuras lingüísticas, inmunizados por ignorancia de los demás y hechizados por la miseria y la fama propias, se verán obligados por la «revolución» destructora de lejanía de la Modernidad a admitir que, a partir de ahora, a causa de su accesibilidad por los demás, móviles, viven en uno y el mismo planeta, en la estrella de los desencubiertos.
Dado que la globalización terrestre es un mero factum que ha aparecido tarde y bajo circunstancias singulares, no se puede interpretar como manifestación de una verdad eterna o de una necesidad ineludible. Sería exagerado ver en ella la expresión del axioma biológico de que todos los seres humanos sobre la Tierra constituyen una única especie. Tampoco evidencia la idea metafísica de que la especie humana participa de uno y el mismo tesoro de verdades irrevisables (auque muchos lo crean o simulen creerlo). Y, lo que no refleja, desde luego, es una ley moral hipotética, según la cual todos los seres humanos hubieran de pensar en todos los demás compañeros de especie lo más solícita y participativamente posible. Los hechos concretos de la globalización llevan ad absurdum el supuesto ingenuo de una potencial cordialidad de todos para con todos. Al contrario, la finitud ineludible del interés de seres humanos por seres humanos se hace cada día más evidente en el curso de la interconexión mundial; lo único que cambia es el acento moral, y precisamente en dirección al fomento de un mayor aguante, a pesar de la creciente enervación. No habría que extrañarse si se muestra cómo con la interconexión mundial crecen los síntomas de misantropía. Si el temor del ser humano significa una respuesta natural a la vecindad non grata, puede preverse, a la vista de las televecindades forzadas de los más con los más, una epidemia misantrópica inaudita. Sólo se sorprenderán de ello aquellos que han olvidado que las expresiones «vecino» y «enemigo» fueron originariamente casi sinónimas. Sobre este trasfondo, conceptos como «formación» o «ciudadanía mundial» adquieren una significación nueva: señalan para el futuro el horizonte de medidas amortiguadoras de la misantropía.
Lo que caracterizaba «por naturaleza» hasta hace muy poco a «todos los seres humanos» sin excepción era su inclinación a ignorar la tremenda mayoría de seres humanos fuera del propio receptáculo étnico. En principio hay que comprender esa constitución inter-ignorante de la humanidad como una situación sin culpa. En tanto que pertenecientes a una especie de seres vivos dispersos –y su diáspora fáctica resulta insuperable, incluso después de la «revolución» del tráfico mundial–, los seres humanos, en sus clanes, sus etnias, sus barrios, sus clubs y sus grupos de interés están apartados, con tranquila naturalidad, de aquellos que pertenecen a otras unidades de identidad o a otros escenarios de mezcla (tampoco el club de los universalistas supone ninguna excepción a esa regla). Hablando antropológicamente puede decirse: entre todos los seres vivos, el Homo sapiens tiene las espaldas más anchas; las necesita para volvérselas al mundo del entorno. Desde siempre, el ser-en-el-mundo llevó rasgos de un avasalladoramente extendido no-tomar-en-consideración-nada-que-nopueda-ser-incluido-actualmente. Entre los efectos mentales «de la globalización» sobresale el hecho de que ha elevado a norma lo más improbable antropológicamente, el incesante contar con los otros lejanos, con los rivales invisibles, con los extraños al propio receptáculo.
El mundo globalizado es el sincronizado; su forma es la isocronicidad establecida; su convergencia se encuentra en actualidades157. Es verdad que también en el futuro países y seres humanos, en los que es de noche, quedarán en la sombra de la Tierra; pero el mundo como tal ha perdido la noche, queda a merced en el futuro de un penetrante imperativo-día. En el espacio global abierto y representado ya no hay tiempos-fuera. A ello se añade que las formas de pensamiento del mercado mundial y de la incipiente política interior mundial instan a la ignorancia habitual a defenderse frente a distantes y extraños, a quienes nunca se va a encontrar, y comprimen, sin embargo, a los interesados en un circo de oportunidades reales de encuentro y de necesidades crónicas de contacto. El resultado de la globalización, la síntesis lógica de la humanidad en un poderoso concepto de especie y su reunión en un mundo compacto de tráfico y circulación, es un producto de abstracciones forzosas y expediciones apremiantes.
Lo que antes se dijo sobre la preeminencia del viaje de ida en la historia de la circulación y tráfico universales (cfr. págs. 119-ss.) alcanza aquí su punto esencial: sólo hay «ser humano» y «humanidad» después de que durante siglos de viajes de ida unilaterales de los europeos hacia los otros se abriera el horizonte antropológico como plenum virtual de los pueblos y culturas; un movimiento que, desde hace poco, se equilibra y complica con el creciente tráfico en sentido contrario. Este tráfico en sentido contrario se mezcla con los gestos del retorno de europeos a sí mismos; el resultado de esa mezcla se llama multiculturalismo; su modus operandi es la hibridación de los mundos de símbolos158. «La humanidad»: algo que, con el creciente autodescubrimiento e interconexión, aparece en el escenario del pensamiento contemporáneo como el vago y disperso parasujeto de una historia universal de lo contingente159, como un recién llegado tardío, cuya aparición, si no su propio carácter, queda sometida completamente a las circunstancias casuales de su descubrimiento.

29

Segunda Ecúmene

La «humanidad» no se constituye por la libido de formar una asociación total y procurarse los medios necesarios para ello. Más bien, la asamblea antropológica sólo se ha producido, en principio, por los lazos coactivos del colonialismo y, tras su disolución, por las interconexiones constrictivas que se hacen valer a través del tráfico físico de mercancías, sistemas de crédito, inversiones, turismo, exportación cultural, intercambio científico, intervencionismo policíaco internacional y expansión ecológica de normas. Las exigencias de la Segunda Ecúmene actual no se manifiestan tanto en que los seres humanos hayan de admitir por doquier que los seres humanos de cualquier otra parte son sus iguales (aunque sigue siendo considerable el número de quienes lo niegan explícita o encubiertamente), sino en que han de soportar la presión creciente de la cooperación, que les une frente a riesgos comunes y amenazas supranacionales, convirtiéndolos en una comuna autoconstrictiva. Los resultados del análisis de Estados nacionales –según los cuales éstos no se mantienen en forma sino por permanente comunicación autoestresante– se verifican en medida creciente también para la «comunidad de Estados» planetaria, todavía insuficientemente cohesionada. Estrés autógeno es la base de todos los mecanismos de consenso y cooperación de gran formato160.
A la vista de la creciente presión al encuentro entre los actores del mundo, la política internacional se transforma de modo significativo: parece salir ante nuestros ojos de la era de las grandes acciones y entrar en la era de los grandes temas, es decir, de los riesgos generalizados, que cuajan en instituciones semánticas y, con ello, en universales de nuevo tipo. Sobre éstos se ha de trabajar minuciosamente en negociación permanente. La política de temas y su circo de reuniones correspondiente sólo prosperan como producción de estrés global autógeno. Sus representantes negocian por una humanidad que se va constituyendo progresivamente como integral por comunas de estrés que se acercan y abordan unas a otras.
Este plenum virtual de la humanidad de tráfico y comunicación, realmente conectada, movida por temas, que ha resultado de la moderna globalización terrestre a través de los imperios coloniales y de su superación en relaciones de mercado mundial (y, latentemente, de alianzas neocoloniales), no representa la primera figura de la comuna antropológica que se concibió en la historia de los autodescubrimientos y autoorganizaciones humanos. También los europeos precolombinos habían concebido ya una idea de unidad específica, articulada clásicamente en el concepto griego de oikuméne o de «mundo habitado». Que esas colonias del «modo de ser humano» quedaran limitadas a la cultura mediterránea, helenísticoromana, y en la periferia sólo iluminaran la trinidad-continente terranotolemaica (resto de)Europa-Asia(Occidental)-África(del Norte), no quita nada de su magnanimidad a esta primera idea de especie. Lo principal de la antigua concepción de ecúmene no reside en la idea de que los seres humanos hayan de estar siempre en casa en alguna parte. A los antiguos no se les ocurrió enseñar que los mortales sean en todos los pueblos animales económicos (oikein, habitar, vivir) o seres de carencias que dependen de una casa, que no pueden prescindir de un techo sobre la cabeza ni de todo lo demás que pertenece al abastecimiento fundamental. Para el ecumenismo antiguo los seres humanos no aparecen como aquellos seres vivos que tienen derechos porque físicamente todos ellos necesiten más o menos lo mismo y se sientan unidos por ello. Más bien, en el pensamiento de los primeros filósofos los seres humanos están unidos ontológicamente como miembros de una especie, que más allá de sus simbolismos locales participa en conjunto en el mismo secreto del mundo. Todos ellos contemplan la misma luz y les sobrepasa la misma pregunta. Esta idea de una participación universal en un superfundamento revelado y oculto de la realidad constituye lo que podría llamarse, con Eric Voegelin, la Primera Ecúmene de Occidente (como es sabido, también existía, además, una versión china de la idea de una totalidad civilizada, que se expresó mediante el concepto de t’ien-hsia, «todo bajo el cielo», expresión que la mayoría de las veces se traduce directamente por «imperio»)161. Retrospectivamente, Eric Voegelin formuló con precisión la estructura metafísica de la primera idea de una humanidad unitaria en la Antigüedad occidental:
La humanidad occidental no es una sociedad que exista en el mundo, sino un símbolo que remite a la conciencia del ser humano de participar en su existencia terrena en el misterio de una realidad que aspira a ser transfigurada. Humanidad universal es un índice escatológico.
[...] Sin universalidad no habría humanidad, a no ser como agregado de los miembros de una especie biológica; no habría historia de la humanidad, como no hay una historia de la gateidad o de la caballeidad. Si la humanidad ha de tener historia, sus miembros han de ser capaces de responder...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. En el mundo interior del capital
  4. Primera parte. Sobre el surgimiento del sistema de mundo
  5. Segunda parte. El gran interior
  6. Notas
  7. Créditos