LOS REINOS DE PAPEL
BERNARDO ATXAGA
Los libros del capitán
Subimos por una escalera de madera de esas, no me fijé, que podría crujir con cada paso, un lamento, un chasquido, como crujen las escalas de los barcos. Un pasamanos oscuro, suave al tacto, que conduce hasta arriba, a lo que probablemente fuera hace tiempo el desván y que ahora semeja ser la bodega de un viejo bergantín, de una goleta —el suelo, el techo, las vigas de madera—, y un par de tragaluces que parecen llegar de la cubierta y que iluminan, con una luz lechosa, tamizada como una mosquitera, los estantes de libros. Miles de ellos, diríase estibados por manos cuidadosas, forrando las paredes casi como un tapiz. Un catálogo de lomos de distintos colores que se extiende hasta el fondo, a lo lejos; un camino salpicado de lámparas, encendidas como un collar de perlas.
Hay una mesa y cajas, allí en medio. Una zona de obras, de trajín y montones, y un silencio que es casi acogedor. Y ahí, como un viejo capitán curtido en mil batallas, mil viajes y lecturas, Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951), con sus gafas de cerca, y ese paso iba a decir airoso, austero, de los lobos de mar, que cuenta cómo en las noches de tormenta —los rayos y los truenos— todo aquello parece que se mueve como si fuera azotado por las olas.
Pero hoy hay calma aquí en la biblioteca, no hay mar de fondo, ni nubes de tormenta en lontananza. Solo esa luz que entra desde la calle, timorata, e ilumina los montones de libros cruzados en los estantes. Todo provisional porque se ha decidido a clarear, a limpiar y a ordenar, como quien coloca, hacendoso, los cajones. «De algún modo, al tiempo que ordenas la biblioteca te ordenas también tú», confiesa. «Deshacerse de un libro que no quieres es desprenderse de una pesada carga, y hay una cierta sensación liberadora cuando prescindes de él».
Así, en esta biblioteca hay una parte asentada, consolidada, como aquellas viejas empresas decimonónicas, y otra que anda por ahí en un escrupuloso escrutinio de tenedor o de contable. Porque expresa el capitán Atxaga la tentadora voluntad de hacer de su biblioteca una colección y convertirse él mismo en un coleccionista. No de libros caros, primeras ediciones, obras únicas, raros y curiosos, sino de aquellos libros que le gustan. «Con sesenta y tres años tienes la sensación de salir a una zona tranquila, ideal para hacer escrutinio de uno mismo, un recuento de ideas, de formas de pensar, también de libros».
Fronteras invisibles
En la biblioteca rige un código de fronteras sutiles, como las de los mapas, líneas discontinuas, pespunteadas, que cruzan los estantes como viejos países, y que separan la poesía, en uno de los rincones —Juan Ramón, Cernuda, Sylvia Plath, Borges—, de la ficción —Longares, Leguineche, Pierre Loti— y del ensayo, al fondo, casi otro continente.
Todo en un orden iba a decir tenso y equilibrado, que pivota entre el alfabético riguroso que impone su suegro Andoni (viene de vez en cuando a encargarse de los extraviados) y el desorden que provoca el propio Atxaga: libros puestos de pie, con las cubiertas visibles como si fueran faros: Leopoldo María Panero, Erri de Luca, Novalis... Y encima de los estantes, uno de esos lugares de paso, provisionales: un par de montones donde se mezclan, en ese capricho tumultuoso de lecturas, Céline, Voyage au bout de la nuit, y Ana María Matute, Paraíso inhabitado; Paul Theroux, Mi otra vida, y Agustín Fernández Mallo, el Proyecto Nocilla.
Por allí, Onetti, casi una balda entera para él —Cuentos Completos, El astillero, La vida breve—, Vila-Matas, Luis Mateo Díez, mucho Sándor Márai, también, y algún malentendido: media docena, o más, de libros de Donna Leon que sus amigos han insistido en regalarle, y que no ha leído todavía o no le gustan. O tal vez ambas cosas.
También, algunas de sus lecturas de adolescencia: Heinrich Böll, Hermann Hesse, Günter Grass, y clásicos rusos: Tolstói, Chéjov, Dostoievski —hubo un momento, de adolescente en el instituto, en que sus compañeros le llamaban así, Dostoievski—, y aquel libro que le cambió la vida: cubierta de color fucsia, título en blanco, y en naranja, el autor: Bertolt Brecht, Poemas y canciones.