Filtro de amor
  1. 400 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Información del libro

«La belleza de Filtro de amor nos salva de ser completamente aniquilados por su poder.»Toni Morrison«Filtro de amor es una obra maestra escrita con una deslumbrante autenticidad.»Philip RothFiltro de amor, que fue el exitosísimo debut literario de Louise Erdrich, es la fascinante historia de dos familias indias de la tribu chipewa, los Kaspaw y los Lamartine. Desposeídos por el hombre blanco de su cultura, religión y poder económico, lanzados a la guerra de Vietnam, a las tortuosas sendas del cristianismo o al consumismo más primario, su existencia se verá marcada por una crisis de identidad que afectará a todos sus actos.Escrita con su inimitable estilo, Louise Erdrich nos presenta un vívido retrato de la difícil existencia de una minoría durante el siglo XX, que es a la vez un canto a la sensualidad y que nos desvela la auténtica receta para elaborar un poderoso filtro de amor.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2021
ISBN
9788418708138
Edición
1
Categoría
Literatura

Los pescadores más grandes del mundo

(1981)

1

La víspera del Domingo de Pascua, June Kashpaw caminaba por la atestada calle mayor de Willinston, la ciudad del «boom» del petróleo de Dakota del Norte, matando el tiempo antes de que llegara el autobús del mediodía que la llevaría a su casa. Era una mujer chippewa de largas piernas, que había envejecido mal en todo excepto en la forma de andar. Probablemente fue ese andar, ágil como el de una muchacha de piernas duras y delgadas, lo que atrajo la atención del hombre que la llamó golpeando la ventana del Rigger Bar. El rostro de él le pareció familiar, como tantos otros rostros. Había visto muchos que iban y venían. Él gesticuló con el brazo, invitándola a entrar, y ella lo hizo sin titubear, pensando sencillamente que podría beber una o dos cervezas con él y luego llevar sus maletas al autobús. Por lo menos quería ver si verdaderamente lo conocía. A través del cristal empañado podía ver que no era viejo y que tenía el pecho bien abrigado con nylon rojo oscuro y costoso plumón.
En el bar había cajas de huevos coloreados, brillando cada uno como una joya en su envoltura de celofán. Cuando ella entró, él descascarillaba uno celeste, como el de un tordo, que sostenía en la palma mientras le quitaba la cáscara con el pulgar. Aunque el cielo estaba cubierto, la nieve reflejaba tanta luz que por un instante no vio nada en el interior. Era como andar bajo el agua. Se dirigía solamente hacia ese huevo azul en la mano blanca, un faro en el aire oscuro.
Él le pidió una cerveza, una Blue Ribbon, y dijo que merecía un premio por ser lo mejor que había visto en varios días. Le peló un huevo, uno rosado, y dijo que hacía juego con el jersey de ella. Ella respondió que no era un jersey. Era un chaleco. Él, mientras sonreía al camarero, le dijo que si quería también podía pelarla a ella y le ofreció el huevo.
June tenía la mano más fría que el huevo, de modo que tras sostenerlo un minuto entre sus dedos ya no le pareció tibio y gomoso. Mientras lo comía descubrió qué hambrienta estaba. Había gastado en el billete el resto del dinero que le había dado el hombre anterior a ése. No sabía exactamente cuándo había comido por última vez. El hombre, impresionado, apenas terminó el primero le peló otro. Ella comió el huevo. Luego otro huevo. El camarero la miraba. Ella se encogió de hombros y sacó un largo cigarrillo mentolado de una cigarrera de plástico blanca con sus iniciales en letras doradas. Aspiró el humo y luego se inclinó hacia su acompañante por encima de las cáscaras rotas.
–¿Qué ocurre? –preguntó–. ¿Dónde es la fiesta?
Tenía el pelo cuidadosamente peinado con laca para el viaje, y los ojos, en sus cuencas de sombra azul marino, bien despiertos. Se estaba decidiendo.
–No tengo mucho tiempo antes de que salga mi autobús... –dijo.
–Olvida el autobús –el hombre se puso de pie y la tomó del brazo–. Vamos a divertirnos. ¿Me oyes? ¿Por qué no? ¡Lo pasaremos bien!
Ella no pudo dejar de advertir, cuando él pagó, que tenía un buen fajo de dinero con una banda de goma roja como las que mantienen unidos los plátanos en los supermercados. Ese fajo ayudaba. Pero había algo más importante: tenía un presentimiento. Los huevos traían suerte. Y él tenía un aire reposado y benévolo que parecía diferente. Quizá fuera un hombre diferente. El billete de autobús serviría más adelante, tal vez para siempre. Y no la esperaban en la reserva. Ni siquiera tenía allí un hombre, excepto aquel de quien se había divorciado. Gordie. Si algún día estaba desesperada, él le enviaría dinero. De modo que fue a otro bar con el hombre de la chaqueta rojo oscuro. En su furgoneta Silverado. Era un técnico en suelos. Andy. Ella no le dijo que había conocido antes a otros técnicos en suelos, ni que había oído hablar de uno a quien había matado una manguera de presión. La manguera se había disparado contra su estómago, desde abajo.
La idea de esa muerte, aunque apenas había conocido al hombre, siempre le hacía un nudo de angustia en la garganta. Era esa manguera, pensaba, lo terrible era la idea de esa manguera que atacaba como una cosa viva, desenroscándose bruscamente desde su oculto nido. Con un solo resoplido le había destrozado las entrañas. Y eso también le daba dolor de garganta, aunque había oído hablar de cosas peores. Ese momento, ese momento único en que uno comprende que está completamente vacío. El técnico debía de haber sentido eso mismo. A veces, cuando estaba a solas en su habitación, en la oscuridad, ella pensaba que sabía cómo era.
Más tarde, mientras anochecía, en un bar bullicioso, ella cerró los ojos un instante entre el humo y vio esa manguera que brotaba de pronto a través de la tierra negra con su aliento mortal.
–Ahhhh –dijo, sorprendida, casi dolorida–, debe ser así, ¿verdad?
–¿Que debo ser cómo, cielo? –le dijo, ciñéndole con más fuerza los delicados hombros. Estaban sentados en un reservado, bebiendo Angel Wings. La boca de June, con la pintura de labios borroneada, se acercó vacilante a la de él.
–Diferente –suspiró ella.
Y todavía más tarde se sintió frágil. Mientras iba al lavabo tenía miedo de golpear contra cualquier cosa porque sentía la piel dura y quebradiza y sabía que, en aquel estado, podía caer a pedazos al más leve roce. Se encerró en el lavabo y recordó la mano del hombre mientras arrancaba con el pulgar la quebradiza cáscara azul. Le picaba la ropa. El chaleco rosado estaba húmedo de transpiración y enrollado debajo de los brazos, pero no podía quitarse la chaqueta, la de vinilo blanco que le había regalado su hijo King, porque el chaleco estaba desgarrado en el estómago. Pero mientras estaba allí ocurrió algo. Bruscamente le pareció que, sin ayuda de nadie, se deslizaba fuera de sus ropas y de su piel. Sentada, se inclinó hacia delante y apoyó la frente sobre el portarrollos metálico. Sentía que su cuerpo estaba limpio y desnudo; sólo la piel era seca y vieja. Incluso si él no era diferente, ella pasaría por esto una vez más.
Se le cayó el bolso de la mano y se derramó el contenido. El picaporte de la puerta rodó por el suelo. Tenía que llevar ese picaporte consigo cada vez que salía de su habitación. No había otra forma de cerrar la puerta. Recogió el picaporte y lo sostuvo por la varilla de metal. El puño era de porcelana blanca y lisa. Dura como la piedra. Lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y, sin soltarlo, avanzó entre la muchedumbre que la miraba hacia el reservado. Tenía su habitación cerrada. Y ahora estaba preparada para él.
Sintió alivio cuando finalmente se detuvieron en una carretera secundaria, lejos de la ciudad. Incluso en la oscuridad, una vez que él apagó los faros, la nieve reflejaba suficiente luz para que se pudiera ver. Ella dejó que él tratara de quitarle la ropa, pero lo hacía con tal torpeza que tuvo que ayudarle. Se subió con cuidado el chaleco, ocultando siempre la rotura, y arqueó la espalda para que él pudiera bajarle el pantalón. Era de una tela elástica que lanzaba chispas eléctricas azules mientras él lo arrollaba alrededor de los tobillos. Golpeó el control de la calefacción. Ella sintió que de la rejilla, junto a su hombro, brotaba el calor y tuvo la sensación momentánea y voluptuosa de estar extendida ante una gran boca abierta. El aire caliente pasó por su cuello y le endureció los pezones. Luego la chaqueta de él se apretó contra ella, tan suave y mullida como una enorme lengua. No podía asirse a nada. Y sintió que resbalaba por el terso asiento de plástico hasta que la coronilla de su cabeza quedó apretada contra la portezuela del conductor.
–Oh, Dios –gemía él–. Oh, Dios, madre santa, qué bien.
No estaba haciendo nada, sólo movía las caderas encima de ella, y por fin dejó caer pesadamente la cabeza.
–Eh –dijo ella, sacudiéndolo–. ¿Andy?
Lo sacudió con más fuerza. Él no se movió ni se modificó el ritmo de su profunda respiración. Ella comprendió que no había forma de despertarlo, de modo que se quedó inmóvil bajo su peso. No se movió hasta que se sintió nuevamente frágil. La piel le parecía tensa y extraña. Y luego pensó que si se quedaba así un segundo más se quebraría todo a lo largo, y no en dos partes sino en añicos que él aplastaría al moverse en sueños. Trató de liberarse. Pasó un brazo por encima de su cabeza, enganchó el picaporte y tiró lentamente hacia abajo. La puerta se abrió repentinamente.
June estaba tan apretada que apenas cedió la cerradura cayó afuera. Al frío. Fue una conmoción, como nacer. Pero de algún modo aterrizó con los pantalones medio puestos, como si se los hubiera subido en mitad de la caída, y luego velozmente se ajustó el sostén, estiró el chaleco y buscó algo en la furgoneta. Encontró de inmediato la chaqueta y el bolso. En ese momento no estaba claro si estaba más ebria o más sobria que nunca en su vida. Dejó la puerta abierta. La calefacción, automáticamente regulada, lanzó un gran bostezo que ella oyó, o creyó oír, durante casi un kilómetro. Luego no oyó otra cosa que el crujido del hielo bajo sus botas. La nieve brillaba y reflejaba la luz de las estrellas. June se concentró en sus pies, en que siguieran estrictamente los surcos de las ruedas sobre el camino.
Caminó lo suficiente para ver el brillo anaranjado oscuro, el dosel de nubes bajas e iluminadas sobre Williston, cuando decidió ir a pie a su casa en lugar de volver a la ciudad. El viento era húmedo y suave. Es el chinook1, se dijo. Salió del camino hacia la derecha, subió la pendiente helada de la cerca y empezó a elegir su camino en campo abierto, a través de las matas de hierba muerta y la costra de hielo. Llevaba botas ligeras. Por eso pisaba con cuidado el suelo seco cuando podía y evitaba la nieve sucia y blanda. Era exactamente como volver de un baile rural o de la casa de un amigo a la cocina abrigada y con olor a hombre del tío Eli. Cruzaba el campo sacudiendo el bolso y pisando cuidadosamente para mantener secos los pies.
Ni siquiera cuando empezó a nevar perdió su sentido de la orientación. Se le entumecieron los pies, pero no le preocupaba la distancia. El fuerte viento no podía apartarla de su camino. Y cuando el corazón se le apretó como un puño y el frío volvió su piel quebradiza tampoco le importó, porque la parte pura y desnuda de ella siguió adelante.
Esa Pascua la nieve llegó a la mayor altura de los últimos cuarenta años, pero June caminó por ella como si fuera por encima del agua y llegó a su hogar.

2. Albertine Johnson

Después de esa falsa primavera, cuando la tormenta se abatió sobre todo el estado, la nieve se fundió y llegó el verano. Casi hacía calor una semana después de Pascua, cuando supe, por la carta de Mamá, que June se había ido; que no sólo estaba muerta sino sepultada, evaporada de la tierra como la súb...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Filtro de amor
  4. Los pescadores más grandes del mundo (1981)
  5. Santa Marie (1934)
  6. Gansos salvajes (1934)
  7. La isla
  8. Las perlas (1948)
  9. Los chicos de Lulu (1957)
  10. El salto del valiente (1957)
  11. Carne y sangre (1957)
  12. Un puente (1973)
  13. El descapotable rojo (1974)
  14. Báscula (1980)
  15. Corona de espinas (1981)
  16. Filtro de amor (1982)
  17. Resurrección (1982)
  18. Las buenas lágrimas (1983)
  19. Cruzando el río (1984)
  20. Notas
  21. Créditos