Lolly Willowes
eBook - ePub

Lolly Willowes

  1. 212 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

«Su visión de la mujer es la que otorga a esta novela esa vertiente subversiva que la emparenta con la obra de Jane Austen y Virginia Woolf». SARAH WATERSLolly Willowes, de veintiocho años, está aún soltera cuando tras la muerte de su adorado padre pasa a depender de sus hermanos. Tras ocuparse de todo durante demasiado tiempo, decide escapar de su constreñida existencia y se traslada a una pequeña aldea en Bedfordshire. Allí, feliz y sin trabas, no tardará en descubrir su verdadera vocación: la brujería. Y junto a su gato y al más inesperado de los aliados, Lolly será, por fin, libre.Publicada en 1926 con un éxito inmediato, Lolly Willowes es la primera y más mágica creación de su autora. Deliciosamente irónica y sugerente, la obra supuso un corrosivo alegato a favor de la independencia de las mujeres, tema que, con una serena inteligencia y un genio subversivo, anticipó el tratamiento que de él harían más tarde escritoras modernas como Angela Carter o Jeanette Winterson.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Lolly Willowes de Sylvia Townsend Warner, Celia Montolío en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Clásicos. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Siruela
Año
2016
ISBN
9788416749614
Edición
1
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

TERCERA PARTE

Era la tercera semana de agosto. Hacía bochorno; día tras día, Laura oía a los aldeanos decirse los unos a los otros que se barruntaba una tormenta. Cada tarde se quedaban en medio de la calle contemplando el cielo, mientras el ganado se quedaba esperando en los pastos. Pero la tormenta se retrasaba. Se ocultaba detrás de las colinas, esperando la hora propicia.
Laura había pasado la tarde en un prado con una forma poco habitual, pues era triangular. Dos de sus lados estaban flanqueados por bosque, y debido a esto empezaba ya a envolverlo la oscuridad de un crepúsculo prematuro, como si fuera una habitación. Laura llevaba horas allí. A pesar del bochorno, no podía quedarse quieta. Se paseaba de acá para allá, dando la vuelta con violencia cuando llegaba a la linde del prado. Tenía los miembros cansados, y tropezaba con los pedernales y los hierbajos apelmazados. Una paloma había estado zureando en el bosque durante toda la tarde. «Ru, ru, ru», decía, disfrutando de su verde enramada. Ahora había cesado, y no había vida en el bosque. El cielo estaba cubierto por una neblina densa y uniforme. Ni un solo rayo del sol declinante la traspasaba, pero el cielo entero empezaba a asumir una palidez opaca y cobriza. La larga tarde empezaba a decaer, a hurtadillas, sin inmutarse, como si se estuviera muriendo bajo los efectos de un anestésico.
Laura no se había detenido a escuchar a la paloma; no había visto la neblina espesándose en lo alto. Se paseaba con desesperación y rebeldía. Caminaba despacio, pues sentía el peso de sus cadenas. De nuevo la habían atado. Las había llevado durante muchos años, aquiescente, sin apenas reparar en su peso. Ahora lo notaba. Y, con él, su familiaridad, y esta era lo peor de todo. Titus la había visto salir de casa. Había gritado: «¿Adónde vas, tía Lolly? Espera un momento, que yo también voy». Laura había fingido que no lo oía y había seguido caminando. No volvió la cabeza hasta que hubo salido del pueblo; a cada momento esperaba oírlo llegar brincando por detrás. En tal caso, se habría dado la vuelta y le habría soltado un bufido. Y es que deseaba, ¡ah, y cuánto!, que por una vez la dejasen en paz. Incluso cuando ya estaba bastante segura de haber escapado, no pudo sacar partido a su soledad, pues la voz de Titus le seguía poniendo los nervios de punta. «¿Adónde vas, tía Lolly?». Oía todos sus tonos, y oía intensamente el silencio que ella le había dado por respuesta. Demasiado aturdida para darse cuenta de adónde iba, había enfilado un sendero cualquiera hasta que se vio metida en medio de aquel prado en el que no había estado jamás. Allí terminaba el sendero, y allí se quedó.
El bosque se alzaba ante Laura como una barrera. En el tercer lado del prado había un seto enmarañado, y a lo largo de este se extendía sin orden ni concierto un tupido tramo de bardanas, creciendo con maligna profusión. Era un lugar desagradable. Se dijo con amargura: «Bueno, a lo mejor aquí me deja en paz», y se alegró de que fuera tan poco agradable. Que se quedase Titus si quería con todo lo demás: las verdes praderas, las cumbres, los hayedos oscuros y resonantes como el interior de una caracola. Que pasease por la pradera más verde y se enseñorease de ella como un toro. Que apoltronase su corpachón en las cumbres o que hiciera salir al silencio en desbandada de los bosques. Eran de Laura, suyas y de nadie más, pero de buen grado se los cedería todos y se quedaría tan solo con aquel prado lóbrego y los bastos hierbajos que brotaban de una tierra inmunda. Todas las concesiones que fueran necesarias con tal de librarse de él. Pero ni siquiera haciéndolas podría verse libre de él, pues Titus llevaba toda la tarde presente en sus pensamientos, y su voz reverberaba en sus oídos con más nitidez que nunca: «Espera un momento, que voy contigo». Laura no lo había esperado; y aun así, había venido.
De hecho, sabía —y la certeza fue un mazazo— que Titus, al verla pasar sin prestar atención, había vuelto a coger su libro y había seguido con la lectura, leyendo despacio y chupando despacio su pipa, despreocupado, absorto y satisfecho. Puede que siguiera sentado junto a la ventana abierta. Puede que hubiera salido a pasear sin rumbo fijo, con su libro a cuestas, y que en aquellos instantes estuviese echado a la sombra, leyendo todavía o durmiendo con la nariz apretada contra la hierba, o embaucando con ociosa paciencia a una hormiga para que subiese por un tallo seco. Y es que así era Titus, el mismo que siempre había sido su amigo. Laura había creído que lo quería; incluso cuando se enteró de que iba a vivir en Great Mop, medio pensó que podría estar bien tenerlo allí. «Queridísima Lolly», había escrito Sibyl desde Italia, «he terminado por aceptar este enloquecido plan de Titus, puesto que tú estarás allí para echarle un ojo. ¡Los hombres están tan desvalidos! ¡Y Titus es tan poco práctico! El típico artista».
El artista desvalido había llegado, y nada más hacerlo salió a comprar cerveza y frambuesas. Hacía bien Sibyl en aceptarlo. No había gato capaz de saltar a la butaca más cómoda con más acierto que Titus. «Qué joven más agradable», dijo la señora Garland, alisándole los pijamas con mano voluptuosa. «Qué joven más agradable», dijo la señorita Carloe, pasando el dedo por el cordoncillo del flamante florín que acababa de recibir por las frambuesas. «Qué joven más agradable», dijeron la señora Trumpet en la tienda y la señora Ward en el Lamb and Flag. Todos los regazos querían mimar a Titus en sus blancos delantales. El joven Baco bajaba por la calle de la aldea con su cerveza y sus frambuesas, haciendo gentiles reverencias a todos los conocidos de Laura. Aquella noche cenó con ella y habló de Fuseli. Fuseli —pronúnciese Fuzli— era un personaje apenas reconocido y de suma importancia. Sus cuadros, por supuesto, eran lo de menos: Titus suponía que había algunos en la Tate. Era de Fuseli el hombre, de Fuseli como signo de su época, de lo que iba a escribir Titus. La ambición de su vida había sido escribir un libro sobre él, y su primera visita a Great Mop lo convenció de que era el lugar perfecto para hacerlo. El secreto, dijo Titus, de escribir un buen libro estribaba en que le prohibieran a uno el acceso a la sala de lectura del Museo Británico. Laura dijo, un tanto malhumorada, que, si a eso se reducía, Titus se podría haber quedado en Bloomsbury y haber escrito su libro los Viernes Santos. Titus puso reparos. ¿Y si se le acababa la tinta? ¡No! El lugar indicado era Great Mop.
—Mañana —añadió— tienes que sacarme por ahí y enseñarme todas tus veredas.
Dejó la pipa y la petaca sobre la repisa de la chimenea. Parecían el orbe y el cetro de un monarca usurpador. Aquella noche, Laura soñó que Fuseli había llegado a la granja avícola del señor Saunter, había matado las gallinas y había reconvertido el prado en un campo de golf.
Durante los días siguientes oyó hablar largo y tendido de Fuseli mientras le enseñaba obedientemente a Titus todas sus veredas. Hacía calor, así que caminaban por el bosque. Las veredas eran estrechas, casi nunca quedaba sitio para que anduvieran hombro con hombro, de manera que por lo general Titus iba delante, proyectando su voz hacia el silencio. A Laura le desagradaban estos paseos. Se avergonzaba de la compañía de Titus; se imaginaba que los bosques la veían con él y se apartaban con desprecio para dejarlos pasar juntos.
Titus era más tolerable en la calle de la aldea. De hecho, al principio Laura estaba bastante orgullosa del éxito de su sobrino. Al cabo de una semana conocía a todo el mundo, y muchísimo mejor que ella. Iba y venía entre el Lamb and Flag y el rústico maderamen del césped del párroco. Hizo una contribución a los fondos para el mantenimiento de la cancha de bolos, se apuntó al club de críquet, se comprometió a dar conferencias en el instituto las tardes de invierno. Le invitaron a convertirse en tañedor de campanas y a dar lectura a las Escrituras en la iglesia. Despuntó con proyectos para la Cooperativa de Conejos Azules de Beveren, para la danza Morris y para representar Coriolano con los antiguos guardabosques, además de conseguir que Henry Wappenshaw viniese a pintar un letrero para la aldea y de invitar a Pandora Williams y su rabel a la Exposición Floral de Barleighs. Felicitó a Laura por haber descubierto un ejemplo tan incorrupto de comunidad rural.
Al cabo de las dos primeras semanas su vasta fronda ya no crecía de modo tan exuberante. Había empezado a crecer hacia abajo, arraigándose en la tierra. Comenzó su libro, y prometió ser el padrino del siguiente hijo del peón caminero. Cuando Laura y él salían juntos a pasear a veces se quedaba callado, volviendo la cabeza de un lado a otro para olisquear el cálido aroma de un campo de tréboles. En cierta ocasión, cuando estaban en la cumbre que protegía el valle desde el sudeste, dijo: «Me gustaría acariciarlo», y señaló con un gesto de la mano el estampado de sinuosas colinas con su repujado de sinuosos hayedos. Laura sintió un escalofrío al oír sus palabras, y desvió la mirada del paisaje que tan celosamente amaba. Titus jamás habría podido hablar así de no haberlo amado él también. Por mucho que lo amase con el profundo amor de los Willowes a los paisajes y los olores campestres, por íntimo y sobrio que fuera su amor, a Laura por fuerza tenía que parecerle horrible. Era de distinto tipo que el suyo. Era cómodo, era llevadero, era un razonable apetito admirativo, un amor posesivo y masculino. Casi la distanciaba de Great Mop que Titus fuese capaz de amarlo tanto y de expresar su amor con tanta facilidad. Amaba el campo como si fuera un cuerpo.
Ella no lo había amado así. Durante días enteros no había sido consciente de su aspecto externo, porque mucho antes de verlo ya lo había amado y le había dado su bendición. Sin más garantías que un nombre, unas pocas líneas y letras sobre un mapa, además de un ramo de hojas de haya, había confiado en el lugar y se había jugado todo a su confianza. Había hecho grandes esfuerzos por venir, y sin embargo a Titus no le había costado nada. Para él era tan fácil abandonar Bloomsbury para irse a las Chiltern como para un gato saltar de una silla dura a una blanda. Ahora, después de escarbar y explorar un poco, estaba acurrucado en el verde y cómodo regazo, ronroneando de placer por el paisaje. La intención de Titus era quedarse en él, pues sabía dónde podía estar a gusto. Tan confortable era que se podía permitir ponerse cariñoso, alabar sus acogedoras laderas, tender una garra y acariciarlo. Pero Great Mop no significaba para él más que cualquier otro agradable regazo campestre. Le gustaba porque lo poseía. Al margen de su comodidad, era un lugar como otro cualquiera.
Laura odiaba a Titus porque osase amarlo así, por el mero hecho de que se atreviese a amarlo. Sobre todo lo odiaba por haberle impuesto a ella su tipo de amor. Desde que Titus llegó a Great Mop, a Laura no se le había permitido amar a su manera. Comentando, destacando, valorando, Titus tiraba uno tras otro de los sentidos de Laura como si fueran otras tantas cuerdas de campana. Era un buen juez de las cosas del campo; casi nada escapaba a su atención, entendía las cualidades de un paisaje al igual que su padre había comprendido las de un caballo. No era aquella la manera de Laura. Se avergonzaba de que alguien pudiese hacerle al campo esos cumplidos tan de tratante de caballos. Día tras día, el espíritu del lugar se iba alejando cada vez más de ella. El bosque la juzgaba por su acompañante, y callaba cuando pasaba con Titus. El silencio los oía venir y salía huyendo de los prados, las colinas guardaban bajo llave sus pensamientos y se convertían en montículos de hierba destinados a que alguien subiese y bajase por ellos. Era víctima de un boicot, y lo sabía. Dentro de poco ya no conocería Great Mop. También para ella sería un lugar como cualquier otro, un paisaje bucólico en el que una tía salía a pasear con su sobrino.
Lo único que le quedaba era aquel prado yermo. Ni siquiera aquello era verdaderamente suyo, pues también allí Titus caminaba a su lado y la llamaba tía Lolly. No podía hacer nada contra él. Titus no tenía ni idea de hasta qué punto había desbaratado su serenidad; le estaba amargando la vida con la mejor de las intenciones. Si pudiese adivinar, o si ella se lo pudiera decir, la ruina que traía consigo, se habría marchado. Eso Laura lo admitía, incluso en pleno arrebato de crispación. Titus tenía buen corazón, solo pretendía su bien. Además, a su sobrino le sería fácil encontrar otra aldea, había otros regazos igual de suaves y verdes. Pero eso jamás sucedería, nunca lo adivinaría. Jamás se le ocurriría buscar trazas de resentimiento en el rostro de Laura, ni hacer especulaciones sobre el humor de una persona a quien tan bien conocía. Además ella nunca sería capaz de decírselo. Cuando estaba con él se sobreponía y reanudaba su antiguo oficio de tía Lolly. No había escapatoria.
En vano había intentado huir, pasajeros e ilusorios habían sido sus éxtasis de alivio. Había desperdiciado veinte años de su vida como si fueran un puñado de trapos viejos, pero el viento se los había devuelto y la había vestido con el antiguo uniforme. Soplaba sin parar desde el casco viejo, era el mismo viento del este que en Apsley Terrace empujaba los papelajos calle abajo. Y ella era ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. PRIMERA PARTE
  6. SEGUNDA PARTE
  7. TERCERA PARTE