El caso Birdman
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El caso Birdman

Mo Hayder, Javier Sánchez García-Gutiérrez

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  1. 352 páginas
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El caso Birdman

Mo Hayder, Javier Sánchez García-Gutiérrez

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«La vibrante narrativa y las aterradoras descripciones de Hayder impulsan el desenlace del libro con un ritmo trepidante.»The TimesGreenwich, al sudeste de Londres. El inspector Jack ­Caffery –joven, compulsivo, impasible– acude al lugar donde se ha cometido uno de los crímenes más espantosos que jamás ha visto. Cinco prostitutas han sido asesinadas de manera ritual y arrojadas a un descampado cerca del Millenium Dome. Las autopsias posteriores revelan la existencia de una truculenta firma que vincula a todas las víctimas. Caffery se da cuenta pronto de que está tras la pista de una de las figuras delictivas más peligrosas: un asesino en serie. Molesto por la desconfianza hacia él dentro de las fuerzas policiales y obsesionado por el recuerdo de una muerte muy cercana en su infancia, Caffery utiliza todas las armas que la ciencia forense le ofrece para cazar al asesino. Sabe que solamente es cuestión de tiempo que ese sádico criminal actúe de nuevo…

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Información

Editorial
Siruela
Año
2013
ISBN
9788415937630
EL CASO BIRDMAN
1
Al norte de Greenwich. Finales de mayo. Tres horas antes del amanecer y el río aparecía desierto. Las gabarras renegridas tensaban sus amarras en la corriente y la marea viva liberaba suavemente las pequeñas balandras del fango en el que descansaban. Del agua surgía una bruma que avanzaba hacia el interior, entre almacenes a oscuras y sobre el abandonado Millennium Dome, atravesando páramos solitarios y extraños paisajes de aspecto lunar hasta disiparse entre la maquinaria fantasmal de un depósito de áridos medio en ruinas situado a unos cuatrocientos metros tierra adentro.
Un repentino barrido de faros: un coche de policía entraba en la vía de servicio lanzando silenciosos destellos azules. Momentos después se le unieron un segundo y un tercer coche. Durante los veinte minutos siguientes continuó llegando más policía: ocho coches patrulla, dos Ford Sierra camuflados y la furgoneta Ford Transit blanca del equipo de fotografía forense. Se estableció un control de seguridad al principio de la vía de servicio y se ordenó a los agentes uniformados que cerraran el acceso desde el río. El primer oficial del CID en llegar al lugar se puso en contacto con la centralita de Croydon para solicitar los números de los busca de los miembros de la AMIP, unidad de la policía metropolitana del Gran Londres, formada por investigadores expertos, encargada de prestar ayuda a los detectives del CID en las pesquisas de los delitos importantes. A unos ocho kilómetros, el inspector Jack Caffery, asignado al Grupo B de la AMIP, despertó en su cama.
Caffery permaneció tumbado, parpadeando en la oscuridad, mientras ordenaba sus pensamientos y combatía el impulso de darse la vuelta y volverse a dormir. Tras una profunda inspiración, hizo el esfuerzo de salir de la cama, se dirigió al baño para echarse agua en la cara –no más Glenmorangies durante la semana de guardia, Jack, júralo, júralo ahora– y se vistió, sin muchas prisas: mejor llegar completamente despierto y sereno, ahora la corbata, un detalle subestimado –a los del CID no les gusta que llamemos la atención más que ellos–, el busca, y café, cantidad de café instantáneo, con azúcar pero sin leche, nada de leche –y sobre todo no comas, nunca se sabe lo que te vas a encontrar–. Se tomó dos tazas de café, cogió las llaves del coche del bolsillo de los vaqueros y, espabilado por la cafeína, con un cigarrillo liado entre los dientes, condujo por las desiertas calles de Greenwich hasta la escena del crimen. Allí su superior, el superintendente Steve Maddox, un tipo de baja estatura y prematuramente cano, impecable como siempre con un traje color pardo, le esperaba fuera del depósito, caminando de acá para allá bajo una farola solitaria mientras jugueteaba con las llaves del coche y se mordía el labio.
Maddox vio el coche de Jack detenerse, se acercó a él y, apoyando un codo en el techo, se inclinó para asomarse a la ventanilla:
–Espero que no hayas comido nada –advirtió.
Caffery tiró del freno de mano y cogió papel de liar y tabaco del salpicadero.
–Estupendo. Precisamente lo que esperaba oír.
–Este ha rebasado con mucho la fecha de caducidad –añadió Maddox mientras retrocedía y Jack salía del coche–. Mujer, enterrada parcialmente. Justo en medio del descampado.
–¿La has visto?
–No, no. Me han puesto al día los del CID de la zona –contestó. Lanzó una mirada por encima del hombro hacia donde los oficiales del CID formaban un corrillo. Después dijo en voz baja–: Le hicieron la autopsia. La clásica cremallera en forma de Y.
Jack se detuvo y apoyó la mano en la puerta del coche.
–¿La autopsia?
–Sí.
–Entonces probablemente haya desaparecido de un laboratorio de patología.
–Ya...
–Una travesura de un estudiante de medicina...
–Ya sé, ya sé –le interrumpió Maddox con las manos levantadas–. En realidad no es nuestro terreno, pero mira.
Lanzó una nueva ojeada por encima del hombro y se le acercó.
–Ten en cuenta que los del CID de Greenwich suelen tratarnos bien. Démosles gusto. No pasa nada por echar un vistazo rápido a la carnicería. ¿De acuerdo?
–De acuerdo.
–Bien –prosiguió Maddox, enderezándose–. Y tú, ¿cómo andas? ¿Crees que estás listo?
–Pues no, joder –replicó Caffery. Cerró la puerta del coche de un portazo, sacó su placa del bolsillo y, encogiéndose de hombros, añadió–: Es evidente que no estoy listo. Y no sé si alguna vez lo estaré.
Siguieron la valla que rodeaba el recinto y se dirigieron hacia la entrada. La única luz existente era la de las bombillas de sodio de las farolas dispersas, amarillenta y mortecina, y la del flash de la cámara del equipo forense que a veces inundaba el descampado con su blanco destello. A kilómetro y medio hacia el norte, sobre la línea del horizonte, se erguía la luminosa cúpula del Millennium con sus balizas rojas para la seguridad aérea parpadeando bajo las estrellas.
–Estaba metida en una bolsa de basura o algo así. Pero está tan oscuro ahí fuera que el primer oficial que la vio no lo puede asegurar: al ser la primera vez que se encontraba en circunstancias semejantes debió de llevarse un susto de muerte –explicó Maddox. Entonces hizo un gesto con la cabeza hacia un grupo de coches y añadió–: El Mercedes. ¿Ves el Mercedes?
–Sí –contestó Caffery sin romper el paso.
Un tipo de aspecto corpulento, encorvado en el asiento delantero con un abrigo de pelo de camello, hablaba con determinación con un oficial del CID.
–Es el propietario. Por aquí hay mucho puterío por el asunto del Millennium. Dice que contrató una cuadrilla la semana pasada para limpiar un poco el lugar. Con tanta maquinaria pesada es probable que removieran la tumba sin darse cuenta. Luego a la una...
Llegaron al control, Maddox hizo una pausa, y ambos mostraron sus placas al agente de servicio, se identificaron y agacharon la cabeza para pasar por debajo de la cinta que delimitaba la escena del crimen.
–Luego a la una de esta madrugada –continuó–, tres tipos que andaban por aquí haciendo algo poco sano con una lata de cola adhesiva Evostik se tropezaron con el cadáver. Están en la comisaría. La coordinadora de la escena del crimen nos dará más detalles. Ya ha estado ahí dentro.
La sargento Fionna Quinn, enviada por Scotland Yard, les esperaba en una zona iluminada junto a una caseta prefabricada, como si fuera un fantasma con su mono blanco Tyvek. Cuando se acercaron se retiró la capucha con gesto serio.
Maddox hizo las presentaciones.
–Jack, esta es la sargento Quinn. Mi nuevo inspector, Jack Caffery.
Caffery se aproximó con la mano extendida.
–Encantado de conocerla.
–Lo mismo digo, señor –contestó. Se quitó un guante de látex y, estrechando la mano de Caffery, añadió–: Su primer caso, ¿verdad?
–En la AMIP, sí.
–Bien. Ojalá tuviera algo más agradable para usted. Ahí dentro las cosas no son nada bonitas. Nada en absoluto. Le partieron el cráneo con algo, maquinaria probablemente. Está boca arriba –dijo echándose hacia atrás, con los brazos extendidos y la boca abierta, a modo de explicación. En la penumbra Caffery vio el brillo de al...

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