Como una extraña
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Como una extraña

  1. 336 páginas
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Como una extraña

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Información del libro

Dicen que nunca debes fiarte de quien no conoces. Tal vez tengan razón.Cuando Emma Joseph conoció a su marido, David, este era un hombre destrozado. Su primera mujer había muerto al salirse su coche de la carretera y su hija de seis años desapareció misteriosamente del lugar del siniestro. Ahora, seis años después, Emma cree que aquellos dolorosos tiempos han quedado atrás para siempre. Su esposo y ella han construido una nueva vida juntos, y tienen un bebé precioso. Pero de pronto, cuando una extraña de doce años irrumpe en sus vidas, todo parece tambalearse.En paralelo, el inspector de policía Tom Douglas, recién llegado a Manchester desde la ciudad de Londres, tendrá que vérselas con un caso en el que su oscuro y no resuelto pasado se entremezcla con una agónica investigación a contrarreloj que cambiará la existencia de todos.En este adictivo thriller psicológico, repleto de vertiginosos e insospechados cambios de dirección, Rachel Abbott consigue atraparnos hasta la última página, dejándonos con la sensación de que aquellos a quienes tenemos más cerca tal vez sean las personas a las que menos conozcamos...

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Información

Editorial
Siruela
Año
2016
ISBN
9788416854516
Edición
1
Categoría
Literature

1

Seis años después
 
El inspector jefe de Policía Tom Douglas se descubrió tarareando una melodía mientras caminaba por el pasillo camino de su despacho. Siempre disfrutaba del primer día de regreso al trabajo tras unas vacaciones, de manera muy parecida a como le había gustado siempre, cuando era niño, volver al colegio tras la larga pausa del verano. Era por la idea de la anticipación, de saber que el día iba a traer desafíos que le apetecía afrontar. Disfrutaba de la camaradería de su equipo, que no estaba formado exactamente por amigos, pero sí por aliados que lo apoyaban, y que él sabía que le cubrirían las espaldas. No era el trabajo más fácil del mundo, pero no solía aburrirse muy a menudo, y eso ya era decir mucho.
Abrió de un empujón la puerta de su despacho y fue a colocar con el pie izquierdo el tope en su lugar. Su pie no se encontró más que con aire. Bajó la mirada: ni rastro del cerdo gordo que usaba para mantener la puerta abierta. Colgó la chaqueta del perchero y se agachó para buscarlo debajo de la mesa.
Oyó una breve llamada a la puerta y dijo:
—Adelante.
La puerta se abrió y escuchó una voz que reconoció perfectamente, intentando controlar cierto nivel de hilaridad.
—¿Todo bien por ahí abajo?
—Estoy bien, pero alguien me ha birlado el maldito cerdo. —Tom se puso de pie, sacudiéndose las rodilleras de los pantalones del traje para limpiarlo del polvo de un suelo sin aspirar—. De verdad, uno hubiera pensado que en una central de Policía lo razonable sería encontrar ciudadanos honrados y respetuosos con la ley, ¿no? Pensaba que a lo mejor lo habían metido ahí debajo de una patada, pero no lo veo por ninguna parte.
—Creo que si alguien le ha dado una patada a tu cerdo te encontrarás al culpable antes o después cojeando por ahí con un dedo roto. Y nadie le roba al inspector jefe a no ser que sea muy idiota; aunque también es verdad que basándonos en eso tendríamos que tener en cuenta a varios candidatos. Haré averiguaciones por ahí.
Tom sacó la silla y se sentó, haciendo un gesto para que Becky hiciera lo mismo.
—¿Qué tal te ha ido, Becky? ¿Pasó algo emocionante mientras estuve fuera?
—Las cosas de costumbre, en general —contestó Becky, cogiendo una silla—. Excepto por una violación especialmente violenta, que pensábamos que había sido cometida por un desconocido, pero resultó que no.
—¿Y entonces quién fue?
—El cabrón de su novio. Se puso una máscara y todo, la estaba esperando cuando volvió del trabajo. Le dio una paliza que la dejó hecha papilla, la violó de la manera más cruel, y luego la dejó allí tirada.
—¿Cómo lo descubristeis?
—Lo descubrió ella. Para empezar, cuando recobró la conciencia en el hospital nos dijo que no tenía ni idea de quién era, pero vimos que estaba ocultando algo. Resultó que estaba aterrorizada puesto que si nombraba a su novio, él la mataría. Al final se rindió y nos lo contó, pero nos dijo que no lo iba a denunciar porque no había más pruebas que su palabra contra la de él.
Becky se echó hacia atrás y cruzó los brazos.
—Pero lo cogimos. Había tenido el buen juicio de usar condón, pero el muy estúpido fue y lo tiró recién usado en una papelera a cincuenta metros. Nos dijo que su novia se lo había ganado por cómo había estado coqueteando con otros tíos en el pub en el que trabaja.
Becky hizo una mueca de asco, y a Tom se le apareció brevemente una imagen mental de la helada determinación con la que habría interrogado a este tío. A pesar de su vulnerabilidad personal, su inspectora tenía una inquietante habilidad para sacarle la verdad a la gente.
—Bueno, a todo esto, ¿qué tal tus vacaciones? —preguntó Becky.
—Bien, gracias. Leo y yo pasamos unos días en Florencia, y luego fuimos a mi casita de Cheshire. Tenía un montón de papeles de mi hermano que organizar, y Leo tenía que estudiar para un examen, así que fue una de esas semanas fáciles que parecen desaparecer y quedar atrás en nada de tiempo.
En general, Tom procuraba mantener su vida personal en el ámbito de lo privado, y solo recientemente había empezado a mencionar a Leo ante sus colegas. Le divirtió descubrir que uno o dos de ellos no habían caído en que Leo era el diminutivo de Leonora, y había podido ver alguna que otra expresión de sorpresa, hasta que Becky los sacó de su error.
Solo un puñado de personas sabían de la casa en Cheshire que Tom había comprado al dejar la Policía Metropolitana de Londres. Tampoco solía mencionar a su hermano Jack, aunque sabía que Becky conocía la historia del trágico accidente que había truncado su vida hacía unos años, igual que sabía que Jack le había dejado a Tom una herencia millonaria por la venta de su empresa de seguridad cibernética. Pero ella nunca sacaba el tema, a no ser que lo hiciera Tom.
El teléfono de Tom interrumpió la conversación sobre las vacaciones.
—Tom Douglas —respondió. Escuchó a su jefa, la inspectora jefe Philippa Stanley, darle ese tipo de noticia que detestaba más que ninguna otra. Su alegre humor se disipó en un instante. Colgó el teléfono—. Coge el abrigo, Becky. Tenemos un cadáver, y siento decirte que es una chica joven, según todos los informes apenas una adolescente.
 
 

2

Por una vez Tom cedió y accedió a que Becky condujera hasta la escena, pero se arrepintió de haber tomado esa decisión a los pocos minutos de emprender el viaje. Que moviera el volante con una sola mano y pareciese no tener en cuenta al resto de los conductores era un tema de discusión entre ellos desde el día que se conocieron, y ahí nada había cambiado. Él había intentado apuntarla a un curso de conducción avanzada, pero Becky no veía ninguna necesidad de hacerlo. Como ella decía, nunca había tenido un accidente, y a Tom solo se le ocurría pensar que era porque todo el mundo la veía venir y sencillamente se quitaba de su camino.
Ahora, al dar un sonoro frenazo en una larga recta, detrás de varios vehículos policiales más, lo alivió salir del coche.
La carretera estaba flanqueada por árboles bien crecidos que resguardaban de las miradas varias propiedades independientes situadas en el lado derecho. A la izquierda, una densa zona boscosa se hallaba separada de la acera por un sólido muro. A unos cincuenta metros, un oficial de uniforme hacía guardia frente a una anticuada tranquera desde la que salía un estrecho sendero de tierra que se adentraba en el bosque. Ya habían colocado una estrecha tira de precinto policial.
Sin cruzar palabra, se pusieron los trajes de protección y echaron a andar hacia el sendero.
Después de intercambiar unas pocas palabras con el policía para identificarse, Tom y Becky caminaron en fila india por el camino embarrado, con las zarzas enganchándose a las perneras de sus trajes, hasta llegar a un túnel en forma de arco. Tom supuso que por encima correría una vieja línea de ferrocarril en desuso, y vio que Becky arrugaba la nariz al entrar en aquel espacio oscuro y lúgubre. A juzgar por el olor y por la basura esparcida por el suelo, seguro que aquel túnel solo se usaba para actividades decididamente poco salubres, y al avanzar esquivando las botellas rotas y las latas de cerveza, manteniéndose en el centro del camino para evitar parte del desagradable detritus que se acumulaba cerca de las paredes, Tom miró a su alrededor. Si la chica había sido asesinada, ¿por qué matarla a la intemperie y no aquí dentro, donde había menos posibilidades de ser visto? El lugar tenía escena del crimen escrito por todas partes, y si no de este crimen en concreto, seguro que aquel túnel había sido testigo de no poca depravación.
Más allá del túnel otro oficial los esperaba para indicarles la dirección, y delante pudo ver dos tiendas de campaña blancas, levantadas a cada lado de un roble, y unidas con cinta para incluir el grueso tronco del árbol. De pie justo por fuera del precinto policial de la escena, Tom vio la corpulenta figura de Jumoke Osoba, más conocido como Jumbo. Lo alivió ver que, por la razón que fuera, a esta chica le habían asignado el mejor jefe de forenses que Tom hubiera conocido nunca. Por una vez, en el rostro de Jumbo no había ni rastro de su sonrisa amplia y contagiosa. Tom le hizo un gesto con la cabeza ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Prólogo
  6. 1
  7. 2
  8. 3
  9. 4
  10. 5
  11. 6
  12. 7
  13. 8
  14. 9
  15. 10
  16. 11
  17. 12
  18. 13
  19. 14
  20. 15
  21. 16
  22. 17
  23. 18
  24. 19
  25. 20
  26. 21
  27. 22
  28. 23
  29. 24
  30. 25
  31. 26
  32. 27
  33. 28
  34. 29
  35. 30
  36. 31
  37. 32
  38. 33
  39. 34
  40. 35
  41. 36
  42. 37
  43. 38
  44. 39
  45. 40
  46. 41
  47. 42
  48. 43
  49. 44
  50. 45
  51. 46
  52. 47
  53. 48
  54. 49
  55. 50
  56. 51
  57. 52
  58. 53
  59. 54
  60. 55
  61. 56
  62. 57
  63. 58
  64. 59
  65. 60
  66. 61
  67. 62
  68. 63
  69. 64
  70. 65
  71. 66
  72. 67
  73. 68
  74. 69
  75. 70
  76. Agradecimientos