Las formas espirituales de la afectividad
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Las formas espirituales de la afectividad

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Las formas espirituales de la afectividad

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Información del libro

Con su estilo directo, penetrante y diáfano de hacer filosofía, Dietrich von Hildebrand nos descubre en este breve ensayo que lo más característico de una buena parte de la vida afectiva del hombre es su genuino carácter espiritual, distinguiendo entre los sentimientos inferiores no espirituales, tales como la irritación o ciertos estados de angustia, que tienen una relación puramente causal, y los sentimientos superiores, que tiene una relación significativa inteligible con el objeto que capta el entendimiento y que poseen todos los indicios de lo específicamente espiritual.

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Información

Año
2016
ISBN
9788490558096
Edición
1
Categoría
Philosophy

APÉNDICE
AFECTIVIDAD NO-ESPIRITUAL Y ESPIRITUAL

(ex: Dietrich von Hildebrand, El Corazón. Un análisis de la afectividad humana y divina. Traducción de Juan Manuel Burgos. Ediciones Palabra, Madrid, 2009, 6ª edición, pp. 60-88).
Hemos mencionado ya que la esfera afectiva comprende un conjunto de experiencias que difieren de manera notable en estructura, cualidad y rango, y que van desde los estados no espirituales hasta respuestas afectivas de alto nivel espiritual. Enumeraremos ahora brevemente los principales tipos de experiencias afectivas o «sentimientos» para mostrar cuán erróneo es tratar esta esfera como si fuera homogénea. Esta enumeración nos mostrará en sus alturas y en sus profundidades el tremendo papel que juega la esfera afectiva y el lugar que ocupa el corazón en la vida y en el alma del hombre.
La primera diferencia fundamental en el campo de la afectividad es la que existe entre los sentimientos físicos y los psíquicos. Consideremos, por ejemplo, un dolor de cabeza, el placer que sentimos al tomar un baño caliente, la fatiga física, la agradable experiencia de descansar cuando estamos cansados o la irritación de nuestros ojos cuando han estado expuestos a una luz demasiado intensa. En todos estos casos el sentimiento se caracteriza por ser una experiencia claramente relacionada con nuestro cuerpo. Todos estos sentimientos son, evidentemente, experiencias conscientes, y están separados por un insalvable abismo de los procesos fisiológicos, aunque guardan con ellos la más estrecha relación.
Es importante darse cuenta, sin embargo, de que la relación de estos sentimientos con el cuerpo no se limita a una vinculación causal con los procesos fisiológicos; implica también una relación consciente y experimental con el cuerpo. Mientras sentimos estos dolores o placeres los vivimos como algo que tiene lugar en nuestro cuerpo. En algunos casos están estrictamente localizados en una parte determinada de nuestro cuerpo, como, por ejemplo, el dolor en un pie o en un diente. En otras ocasiones, como la fatiga, afectan a todo el cuerpo. Algunas veces los vivimos como el efecto de algo en nuestro cuerpo, por ejemplo, cuando la aguja del doctor nos pincha; en otras, como «sucesos» que tienen lugar dentro del mismo cuerpo. [6]
Incluso prescindiendo del conocimiento que se deriva de experiencias previas y de la información que nos da la ciencia, estos sentimientos muestran claramente la característica propia de las experiencias corporales. Si comparamos un dolor de cabeza con la tristeza por un suceso trágico, es imposible no darse cuenta de la diferencia fundamental que existe entre estos dos «sentimientos». Uno de los rasgos más característicos de esta diferencia está precisamente en el carácter corporal del dolor, que lo distingue de la tristeza. Este carácter corporal lo descubrimos tanto en la cualidad de estos sentimientos como en la estructura y naturaleza de su ser experimentados. Este tipo de sentimientos y de instintos corporales son el único tipo de sentimientos que tienen una relación fenomenológica con el cuerpo. [7] Forman el centro de nuestra experiencia corpórea, la que nos afecta de manera más aguda y la más alerta y consciente; son el núcleo más existencial de nuestra experiencia corpórea.
Sería completamente erróneo pensar que los sentimientos corpóreos de los hombres son los mismos que los de los animales, ya que el dolor corporal, el placer y los instintos que experimenta una persona poseen un carácter radicalmente diferente de los de un animal. Los sentimientos corporales y los impulsos en el hombre no son ciertamente experiencias espirituales, pero son sin lugar a dudas experiencias personales.
Esto supone que existe un puente infranqueable entre los sentimientos corporales humanos y los sentimientos corporales animales. Aun concediendo que algunos procesos fisiológicos son homólogos, en la vida consciente de un ser humano todo es radicalmente distinto al estar insertado en el mundo misteriosamente profundo de la persona y al ser vivido y experimentado por un «yo».
En un trabajo previo, In Defence of Purity [8], hemos considerado la «profundidad» de los sentimientos corporales en la esfera sexual y cómo están destinados a ser modelados por el amor conyugal. Aislar estos sentimientos corporales de la realidad total de la persona humana significaría no comprenderlos, y no solo desde el punto de vista moral, sino también desde el punto de vista de su verdadero significado y de su carácter intrínseco. Solo cuando se ven a la luz de la específica intentio unionis del amor conyugal y de la sanción de Dios en el matrimonio, solo cuando los consideramos en relación con el amor, revelan su auténtico carácter y muestran su significado real.
No es necesario indicar aquí hasta qué punto resulta patente el carácter personal de esta experiencia corporal ni discutir la inagotable diferenciación de su significado en cada personalidad individual. Esta diferenciación nace de la actitud de la persona hacia la experiencia corporal, que es determinante, y del modo en que la vive, es decir, de la diferencia de ethos por lo que se refiere a la pureza y a la integridad espiritual. Surge también del simple hecho de que se trata de esta persona, que es esta amada personalidad individual quien lo experimenta.
Cuando contemplamos a un hombre sufriendo a causa de los dolores corporales que asaltan su cuerpo, este sufrimiento pone de relieve la dignidad y la nobleza del cuerpo humano, que está misteriosamente unido a un alma inmortal. ¡Pensemos por un instante en los terribles sufrimientos corporales soportados por los mártires! El hecho de que estos dolores fueran sentidos por personas que estaban dispuestas a sufrir tormento y muerte antes que negar a Dios, y que los soportaran en sus cuerpos, pone claramente de manifiesto el carácter corporal de estas experiencias.
¿Y quién negará la misteriosa profundidad de los sufrimientos corporales de nuestro Señor, los sufrimientos físicos experimentados por el Dios-Hombre?
Consideremos ahora los sentimientos psíquicos. Nos enfrentamos aquí con una variedad de tipos mucho más grande. De hecho, es precisamente en este reino de los sentimientos no-corpóreos donde encontramos las más desastrosas equivocaciones sobre el término «sentimiento». Hay que establecer muchas diferencias decisivas en este ámbito.
Un ejemplo de un tipo de sentimiento no-corporal ontológicamente bajo es el buen humor que se experimenta frecuentemente después de tomar bebidas alcohólicas. No nos referimos a la embriaguez, sino más bien a ese ligero «estar alegres». Esta euforia o su estado opuesto de depresión (que puede seguir a la embriaguez real) no es ciertamente un simple sentimiento corporal al que se podría oponer, por ejemplo, un sentimiento diverso, como una cierta pesadez. Estas experiencias difieren de los sentimientos corporales que hemos considerado anteriormente, como el dolor, el placer físico, la fatiga o el sueño. Estos estados de «alegría» y depresión son «humores» que no tienen la marca de las experiencias corporales. Porque, para empezar, estos estados psíquicos no tienen por qué estar causados por procesos corporales. Una depresión puede estar causada por una experiencia psíquica, como, por ejemplo, una gran tensión o una impresión no asimilada. Además, se puede estar deprimido o de mal humor sin saber la causa, que de hecho puede estar en una penosa discusión del día anterior o en que se ha estado sometido a una situación de gran tensión o sufrimiento.
Pero incluso en el caso de que estos humores estén causados por nuestro cuerpo, no se presentan como la «voz» de nuestro cuerpo ni son estados de nuestro cuerpo. Son mucho más «subjetivos», es decir, están más radicados en el sujeto que los sentimientos corporales. Podemos estar alegres mientras padecemos un dolor físico; y este estado de ánimo positivo se manifiesta en el ámbito de nuestras experiencias psíquicas: el mundo aparece de color de rosa, el mal humor desaparece, y la alegría inunda todo nuestro ser.
Naturalmente, no pretendemos negar que pueden existir diferentes sentimientos corporales que acompañan a este estado psíquico de buen humor. Pero que estos sentimientos psíquicos estén acompañados por sentimientos corporales y que ambos coexistan en nosotros, no disminuye la diferencia entre ellos. La diferencia esencial permanece incluso si se experimenta una conexión entre un sentimiento corporal y un estado psíquico, como, por ejemplo, cuando un sentimiento corporal de salud y vitalidad coexiste con el sentimiento psíquico de alegría o de buen humor. En este caso, las dos realidades no solo coexisten y se interpenetran mutuamente, sino que podemos darnos cuenta en esta misma experiencia de la influencia que nuestra vitalidad corporal tiene sobre nuestro estado psíquico de alegría. Pero la experiencia de esta conexión no borra de ningún modo la diferencia básica entre los sentimientos corporales y el sentimiento o estado psíquico.
De todos modos, aunque estados como el buen humor o la depresión no son sentimientos corporales, difieren incomparablemente más de ...

Índice

  1. Nota introductoria
  2. LAS FORMAS ESPIRITUALES DE LA AFECTIVIDAD
  3. APÉNDICE Afectividad no-espiritual y espiritual