1. UNA IMPORTANTE ETAPA DE LA HISTORIA DE ESPAÑA
Amanecer en Linares
La primera amplia mitad de los 41 años que vivió Isabel del Castillo (1890-1932), hasta 1912, transcurrió en Linares (Jaén) y, tras un breve, pero importante, paréntesis de dos años en Oviedo, durante el resto de su existencia, a partir de 1914 residió en Madrid, si bien obligada a realizar viajes frecuentes por prácticamente todo el territorio nacional. Solo salió Isabel de España durante el mes de octubre y comienzos de noviembre de 1923 en que, junto con Mª Josefa Segovia y Eulalia García Escriche, viajó a Roma con la misión de gestionar la aprobación pontificia de la Institución Teresiana, deteniéndose al regreso en algunas ciudades de Italia y en París. Linares, por lo tanto, fue el escenario de su infancia y juventud, pero la fecunda vida adulta de Isabel se desarrolló en la Capital, hecho importante no solo como lugar geográfico, sino por lo que significaba Madrid en la vida de la nación.
Isabel era solo tres años menor que su prima Antonia López Arista, por lo que el estudio del contexto linarense que hicimos para situar la biografía de Antonia es válido para la de Isabel, aunque solo relativamente, porque son dos existencias que, teniendo mucho en común –tal vez lo principal– difieren no solo en cuanto que la de Isabel se prolongó trece años más, sino porque su trayectoria es desde muy pronto distinta de la de Antonia, aunque estuvieron muy próximas en el origen.
A pesar de que sus raíces se ahondan en el tiempo –una colonia fundada por los griegos–, y a pesar de estar situada en un lugar estratégico entre la meseta y Andalucía, Linares no tomó impulso hasta que, liberada de Baeza y con el título de Villa (1565), y con concesiones reales para la explotación de sus minas de plomo, vio aumentar su producción minera de modo que atrajo a empresarios y a obreros de España y del extranjero. Se elevó de manera considerable el número de habitantes y se alcanzó una estructura ciudadana a la que no tardaron en incorporarse los adelantos científicos y técnicos aportados por la segunda revolución industrial. En 1876 le fue concedido a Linares el título de Ciudad. Pero Linares no se libró de los perjuicios que también trajo consigo el avance de la industria, porque junto a los potentes empresarios que invirtieron sus capitales en la exportación del mineral y en el tejido industrial subsiguiente, acudieron a trabajar allí, especialmente en las minas, jornaleros de muy distintas procedencias, que pronto se vieron sometidos a pésimas condiciones laborales y de vida, lo cual dio lugar a que fuera cristalizando una sociedad polarizada entre los pocos muy ricos y los muchos sin nada, con una escasa franja intermedia de discreta burguesía ciudadana, dedicada principalmente a los servicios.
En esta situación, en Linares convivía un nivel cultural bastante notable con un índice de analfabetismo muy elevado. En 1900, cuando Isabel del Castillo tenía diez años, la población de hecho en Linares ascendía 38.245 habitantes, mientras que en la misma fecha la de Jaén, capital de la provincia, era de 26.434. Úbeda, el siguiente municipio más numeroso, no alcanzaba los 20.000, y otras notables localidades como Martos, Andújar o Baeza oscilaban entre los 17.000 y los 14.000 habitantes. Evidentemente, Linares, sin ostentar la capitalidad, al iniciarse el siglo XX era el núcleo urbano más potente de una provincia que aglutinaba un total de 474.490 habitantes. Pero en esta misma fecha, 1900, el número de analfabetos era en Linares de 27.490, es decir, el 71,87 %, sin contar los que solo sabían leer. En la ciudad de Jaén este mismo índice de analfabetismo era algo más reducido, el 68,53 %. De todos modos, cifras muy alarmantes las dos, superiores a la media nacional, que en 1900 era del 63,78 %, también muy elevada.
La amplia familia, bien arraigada en Linares, a que dio origen el matrimonio Montes-Pérez, bisabuelos comunes de Isabel del Castillo, Antonia López Arista y Pedro Poveda, perteneció, con diferencias entre ellos, a esa clase media acomodada que valoraba la cultura y no era ajena a los problemas sociales del entorno ni a los avatares de la política nacional. Isabel fue a la escuela; completó los estudios primarios y, sensible a tanta población necesitada como había en Linares, desde 1908, a los dieciocho años, colaboró con su prima Antonia en un ropero benéfico destinado a proporcionar una “canastilla” a los niños que nacían en familias sin recursos. Era este un modo de contacto con estos ambientes marginales de la ciudad.
De inteligencia despierta, vivaz y creativa, en 1910, cuando Isabel acababa de cumplir veinte años, don Pedro Poveda le sugirió que estudiara Magisterio, carrera a la que entonces se accedía desde la escuela primaria. No había en Linares Escuela Normal por lo que hubo de examinarse libre en la de Córdoba, la más cercana. Al cabo de dos años, concluido el curso 1911-1912, Isabel podía exhibir, con óptimas calificaciones, su título de Maestra Elemental.
En ese año 1912, según la Guía-Anuario de Linares:
“El constante y rápido progreso de la población de Linares, débese a las minas, que es su principal riqueza, constituyendo uno de los centros mineros más importantes de España. Su producción uniforme es el plomo, cuyo metal se ha presentado en todos los mercados conocidos, siendo muy apreciado.
Tiene establecimientos de beneficencia, colegio de segunda enseñanza, dos magníficos paseos, casinos, círculos de recreo, plaza de toros, teatros, Caja de Ahorros, sucursal del Banco de España; buenos edificios, entre los que figuran el Ayuntamiento, el Pósito, la Audiencia, la Casa de la Moneda, conocida por casa de la Cadena, (donde estuvo la fábrica de moneda en tiempo de Felipe IV), y los cuarteles; sus calles son rectas, anchas, con árboles y aceras. Tiene establecido el servicio telefónico para dentro de la ciudad y las minas, y en la actualidad se ocupa el Municipio de la construcción de un gran mercado, de hierro. Por Real decreto, se ha creado en esta ciudad una escuela de capataces de minas”.
Siguen en la Guía-Anuario las fábricas e industrias que en 1912 poseía Linares:
“Cuatro fábricas de duplatación de minerales, cuatro de fundición de plomo, cinco de albayalde, cinco de alcohol de hoja, una de gas, dos de dinamita, una de muebles, una de pasta para sopa, una de tinta de escribir, tres de pólvora, tres tintorerías, nueve de jabón, dos de guitarras, una de hielo artificial, una de mechas, una de almidón, una de grasas para máquinas, una de aserrar maderas, tres de fundición de hierro, dos de munición, cinco imprentas, una de pinturas de grasas, dos hornos de yeso, catorce de tejas y ladrillos, dos fábricas de harinas y dieciséis molinos de aceite”.
¿Las mujeres? Una Escuela Normal de Maestras hubiera supuesto un medio de promoción cultural y de salida laboral para un buen número de ellas. La Academia de Santa Teresa fundada por don Pedro Poveda en Linares en marzo de este año1912, cuando Isabel tenía ya casi en la mano su título de Maestra, vino a suplir esta notoria carencia. Tampoco había en Jaén Escuela Normal para Maestras; se inauguró en octubre de 1913, a la vez que la Academia-internado de Santa Teresa en la ciudad.
La España fragmentada
No es extraño que la alta burguesía linarense, la gestora de las minas, las fábricas y la industria, fuera proclive en su mayoría a la izquierda liberal, y tampoco lo es que entre los mineros y los obreros de la ciudad y del campo cundieran movimientos de reivindicación y protesta. El de Linares era un ambiente más que propicio para que se esbozaran con claridad las llamadas “dos revoluciones”; es decir, la revolución burguesa, que, con aire democrático, pretendía transformar la realidad desde arriba, y la otra, la socialista, decidida a actuar desde abajo.
Alfonso XII y la Constitución de 1876 habían sustituido a la fracasada I República tras un bienio de transición en manos de militares, dando lugar al “Sistema de la Restauración”, régimen político que se prolongó hasta 1923, y la Constitución hasta 1931. Como otros estados modernos de la época, el nuevo régimen estuvo apoyado principalmente en el elemento burgués. El Sistema se articuló en dos grandes partidos, que prácticamente se turnaban en el gobierno: el liberal-conservador, liderado por Antonio Cánovas del Castillo, y el liberal-progresista que reconocía como indiscutible la jefatura de Práxedes Mateo Sagasta. A ello hay que sumar que la pretensión democrática de ambos partidos estuvo pronto confrontada por el creado en 1879 por Pablo Iglesias, el socialista, aunque hasta 1900 no tuvo consistencia.
Del breve reinado de Alfonso XII, tempranamente fallecido (1885), y de la regencia su e...