Relaciones on line, pertenencia, comunidad, individualismo en red |
“No albergo ya ninguna esperanza por el futuro de nuestro pueblo si debe depender de la juventud superficial de hoy en día, porque esta juventud es sin duda insoportable, desconsiderada y cree saberlo todo Cuando todavía era joven me enseñaron buenas maneras y el respeto por los padres: la juventud de hoy en día, sin embargo, siempre quiere decir su opinión y es descarada”.
(Hesíodo, 700 a.C.)
Las palabras de Hesíodo, escritas en el año 700 a.C., nos confirman que todas las generaciones pasadas han visto los cambios introducidos por las futuras con desconfianza y como una amenaza en mayor o menor medida.
Y esto sigue vigente a día de hoy, cuando miramos las nuevas generaciones y su uso desenfrenado de la tecnología, pensamos “¿pero adónde iremos a parar?”.
No cabe duda que ciertos cambios sociales y comunitarios son la consecuencia de cambios tecnológicos fundamentales:
Karl Max protagonizó un debate histórico sobre el potencial de las nuevas tecnologías a la hora de provocar cambios sociales importantes: el molino de agua ha creado una sociedad de gobierno feudal, el molino de vapor ha creado una sociedad basada en el capitalismo industrial. Opinaba que determinadas tecnologías tuvieron el increíble poder de modelar el comportamiento humano y las estructuras sociales. Ahora, en una época postindustrial, nos enfrentamos a lo que el sociólogo Manuel Castells llama la “sociedad en red”, que promete nuevas subversiones y cambios radicales.
(WALLACE, 2016)
Los cambios tecnológicos crean cambios sociales, y viceversa. Y así, como en el momento del nacimiento del molino de vapor habría alguien que, sacudiendo la cabeza, decretó el fin de la civilización por culpa del progreso, de la misma manera hoy frente al nuevo cambio tecnológico, el mundo se divide entre los entusiastas utópicos y los dramáticos distópicos.
La verdad, como nos ha enseñado Aristóteles, a menudo se encuentra en un punto intermedio: es cierto que la tecnología nunca es buena o mala en sí, sino que es el uso que se hace de ella lo que la convierte en un elemento positivo o negativo para la sociedad.
Sin embargo, no hay duda de que el invento de la red y de la web 2.0 ha cambiado profundamente ciertos comportamientos individuales y sociales, y ha influido poderosamente en algunas formas de socialización.
A principios de 2016, el sociólogo Zygmunt Baumann concedió al periódico español El País una entrevista en la que habló de las redes sociales y del efecto que las comunidades virtuales tienen sobre la construcción de la identidad y sobre las relaciones individuales: “La cuestión de la identidad se ha transformado en algo a lo que se ha asignado una tarea: debe crear tu comunidad. Pero una comunidad no se crea, o la tienes o no; lo que pueden crear las redes sociales es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad, pero la red te pertenece a ti. Es posible añadir amigos y eliminarlos, es posible controlar a las personas con las que tenemos un vínculo. [...] Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es muy fácil evitar las polémicas... Muchas personas no utilizan las redes sociales para unir y para ampliar sus propios horizontes, sino más bien para permanecer en lo que llamamos zona de confort, donde el único sonido que escuchan es el eco de su propia voz, donde todo lo que ven son reflejos de su propio rostro. Las redes por una parte son muy útiles, ofrecen servicios muy agradables, pero por otra, son una trampa”. Según Baumann, la facilidad con la que se conecta con los demás on line hace que no sea necesario el desarrollo de una particular habilidad social, que sin embargo, se requiere en las relaciones reales; las redes sociales crean un antídoto sencillo contra el sentimiento de soledad, gran amenaza de esta época individualizada, pero no contribuyen a que las personas sean realmente capaces de estar con los demás y de crear relaciones duraderas en el tiempo. Las relaciones on line se parecen, por citar a M. GRANOVETTER (1973), a “relaciones de vínculo endeble”, que sin embargo permiten al individuo experimentar alteridad respecto a las relaciones familiares o comunitarias, pero que en los momentos de dificultad no ofrecen un soporte real y concreto. Que Baumann tuviera una opinión muy crítica de las redes ya estaba claro en el libro “Entrevista sobre la identidad (2003)”, donde afirmaba que “Internet es la herramienta electrónica, cómoda y útil, que nos permite modelar nuestra identidad sin permanecer ligados a ninguno de los siguientes aspectos:
pluralidad de la identidad;
individuos como consumidores en una sociedad de consumidores (cada uno de nosotros está en el mercado y atento al mercado);
amistad como relación social por excelencia (tema central de la elección)”.
Todos sabemos que Baumann es el teorizador de la “sociedad líquida”, una teoría que considera que las relaciones sociales son inestables y capaces de romperse y recomponerse con rapidez, y donde las referencias sociales pierden su sentido y las personas ya no tienen el control directo del poder. Una sociedad posmoderna, huérfana de grandes narraciones compartidas, donde la historia individual es el núcleo de la experiencia subjetiva.
Parte de las teorías de Baumann las hemos experimentando nosotros también en nuestro día a día: con la llegada de la web 2.0 hemos descubierto una capacidad increíble por parte de las personas de crear comunidades virtuales en las que participar y construir su propia identidad. Esto ha ido de la mano de uno de los efectos de la globalización, para la cual los vínculos con el territorio se han debilitado y limitado y las comunidades locales se han vaciado de su significado original: “En casi todas las ciudades del mundo se están creando espacios y zonas que se unen exclusivamente a otras zonas privilegiadas tanto en el interior de la ciudad como a nivel internacional y global. Al mismo tiempo aumenta el aislamiento de estas zonas de las áreas físicamente cercanas pero económicamente distantes y separadas” (GRAHAM y MARVIN, 2001). La anulación tecnológica de las distancias espacio-temporales no tiende a aumentar la igualdad social sino a polarizar las diferencias entre la población, en vez de anularlas; libera algunos de los vínculos territoriales y consigue que a través de ciertos factores se generen comunidades extraterritoriales que a su vez dejan el territorio, cada vez menos habitado y vivo, en la condición en la que los que no tienen los medios económicos para moverse y viajar siguen estando privados de su propio significado y de su capacidad de crearse una identidad. Esto trae como consecuencia una progresiva anulación de los lugares públicos, el aumento casi obsesivo de las políticas de seguridad y el traslado de las relaciones al ciberespacio, donde es más probable encontrar personas “parecidas” que en la calle o en lugares de encuentro. Richard SENNETT (2012) describe esta fase como la “caída del hombre público”: no estar juntos sino evitarse y estar separados se han convertido en las principales estrategias para sobrevivir, cuando una excesiva cercanía se asocia más con el peligro que con la seguridad. Las comunidades locales, plataformas en las que reforzar y entrenar nuestra identidad, pierden por lo tanto fuerza y valor, y se observan intentos de sustitución de estas estructuras sociales fundamentales, como el recurso de los grandes valores colectivos (la idea de “cultura”, que sustituye por ejemplo los conceptos de “nación” o “estado”) o el intento de crear identidades virtuales.
Estas tendencias o estos paradigmas han favorecido la emergencia de un modelo de socialización construido no tanto sobre la pertenencia comunitaria, sino sobre el individualismo (CASTELLS, 2002a; 2002b). Juntando la dificultad de relacionarse en un ámbito comunitario y las posibilidades que ofrecen las redes on line, se crean cada vez más las que WELLMAN (2001) llama “comunidades personalizadas”, construidas sobre su “red egocéntrica” y sobre la libre y consciente elección del individuo, y no impuestas por los vínculos de pertenencia supraindividual.
Si nos fiamos de esta literatura, por lo tanto, solo podremos temer el progreso tecnológico y la cada vez mayor inserción de la informática en nuestras vidas.
Además, existen también otros estudios, de naturaleza más optimista sin duda, que ven en el nacimiento de Internet una enorme oportunidad de desarrollo y crecimiento para la humanidad. “Aunque mantuvieron un perfil bajo, los creadores de Internet han dado vida a un sistema que ha permitido potenciar, dentro del sistema operativo de la red, a las fuerzas sociales, económicas y políticas más amplias que ya estaban empujando a las personas hacia el llamado individualismo en red (networked individualism). Internet ha contribuido a este proceso, permitiendo a las personas trabajar de manera independiente con mayor eficacia y funcionar de manera más sencilla dentro de redes amplias y repartidas. Ha otorgado más poder a los individuos y ha extendido de manera relevante el radio de acción” (RAINIE y WELLMAN, 2012). Aunque no haya sido Internet quien ha creado las redes sociales, que existen desde que el hombre prehistórico se unió a sus iguales para cazar y protegerse, ha permitido que el ser humano haya entendido lo que significa formar parte de una red social. Entonces, ¿Internet es bueno o es malo? ¿Les quita poder a los individuos porque los reubica, o les da poder por la misma razón?
Como en otras cuestiones históricas y sociales, serán nuestros descendientes los que contestarán a estas preguntas.
Pero es nuestro deber tener en cuenta ambas posturas y situarnos en un prudente término medio, capaz de vivir en el mundo sin convertirnos en megalómanos o paranoicos.
Incluso en nuestro contexto, en el que la utilización de Internet se mira desde el punto de vista clínico y psicoterapéutico, vale la pena basarnos en algunas investigaciones sociológicas que buscan contestar a la pregunta de si la vida on line es efectivamente algo positivo o quizá no. La mayor parte de las investigaciones en este sentido tiene como público objetivo los adolescentes, porque indudablemente la identidad on line es también un factor generacional. Es cierto que las redes sociales han alcanzado en la actualidad a gran parte de la población sin grandes diferencias de edad, pero los jóvenes hacen de ello un uso central en sus vidas y en la construcción de su generación, tanto que nosotros los psicoterapeutas vinculamos la dificultad de ciertos jóvenes que no participan de ninguna manera en la comunidad social on line como síntoma de dif...