El último duelo del hombre pez
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El último duelo del hombre pez

  1. 204 páginas
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El último duelo del hombre pez

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Índice
Citas

Información del libro

Rodolfo, un joven de El Copey (Cesar), viaja de Bogotá a Valledupar para acompañar a su familia en los últimos días de agonía de su padre.El viaje significa un reencuentro con su madre y las mujeres de su familia, con su propia infancia; pero también un duro ajuste de cuentas con el padre, con la cultura Caribe y con el vallenato.

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Información

Año
2021
ISBN
9789585282568
Categoría
Literatura
VI
Las hipocondriacas están de compras. Madre y yo nos encontramos afuera de la clínica después de la visita. No tenemos planes, pero es sábado y es navidad. ¿Pola o miedo? le pregunto. Sé que ahora tiene problemas con el alcohol. Quién lo hubiera dicho. Me cuentan mis hermanas de sus borracheras. Al principio recibía algún trago de aguardiente. Ahora se sienta a despachar cerveza con cualquier compadrito. Como le falta práctica no sabe beber, se jincha rápido y tiene comportamientos, por lo menos, extravagantes. Me hace gracia pegármelas con mamá. Hace años esto sería impensable, casi un tabú. Ahora estamos igualados. La vida que hace su trabajo. Convivir con un alcohólico nos terminó arrastrando a ese mundo. ¿Cómo se le ocurre?, me dice, mientras apaga los ojos un segundo y después sonríe. Lo está pensando y si lo piensa, pierde. Le pongo una mano en la espalda, la empujo levemente y le digo: Ocurriéndoseme, mamá. Camine a ver. Entramos a una tiendita que es también una rockola, un billar y una licorera. Más bien nos sentamos afuera, en torno a una mesa de madera ordinaria. Otras dos parejas ocupan la mitad de un corredor sin techo, entre un algarrobillo y un palo de mango. De los árboles cuelgan guirnaldas hechas con papeles de colores y cables de neón, que iluminan la noche. La pared exterior está empapelada con afiches de chicas en bikini debajo de un letrero azul que dice “Los recuerdos de ella”. El que inventó la navidad no estaba solo, canta Darío Gómez en la máquina sonidera. Una dependienta de bluyines rotos, camiseta estampada con unos labios rojos, Kiss Me, nos toma el pedido. El calor me atosiga. Siento el sudor pegachento en las axilas. Debo oler a burro muerto. Quiero una cerveza. La quiero ya. Me trae una bien fría, refría. Chin-chin. ¡Salud! Bebo un trago grande que me congela la garganta. Ahora sí, ¿cómo lo vio?, le pregunto a mamá. No sé. Sé que lo vi y sé que es él. No voy a decir que no sepa, porque uno sabe que sí es, pero eso que vi, te lo juro, no es tu papá. No parece. Es un costalao de huesos. Me dejo ir por los bafles del sonido. Ni parecido a otros tiempos, cuando eras mi compañía. La cerveza se consume rápido antes de que la canción termine. Que no veía el momento de compartir mi alegría. Trinan las guitarras, retumba el guitarrón, suenan las trompetas. ¡Tarán tan tan! ¿Le conversó? No, qué tal. No fui capaz. Apenas lo reparé por todas partes. Me fijé cerquita en cuántas arrugas, dios mío. Yo no quiero ponerme así, como un acordeón. Yo creo que nunca lo había mirado con tanto cuidado. Estaba ahí tan a la mano que hasta me dieron ganas de pellizcarle la nariz, de pincharle la panza, de hacerle morisquetas. Me dio risa pensar eso. Casi me pongo a reírme como una boba. Es que podía acercármele sin que rechistara, ni hiciera jetas, a atifarlo así, sin aprensiones. Y se siente raro. Para qué, pero se siente raro. Pensé que había dormido casi treinta años al lado de ese cascate de viejo, envejeciéndome. Su papá siempre fue un catano, desde el comienzo. Cuando nos casamos yo sabía que me iba con un vejestorio. Después siempre me pareció mayor de lo que era, a lo mejor fue cosa del trago. Es que me llevaba como quince años, imagínese, antes era como media vida. Yo creo que eso me gustó al principio, porque no es que fuera así digamos un tipo entrador, era como pulido, pero tampoco hablaba mucho. Si ustedes son charlatanes esa es mi herencia. Yo lo veía y me hacía a la idea de que era un hombre que sabía de mundo, rejugado en el amor, en todo, que iba a ser como un papá, quizás porque yo adoraba a mi papá, pero no pensé que me iba con el mismo Lucifer. Y ahora lo veo y me pregunto, por qué tanto para tan poquito. ¿Esto fue todo? Toda la tirria que le tengo es esto. ¿Dónde se topa la ponzoña? ¿Por este petuste me tiré la vida? Y no es justo, mijito, que no haya justicia en el mundo. Quién me devuelve los años malvividos. Sí, es verdad, me quedan ustedes, los nietos, la libertad de hacer lo que se me venga en gana, eso sí, pero la vida, toda la vida, eso nadie me lo devuelve. Sabe qué, estos días mientras las muchachas me llamaban para que viniera, que lo perdonara y dejara el rencor y toda esa cháchara, si no venía era porque me dolía, no por él, no por ustedes, ni por mí. Me dolía por mi papá. No me haga esa cara. Sí, pensará que me estoy desconchinflando, pero no. Le digo, por mi papá. Es que no hay derecho, Robinson, no hay derecho. Ya le dije, yo adoré a su nono como a nadie más y en estos días sentí que no podía perdonarlo. Siento que es su culpa. De veras. Yo se lo dije una vez, que mi desgracia era haberle sido obediente, que por lo mismo si él me hubiera dicho que lo dejara yo lo había dejado, pero él nunca lo hizo. Y ¿sabe lo que dijo?, ¿sabe lo que dijo? Si usted me hubiera pedido que le matara ese marido, yo se lo habría matado, con mis propias manos se lo habría matado y lo habríamos enterrado en el potrero, como a un perro, pero usted no me lo pidió. Y entonces pensé que para matarlo no necesitaba de mi ayuda, porque si algo le había enseñado era a ser brava, a no dejarse de ningún bruto, pero como que no aprendió bien, porque apenas con un poquito de valor era para que lo hubiera dejado ensartado en el colchón a cuchillazos. Eso me dijo esa vez, así como se lo cuento. Estas noches soñé con él, con papá, como que me quería decir otra cosa y me despertaba llorando, pero no supe qué era. ¡Qué vaina! Suspira. Hace una pausa. Termina la cerveza. Espero que continúe, pero no lo hace. Se queda mirando hacia la calle, donde pasa una mujer embarazada que empuja un cochecito de bebé. No creo que tenga más de dieciocho. No se me achicopale, que esto se compone, le digo. Pido la segunda tanda de cerveza y cambio monedas para la rockola. Un brujo prometió hacerle una contra para componerlo, pero mamá no quiso porque qué tal y se quedara hecho un pendejo. Otra vez pensó denunciarlo con la guerrilla. Se lo recomendaron. Tres llamados y si no se arregla se tiene que ir o no respondemos. Si lo matan que sea porque se lo buscó, dijo ella. El hombre se lo buscaba. De veras que le ponía empeño. Se quedaba media semana en la pernicia, pontificaba de lo que no sabía, se metía en problemas ajenos, cazaba peleas, ofendía sin reparos, pero nadie le hacía caso. No más era un pobre borrachito echado a la perdición. Otras veces él mismo intentó la huida. Vendía algún animal, planeaba un viaje, se iba a donde un hermano, pero se aburría por allá y volvía pronto. Ella decía que esos amagues eran apenas excusas para emborracharse. También decía que no iba a ser viuda con el marido vivo. Le daba miedo ser libre, que los hombres la persiguieran como padrotes. Hasta celebraron las bodas de plata. Me pareció una tontada, aunque a lo mejor ella celebraba veinticinco años de aguante. Había un gentío, fiesta, comida. El viejo se embruteció rápido, entró al baile y le mandó un manotazo. Quién es el hijueputa que está besando a Celina, gritaba. Ella bailaba con un sobrino. Yo, que había vuelto de Bogotá, lo saqué a los empellones. Estuve tentado a zamparle su gaznatada, pero apenas lo contuve. Nunca le había levantado una mano, que sentí de un mineral hiperbóreo. Otra gente se metió al punto y la pelea, como todas las peleas de borrachos, desembocó en despelote. Camino hasta la máquina y programo un par de corridos que a ella siempre le gustaron: Dos pasajes de Lupe y Polo, y Pelo de oro de Las Jilguerillas. Para que vea que todavía me acuerdo, le digo. Voy al orinal. Me saco las aguas malas del cuerpo, me miro en un espejo que cuelga de una puntilla y pienso sin saber qué pensar, porque mamá es difícil de aprehender. Cuando uno cree atraparla en una palabra, siempre hay otra palabra que la contradice. Me pregunto qué es esa mujer, quién es. Imagino su vida como un largo viaje hacia la suficiencia. La historia de una contienda contra un rinoceronte, al que al final ha derrotado. El relato de cómo mamá sacó al viejo de la casa está lleno de baches, de verdades a medias, de versiones contradictorias. Lo cierto es que un día, después de treinta años de resistencia, lo echó. Como todos los procesos de liberación, esta historia también tiene sus guerras de trincheras, sus momentos heroicos, sus bajezas y decapitaciones. Se podría pensar que Delfín terminó siendo cómplice de su propia expulsión del paraíso. Su paraíso personal era una mujer que trabajaba para mantenerlo, sin exigirle nada a cambio. Ya hacía muchos años se había librado de compromisos para con la familia. Las hijas eran quienes le compraban las cosas que necesitaba. Seguía siendo fiel a la botella de cerveza y a nada más. Estaba viejo, a la edad en que un trabajador se pensiona. Es posible que para entonces solo quisiera un techo y una cama donde reposar los huesos. Pero Celinita quería otra cosa. Quería la libertad definitiva. El proceso había sido lento, con idas y vueltas al pozo, pero inexorable. A los cincuenta años por fin había cristalizado. Antes había habido señales. Madre empezó a descubrir verdades que no creía posibles. El hecho de que con mis hermanas fuéramos al bachillerato significó para ella una pequeña puerta de escapatoria. Vislumbró un caminito entre la maleza. Empezó a saludar de beso en la mejilla y a vestirse con bluyines. Aprendió a bailar vallenato y merengue y salsa, porque las hijas le enseñaron. Actuaba en pequeñas obras de teatro, porque andábamos en ese cuento. Leía las novelas y libros de texto que nosotros leíamos. Me conmovía su curiosidad floreciente. Aprendió sobre el cuerpo humano con los manuales de biología y de educación sexual. Cosas que nadie le había dicho, que no se había atrevido a preguntar. La curiosidad. Cada descubrimiento la llenaba de asombro, les ponía plumas a unas alas que tarde o temprano ensayaría. Al final, se iba sola a las fiestas, las hacía en casa, se pasaba con el licor, amanecía donde la parranda fuera buena y, vaya ironía, al final de su vida juntos, era él quien cuidaba el hogar y temía la revancha. Vivía asustado de que ella le pateara el trasero, lo dejara en la inmunda, le montara unos cuernos palmarios. Y así pasó, o parece que pasó, pero esa es otra historia. Una que no preciso escribir ahora. Volvamos a Los recuerdos de ella. Cuando regreso a su lado, mamá ha puesto una libreta frente a mi silla. Un cuaderno Norma, con las esquinas crespas. Me conmina a que lo tome. Reparo la marca de la tapa. Pertenece a: Rodolfo Celis. Materia: Español. Grado: Tercero. Año lectivo: 1987. Paso hojas con el dedo corazón untado de saliva. No hay duda. Esa es mi letra de entonces. Unos garabatos cursivos apachurrados contra la línea. Voy leyendo algunos títulos en rojo: antónimos y sinónimos, palabras homófonas, palabras derivadas y compuestas, el diptongo, el hiato y el triptongo. El texto está escrito en azul. Me cuenta que encontró una caja con cuadernos de nuestra época de colegiales, pero que este le pareció curioso. Fíjese en las últimas páginas, dice. Ahí está lo bueno. Lo que está escrito en rojo.
El padre Nacho subio a celebrar Navidad en una mula negra y ese Padrecito que es como si se le corriera la teja y dice que quiere hacer el Nacimiento del niño Dios y se queda mirando a Orfelina la sobrina de Noemi que es la mujer de mi tio Cesar y que le decimos Nueve Mil Quinientos y entonces el padre va y la mostro con el dedo y dice que le sirve pero que fuera la Virgen Maria porque hasta se le parece. Yo creo que lo dijo porque Orfelina es blanca blanquita y tiene el pelo mono monito y los ojos que yo no se si son verdes o azules pero como es la virgen en las laminitas y despues dijo que donde estaba San Jose y empezo a mirar por todas partes a ver donde veia a San Jose y yo no se por que pero se me supuso que me iba a tocar y me fui escondiendo detrás de los otros pelaos pero no me valio porque tia Lola dijo Padre yo creo que le sirve Popo que es bueno pa las presentaciones pero la verdad de Dios que no me daba pena pararme delante de la gente y recitar las Poesias del dia de la Madre y esas cosas pero es que eso era facil porque como soy Memorista me aprendo las poesias de rapidez y despues cuando me toca salir ya no miro a nadie porque tia dijo que la gracia era mirar por encima de la gente como hacia lejos por alla para el Monte de los pilones y la gente cree que uno esta mirando pero que va uno esta mirando por alla pa los cerros porque soy muy penoso con la gente grande y a veces que voy por el camino y veo venir a la gente Grande y salgo corriendo y me escondo pa no encontrarme a la gente Grande y espero que pasen pero despues si salgo o si la gente Grande que viene a la casa me escondo en la rastrojera o si me asusto me encierro en el aposento porque me da mucha pena y asi de buenas a buenas va tia Lola y me echa al agua y ni como decir que no y lo malo es cuando se quedan y me toca dormir con esa gente Grande pero fue cuando me empujaron palante y cuando menos me percate ya estaba parao frente a todo el gentio y yo no sabia que decir ni que hacer porque yo ya habia leido esa historia en el nuevo Testamento pero no habia practicado la presentacion y menos me sabia lo que me tocaba decir y lo unico bueno era que me tocaba estar con Orfelina la monita que vive donde tio Cesar y que hacia cuarto el año pasado y el gentio como boba empezo a reirse cuando nos vieron parados agarrados de las manos como muñecos de palito mientras el padre Nacho seguia escogiendo a otras personas para reyes magos pastores y a Herodes le toco hacerlo a Guicho el hijo de tia Olga que es tan atravesao y la gente decia que ese si estaba bien porque Herodes tenia que ser asi todo ojitotiao y malacaroso y sangripesao y el Padrecito Nacho dijo que empezáramos donde Jose se enteraba que la virgen estaba pipona y uno iba repitiendo detras lo que decia y decia pero María como es eso que estas pipona del espiritu santo y yo le seguia la cuerda y despues decia esto es obra de la paloma de Dios y Orfelina decia lo mismo y asi todo iba saliendo que era un contento y en esas que llegamos a Belen y todo y como no encontramos posada nos echamos en un rincon como dos perrones y eso era el pesebre pero no habia Ovejas, ni Burros, y menos un Guey que yo nunca tengo visto ni unito y estabamos uno junto al otro hasta que el Padrecito Nacho pidio un niñito pero yo ni me fije de quien era y asi resulto que ya teniamos al niñito dios que Herodes queria matar y ahi fue cuando huimos a egipto que era en otro rincon de la escuela y la gente aplaudia porque yo habia salvado a Orfelina que era la virgen y al niño que no supe de que mamá era pero ya era el niño Dios y mientras pasaba todos esos trabajos con la pobre Maria empece a sentir una cosa muy rara y era como si de a de veritas fueramos unos papas que pasaban por tantas cosas malas y si estuvieramos casados y yo pensaba que tenia que cuidarla porque ella se veia como tristonga con esos ojos entre azules y verdes que yo no sabia de que color eran como que me pedia ayuda y como yo era el taita de la casa tenia que cabrestiar el Burro para huir lejos de donde estaba Guicho con la gente mala querian matarnos el niñito que nos habia prestado no se quien y yo no se pero mientras tanto me dio como cuando uno siente mucho pesar por un animal, como cuando se murio Pinina, que no se murio sino que Papa la mato, pero no era pesar por Orfelina porque que iba a ser eso y eran como unas ganas de que no se acabara todo eso y que nos quedaramos otro rato agarraditos de las manos como los matachitos de los chitos delante de la gente con ese niño que quien sabe quien era la mamá y despues de la misa la tia Lola nos dio chocolate con pan que es tan rico y nos dijo que habia salido bien y que al padrecito Nacho le habia gustado y que le habia dicho que tenia unos niños muy avispaos y yo me comi lo mio de rapidez pero como Orfelina vio que ya habia acabado me dio un bocado de ella y despues nos fuimos para la casa del nono y ella para la suya que es la del tio Cesar y ya mas por la tarde venia tio Cesar con Orfelina en unos caballos y con un maletin de ropa porque se iba ese dia para donde la otra familia y como tio es tan burlon fue y empezo a mamarme gallo diciendo que le iba a decir a Orlando que es el papá de la muchacha y es el hermano de Noemi que yo se la queria robar y que ese señor es todo bravo y corretea a machete a todo el mundo pero que mejor me escondiera y que porque como ese señor se enterara de esa vaina me mandaba a capar como al burro ciclan y me dio mas pena pero Orfelina estaba escuchando lo que decia mi tio y me miraba desde alla arriba del caballo como pa ver yo que cara ponia y la cara se me puso roja como un tomate y no acataba que hacer y ni que decir y apenas me dio una risita bobarrona pero a ella tambien le dio la misma risita y cuando ya se iba me miro como diciendo hasta mañana y yo me quede entre la gente grande que hablaban y hablaban de cosas y fue que entendi cuando tio y Orfelina voltearon el cerrito desde donde se mira pa la casa del nono que Orfelina se iba y no va a volver nunca mas nunca y pense que si ella no volvia mas nunca a la escuela ya no jugabamos en los recreos ni se sentara en la fila de adelante pa que yo le jalara el pelo y como que le gustaba que yo se lo jalara y haciendole juego como a veces hacia y que quizas tampoco ya no la iba a volver a ver nunca mas nunca como a la gente grande que se va lejos como pa Cucuta o como a la nona que se murio y se fue pal sementerio y me dio mucho pesar y me solte a llorar a moco tendido y mamá se asusto cuando me vio en esa berriadera tan hijuemadre y me pregunto que que me pasaba y como yo no sabia que decile acomode una embusteria de rapidez y dije que era que me dolia la cabeza y fue y busco una botella de contra y me hizo beber un trago por alla adentro y me la hizo tomar hasta que al rato deje de llorar y entonces fue que Raulito y Chepo y que siempre andan juntos y empezaron a decir que Popo estaba era enamorisqiao y que no lloraba de dolor de veras sino porque tio Cesar se habia llevado a la muchareja Orfelina esa y yo pense que eso era verdad pero que seguro eso era estar enamorisqiao como la gente grande pero les dije que no fueran garlones y que mas bien no se pusieran de inventones a decir chismoserias y que eso era malo pero ellos siguieron riendose otro rato y siguieron haciendo acumulaciones hasta que se cansaron y me dejaron quieto y eso fue el Diciembre pasado y me acuerdo de Orfelina y me da como escalofrio y cuando sea grande y tenga mucha plata voy a comprar un Caballo con una buena silla y asi con estribos brillantes y su buena jaquima y a las escondidas voy a ir y me la voy a robar y nos vamos pa lejos muy lejos mas alla de Cucuta adonde Guicho no nos encuentre con el niño Dios que quien sabe de quien sera.
Mamá, ¿no ha pensado por qué la Costeñita solo trae ciento setenta y cinco centímetros cúbicos? ¿No le parece que es muy poquita cerveza? Apenas cuatro tragos grandes y se acaba. Y la cobran al mismo precio de las otras. ¿Y qué pasa? No, pues eso. Que no es poca cerveza, es apenas la cantidad de cerveza que debe ser. Imagínese que alguien se preguntó cuánto tarda la cerveza en calentarse a una temperatura ambiente en un pueblo del Caribe, digamos a treintaicinco grados. Además, debió preguntarse cuántos mililitros de cerveza en promedio se toma un adulto y a qué velocidad lo hace. Al final, con los resultados de un par de investigaciones llegó a la conclusión de que ciento setenta y cinco centímetros cúbicos es la cantidad exacta que el público necesita en la botella, para que la amarga esté siempre fría y se acabe cuando se acaba. No ciento ochenta o doscientos o trescientos. No, ciento setenta y cinco en puntilla. Piense en cuántas variables, cuántas pruebas, cuántos maestros cerveceros, ingenieros de alimentos, ingenieros químicos, devanándose los sesos pa que la gente se emborrache como debe ser. Por eso en Bogotá, donde la cerveza al clima siempre está fría, no pegó la Costeñita. Uhmm. ¿Así de pendejos son los ingenieros?, dice mientras mira hacia otro lado. Adentro hay dos mesas de billar. Una troupe de muchachos juega. El que pierde paga la tanda de cervezas. Tácate, resuenan las bolas unas contra otras en las buchácaras. ¡Pum! ¡Cataplum! Caen por los hoyos, ¡catapumba!, ruedan en la penumbra y resucitan entre gritos de euforia, risas y maldiciones. ¡Chin-chin! Pido otra tanda. Sí, mamá. Así son. Unos pendejos. Por eso dejé la ingeniería. Usted dejó la ingeniería porque le quedó grande. Silencio. Uno a cero, ventaja para ella.
Mamá decía no llore, no sea mampucho. Llora y tendrás que llorar solo, ríe y el mundo reirá contigo. Lo escuchó en un programa radial. Aprendía de todo, rápido. Sabía muchas canciones. Cuando algo la molestaba, cantaba. Odiaba los toqueteos, la melosería. No me digan mami, mamita, ni madrecita. Yo soy su mamá. Nada de cariñitos pendejos. El afecto para ella es otra cosa, quizá la responsabilidad. Nunca un gesto de más, ni un te amo, te quiero, bien hecho. Mamá decía deje el miedo, aguante, yo tan guapa y estos hijos míos tan flojos. Métasele que no muerde. Hágale que de eso nadie se ha muerto. Ni avispas, ni culebras, ni vacas bravas la arredraban. Ni los ejércitos, ni los muertos. Huyó al monte cuando fue necesario, pero aprendió a calibrar el verdadero peligro, a desarrollar el arte de la dominación. Descubrir el punto flaco de la bestia. Atraparlo por las muñecas. Domeñarlo. Se tomó su tiempo. Lo derrotó. No, mamá, eso es lo que usted creyó, que dejé la ingeniería porque había perdido la inteligencia, como si fuera la virginidad. No, qué va. Fue otra cosa. Algo peor. Perdí la fe en los números. Ya había pasado mucho tiempo en abstracciones mientras la vida me tiraba unos ganchos duros y al hígado. Quizá es que tampoco quería eso. Sí, me demoré tiempo en cortar con ese rollo, pero es lo mismo que usted hizo. Tanteas en qué momento agarras al toro de la existencia por el rabo y le sostienes el pulso, que si te le metes de frente te revuelca feo. Y bueno, tampoco era virgen hacía tiempo. Me siento estúpido diciendo eso, un poco más escribiéndolo, pero ni modo. Es lo que hay. Uhmm, rumia un momento, qué fatalidad. Mamá, hablo en serio. Claro, claro. ¿Le digo un secreto? ¿Qué, mamá? Yo tampoco. Ya sabe, esas cosas pasan. Contiene la risa hasta que surten efecto las palabras. Me río primero. Reímos. Dos a cero.
Mamá aprendió pronto a no quejarse. Si llorabas, te pegaban más duro para que le metieras más ganas. Te morías sobre la raya, pero ni una lagrimita. Te podías reventar por dentro, te podían moler y remoler a garrote, pero no llorabas. Si no lo hacías era como si ganaras. La abuela era terrible y pegaba por todo. El abuelo también, pero pegaba menos. Mamá no lloraba. Así se hizo y así intentó hacernos. Duros y reidores. Tiene un sentido del humor afilado. Nunca cuenta un chiste. Nunca un comentario de doble sentido. Siente un pudor natural a la vulgaridad. Más bien creo que le da grima la falta de inteligencia. Aprecia la agudeza, el refinamiento, los juegos de palabras, pero prefiere que todo se quede en el campo verbal. Detesta los juegos de manos, las chanzas que impliquen contacto, las bromas escatológicas, los pedos. Su risa es franca, directa, sin llegar al bochorno. Un venablo contra la desdicha. Pero ¿cómo fue eso? Cuente a ver. Sí. Aquí en Valledupar. Como la mayoría, yo también fui donde las putas, pero a mí no me llevó papá, ni otro conocido. Tenía demasiada vergüenza para pasar por ese atolladero. No quería exponerme a ser comidilla. Tampoco. Así que fui solo. Bueno, vine solo. Le pagué a un taxista para que me llevara a un burdel y ahí fue, salí de ese embrollo en tres patadas. Como que a mal paso darle prisa. Apenas recuerdo que se llamaba Karen, que era caleña y que prefería a Guayacán en vez de al Grupo Niche. Le enseño dos dedos a la dependienta para pedirle otro par de cervezas. ¿Y, a todas estas, por qué me cuenta ahora? ¿Y por qué no? ¿Acaso no puedo contarle cómo fue que le hice para hacerle? Para hacerme. Como en casi todo, me tocó aprender sin maestro. Usted dice que se casó a la topa tolondra y a mí ¿quién me explicó? Nadie. ¿A quién le iba a preguntar con el miedo que le tenía a la gente? ¿Preguntarle al Cucho? No, eso no. ¿Y a usted? Menos. Usted era mi mamá. Sí, claro, uno veía cómo lo hacían los animales, hasta le daban clases de educación sexual en el colegio, pero la realidad es otra cosa. De eso no te dicen ni media palabra. Yo tampoco sabía, dice, qué iba a saber, y menos sabía cómo hablarle de eso. Yo le enseñé a trabajar, a afilar el machete, a usar las herramientas, a ordeñar las vacas, pero del resto qué podía enseñarle, si era una ignorante. Dos a uno, hay partido.
A mamá siempre le gustaron el trabajo, las matas, la panela, las escopetas, la cacería, los oficios de hombres. Mamá no me mimó. Me pegó algunas veces. Una por partirle los vidrios a un carro en Cúcuta. Otra porque me quejaba de la picadura de las chinches en casa del compadre Félix Jaimes. Otra más por dejar caer a Araminta de un burro. Y alguna otra porque no tenía fuerzas para sostener el peso de unos horcones de quebracho. Y por esa misma ignorancia fue que me violaron, mamá, y nadie, ni usted ni nadie, ni siquiera yo, supe qué era lo que me había pasado. ¿Qué me está diciendo, Rodolfo? ¿Qué es eso que me está diciendo? ¿Ya se emborrachó? Eso, mamá, que me violaron de niño, que me abusaron sexualmente, mamá. ¿De qué otra manera lo digo? Lo que no les pasó a mis hermanas, a las que usted sí cuidaba, me pasó a mí. A mí nadie me cuidó, ni me enseñó. Nada. A mí me tocaba compartir cama con todos los tipos, extraños o familiares, que se quedaban a dormir en casa, porque no había más, ni cuarto de huéspedes, y obvio no los iban a mandar a dormir con las niñas. A la hora de acostarse usted decía fulanito duerme con Robin y así es que pasan las vainas. Dígame quién fue, dígame cómo fue. Explíqueme para creerle. No, mamá. No diré nada más. Hace un momento me preguntó por qué le contaba y sabe qué, debe ser porque ya no importa. No tiene sentido decir nombres, apelar a recuerdos que son brumosos y que duelen adentro, darse golpes de pecho. Para qué, si ya pasó todo. Pasó. Pero, entienda, entiéndame. ¿Sí pilla por qué me la pasé rezando toda la infancia, sintiéndome cochino, culpable, creyendo que me iba para la paila gocha, pagando misas y comprando santos a dos cargaderos? ¿Sí entiende de dónde el miedo y la mampuchería, como usted la llamaba?, y ¿por qué terminé escondiéndome de la gente detrás de los libros, comiendo periódicos como un ratón? Usted ha pensado siempre que es la única víctima de toda esta historia, que sufrir me tocó a mí en esta vida, como dice la canción, pero no es la única. No lo es. No. Yo también he pagado mi cuota de dolor en silencio, como un verdadero varón. En silencio, jueputa vida, porque de esas cosas mejor no se habla, porque qué hombre anda pregonando que se lo culiaron de niño. Yo no sabía, mijo. Yo le juro que no sabía. Pues ahora lo sabe, mamá. Ahora lo sabe. Y lo sabe porque no importa, ya lo dije. Me vale, me resbala, literalmente me importa un culo. ¿Y sabe qué?, lo más paradójico del asunto es que quizá no sería lo que soy, cualquier cosa que sea, sin aquello que pasó entonces. Decía un filósofo francés que cada ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Legal
  4. Portadilla
  5. Dedicatoria
  6. Epígrafe
  7. I
  8. II
  9. III
  10. IV
  11. V
  12. VI
  13. Rodolfo Celis
  14. Colofón