VII. Las contradicciones de los médicos
Atención.
Este capítulo está escrito meses antes que se tuviera conocimiento de la COVID-19, por lo que muchas de las situaciones, experiencias o cualquier tipo de crítica que se vierten en este episodio tienen su origen en lo que se expone en el próximo «política y medicina», a pesar de que las cuitas que se establecen en él ignoraban la futura aparición de la pandemia.
Probablemente, uno de los primeros conocimientos que tuvo el Homo sapiens fue reconocer, entre los demás seres y las cosas que le rodeaban, la existencia del inframundo. Vestigio de ello son las pinturas rupestres ejecutadas entre el Paleolítico y el Neolítico encontradas en las cuevas o cavernas de difícil acceso. Con la conciencia llegó la consciencia —de todas formas, es difícil saber lo que fue primero— y, con esta, la aceptación que los iguales que rodeaban a nuestros antepasados se dormían para nunca más despertar, fue en aquellos momentos que se tuvo consciencia que éramos seres perecederos.
La muerte era consustancial a la vida y eso hizo indispensable encontrar a un médium para que pudiera invocar una ayuda a los espíritus ante el infortunio que un componente del clan pudo haber padecido durante la partida de caza. Esa pudo ser la forma como se hizo indispensable el brujo o también le podríamos denominar hechicero, sacerdote y otros tantos nombres más; su magia consistía en tener todas las atribuciones para arribar al mundo sobrenatural. Las heridas, así como las enfermedades, eran tomadas como castigos por el incumplimiento de algún precepto, fuera del propio enfermo o de la colectividad.
Para ello se rogaba a los buenos espíritus que alejaran del cuerpo maltrecho a los espíritus malignos. La idea del sacerdote y del médico se empezaba a plantear, al principio fusionada en un solo individuo. Este, mediante sortilegios, buscaba la manera de interceder para sanar al cuerpo malparado.
No creo preciso desarrollar más este asunto, pues con anterioridad ya lo hemos hecho. Pero sí sirve de introducción para reconocer un áurea especial en la labor de médico. Sin duda, al clínico, en todos los tiempos, se le ha tenido por una persona de características muy específicas, de ahí que esta profesión, junto con la de sacerdote y los que ejercían la judicatura, estuvieran vistos como seres designados, al igual que los reyes que eran elegidos por Dios.
Esta composición nos sirve para interpretar al Homo medicus empático, tal como lo defino en el capítulo 3, «es, ante todo, un ser humano, y como tal siente y actúa», «en él tienen cabida todos los males» que ya exponía en el capítulo 4: «El Homo medicus narcisista», y también convendría recordar el capítulo 1; «Homo sapiens sapiens», «donde se desgranan todas las “contradicciones” que somos capaces de padecer como la cosa más normal». Eso incide en que nadie busque «la ética y la moral» en nuestra propia génesis, por el simple motivo que no la encontrará. Son factores propiamente culturales que se crean en la infancia, mediante el ya anteriormente nombrado «modelo mental». Ahora bien, hay otra particularidad en el caso del médico, y es que está doblemente referenciado por el cumplimiento de su «juramento hipocrático».
Lo relatado daría mucho para especular si se tuviera en cuenta el cúmulo de contradicciones que sufre el sanitario, ocupe el lugar que ocupe. Persisten en el tiempo una indeterminada cantidad de agravios a la sociedad con la cual tienen un indudable compromiso que deberían considerar. Pero, por las razones expuestas, no siempre es así. Y ahí precisamente radica la fuente de cuestiones que a continuación se exponen, sean por su importancia o por su actualidad. Lo que no quiere decir que haya otras que también deberían estarlo. Las que se muestran han sido seleccionadas aleatoriamente. Por lo que se pueden conceptuar como un modelo que, a criterio del autor, pudieran tener un determinado significado.
No obstante, antes me queda por hacer una última consideración: «los médicos deberían entender la inutilidad de esa maldita tendencia defensiva a refugiarse en su rol profesional para inducirse una falsa sensación de superioridad, a fin de ocultar la natural inseguridad por padecer los mismos problemas que sufren sus clientes —pacientes—».
Hecha esta afirmación, deseo aclarar que esta crítica no es para todos los profesionales de la salud. Ya que hay muchos que no actúan de esta manera, si bien es tanto el mal que crean, los previamente mencionados, que los que se relacionan de un modo equilibrado parecen que sean una minoría, cuando en realidad no lo son. Reflexión que puede ayudar a comprender cómo a esta profesión, a la que antiguamente se le tenía tanta consideración, hoy es víctima de sus propias actitudes.
Para empezar, creo que es preciso estudiar ciertos procederes de los colegios profesionales. Estos están formados mediante elección democrática por los diferentes colegiados que componen el referido colegio. Los que forman parte de dichos colegios no tienen por qué ser los más eruditos en la materia, más bien la componen quienes poseen un cierto interés colegial.
Hecha esta última aclaración por considerarla sustantiva con lo que pretendo transmitir, habremos de reconocer que todas las profesiones tienen sus propios órganos rectores, al igual que ocurre con los oficios que están regulados por gremios o asociaciones profesionales. La finalidad de estas instituciones es velar por los intereses de los colegiados o, en el otro caso, de los agremiados. Sin embargo, y ahora centrándonos ya en la medicina, dada la importante trascendencia que tiene la praxis adecuada, el colegio correspondiente fiscaliza el trabajo de sus miembros.
A priori puede resultar no solo necesario, sino imprescindible, debido a que da una cierta tranquilidad a los usuarios, en este caso los clientes —pacientes—. Aun así, hay un pero: «¿qué patente de corso tienen los médicos que componen los órganos rectores para corregir a los que consideran que no se ajustan a una supuesta medicina autorizada?». Esta pregunta tiene una vigente respuesta; la medicina, lejos de ser una ciencia, como algunos profesionales se empeñan en afirmar, «es un conocimiento compuesto por experiencias de las cuales no se posee una garantía absoluta que las soluciones aplicadas a un organismo vayan a tener la misma respuesta en otro».
Aun con todo, sí que creo conveniente puntualizar que esto sucede con enfermedades que en la actualidad son de difícil curación. Gracias a los conocimientos adquiridos en los últimos años, la medicina ha hecho unos avances que sorprenderían a los más afamados doctores de hace treinta o incluso veinte años. Deseo dejar constancia que quien suscribe esto no es médico, ni tan siquiera lo hace con ninguna pretensión que no sea la de haber estudiado y, en consecuencia, interpretado el asunto.
Sí, interpretado. Pues, por lo visto, y en mi opinión, de eso se trata. No hay que indagar mucho para comprobar que una de las razones más habituales, que por sus comunicados tienen los colegios, es para advertir a sus colegiados las prácticas de las llamadas pseudociencias y, entre ellas, la que se lleva la palma, «es la homeopatía».
Pero en esa búsqueda a la que antes me refería me sorprendo cuando leo que el Premio Nobel de Medicina del 2008, por su descubrimiento del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), el Dr. Luc Montagnier, Francia (1932) afirma que la homeopatía tiene una base científica. Esta afirmación va acompañada con lo que a mi parecer es el quid de la cuestión.
«La tendencia a ignorar ciertas soluciones que molestan a la economía —léase los laboratorios— afecta totalmente a una medicina que, como todo, es eminentemente conservadora». (SIC).
No obstante, a esto se le une otra de sus lapidarias frases donde afirma:
«No se puede suprimir parte del conocimiento porque no concuerde con los dogmas». (SIC).
Esta es la consideración de un científico galardonado, sí, pero desde que inició la defensa de la homeopatía ha sido vilipendiado por los que anteriormente le aplaudían. Cuestión que no debería sorprender, pues conocidas son las consecuencias de todos aquellos que se atreven a ir en contra de la corriente reinante, que no es otra que la que establecen los laboratorios de la mano de reconocidos médicos y científicos mediante estudios publicados en distintas revistas y webs de prestigio sectorial.
Más adelante, ofrezco un testimonio del escándalo que tocó de lleno a un eminente y reconocido médico español de escala internacional.
Quisiera añadir que hay una ingente cantidad de profesionales que recetan productos homeopáticos. De la misma manera que también los hay incondicionales acérrimos en contra de la homeopatía. Si bien de estos últimos encon...