Cómo será el pasado
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Cómo será el pasado

Una conversación sobre el giro memorial

  1. 128 páginas
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Cómo será el pasado

Una conversación sobre el giro memorial

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Este libro es una conversación entre dos personas que, con interés académico y por compromiso político, han dedicado parte importante de su vida profesional a comprender los procesos sociales en los que se construye la memoria pública, las imágenes sobre el pasado, o la función que puede tener el recuerdo en los procesos de reparación del daño hecho por las vulneraciones de los derechos de las personas, sea en regímenes dictatoriales o no. Habla de interrogantes compartidos, de experiencias diferentes aunque convergentes, apunta propósitos, expone temas y relata acciones. Pero no es concluyente en nada porque no es un dictado, son más bien reflexiones y razonamientos ante retos que han aparecido en sus trayectorias. Ante todo, es un diálogo que refleja el giro memorial alternativo al modelo canónico instaurado desde la Segunda Guerra Mundial.

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Información

Editorial
Ned Ediciones
Año
2021
ISBN
9788416737697
Categoría
History
Categoría
World History
CÓMO SERÁ EL PASADO
RICARD VINYES: La memoria es un espacio de poder, un instrumento de adquisición de sentido y legitimidad en constante relación con el poder y sus distintas declinaciones. Por eso la pregunta por el poder es crucial para comprender los procesos sociales en los que se construyen las imágenes contemporáneas del pasado a las que llamamos memoria. La respuesta nunca muestra seres autárquicos, quietos y confinados en una comunidad, clase, nación, o grupo, sino personas en trato constante con el exterior, con el dominio y sus distintas expresiones de dependencia, subordinación o emancipación. Llevo años interesado en los mecanismos y recursos que han utilizado y utilizan las clases subalternas para comprender el mundo que habitan y el sentido de la vida que llevan, aspiran o sueñan, y me atrevería a sostener que su confianza o desolación halla respuesta en los relatos heredados, modificados o construidos.
A lo largo de la historia la transmisión y circulación de esos relatos e imágenes ha contribuido a generar sus relaciones con el poder. El pasado —al que se refieren la memoria y la historia con protocolos distintos— aparece como un vínculo excepcional entre legitimidades —qué es justo y qué no lo es. Con el pasado se construye la legitimidad de las conductas y se dota de sentido las decisiones. Mijaíl Bajtín tiene páginas espléndidas al respecto cuando describe la forma en que las clases bajas del Renacimiento se relacionaron con el poder a través de la fiesta de carnaval descrito en la obra de Rabelais Gargantua y Pantagruel. El interés y preocupación por el pasado procede de la necesidad de adquirir sentido en la vida contemporánea, y una de las formas para capturar ese pasado y ordenarlo son la memoria y la historia.
ELIZABETH JELIN: Son varios los temas a los que hay que aludir cuando hablamos de memorias colectivas, sociales o históricas. Las memorias son procesos subjetivos e intersubjetivos, anclados en experiencias, en «marcas» materiales y simbólicas y en marcos institucionales. Esto implica necesariamente entrar en la dialéctica entre individuo/subjetividad y sociedad/pertenencia a colectivos culturales e institucionales. Las memorias, con sus recuerdos, silencios y olvidos, son siempre plurales, y generalmente se presentan en contraposición o aún en conflicto con otras. Lo que importa es el rol activo que tienen quienes participan en esas disputas o luchas por el pasado —para usar el título de mi libro reciente.1
Las disputas por los sentidos del pasado en la esfera pública son siempre luchas por el poder. Se trata de intentos de promotorxs y «emprendedorxs» de que SU verdad sea aceptada socialmente, frente a versiones alternativas que refieren a los mismos acontecimientos del pasado desde otros lugares, con otros énfasis, a menudo en contraposición y conflicto. Además de la multiplicidad existente en cada momento histórico, los sentidos del pasado, los silencios y olvidos históricos, así como el lugar que sociedades, ideologías, climas culturales y luchas políticas asignan a la memoria, se construyen y reconstruyen a lo largo del tiempo, en función de las disputas por el poder en los escenarios socio-políticos de cada momento o período. De ahí la necesidad de «historizar la memoria».
La «historicidad de las memorias» refiere al hecho de que, aunque se trate de un «mismo» pasado, las interpretaciones y sentidos van transformándose en distintos escenarios y momentos, a partir de la intervención de nuevxs actorxs y de cambios en las posturas de lxs viejxs. Cada presente echa nueva luz y nuevos puntos de mira para encarar ese pasado.
Esta historia de las memorias refiere también a otros devenires, otras temporalidades. Está la temporalidad histórica, la sucesión de procesos y acontecimientos en el ámbito político, económico, social, cultural. En la dinámica de ese devenir, se tejen y retejen memorias del pasado. Los acontecimientos de cada presente histórico despiertan pasados que pudieron estar dormidos y silencian otros —pensemos en la visibilidad que adquiere en las últimas décadas el protagonismo histórico de las mujeres en diversos campos, producida por la lucha de los movimientos feministas que llevan a reescribir la historia y a descubrir protagonistas ocultas y olvidadas en las historias oficiales.
Hay una tercera temporalidad que importa: la de la transformación de los paradigmas científicos y las conceptualizaciones. Hace cincuenta años no había un concepto de memoria social ni de su relación con la historia como lo hay ahora, ni un campo de estudios sobre memorias. Y algo similar ocurría con cuestiones de género —no existía el concepto, recién se avizoraba la teorización sobre el tema. Esta temporalidad académica transforma los encuadres y los marcos interpretativos para entender la realidad.
Y hay una temporalidad biográfica, asociada a la trayectoria personal. Como personas comprometidas con la realidad social que vivimos (y como investigadorxs), acumulamos experiencias y saberes, revisamos posturas, «descubrimos» nuevas aristas, hacemos nuevas preguntas. O nos aferramos a visiones que resultan antiguas u obsoletas a los ojos de las nuevas generaciones. Este cambio biográfico, a su vez, se entreteje con lo que nos transmitieron nuestras madres y padres. A veces me pregunto cómo analizaría yo los fenómenos que estudio en el tiempo y el lugar en que vivió mi madre, en tiempos y experiencias diferentes, guiada por otras inquietudes e interpretándolos con otros conceptos.
Estas cuatro temporalidades no se desarrollan al mismo ritmo, de manera armoniosa o sincrónica. Puede haber convergencia e interpenetración en un momento dado; es más frecuente encontrar desfasajes y asincronías, inevitables —y a menudo bienvenidos— anacronismos, entrelazamientos diversos que, a su vez, provocan nuevas perplejidades y preguntas. Reconocer esta multiplicidad es ingresar de lleno a un campo en el que reina la complejidad y hay pocas o ninguna fórmula que indique cómo trabajar con estas temporalidades de manera sistemática.
En realidad, la dinámica de la memoria social —los recuerdos, los olvidos, los silencios— ocurre en diversos niveles: desde el subjetivo individual hasta la escala global. A menudo hacemos comparaciones entre lo que pasa en un lugar y en otro, y allí generalmente nos referimos a países o naciones: «en Brasil tal cosa; en España tal otra...» No siempre es el nivel de análisis adecuado, ya que hay fenómenos locales o personales, y otros globales. Pero no se trata solamente de proponer estudios en los distintos niveles o escalas, sino de la necesidad de mirar las interrelaciones, entrelazamientos, influencias y determinaciones entre ellos, ya que es de esperar múltiples puntos de ruptura, de hiatos y de situaciones conflictivas entre actores y escenarios en estos distintos niveles. Los estudios de comunidades territorialmente localizadas muestran las brechas entre las memorias locales y los relatos nacionales. A su vez, los sentidos del pasado socialmente disponibles y aceptados pueden entrar en colisión con las interpretaciones de personas concretas, cuya subjetividad está cruzada por múltiples fuerzas y experiencias únicas.
El campo de investigaciones sobre memorias llama a relacionar el plano de las iniciativas y decisiones institucionales con los patrones culturales de sentido y con la subjetividad de los actores. Este abordaje trasciende los marcos habituales de cualquiera de las disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades. No se trata solamente de entablar «diálogos interdisciplinarios», sino de abordar el fenómeno en su complejidad, que involucra distintos planos de manera simultánea y entrelazada. Abordar el tema requiere poner en el centro a agentes sociales que desarrollan sus estrategias en escenarios de lucha, de confrontación, de negociación, de alianzas, de intentos de ganar poder e imponer sus prácticas frente a otros. El modelo de la acción social implícito en este tipo de análisis retoma temas clásicos de las ciencias sociales como la construcción de la autoridad y la legitimidad social, incorporándolos junto a una temporalidad que no es simplemente cronológica —en tanto entran en juego experiencias pasadas y horizontes de expectativas futuras— y con una consideración explícita de los sentimientos, los afectos y la subjetividad de esos actores. Además, la consideración de los escenarios de la acción implica la presencia y la referencia constante a la «alteridad», a otrxs frente a quienes orientamos nuestra acción. No hay acción social sin unx otrx. Esto puede ser un principio muy antiguo, pero quizás tenga sentido reiterarlo de vez en cuando, en un mundo en que nos quieren hacer creer que hay «una única solución» a nuestros problemas, un único modelo, y que todxs tenemos que tratar de acercarnos a él.
Mirar las prácticas sociales de memoria involucra acercarse a formas y fechas de conmemoración, a marcas territoriales e institucionales como monumentos, memoriales y museos, a archivos, a la producción artística y científica, a los relatos y testimonios, todos ellos traspasados por una cuestión que me parece central, y es algo en lo cual vos, Ricard, has estado y estás muy activo, las disputas por las políticas públicas de memoria.
RV: Ahora sí, claro, desde que acepté el Comisionado de Programas de Memoria en el gobierno de Barcelona, sí.
EJ: Antes también.
RV: Sí es cierto me interesaba.
EJ: Te interesaba. Pero estás muy metido en la gestión, la elaboración de estrategias, la búsqueda de aliados... O sea, la elaboración de políticas de memoria y el lugar de las memorias en la política. Yo vengo del campo de trabajo de los movimientos sociales, donde la cuestión se plantea quizás de otra manera: se trata de actores sociales colectivos que se expresan, reclaman y cuestionan los límites del sistema socio-político existente, a partir de demandas que a menudo parecen ser muy puntuales y específicas. Cuando el movimiento de derechos humanos en Argentina pedía «ni olvido ni perdón» estaba pidiendo salidas diferentes a las que se habían desarrollado en otros países (no a las amnistías, no a los pactos) pero también estaba reclamando una refundación del orden jurídico institucional: un rechazo y un fuerte «no a la impunidad», expresión que cobró amplio sentido y aceptación en el momento de la transición, en los años ochenta. La acción y la fuerza de ese movimiento incidió en crear el espacio para la intervención en las políticas públicas de memoria ligadas a la dictadura de los años setenta y ochenta del siglo pasado. Por supuesto, el accionar del movimiento no es lineal ni unívoco. Hay voces más autorizadas y legitimadas que otras, se incorporan nuevxs protagonistas, se disputan liderazgos y se establecen jerarquías. En Argentina, en el momento de la transición posdictatorial, la centralidad la tuvieron los familiares de las víctimas, especialmente las Madres, y luego se sumaron las voces de lxs sobrevivientes de la represión estatal, englobadxs ambxs (víctimas directas y familiares) en la categoría «afectadxs directxs». Para el activismo del movimiento de derechos humanos, quienes no entramos en esas categorías teníamos menos legitimidad para la acción. Podíamos —seguimos pudiendo— «acompañar», pero lxs protagonistas centrales son otrxs. Como en todo movimiento social, no hay homogeneidad sino diversas fuerzas sociales que, dentro de un objetivo muy general compartido, elaboran propuestas, estrategias y alianzas diversas. A menudo el diálogo se torna difícil hacia adentro y tomas conciencia de las brechas entre lxs propixs activistas del movimiento de víctimas. Hay muchas fisuras allí.
RV: Me interesaba la gestión porque participaba con cierta intensidad en las iniciativas de asociaciones vinculadas a las reclamaciones de memoria de la Segunda República, la revolución y la dictadura, asociaciones de expresos, exiliados, exdeportados a los campos de concentración y exterminio nazis y de mujeres muy activas, que habían participado en la resistencia. Pero la actividad de esas asociaciones era muy precaria, era frecuente encontrar en cada una de ellas a las mismas personas y actuaban en un ambiente de indiferencia social y administrativa, hablo de los noventa. Esa situación no tenía nada que ver con los movimientos de derechos humanos (DDHH) en el Cono Sur, por ejemplo, muchos más intensos y vinculados a los procesos de transición, las reclamaciones de reparación y el rechazo de la impunidad.
Pero me interesaba la gestión porque consideraba que la creación de una política pública de memoria era imprescindible. Primero, para convertir la memoria (democrática) en patrimonio. Segundo, para garantizar la creación de estructuras públicas de transmisión de ese patrimonio material e inmaterial y, en tercer lugar, para mostrar que las instituciones democráticas se alcanzaron con las movilizaciones de los sesenta y setenta, cuya acción y realidad había sido apartada del relato canónico en las grandes instituciones de difusión. Me interesaba, y mucho, que la Administración incorporase en el relato público de la Transición la decisiva y sostenida intervención popular en la instauración del régimen democrático. Es decir, en que forma la acción de una parte importante de la ciudadanía impidió la continuidad de la dictadura mientras otros intentaban renovarla. Me interesaba para desautorizar el relato oficial de que la transición y la democracia se habían construido exclusivamente en los salones del Palacio de la Moncloa y gracias a unos franquistas redimidos. Es cierto que el dictador murió en la cama, eso es algo tan obvio que no aporta nada; pero esa es la base de la metáfora de las élites que se enorgullecían de sí mismas. Una metáfora eficaz para ningunear la acción de quienes formaron parte de lo que he denominado la «resistencia ordinaria», y que constituyeron organizaciones y proyectos clandestinos que a principios de los setenta habían arrebatado a la dictadura la hegemonía cultural en los grandes centros urbanos del país. El dictador murió en cama, pero la dictadura murió en la calle. Consolidar ese relato, que formaba parte de la experiencia popular en las grandes ciudades, es importante porque prueba la eficacia de las movilizaciones surgidas de la resistencia y su capacidad para contribuir no sólo a impedir la continuidad del régimen, sino para construir una alternativa en la que ellos y ellas, gente ordinaria, de base, estaban presentes con intensidades diversas. En mi opinión ese es el punto principal para exigir una política pública de memoria y la implicación de la Administración. Cuando en 2002, junto a varias historiadoras e historiadores, acuñamos la expresión «memoria democrática» nos referíamos a eso, y fue públicamente asumido en un gran acto celebrado en el Teatro del Liceo de Barcelona convocado por la Associació d’Expresos Polítics del Franquisme. En aquel acto rebosante de gente se reclamó por primera vez que la memoria democrática fuese reconocida como patrimonio y que la Administración sea responsable de su difusión. Era la primera vez desde la Transición que aparecía esta petición y, lo más importante, en un contexto en que las reivindicaciones memoriales habían entrado en la agenda política, a diferencia de Argentina o Chile, donde las reclamaciones fueron casi inmediatas y en un contexto internacional favorable, o mucho más sensible.
EJ: Es que las dictaduras y las transiciones ocurrieron en momentos históricos diferentes, y mucho ha cambiado la conceptualización de los fenómenos represivos. La generalización y la aceptación de lo ocurrido como violaciones a los derechos humanos, como «crímenes de lesa humanidad» y su cualidad jurídica que los torna imprescriptibles —inclusive la conceptualización del genocidio— son términos y marcos interpretativos ...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Dedicatoria
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. Nota editorial
  7. Cómo será el pasado