Hilos que tejen la RED
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Hilos que tejen la RED

  1. 288 páginas
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Hilos que tejen la RED

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Índice
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Información del libro

¿Por qué despierta temor la tecnología que estamos creando? ¿Deberíamos frenar el progreso de la ciencia que modifica nuestro entorno a más velocidad de la que alcanza nuestra capacidad de adaptarnos a él?, ¿o acaso los dispositivos cibernéticos no son más que pseudópodos humanos? ¿Podrán las máquinas superar a nuestra inteligencia? ¿Qué nuevas formas de construcción social de realidad están siendo creadas o modificadas? ¿Se puede amar sin mirarse, sin tocarse? Estas y otras preguntas solo estaban en boca de autores de ciencia ficción. Hilos que tejen la RED busca ahondar en ellas, ofrecer una serie de reflexiones y aportar perspectivas para evitar precipitados pronósticos en un mundo globalizado.

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Información

Año
2021
ISBN
9788418236778
Edición
1
Categoría
Sociología

ENTRAMADO Y PODER DE LAS REDES

Los sistemas de complejidad creciente disfrutan de mayores grados de libertad y con ella la certidumbre se desvanece como valor absoluto. Solo la angustia permite añorar el paraíso perdido donde todo era previsible, donde el pensamiento mágico proporcionaba un control que la realidad no admite.
NICOLÁS CAPARRÓS, «Introducción», Viaje a la complejidad

1. DE LAS REDES SOCIALES A LA RED

Comencemos esclareciendo nociones solapadas en muchos casos.
Sintetizo al máximo: entiendo por Red la estructura informática que facilita la conexión a distancia de sujetos cada vez a mayor velocidad y con el mínimo costo. Se requiere (¡por el momento!) un soporte físico (hardware), una serie de programas (software) y servidores que comparten determinados protocolos. Podríamos considerar Internet como la Red por excelencia.
En el caso de las redes sociales, hacemos referencia a conjuntos complejos de relaciones interpersonales más o menos relevantes (familia, amigos, trabajo, instituciones, etc.). El encuentro de ambos territorios conduce a las redes sociales virtuales (que venimos denotando como redes), donde cada sujeto crea su propio perfil; ahí encontramos Facebook, Instagram y compañía.
Pero, antes de seguir, retomemos la introducción de N. Caparrós del primer volumen del Viaje a la complejidad. Qué sugerente resulta todavía el llamado polvo de Cantor (conjunto infinito y no numerable de puntos disjuntos cuya dimensión topológica es cero) descrito en el siglo XIX a la hora de adentrarnos en las redes. También los fractales de Mandelbrot (a cualquier escala, la parte es semejante al todo), asentados en la curva no diferenciable en punto alguno de Koch (1908) —adjunto la imagen por lo que pueda inspirar a nuestras redes:
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No puede negarse que la estructura de las partículas más elementales, las redes sociales y nuestra inabarcable Red comparten propiedades, entre ellas autoorganización y adaptación que «confluyen, se separan y producen saltos en el proceso conocido como evolución» (N. Caparrós, op. cit., p. 43). Y seguimos evolucionando como sistema dinámico que somos, atrapados en cada nivel de integración por atractores extraños de todo tipo, en una persistente pugna entre el afán de estabilidad y los necesarios, pero inquietantes, cambios adaptativos.
El testigo pasa de unas generaciones a otras y Michael Tomasello1 matiza diferencias entre la transmisión cultural (lo modificado por un pequeño grupo que permanece vigente hasta que otros lo alteran de nuevo) y la social (que incluye la adaptación colectiva al cambio cultural con nuevos comportamientos).
Las culturas no descienden unas de otras, no evolucionan, se limitan a cambiar de manera impredecible. Algo coherente con lo tanteado antes sobre la complejidad y que también apuntan los antropólogos Richerson y Boyd: «Las sociedades que consideramos menos evolucionadas, menos complejas, son las que más tiempo duran… Las culturas se construyen desde el caos y tienden tanto a la autodestrucción como a la supervivencia» (citado por Fernández-Armesto, op. cit., p. 197). Estos autores argumentaron en Not by Genes Alone (2004) que nuestro dominio ecológico y nuestros sistemas sociales derivan de una psicología adaptada para crear una cultura compleja.
El mismo planteamiento desde un especialista en inteligencia artificial: el desarrollo mental que requiere toda inteligencia compleja depende de las interacciones con el entorno y estas dependen a su vez del sistema perceptivo y motor del cuerpo (Ramón López de Mántaras, del CSIC, en El País, 18/3/2018). Como desde hace años venimos insistiendo: lo epigenético, lo que surge de la experiencia, no puede separarse de lo genético más que de forma artificial.
Otra pincelada antropológica: los colombianos J. E. Rojas y J. A. Salazar (2012, p. 178) describen la ciudad contemporánea como una compleja red de sistemas integrados por múltiples ecosistemas locales conectados con esa red y con otras mucho más amplias, configurando un extenso y enrevesado sistema de conexiones: lo urbano. En suma, lo reticular se impone en la materia inerte, en el cerebro, la cultura, en el territorio, el ciberespacio… se mire por donde se mire. ¿Puede intuirse un orden en este enredo?

1.1. Redes: perseverancias y variaciones

El pequeño preámbulo anterior pretendía contribuir a esquivar los infructuosos y precipitados juicios que menudean sobre nuestro futuro. La antigüedad está llena de elogios a otra antigüedad más remota, escribió Voltaire en Anciens et modernes2
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Aunque el motor es siempre el mismo: la dinámica de una red, de cualquiera de las redes a las que venimos aludiendo, llega a un punto a partir del cual gira de forma reiterada alrededor de una serie de atractores del sistema. Lo imprevisto irrumpe y se origina una (r)evolución según el modelo del equilibrio puntuado del paleontólogo S. Jay Gould (en oposición a la clásica linealidad).
No vamos a inmiscuirnos en las redes neuronales (remitimos a quien esté interesado al segundo volumen del ya muy citado Viaje a la complejidad),3 sí lo haremos en las que constituyen la realidad social de un sujeto, en el entorno nutriente que va alterando a su vez al deambular por el mismo. El «nido vincular» precede a nuestro nacimiento, está armado con un tiempo y espacio concretos, con progenitores nutridos por otras generaciones e inmersos en sus propias redes sociales personales.
Uno de los psicoanalistas que más atención ha consagrado a estas redes tejidas en lo cotidiano concreto es Carlos Sluzki, con el que departimos recientemente en el Congreso organizado por SEGPA en Toledo. En su propuesta, perfilar el entramado vincular de un sujeto, además de señalar sus potenciales apoyos permite detectar el papel que han tenido o tienen dichas relaciones en la construcción de identidad y, por tanto, en la gestación de conflictos. Las redes están presentes en organizaciones, grupos y territorios, y no siempre coinciden con lo instituido; pueden evaluarse por su estructura o por la función que cumplen. Este modelo de red social contempla un universo relacional (contextos culturales y subculturales, históricos, políticos, económicos y religiosos) y la red social personal (relaciones que un individuo percibe como significativas).
La frontera entre parientes, conocidos y amigos, se va desmoronando conforme la infancia queda atrás, entonces cobra especial interés la clasificación de Sluzki (1998) en la que valora: tamaño (las medianas son más efectivas que las pequeñas o numerosas), densidad, composición, distribución (las muy localizadas son menos flexibles y efectivas), dispersión (distancia geográfica, accesibilidad), homogeneidad/heterogeneidad, vínculos específicos y tipo de funciones (compañía, apoyo, guía, ayuda material, acceso a nuevos contactos).
Si «dibujamos» la red social de un sujeto con todos estos parámetros, obtendremos una imagen bastante fidedigna del mismo. Entonces surge la cuestión que me parece más interesante, su dinámica, la dirección en que se mueven estas relaciones conformando tensiones y tendencias, cómo se retroalimentan los vínculos, a qué dan lugar las crisis, dónde se detectan zonas estables (¿rígidas quizá?) o arenas movedizas… en suma, recurriendo a la jerga anterior, qué sucede en los intersticios entre atractores.
Gustamos de concretar estas redes en representaciones imaginarias, grafos con vértices enlazados por aristas, para dar consistencia a sus interacciones… y está bien, eso permite conceptualizar estructuras, siempre que se doten luego del movimiento y la complejidad propia del fenómeno que estemos observando.
Redes sociales personales y redes se superponen, pero, es curioso, nuestra huella es más imperecedera en la evanescencia virtual.
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Lo que caracteriza a una red social es su dinámica, el tipo de vínculo que establecen los sujetos o nodos que la constituyen. Si añadimos el apellido virtual, la complejidad de la estructura a la que aludimos adquiere una dimensión menos fácil de manipular de lo que muchos pretenden. A nosotros llega el resultado de la interacción de artefactos mecánicos (ordenadores, cables…), artificios semióticos (códigos y lenguaje) y elementos biológi...

Índice

  1. CUBIERTA
  2. PRÓLOGO DE CARLOS SLUZKI
  3. INTRODUCCIÓN
  4. COMUNICAR
  5. ALGUNOS HILOS PARA MI RED
  6. INCIERTA IDENTIDAD
  7. ENTRAMADO Y PODER DE LAS REDES
  8. ¿ENFERMA LA RED?
  9. DISCORDANCIAS EN UN MUNDO GLOBALIZADO
  10. EPÍLOGO: UNA PANDEMIA EN LA RED
  11. BIBLIOGRAFÍA