El arte de administrar la verdad
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El arte de administrar la verdad

  1. 84 páginas
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El arte de administrar la verdad

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Exigimos "la verdad" sabiendo internamente que no tenemos la más mínima idea de qué hacer cuando la tenemos, ni qué hacer con nosotros y mucho menos con el otro.La mitad entre una verdad y una mentira, sigue siendo una mentira y esto aplica principalmente a lo que nos decimos internamente. Lo que en general no dimensionamos es que las verdades salen a la luz de muchas maneras, solo hay que saber interpretar, conocer al otro y a nosotros mismos en lugar de anclarnos simplemente en lo que creemos o queremos escuchar.Seguramente te ha pasado de encontrarte en una situación en la que la distancia emocional, argumentativa y conceptual con la otra persona es enorme. Eso tiene una explicación (o varias) que intento desnudar en esta obra.Te invito en este libro a generar las bases persuasivas necesarias para convencer al otro mediante razones, emociones y argumentos, orientándolo a que piense o actúe de una determinada manera; pudiendo modificar la percepción que tiene sobre su realidad y sobre vos mismo. Entendiendo que, en el ámbito de las percepciones no importa tanto lo que vos tengas para decir, sino lo que el otro necesite para creer.

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Información

Año
2021
ISBN
9789874116673
Edición
1
Categoría
Filología
Prólogo
Este libro es para vos, que te cansás de exigir la verdad y, cuando la tenés, no sabés qué hacer con ella.
El individuo es un ser social y, por lo tanto, se define, entre otras cosas, por la interacción con el otro. Este proceso requiere de algo de lo que muchos hablan, pero pocos entienden, y que se llama comunicación. Desde un análisis muy simplista, lo primero que hacemos es pensar en alguien que habla y alguien que escucha. Siendo así y más allá de que esta observación no define exactamente la comunicación, nos topamos con el primer problema existencial en el mundo de las interacciones sociales. A todos nos enseñan desde la primera infancia a hablar, pero a pocos nos enseñan a escuchar, a realmente escuchar. Es decir, a poder decodificar al otro, a poder imprimir en el proceso la cuota de empatía necesaria para internalizar lo que el interlocutor siente, a poder observar lo que subyace en lo discursivo, a poder «leer» todo aquello no verbal sabiendo que revela mucha más información que las palabras. Con el agravante de que, si bien hablar resulta algo sencillo, hacerlo bien es todo un arte. Nos referimos con esto a hablar con elocuencia, a esa capacidad de seducir, conmover y persuadir al oyente. En otras palabras, a movernos como pez en el agua en el mundo de la oratoria. Tanto hablar como escuchar en términos de diálogo implican un acuerdo tácito previo que es el de hacerlo en el marco de la misma realidad y aquí entra el tercer escollo en el proceso, ya que, lamento decirles, la realidad como tal no existe, es solo una cuestión de percepción, es decir, de la interpretación que cada uno haga de esa «realidad». Esto hace que en muchas ocasiones nos desgarremos las vestiduras intentando que el otro perciba las cosas como uno quiere, piensa o necesita. En ese intento aparece algo que se mezcla con mucha facilidad en todo proceso comunicativo y es la mentira. Sí, todo el mundo miente. ¿Dónde y con quién estaríamos si hubiéramos dicho las palabras exactas que se nos pasaban por la cabeza? Quizás solos y vaya a saber dónde. Mentimos cotidianamente en nuestro ámbito personal, laboral, social e incluso, lo que es peor, nos mentimos a nosotros mismos. Y, como si fuera poco, ¡la mayoría de las veces lo hacemos mal!
Descubriremos en esta obra los atributos, cualidades, condiciones que se deben dar para poder desarrollar el proceso comunicativo sin fisuras. Eso implica, entre otras cosas, poder generar las bases persuasivas necesarias para convencer al otro mediante razones, emociones y argumentos, orientándolo a que piense o actúe de una determinada manera. Poder modificar la percepción que el otro tiene de una determinada realidad y, por sobre todo, la percepción que tiene sobre nosotros. Esto, en el mundo de la comunicación, se llama imagen. Nuestra imagen es el valor más preciado que tenemos. ¿Por qué? Porque es la representación mental que el otro tiene de nosotros. Como toda representación, es moldeable. De ella dependerán el grado de confianza que nos tengan, el interés y deseo que despertemos, la valoración que nos atribuyan, etcétera. Afortunadamente, todo esto se construye, solo hay que saber cómo hacerlo.
En cualquier ámbito social donde tenga lugar la interacción entre dos o más personas, saber comunicar es el primer paso hacia el éxito. Comenzamos, entonces, con la primera premisa existente en el mundo de la comunicación: todo comunica; lo que decís, lo que no decís, la ropa que usás y la que elegís no ponerte, el auto que tenés, los lugares a los que vas de vacaciones, los silencios que generás a la hora de hablar, los gestos, las posturas, el tono de voz, etcétera. Principalmente, antes que nada, la comunicación más fuerte se da a través del ejemplo. Se comunica más con lo que se hace que con lo que se dice… Si le gritás a tu hijo para explicarle que no hay que gritar o si le das un cachetazo para mostrarle que no está bien que él le pegue a sus compañeros, tenés que saber que el mensaje real que estás dando es todo lo contrario a lo que estás intentando expresar. Si a esto le sumamos falencias a la hora de esgrimir un discurso, entablar un diálogo o, sencillamente, un ida y vuelta de palabras, posiblemente el intercambio termine en un malentendido porque no somos interpretables y, lo que es peor, porque no somos creíbles. Formarnos, entonces, en el ámbito de la comunicación nos puede brindar una serie de herramientas eficaces que permitan una mejor expresión, amplitud y profundidad de lenguaje, así como rapidez en el contraataque discursivo, además de aportar, también, un conjunto de valores añadidos, como el de no hablar por hablar, ser coherentes, cuidar los gestos y la vestimenta, saber escuchar y ponerse en el lugar del otro o, lo que es lo mismo, ser capaces de crear una relación emocional.
No olvidemos que un buen comunicador es aquel que tiene el dominio en dicho proceso comunicativo. En este escenario hay algunas condiciones que deben darse para favorecer ese «ida y vuelta» de manera eficaz. Debemos comunicar dentro de un marco de credibilidad, lo cual supone que nuestra información debe ser creíble para que nuestro público tenga confianza en nosotros como informantes. Esto debe desarrollarse dentro de un contexto de participación, bajo los mismos canales de comunicación y con un tema que despierte cierta atención en el interlocutor. El mensaje a transmitir deberá tener el mismo significado para el destinatario que para el emisor de dicha comunicación. Simplicidad, consistencia y claridad son ingredientes primordiales para conseguir respuestas favorables, para lo cual es necesario también el menor esfuerzo posible por parte de los oyentes/lectores.
En este plano podemos identificar dos tipos de comunicación. La comunicación verbal, en primer lugar, es el tipo de comunicación en cuyo mensaje se utilizan signos lingüísticos. Estos signos son, en su mayoría, arbitrarios o convencionales, ya que expresan lo que se transmite. Además de ser lineal, cada símbolo se ubica detrás del anterior. La comunicación verbal puede darse de manera oral o escrita. Como veremos más adelante, la estructura sintáctica, la plataforma argumentativa y las capacidades persuasivas son clave en el desarrollo de la comunicación verbal. Ahora detengámonos en el otro tipo de comunicación, es decir, la no verbal. El lenguaje corporal, que es una de las formas de comunicación no verbal, puede revelar tanta o más información que las palabras. La conducta no verbal funciona como las publicidades en Instagram: aparece sin que nos demos cuenta. Nuestro cuerpo transmite constantemente información sensible sobre nuestras intenciones, sentimientos y personalidad. Incluso cuando estamos quietos o en silencio, los gestos, las posturas, las expresiones faciales y nuestra apariencia general hablan por nosotros y pueden resultar muy elocuentes. El lenguaje corporal cuenta quiénes somos, cómo nos sentimos o cuáles son nuestros gustos. En la interacción, la conducta no verbal informa además nuestro grado de comprensión y nivel de acuerdo, e incluso puede desmentir lo que estamos diciendo en ese momento.
Hablar es mucho más que reunir palabras de forma más o menos afortunada, escuchar es mucho más que oír y comunicar es mucho más que enviar y recibir paquetes de datos. Comunicar es compartir cierta información racional y emocional, poniéndola realmente en común, acordando con la otra persona su significado y valoración. Y eso no se consigue plenamente sin la intervención de la conducta no verbal, que se desarrolla principalmente en el plano inconsciente. El instinto y las emociones son fieles amigos desde mucho antes de que naciera la razón. Por muy inteligentes y racionales que nos creamos, lo cierto es que la conducta no verbal, las emociones y el inconsciente manejan a su antojo nuestra forma de comunicarnos y van por ahí contando todo sobre nosotros. En este sentido, los mejores comunicadores no verbales son quienes tienen cierta consciencia acerca de su lenguaje corporal, personas capaces de monitorizar su conducta y de calibrar el efecto que esta produce en los demás. Inteligencia emocional y empatía son elementos fundamentales en este desarrollo. Algunos estudios evidencian que las personas más influyentes y persuasivas tienen una gran consciencia del lenguaje corporal propio, lo que daría a entender que esta es una condición fundamental para el éxito. Convertirse en un buen comunicador no verbal requiere, por tanto, desarrollar la autoconsciencia de la conducta del cuerpo. Es cuestión de concentración y de focalizar la atención en los principales canales del lenguaje corporal, buscando su congruencia y sincronía con las palabras.
La conducta no verbal se expresa mayormente a través de los siguientes canales:
  • Expresiones faciales
En la cara se reflejan de manera innata y universal las siete emociones básicas: alegría, sorpresa, tristeza, miedo, ira, asco y desprecio. En este sentido, estar atento a qué emociones estoy identificando y saber distinguirlas nos permite, entre otras cosas, dominar el lenguaje corporal. Las expresiones faciales son el indicador emocional más fuerte y el primer lugar en donde ponemos nuestra atención. En fracciones de segundo, nuestro instinto decide por su cuenta y riesgo si una cara nos gusta o no, un proceso en el que inicialmente no interviene la razón.
  • Posturas
La postura corporal nos permite identificar el grado de interés y apertura que está presente en la interacción, y que se reconoce a partir de la exposición y orientación del torso. Visualmente, la postura tiene también una gran incidencia en nuestra imagen personal de cara a transmitir confianza, estabilidad y seguridad. Esto se traduce en que posturas expansivas indican satisfacción y actividad, lo que transmite en el otro una sensación de estabilidad, mientras que las posturas de contracción se vinculan a la negatividad y la pasividad. Las posturas influyen en nuestro estado de ánimo y, por lo tanto, estar atentos y modificarlas a demanda genera una cierta armonía entre lo físico y lo mental. ¡Y se nota!
  • Apariencia
No hay una segunda oportunidad para causar una primera impresión. Vivimos en un mundo donde prima lo estético y la apariencia va de la mano con esto. Se presenta como uno de los canales más influyentes de la comunicación, a pesar de los avances sociales que hay en la actualidad. El aspecto de una persona nos habla de su edad, sexo, origen, cultura, profesión o condición social y económica, entre otros muchos datos. La apariencia sigue siendo la principal fuente de información a la hora de formarnos una primera impresión de alguien. Por lo tanto, tener presente este aspecto n...

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