¿Podemos evitar otra crisis financiera?
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¿Podemos evitar otra crisis financiera?

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¿Podemos evitar otra crisis financiera?

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La gran crisis financiera tuvo efectos catastróficos en la economía global y tomó completamente por sorpresa a los economistas convencionales. Muchos comentaristas destacados declararon poco antes de la crisis que se había encontrado la receta mágica para la estabilidad eterna. Menos de un año después, se produjo la mayor crisis económica desde que estalló la Gran Depresión. En este libro explosivo, Steve Keen, uno de los pocos economistas que anticipó el colapso, muestra por qué los autodeclarados expertos estaban equivocados y cómo los niveles cada vez mayores de deuda privada hacen que otra crisis financiera sea casi inevitable a menos que los políticos aborden la dinámica real que causa inestabilidad financiera. También identifica las economías que se han convertido en 'Los muertos vivientes de la deuda' y las que están a continuación, incluidas Australia, Bélgica, China, Canadá y Corea del Sur.

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Información

Año
2021
ISBN
9788412351316
Edición
1
Categoría
Economía

04
La pista decisiva:
el crédito
El lector se preguntará cómo los economistas que estaban intentando comprender la repentina transición de Japón de motor económico a caso perdido pudieron pasar por alto una evidencia tan relevante como la presentada en la figura 14. La razón es que ni siquiera tuvieron en cuenta estos datos cuando buscaban pistas. Su enfoque de la investigación tenía más en común con el incompetente inspector Clouseau, el personaje cómico encarnado por Peter Sellers, que con sir Arthur Conan Doyle y Sherlock Holmes. Partiendo de una serie de proposiciones plausibles pero falsas, se cerraron a lo obvio.
La proposición falsa original, que se machaca para los estudiantes de primer año de Economía en la universidad, es que el dinero es solamente un «velo que cubre el trueque», y que todo aquel que crea que los cambios en la cuantía del dinero causan cambios en las cuantías «reales» —las cantidades físicas de mercancías que son producidas y consumidas en la economía— sufre una «ilusión monetaria». Los libros de texto de los economistas ortodoxos aseguran con absoluta seriedad a los economistas en ciernes que los precios absolutos no importan, y, por tanto, tampoco importa el dinero: todo lo que realmente importa son los precios relativos.
Se convence de esto a los detectives económicos novatos de la siguiente manera: se les pide que consideren un consumidor que puede comprar un conjunto particular de bienes, y a continuación se les pregunta qué cambiaría si todos los precios y sus ingresos se doblasen instantáneamente. «Nada, señor, seguiría comprando el mismo conjunto de bienes» es la respuesta correcta —y cualquier reserva al respecto le haría objeto de burlas como un enfermo más de «ilusión monetaria»—. Desde entonces, los modelos ortodoxos de la economía se formulan en términos de precios relativos, en lugar de en términos monetarios, y el dinero mismo desaparece del análisis. En manos de verdaderos creyentes como Robert Lucas, la «ilusión de la ausencia de dinero por parte de empresas y consumidores» tiene como resultado un enfoque de la macroeconomía que niega papel alguno al dinero, aparte de causar inflación:
Es natural (para un economista) ver la correlación cíclica entre la producción real y los precios como el resultado de una demanda agregada volátil que sigue a una curva de oferta relativamente estable y con pendiente positiva. Este punto de partida lleva a una cierta paradoja, dado que la ausencia de ilusión monetaria por parte de empresas y consumidores parece implicar una oferta agregada vertical, que a su vez implica que las fluctuaciones en la demanda agregada de una naturaleza puramente nominal deberían llevar solo a fluctuaciones de precios. (Lucas, 1972, p. 52, la cursiva es mía).
Habiendo eliminado el dinero como una pista potencial en cualquier relato económico de misterio, el paso siguiente en el manual del detective económico ortodoxo es eliminar también del guion a los bancos. Los bancos, afirman, son simplemente «intermediarios» entre ahorradores y deudores: no juegan ningún papel activo ni en los préstamos ni en la creación de dinero. La proposición clave es que no hay ningún vínculo entre los préstamos y la cantidad de dinero existente en la economía: el nivel de deuda y la cantidad de dinero son independientes uno de otro: «Piénsese de la siguiente manera: cuando la deuda crece, no es la economía en su conjunto la que está pidiendo prestado más dinero. Es, más bien, algo limitado a aquellas personas menos pacientes —gente que por la razón que sea quiere gastar ahora en lugar de esperar— que piden prestado a personas más pacientes» (Krugman, 2012a, p. 147).
El corolario de esta postura es la afirmación de Bernanke cuando rechazó la explicación basada en el modelo deuda-deflación de Fisher para la Gran Depresión: que no hay ningún vínculo entre los préstamos y los cambios en la demanda agregada. Los préstamos —incluso por parte de los bancos— simplemente transfieren poder de compra de un agente a otro. Paul Krugman defendió firmemente esta idea en un debate que tuvo conmigo en 2012, acusando a aquellos que sostenían que los bancos son algo más que intermediarios de sufrir un «misticismo de los bancos»:
El sector bancario es donde la izquierda y la derecha se encuentran. Tanto los austriacos […] como los «minskenitas» ven los bancos como instituciones que están en cierta medida fuera de las reglas que se aplican al resto de la economía, como algo que tiene unos poderes únicos para el bien o el mal […]. Supongo que no lo veo de esa forma. Los bancos no crean demanda de la nada más que cualquiera que decida gastar más; y los bancos son solamente un canal que une a los prestamistas con los prestatarios. (Krugman, 2012c).
Este argumento casa mal con el tercer pilar del modelo ortodoxo del dinero, el modelo del «multiplicador monetario» de creación de dinero; pero como detectives algo confundidos, los economistas ortodoxos son muy capaces de sostener dos puntos de vista contradictorios a la vez.
El modelo del multiplicador monetario afirma que los bancos crean dinero al prestar, pero lo hacen respondiendo pasivamente a los controles públicos. En el modelo, el Gobierno crea dinero de reserva para los bancos, y los bancos atesoran una fracción de este dinero —conocida como «ratio de reserva obligatorio» o RRR—[18] y prestan el resto. Los prestatarios depositan a continuación este dinero recién creado en otros bancos, que repiten el proceso hasta que en última instancia la cantidad de dinero creada es igual a la creación original de reservas dividida por el RRR.
Dado que el RRR es sustancialmente menor de 1 —en el caso estadounidense es de un 10 por ciento (O’Brien, 2007, p. 52)—, la cantidad de dinero creada mediante los préstamos bancarios, de acuerdo con este modelo, es un múltiplo de la cantidad de reservas creadas por el Gobierno. De manera que aunque, de hecho, los bancos crean dinero, es responsabilidad del Gobierno si se crea demasiado —o demasiado poco—, dado que es el Gobierno el que mueve los hilos. Esta era la base de la afirmación de Bernanke de que la Gran Depresión fue propiciada por la Reserva Federal (2000, p. 153),[19] y también del consejo que siguió el presidente Obama en 2009 de que la mejor manera de rescatar a la economía de la CFG era dar dinero directamente a los bancos, en lugar de al público (Obama, 2009).[20]
Por mucho que los economistas ortodoxos consideren plausibles estas proposiciones, ambas son falaces.
La primera proposición, que doblar precios e ingresos no cambia las magnitudes «reales» —y por «reales» los economistas se refieren a la cantidad de bienes y servicios producidos por la economía—, no sobrevive ni siquiera a un escrutinio superficial, una vez que aceptas el hecho innegable de que la deuda existe.
Dado que la deuda existe, algunos «agentes» serán deudores, y otros serán acreedores (con independencia de que esto implique deuda bancaria o deuda entre agentes no bancarios). Cuando «doblas todos los ingresos y todos los precios», ¿cómo afecta esto al precio del dinero, al tipo de interés? Para los deudores, es el coste del dinero, y para los acreedores, una fuente de ingresos.[21] Si lo doblas, entonces empeoras la situación de los deudores y mejoras la de los acreedores; y, como consecuencia de este cambio en la distribución de los ingresos, habrá cambios en la demanda y por lo tanto en la producción: las magnitudes reales de la economía cambiarán. Un cambio en el precio del dinero y en los ingresos monetarios puede tener, y de hecho tiene, «efectos reales». De manera que todos aquellos que afirman que los cambios monetarios tendrán efectos reales no están aquejados de «ilusión monetaria». Son los economistas ortodoxos los que están experimentando una «ilusión del trueque»: la creencia falsa de que el capitalismo puede analizarse sin considerar el papel del dinero.
La i...

Índice

  1. Portada
  2. ¿Podemos evitar otra crisis financiera?
  3. Agradecimientos
  4. Prólogo a la edición española
  5. Lista de tablas y figuras
  6. 01. Del triunfalismo a la crisis en la ciencia económica
  7. 02. La microeconomía, la macroeconomía y la complejidad
  8. 03. La calma y la tormenta
  9. 04. La pista decisiva: el crédito
  10. 05. La economía política de la deuda privada
  11. 06. La conclusión de un cínico
  12. Bibliografía
  13. Índice
  14. Sobre este libro
  15. Sobre Steve Keen
  16. Créditos