EL TIEMPO Y YO.
BREVE CUENTO RETROSPECTIVO
FEDERICO MAYOR ZARAGOZA
Mi madre no había tenido estudios, pero era enormemente inteligente y sabia. Permanentemente nos hacía pensar y nos hacía preguntas para que nos diéramos cuenta de que cada uno es capaz de hallar soluciones, de inventarlas.
–No imitéis, escuchad, responded a todos... y venid después a decirme vuestras reacciones.
Era una gran educadora, porque nos enseñaba a actuar «libre y responsablemente», que en esto consiste la educación genuina. Recuerdo especialmente cuando me dijo:
–Duerme lo justo y descansa lo indispensable. La vida es un misterio del que no podemos desperdiciar un solo instante. ¡Ja descansarem quan ens morim! [«¡Ya descansaremos cuando nos muramos!»].
Hay que tener tiempo para estudiar, para imaginar, para escribir, para jugar, para conversar... Dominar el tiempo es fundamental para vivir plenamente.
Y así crecí, procurando aprovechar cada instante. Madrugar para, acto seguido, tener unos minutos para establecer la «hoja de ruta», de tal modo que no tuviéramos nunca que repetir aquella frase de Rigoberta Menchú que tanto me impresionó: «Perdona, amanecer, por no haberte recibido como mereces».
¡Agradecer un nuevo día! Cómo comenzar la jornada renovando los principios que nos guían y, de vez en cuando, incorporar otros, de tal modo que nos sintamos, entre certezas e incertidumbres, intensamente activos y autónomos.
No comprendía entonces y sigo sin comprender ahora la «anomalía horaria española». Cuando ya tuve la edad y la oportunidad de visitar otros países, incluidos los más cercanos, me sorprendieron especialmente sus horas de levantarse, desayunar, almorzar, cenar y acostarse... y no me convencía que se excusaran en las singulares costumbres hispánicas.
Por todo ello me complacen mucho las iniciativas actuales de «normalización horaria» y cuento lo que cuento en este cuento retrospectivo: «No desperdiciemos ni un instante. Aprovechémoslos todos. ¡Ja descansarem quan ens morim!».
Federico Mayor Zaragoza conoce el secreto para ser siempre joven, y nos lo cuenta en esta historia. Es científico, pero también humanista: catedrático de Bioquímica y poeta; investigador en el laboratorio y viajero por el mundo. Le interesa profundamente la educación, fue rector de la Universidad de Granada y ministro de Educación y Ciencia. De 1987 a 1999 fue director general de la UNESCO, la organización de las Naciones Unidas para la Cultura. Allí se hizo amigo de las mejores personalidades del mundo, desde Rigoberta Menchú a Teresa de Calcuta o Nelson Mandela. Desde el año 2000 preside la Fundación Cultura de Paz. Desde ella sigue trabajando para hacer del mundo un lugar mejor. Ha publicado muchos libros de ciencia, de poesía, de ensayo. Todos tienen en común la experiencia de Federico, una persona comprometida con la humanidad. Por supuesto, disfruta con sus hijos, sus nietos... ¡y sus bisnietos!
ELSA GONZÁLEZ,
ELSA TADEA
Tic, tac, tic, tac..., resuena el reloj, sin dejar de anunciar el paso del tiempo.
La aguja más menuda se mueve inquieta, corre veloz por la esfera, tratando de alcanzar el minuto siguiente. Apenas es consciente de que ese segundo deja atrás un instante único e irrepetible. Cada movimiento indica un pequeño segundo y una gran oportunidad para reír, mirar las nubes, abrazar a mamá o decir «te quiero» a papá.
El minutero es más versado. Medita cada movimiento; intenta descifrar lo que suponen los sesenta segundos que contiene. Instantes para recordar la visita al zoo, llorar al caer y levantarse con una sonrisa, para orar o desear buenas noches. Todo un ciclo que puede cambiar la sucesión de los acontecimientos. Si el minutero da un paso adelante sin percatarnos, perdemos la oportunidad de agradecer la ayuda a un amigo, quemamos la esperanza de meter gol en el patio o terminamos una clase sin disfrutar de la bella sensación de aprender la lección del profesor.
El horario, la manecilla gruesa y firme, corta, para no entorpecer la visión de la esfera, discurre en un lento meneo para marcar las horas. En ella, las sesenta vueltas de minutero y las 3.600 del segundero agotan su carrera frente a la lentitud de su avance. Tiempo para hacer los deberes, dibujar una flor, construir un castillo de arena y destruirlo saltando las olas del mar.
Tiempo para disfrutar de la vida si no llevamos la prisa del segundero y nos elevamos, como el minutero, para recordar lo que ha sucedido en las últimas vueltas de las agujas del reloj. Los engranajes vislumbran la incesante carrera de las manillas, que corren para convertir los segundos en minutos, los minutos en horas, las horas en días y los días en años. Pero ese tictac que se escucha en las muñecas puede hacer crecer. Niños que corren para convertirse en jóvenes, jóvenes que se transforman en adultos y adultos que aprovechan el tiempo para envejecer.
Frena, observa el tiempo y dedica cada vuelta del segundero, minutero y horario para crear el mejor de los recuerdos en la próxima vuelta del reloj.
Elsa González y Elsa Tadea son madre e hija. Elsa González Díaz de Ponga nació en Madrid. Estudió y se doc...