El gabinete de las hermanas Brontë
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El gabinete de las hermanas Brontë

Nueve objetos que marcaron sus vidas

  1. 324 páginas
  2. Spanish
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El gabinete de las hermanas Brontë

Nueve objetos que marcaron sus vidas

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Información del libro

Este íntimo retrato de las hermanas Brontë, construido a partir de sus objetos personales, aporta un nuevo y original enfoque en la inagotable tarea de conocer más sobre su extraordinario legado literario.En esta biografía única y detallada de una familia literaria que ha cautivado a los lectores durante casi dos siglos, la experta en literatura victoriana Deborah Lutz arroja una nueva luz sobre las vidas complejas y fascinantes de las Brontë a partir de aquello que vistieron, cosieron, escribieron y dibujaron. A medida que se desvelan las historias de estos objetos tan significativos en su casa de Haworth, la autora nos sumerge en una recreación del día a día de las hermanas y, siguiendo un orden cronológico, nos hace partícipes de los acontecimientos más relevantes de sus biografías: la muerte de su madre, los reinos imaginarios de sus escritos infantiles, su época trabajando como institutrices y sus denodados esfuerzos por dejar huella en el mundo de las letras.Desde los libros en miniatura que confeccionaban de pequeñas a los bastones de endrino que llevaban en sus solitarios paseos por los páramos, cada objeto personal abre una puerta al mundo de las hermanas Brontë. Con una prosa cautivadora y rica en matices, Lutz nos revela el mundo físico que habitaron y cuán definitivo fue para inspirar sus obras.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2017
ISBN
9788417151829
Edición
1
Categoría
Literatura

1

Libros diminutos

Agarré mi mugriento volumen por una de las tapas y lo arrojé a la perrera, jurando que aborrecía los buenos libros. Heathcliff dio un puntapié al suyo en la misma dirección.
EMILY BRONTË, Cumbres borrascosas
La lectura es mi ocupación predilecta, cuando tengo tiempo y libros que leer.
ANNE BRONTË, Agnes Grey
Corría el mes de octubre de 1829, Charlotte Brontë tenía trece años y confeccionó un texto diminuto con el material que tenía a mano. Probablemente se sentara a la mesa de la cocina, donde solía escribir de niña, mientras Tabby, la apreciada criada de la casa, merodeaba a su alrededor, limpiando y horneando tartas. La cocina, de suelo de piedra de Elland, situada justo detrás del despacho de su padre, estaba ocupada con regularidad por las hermanas Brontë, que se ponían a escribir allí, pero también era el espacio donde amasaban, picaban verduras para el estofado o compartan con los perros sus gachas de avena. Ese mes de octubre había sido especialmente lluvioso, y las gotas golpeaban las ventanas de su casa de Haworth, en West Yorkshire. En la cocina de leña, la turba mantenía a raya la humedad6.
Los años de juventud de Charlotte están plagados de episodios siniestros. La familia se había mudado a la casa parroquial de sillares de piedra gris, situada en un promontorio desde donde se dominaban gran parte de las colinas y los páramos circundantes, en abril de 1820. Su padre, el reverendo Patrick Brontë, había sido nombrado pastor de Haworth de por vida. La casa dieciochesca de dos plantas era un hervidero de gente. Diez cuerpos pugnaban por soñar y moverse en un espacio de cuatro dormitorios y un retrete exterior de dos inodoros: Charlotte, sus padres, sus cinco hermanos y dos criadas. Su madre era Maria Branwell, originaria de Penzance, una localidad sureña y costera más templada, una mujer con aspiraciones literarias. Maria se había sentido atraída por Patrick, un clérigo irlandés, no solo por su belleza solemne y su trato afable pero tosco —le llamaba el «pícaro Pat» en sus cartas de amor—, sino también porque sabía usar lo aprendido en Cambridge para escribir meditados sermones que resultaran accesibles a los iletrados. Él también tenía ambiciones literarias, pues llegó a publicar algún poema y algún relato antes de que el trabajo y la familia consumieran todo su tiempo. Pocos meses después de llegar a Haworth, Maria cayó enferma. Pasó siete meses y medio de agonía en su dormitorio del piso superior, pasto del cáncer. A veces tenía momentos de delirio. La idea de dejar atrás a sus hijos la obsesionaba. La niñera la oía clamar a menudo: «¡Dios mío, mis pobres niños! ¡Dios mío, mis pobres niños!». Falleció el sábado 15 de septiembre de 1821 rodeada de sus hijos, Patrick y su hermana, Elizabeth Branwell. Fue enterrada muy cerca, en la cripta de la parroquia contigua. La inscripción que señala su sepultura exhorta al visitante: «APRÉSTATE»7.
El padre de Charlotte se quedó solo con un montón de niños, la mayor —también llamada Maria— tenía siete años, y Anne, la menor, aún no había cumplido dos. Su tía, Elizabeth Branwell, pronto se mudó con ellos para ayudar. El descubrimiento por parte de Patrick de una escuela donde admitían hijas de clérigos que habían perdido a uno o a ambos progenitores supuso un alivio. Financiada con donaciones de personas acomodadas, la Clergy Daughters’ School de Cowan Bridge no era un colegio caro, algo esencial para Patrick, pues su sueldo de párroco apenas alcanzaba para mantener a su gran familia. Decidió educar a su hijo, Branwell, en casa. Anne era demasiado pequeña para asistir, pero envió allí a sus cuatro hijas restantes. Maria y Elizabeth, que por ser las mayores se habían convertido en figuras maternas para las más pequeñas después de perder a su madre, ingresaron en la institución en julio de 1824. Charlotte las siguió en agosto, Emily en noviembre. El colegio pronto se daría a conocer como un lugar lúgubre y cruel, llevado a la ficción por Charlotte como la escuela Lowood en su segunda novela, Jane Eyre, publicada en 1847. Tanto Maria como Elizabeth contrajeron la tisis. Maria, de once años, regresó enferma a casa en febrero de 1825. Cuando falleció en mayo, sus hermanas continuaban en el colegio. Unas semanas después de su muerte, Elizabeth, que entonces tenía diez años, regresó a casa víctima de la misma enfermedad. Hicieron volver a Charlotte y Emily en junio, a tiempo para ver morir a su hermana.
En octubre de 1829, cuando Charlotte estaba confeccionando su pequeño manuscrito, la casa aún estaba repleta de habitantes pero había resquicios en los que se palpaba la ausencia. En un breve diario de ese mismo año, redactado unos meses antes, reflejó el paradero de los miembros restantes de la familia, como si quisiera asegurarse de que continuaban en el mundo de los vivos. Primero se situó ella: «Estoy sentada ante la mesa de la cocina». Luego informó sobre los que se encontraban más próximos e incluyó a una de las fallecidas entre paréntesis. «Tabby la criada está fregando los platos del desayuno y Anne, mi hermana pequeña (Maria era la mayor), está arrodillada en una silla observando unos pasteles que Tabby nos ha preparado». Siguiendo el pasillo, en el salón, Emily está «barriendo» (se deduce que la habitación). La tía Elizabeth está en el piso de arriba en su dormitorio, y su hermano, Branwell, ha salido con «papá» a Keighley, un pueblo a unos kilómetros de distancia, a comprar un ejemplar del Leeds Intelligencer 8.
A pesar de que estos años estuvieron plagados de acontecimientos sombríos, Charlotte no dejó de crear cuentos divertidos. Después comenzó a fabricar libritos para conservarlos, como hizo ese mes de octubre. Comenzaba recortando ocho pliegos rectangulares de unos cinco centímetros por tres y medio, luego los doblaba por la mitad. Los bordes desiguales del papel de hilo blanco revelan una falta de destreza con las tijeras. Charlotte tenía las manos pequeñas: su amiga y primera biógrafa, Elizabeth Gaskell, describió el temblor de una como «el leve roce de un pajarillo en el centro de la palma». En los años siguientes se volvería diestra y realizaría delicadas pinturas y bordados, pero a los trece años sus dedos infantiles manejaban torpemente las tijeras, como si estuviera recortando a bordo de un barco. Después tomaba un trozo de papel de embalar fibroso, de color marrón grisáceo, y recortaba un rectángulo ligeramente más grande que los blancos. Este también lo doblaba por la mitad. Luego apilaba las hojas y utilizaba la marrón a modo de cubierta, para finalmente coser el doblez con aguja e hilo blanco. Así conseguía un rudimentario librito de 16 páginas —vacío y expectante—, del tamaño de una caja de cerillas9.
Al llegar a este punto del proceso de «publicación», Charlotte mojaba la pluma en el tintero y copiaba en el volumen un texto que había esbozado durante las semanas anteriores. Utilizaba letra de imprenta, imitando la tipografía de los libros reales, tan minúscula que resulta difícil distinguirla sin la ayuda de una lupa. Las siguientes líneas, que aparecen en la primera página del librito de octubre de 1829, son fieles al diminuto tamaño original:
En el año 1829 vivía el capitán Henry Dunally, un hombre cuyas propiedades le reportaban 200.000 libras al año. Era el dueño de una hermosa casa solariega, a unos quince kilómetros de Glass Town, y vivía de una manera que, aunque cómoda y alegre, estaba muy por debajo de su estipendio anual. Su esposa, una agraciada dama de treinta años, era una mujer muy juiciosa y discreta, inclinada al parloteo siempre que se presentaba la ocasión. Tenían tres hijos, el mayor de ellos tenía doce años, el segundo diez y el más pequeño dos. Respondían a los nombres de Augusta Cecilia, Henry Sinmiedo (el nombre de un tío materno sin carácter comparado con la parte más sobria de la humanidad y los de la clase a los que tanto Dunally como su esposa pertenecían) y Cina Rosalind. Cada hijo tenía, como cabría suponer, una personalidad distinta. Augusta era dada a [...].
Lo que Charlotte pretendía era llevar a cabo una imitación, en miniatura, de su revista favorita de entonces, la Blackwood’s Edinburgh Magazine. «La mejor publicación que existe», como la definía Charlotte con entusiasmo. Los cuatro hermanos —Charlotte, Branwell (de doce años), Emily (de once) y Anne (de solo nueve)— leían y veneraban la publicación mensual escocesa, que les prestaba su amigo el señor Driver. Editada por William Blackwood desde 1817, la revista era una «miscelánea», un género común en la Gran Bretaña de la época. Relatos breves o poemas, casi todos con elementos góticos y plagados de fantasmas y asesinatos, se mezclaban con artículos políticos de tendencia conservadora sobre la actualidad, partituras musicales, críticas de pinturas y libros, conversaciones imaginarias en una taberna entre personajes beodos, y otras piezas de muy diversa índole. Los artículos iban firmados con seudónimo, como Ettrick Shepherd, el alias con el que el novelista y poeta James Hogg firmaba a veces. Fue Branwell, el hermano de Charlotte, quien tuvo la idea de hacer imitaciones de la revista. Comenzó su «Branwell’s Blackwood’s Magazine» de tamaño enano en enero de 1829, con él como redactor jefe y autor estrella, firmando con nombres diversos, como PBB, Sargento o Capitán Bud y Young Soult. Charlotte a veces «colaboraba» en la revista, con su nombre o bajo el seudónimo de Capitán Tree [Capitán Árbol]. Después de seis números en seis meses consecutivos, Charlotte se hizo con la dirección de la revista y la rebautizó como «Blackwood’s Young Men’s Magazine», aunque Branwell continuaba apareciendo entre sus páginas. El primer número de agosto de 1829 fue «editado por la genial CB». A Elizabeth Gaskell, que leería estas pequeñas revistas muchos años después, le parecían «una extravagancia plagada de incoherencias». Y también le daban una «idea del poder creativo llevado hasta el límite de la cordura»10.
El número de octubre de la «Blackwood’s» de Charlotte, al igual que sucedía en otras revistas misceláneas, incluía ficción, poesía, una sección titulada «Conversaciones militares», que imitaba los diálogos taberneros de la Blackwood’s auténtica, y un índice de contenidos al final. La última página estaba reservada a los anuncios de objetos y de libros como Aprenda a rizarse el cabello, de monsieur Qué-razón-tiene. La pieza más mordaz de la revista es el primer relato, «The Silver Cup: A Tale» [La taza de plata: un cuento], que comienza con una escena extraída de su experiencia: una familia que escucha a uno de sus miembros leer una novela en voz alta. La lectura es interrumpida cuando un vendedor ambulante llama a la puerta y le vende al padre una taza de plata labrada. El padre descubrirá en un sueño que la taza oculta una maldición y la familia sufrirá distintas desgracias. Muchas de ellas tienen que ver con la mala conducta de los niños, como cuando la más pequeña, Cina, hace trizas un barco en miniatura hecho de cristal y guardado en una caja de palisandro. Los padres amenazan a estos pequeños rufianes con reventarles el cráneo contra la pared o con una «buena azotaina», una comedia negra que solían interpretar con deleite los hermanos Brontë y que aparecería en las obras adultas de Emily y Branwell. Todo vuelve a su cauce cuando la taza pierde su magia negra gracias a una poción antigenios. La influencia de Las mil y una noches —que los niños leían y copiaban de forma obsesiva— es evidente en la figura del genio alborotador. Charlotte también se adueñó de una idea más sutil: cómo se puede insuflar vida y significado a los objetos aparentemente inocentes. Así, «Ábrete sésamo» movía la roca que ocultaba montañas de tesoros; y, al frotar una lámpara antigua arrastrada por el mar, los deseos más delirantes se hacían realidad. El delicado barco de cristal del cuento de Charlotte era «reparado por manos invisibles», como si una llamita de vida ardiera en su interior, lista para ser avivada. Lo contrario también podía suceder: las personas se transformaban en objetos. El Capitán Bud de Charlotte a veces se deprime tanto que imagina que se convierte en una piedra, en una ostra, en un matojo de brezo ceniciento, «listo para ser barrido por una ráfaga de viento cualquiera»11.
En general, los niños están convencidos de dos ideas contradictorias: un juguete es solo un objeto de madera y pintura pero también es algo con vida, un ser que respira dispuesto a emprender aventuras. Los numerosos cuentos y libros que los jóvenes Brontë crearon en colaboración emanan de reinos y personajes fantásticos fruto de su imaginación, como la Glasstown Confederacy, habitada por sus primeros personajes y sus aventuras. Pero la mayoría de sus cuentos también estaban ligados al mundo real y material. Las «Young Men plays», unas obras teatrales que Charlotte incluyó en su «Blackwood’s Young Men’s Magazine», comenzaron su andadura como un juego de doce soldaditos de madera («los Doce») que Patrick le había regalado a Branwell. Charlotte nos cuenta cómo, la noche del 4 de junio de 1826, su padre regresó a casa procedente de Leeds con regalos para todos. La caja de soldaditos de Branwell será el juguete más evocador. A la mañana siguiente, cuando Branwell irrumpió en el dormitorio de sus hermanas, Emily y Charlotte «saltaron de la cama», y Charlotte, tras arrebatarle «el más guapo de todos», lo bautizó como uno de sus héroes, el duque de Wellington, mientras proclamaba: «¡Algún día serás mío!». El soldadito de Emily parecía más grave y por eso le puso Gravey. El de Anne era «tan frágil como ella» y recibió el extraño nombre de Waiting Boy; Branwell llamó al suyo Bonaparte, por Napoleón12.
Según el relato de Branwell de lo sucedido esa mañana, se imaginó a sí mismo como un monstruo inmenso y terrible que se apoderaba de los doce valientes soldados mientras estos se encontraban explorando el interior de África (combatiendo a los ashanti, representados por el juego de bolos de Charlotte, que su padre le había regalado la misma noche). Él los llevó a «una sala de dimensiones y esplendor colosales», el dormitorio de las niñas, que en realidad era pequeño y destartalado. Aquí, otros tres gigantes hicieron su aparición. Todos se convirtieron en genios —Brannii, Tallii (Charlotte), Emmii y Annii—. A veces protegían a los soldados y a veces cometían tropelías en las poblaciones donde se establecían los Doce13.
Estos no fueron los primeros juguetes forzados a alistarse. En «The History of the Young Men» [Historia de los jóvenes], Branwell, que entonces tenía trece años, incluyó una lista de sus principales adquisiciones. En el verano de 1824, «papá» le trajo su primera caja de soldaditos de Bradford. Un segundo juego procedente de Keighley no llegó a durarle ni un año, pues los soldados fueron «mutilados, perdidos, quemados o destruidos en distintas escaramuzas y “partieron sin dejar ni rastro”». Les seguirían dos juegos de soldados turcos y los Doce ya mencionados. En 1828 compró «una tribu de indios»14.
La mitologización de estas figuras incluía un idioma inventado que los «hombrecitos» empleaban, llamado «la vieja lengua de los jóvenes», que podría haber sido un dialecto de Yorkshire entonado con la nariz tapada. Los hermanos también aparecen en los cuentos en persona, como en el caso del primer volumen de los «Tales of the Islanders» [Cuentos de los isleños] de Charlotte, donde el Coronel Malvado y su banda castigan a unos niños encerrándoles en una mazmorra secreta. Esa «tortura injusta» habría continuado «de no haber sido porque yo tengo la llave de la mazmorra y Emily guarda la de las celdas». Así, los niños se adentraban en los cuentos que habían creado con varias identidades, expresándose con voces distintas. También insuflaban en sus juguetes una narrativa y su propia personalidad, igual que la mayoría de los niños, como si sus cuerpos pudieran fundirse con esas figuritas de madera, como si la piel pudiera volverse pintura15.
Mientras algunos de los relatos tenían su origen en juguetes, otros partían de algún mueble o de una habitación concreta. El rudimentario sótano donde se conservaba la cerveza, al que se llegaba tras bajar unos escalones de piedra que se adentraban en la oscuridad, sirvió como modelo de innumerables mazmorras y prisiones. La cama que Charlotte y Emily compartían de niñas —una costumbre común en esa época, además de una necesidad en la casa abarrotada— funcionaba como un espacio nocturno donde reinaba la imaginación. Charlotte llamaba a las historias que se desarrollaban allí las «obras de cama». El repertorio comenzó la noche del 1 de diciembre de 1827. «Las obras de cama son obras secretas», explicaría Charlotte dos años después. «Son muy bonitas. Todas nuestras obras son muy raras»16.
Las fantasías se originaban alrededor ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Agradecimientos
  3. Prefacio. La vida privada de los objetos
  4. 1. Libros diminutos
  5. 2. Pelapatata
  6. 3. Caminar
  7. 4. Keeper, Grasper y otras mascotas familiares
  8. 5. Cartas fugitivas
  9. 6. La alquimia de los escritorios
  10. 7. La muerte hecha materia
  11. 8. Álbumes de recuerdos
  12. 9. Reliquias nómadas
  13. Bibliografía utilizada en la traducción
  14. Bibliografía recomendada
  15. Notas
  16. Créditos