LAS DISPUTAS POR LA AUTORREPRESENTACIÓN POLÍTICA: MUJERES ENTRE VIOLENCIAS Y CONSTRUCCIONES DEL PODER DESDE EL ACTIVISMO ELECTORAL #NoMeCuidanMeViolan. Violencia política de género en México: una mirada sobre l@s candidat@s indígenas en el proceso electoral de 2018
Laura R. Valladares de la Cruz*
SUMARIO: Introducción. La violencia política contra las mujeres. El andamiaje electoral vinculado con pueblos indígenas y la paridad de género. Las excluidas de Chiapas. Minoría de la minoría: mujeres indígenas en el Congreso de la Unión. Reflexiones finales. Bibliografía.
Somos protagonistas de la transformación hacia adentro y hacia fuera, somos las vainas llenas de semillas, somos los frutos de los árboles de raíces profundas, es tiempo de desgranar la mazorca y volvernos semillas.
Llevemos la luz que nos entregaron las compañeras zapatistas y ahora nuestras compañeras de San Juan Volador y seamos el sonido del caracol para que resuene en cada rincón a donde vayamos para llamar a más mujeres a organizarse
(II Encuentro Nacional de Mujeres CNI-CIG, 2019).
INTRODUCCIÓN
Con el grito enfurecido de “#NoMeCuidanMeViolan” durante el mes de agosto del año 2019, marcharon miles de mujeres en distintas ciudades de la República mexicana para denunciar la violencia misógina y feminicida que ya no están dispuestas a tolerar y colocaron como principal responsable al Estado mexicano por omiso cuando no como un actor directo; pues en diversas ocasiones se ha documentado que las violaciones a los derechos humanos de las mujeres ocurren a manos de las fuerzas del orden, sea criminalizándolas o violando el debido proceso judicial, y en muchas otras situaciones sufren un proceso de re-victimización (CJP, 2010).1 Siete meses después, el 8 de marzo de 2020, en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, nuevamente las mujeres salimos a las calles, en sintonía con las decenas de marchas en el mundo que denunciaron la violencia contra las mujeres que como flagelo recorre todas las geografías del planeta. La realizada en la Ciudad de México convocó a más de 80 mil mujeres de todas edades, abuelas, hijas y nietas, de procedencias sociales diversas y de distintas adscripciones políticas. De múltiples formas de entender y sumarse a los feminismos, así como de una gran variedad de pertenencias culturales, actividades laborales y profesionales, entre otras muchas diversidades. Vestidas de morado y muchas con paliacates verdes, otras de negro cubiertas del rostro rompiendo vidrios y haciendo pintas en todo lo que encontraban a su paso, pero todas fuimos un solo grito: “alto a la violencia contra las mujeres”, “justicia para las víctimas” y “garantía de una vida libre de violencia”. El miedo y la indignación recorren nuestros cuerpos frente a la angustia de pensar quien será la siguiente violentada. La conmoción y dolor que provocaban los testimonios de las madres de las muertas y las desaparecidas durante la marcha, sólo podía ser amortiguado con los gritos de “no están solas”, “yo sí te creo”, “justicia, justicia, justicia”, hicieron de ese domingo un día memorable que nos hermanó y nos dio cuenta de una fuerza muy vigorosa que exige respuestas del gobierno nacional para poner freno a las violencias estructurales que tiñen de rojo y miedo la vida cotidiana.
La presencia de las mujeres indígenas de distintos colectivos, etnias y organizaciones como la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas (Conami), también estuvieron allí, colocando como parte de sus reivindicaciones el rechazo a la violencia contra las mujeres, con la particularidad de defender como parte de ésta la autonomía de sus territorios y sus cuerpos. Marcharon en la Ciudad de México, pero también en Oaxaca, Mérida, Chihuahua y otras ciudades y municipios del país, en donde la presencia indígena es relevante.
Ciertamente, vivimos un contexto de renovadas y abiertas expresiones de odio contra las mujeres que están siendo contestadas por amplios grupos de mujeres a lo largo y ancho del país como del mundo. Estas protestas colocaron en primera plana el “ya basta”, junto con el #MeToo, el “Ni una menos”, con las voces de las Mujeres del Pañuelo Verde de Argentina y Chile (2019), demandando el derecho a decidir sobre sus cuerpos y la exigencia del derecho a un aborto libre, seguro y gratuito. Se trata de demandas y procesos organizativos que han trascendido las fronteras nacionales y continentales, hermanando a miles de mujeres del planeta. Otra de sus expresiones más recientes ha sido el apropiarse y representar el performance Un violador en tu camino,2 que ha sido personificando en muchos países. La marcha del 8 de marzo en la Ciudad de México concluyó en un Zócalo colmado de mujeres entonando el Vivir sin miedo3 que fue estremecedor. Éstas junto con otras muchas protestas son una expresión de un proceso organizativo que se caracteriza por su composición transgeneracional, transnacional y multicultural que ha colocado al feminismo como un movimiento amplio, diverso, disperso y potente, en un feminismo global y de masas en términos de Ana Requena (2019).
Otra de las venas del cuerpo de las mujeres organizadas, desde mi perspectiva muy significativa, nace en América Latina, entre campesinas e indígenas, que han construido perspectivas teóricas situadas desde el sur global y se han articulado alrededor de demandas tales como la lucha por la autonomía política de sus pueblos con un carácter anticapitalista, antirracista y antipatriarcal. Desde este planteamiento han desarrollado una crítica epistémica a los renovados colonialismos extractivistas en el Tercer Mundo, así como también una crítica al colonialismo teórico occidental. Estamos ante propuestas teórico-políticas de carácter contrahegemónico, aquí es donde y desde donde se sitúan los feminismos indígenas de Abya Yala (Gallardo, 2014; Espinosa et al., 2014).
Estos procesos organizativos responden, asimismo, a que la violencia generada contra las mujeres indígenas se ha recrudecido, pues si bien ha sido una constante (Hernández, 2015), vemos que a medida que se han constituido como actoras políticas que se posicionan frente a los problemas de sus pueblos y que luchan por sus derechos como mujeres, son víctimas de una violencia sin parangón. Se les ha agredido y violentado colocándolas como botín de guerra, para castigar y dañar a sus familias, a sus pueblos y sus proyectos políticos; sin embargo, a medida que las mujeres adquieren un papel protagónico en esas batallas y luchan por espacios de poder o forman parte de movimientos críticos o en trincheras, tales como la defensa de los derechos humanos, como activistas, asesoras o consultoras, son víctimas de una violencia desmedida dirigida especialmente contra ellas (Valladares, 2019a:154).
Es frente a este escenario que las mujeres indígenas organizadas políticamente expresan, en sus agendas, una serie de reivindicaciones que van desde la defensa de sus derechos como mujeres hasta una posición política crítica al capitalismo y al patriarcado, lo hacen desde posiciones que han ido del feminismo culturalmente situado (Sánchez, 2005) al feminismo antiextractivista o a los feminismos territoriales, entre otras autoadscripciones (Ulloa, 2016a y 2016b). Algunas se sitúan en los feminismos populares y comunitarios, otras parten de los ecofeminismos y muchas más no se reconocen como feministas de forma explícita. Pero todas, desde su diversidad, comparten el horizonte de una lucha antiextractivista o posextractivista, descolonizadora y antipatriarcal, y se empoderan en el marco de las resistencias. Su principal aporte, de acuerdo con Miriam Gartor (2014), ha sido visibilizar los estrechos vínculos entre extractivismo y patriarcado (Valladares, 2019b).
Si bien la violencia contra las mujeres se expresa en todas sus dimensiones: económica, física, psicológica, patrimonial, etcétera; en este capítulo quiero referirme específicamente a la violencia política contra las mujeres que tuvo lugar durante el periodo electoral de 2018, porque expresa con claridad como a pesar de los avances en materia normativa para lograr la paridad en el acceso a cargos de representación política, existen una serie de estrategias para excluirlas y/o violentarlas cuando buscan contender por alguno de los cargos de representación en la estructura política de nuestro país. De tal forma que será a partir de la noción de violencia política que interpreto las dificultades y la violación de los derechos políticos de las mujeres, en general, y de las mujeres indígenas en particular, para ejercer sus derechos ciudadanos. Analizaré dos casos paradigmáticos ocurridos durante ese proceso electoral para dar cuenta de las violencias ejercidas: la renuncia de 67 candidatas o ganadoras a distintos cargos en el estado de Chiapas y la elección de l@s t...