1.
Cádiz, un escenario múltiple para un artista único
«Cádiz, Tacita de Plata, más de plata que tacita,
la que siempre resucita por más veces que se muera.
La del árbol milenario, la del barco de La Habana,
la que por cada mañana hace el día a su manera».
Comparsa Los Millonarios (2015)
Si Juan Carlos Aragón se ha convertido en un mito es por su condición de autor referente en el Carnaval de Cádiz contemporáneo. Carnavalero, sí, y también filósofo y profesor de secundaria, pero antes gaditano. Nacido el 26 de mayo de 1967 en el barrio de La Laguna, Aragón siempre manifestó su amor incondicional hacia la ciudad que lo vio crecer y en la que ha desarrollado la actividad por la que será recordado para siempre. La alegría de sus gentes, el sentido del humor que siempre definió un carácter singular para afrontar las adversidades, y la brillante espontaneidad e ingenio que pareciera ir ligado a un lugar de nacimiento fascinaron al autor desde pequeño. Tampoco el entorno pasó desapercibido para un adolescente cuyas inquietudes desembocaron pronto en la filosofía y el Carnaval. La evocadora luz reflejada sobre las aguas lindando con el muelle, la serenidad del clima o la alternancia de vientos que llevaron al otro autor andaluz, Juan Ramón Jiménez, a denominar «Aireario» a la ciudad constituyeron un marco ambiental inspirador para el poeta.
Para conocer al autor y comprender el contenido de su obra, resulta imprescindible aproximarse previamente al escenario donde llevó a cabo todo lo aprehendido. Cádiz, rodeada de agua desde donde quiera contemplarse, trasciende su condición insular a su propia identidad. Se trata de una ciudad contenida en una provincia, que a su vez está dentro de una comunidad enormemente diversa y, por si fuera poco, sobrevive a la sombra de una nación llamada España. Sin embargo, Cádiz es del mundo. La situación geográfica de la capital ha marcado su devenir histórico. El puerto fue durante siglos el enclave más importante de Europa a la hora de favorecer las comunicaciones con el nuevo continente. Esto propició una riqueza cultural prácticamente insólita gracias al intercambio de personas y mercancías, sentando las bases de un mestizaje que penetró en las costumbres y en las relaciones culturales de la ciudad. Por lo mismo, ha sido escenario de batallas navales y siempre vulnerable al bloqueo y al asedio, teniendo en cuenta que se trata de un enlace fundamental con África y, sobre todo, con el Océano Atlántico.
Paradójicamente, su insularidad no se corresponde con un aislamiento, pues Cádiz siempre ha acogido con simpatía todo aquello que procediera de otras civilizaciones. Mucho menos si nos referimos a sus gentes, que todavía hoy destacan por su calidez y hospitalidad, aunque es sabido que fue así desde el principio de los tiempos. «Dicen que pueblo que canta, pueblo que espanta sus males, / por eso a Cádiz le salen los males por la garganta», advertía el autor al inicio de la presentación y al final del popurrí de su inolvidable comparsa, La Banda del Capitán Veneno (2008).
Es indudable que la evolución histórica ha transformado la idiosincrasia de la ciudad. Las coplas del Carnaval han sido una suerte de crónica de sucesos y Aragón nunca fue indiferente a la contrariada historia de Cádiz ni, por supuesto, al presente en el que anduvo inmerso. El autor hubo de escudriñar el pasado de una ciudad, la más antigua de Occidente, que se había levantado sobre los restos paleolíticos anteriores al asentamiento de los fenicios un milenio antes de Cristo. Gadir se convirtió en Gades durante el Imperio Romano, después de dejar atrás el periodo helenístico –siglo IV a. C.– y poco antes de la invasión visigoda y bizantina.
Hasta el siglo XIII los inicios de la Edad Media estuvieron marcados por un importante retroceso económico que, por si fuera poco, provocaron el éxodo de las clases pudientes. El dominio musulmán fue un periodo sórdido en la historia de Cádiz hasta la repoblación del gobernador Guillén de Berja, que en 1262 entra en Cádiz con cien hombres, a los que luego se sumarían otros trescientos. Los recién llegados, de diversa procedencia, contribuyen al mestizaje de una ciudad en la que ya convivían otras culturas debido a los anteriores asentamientos.
El descubrimiento de América en 1492 supuso un hito sin parangón en la historia de la Tacita de Plata, el sobrenombre con el que también identificamos a la ciudad. Cádiz se consolidó como la cabeza fundamental del comercio marítimo en Europa tras la ruta que condujo a Cristóbal Colón al Nuevo Mundo y, gracias a ello, vivió una época dorada durante los dos siglos posteriores con la culminación de la firma del Real Decreto en 1717 que le otorga el monopolio del comercio con América. Con Cádiz como nexo de unión entre Europa y América, el trasiego de esclavos y mercancías genera una confluencia de culturas que dan lugar a los primeros cantos. Aunque no se definieran hasta el siglo XVIII y no se desarrollaran hasta el XIX, podemos decir que las rutas atlánticas son el origen de las tres expresiones artísticas que convivirían en Cádiz en los albores del siglo XX: el flamenco, el Carnaval y la música culta en sus vertientes de sainetes, zarzuelas u óperas.
Por otro lado, el siglo XVIII destaca por el impulso del urbanismo en la ciudad. Se diseña el armonioso trazado en línea recta que se conserva en la actualidad y ha sido tan influyente en las coplas de Carnaval. El propio Juan Carlos Aragón inicia el pasodoble de la comparsa Los Millonarios (2015) dedicado a Cádiz, cuya cita precede este capítulo, con una descripción minuciosa y literaria sobre su fisonomía:
Cádiz, Tacita de Plata,
la isla encerrada entre el viento y el mar,
la de las calles estrechas,
la de la Alameda pintada de azul.
La propuesta era construir edificios altos por falta de espacio para edificar en horizontal y con el objetivo de contrarrestar la acción de los distintos aires, en particular el agresivo viento de Levante, muy recurrente también en las coplas de Carnaval desde sus orígenes, procedente de África y distinguido por su sequedad y por levantar la arena de las playas. Las Puertas de Tierra –«Puertatierra» para los gaditanos– marcan la frontera entre Intramuros y Extramuros. El primero, el que queda dentro de las Puertas, comprende el casco antiguo de la capital, donde se emplazan los emblemáticos barrios de La Viña, El Pópulo, Santa María o La Merced. En Extramuros viven los «beduinos», el sobrenombre que, con sorna, les asignan los del casco al considerar que aquellos «no son de Cádiz del todo». Así comenzaba uno de los pasodobles de la chirigota Los Tintos de Verano (1995), de Juan Carlos Aragón:
Yo soy del Cádiz beduino, el que llaman Puertatierra,
pero a mí me da lo mismo, en Cádiz to coge cerca,
yo vivo en La Laguna y muero en La Caleta.
En el siglo XIX los barrios de Intramuros acogen numerosas tabernas, fonda...