PRIMERA PARTE
KANT ANTE LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO
V
EL MANDAMIENTO DEL AMOR A DIOS Y AL PRÓJIMO
1. AMAR A DIOS POR ENCIMA DE TODO Y AL PRÓJIMO POR BENEVOLENCIA INMEDIATA ES LO MISMO QUE OBRAR EL DEBER POR EL DEBER
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?» (Mc 12,28). A la pregunta del escriba, Jesús respondió, según el relato del Evangelio de Marcos, citando unos pasajes del Deuteronomio (6,4-5) y del Levítico (19,18): «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos» (Mc 12,29-31).1
El mandamiento del amor a Dios y al prójimo está, en efecto, en el centro de la Torá y en el corazón mismo del mensaje de Jesús, que lo lleva hasta el extremo. Cumplir este doble mandato equivale, según la enseñanza del Maestro, a permanecer en el amor que Él mismo tiene por nosotros, amor indiscernible del que el Padre del cielo tiene por el propio Cristo (cf. Jn 15,9-10). De ahí que el amor a Dios suponga renunciar, según la doctrina del apóstol Juan, a la doble concupiscencia de la carne y de los ojos, así como a la arrogancia del dinero (cf. 1 Jn 2,15-16), y el amor al prójimo implique, como enseña el propio Jesús, amar a los enemigos (cf. Mt 5,43-48) y aun dar la vida por aquellos a los que se ama (cf. Jn 15,12-13).
En principio, nada parece concordar menos con este ideal de conducta propuesto por la Escritura que las exigencias morales impuestas por el formalismo ético kantiano. Kant, en efecto, declara expresamente que «un deber de amar es absurdo (Unding)» (MS VI 401). Y enseña asimismo que el único motivo moral adecuado es la ley moral misma, que nos infunde respeto, motivo que excluye necesariamente todo obrar fundado «en tierna compasión» (in schmelzender Theilnehmung; GMS IV 399), toda acción hecha «por compasiva benevolencia» (aus theilnehmendem Wohlwollen; KpV V 82). Y si esto vale para nuestro actuar respecto del prójimo, a quien vemos, mucho más ha de valer para nuestra relación con Dios, a quien no vemos. Todo parece dar la razón a Schopenhauer cuando caracteriza la ética del deber de Kant como «apoteosis del desamor (Apotheose der Lieblosigkeit) directamente opuesta a la doctrina moral cristiana».2
Resulta por ello sobremanera sorprendente que Kant haya considerado no solo que el deber moral no se opone al mandato bíblico del amor a Dios y al prójimo, sino que entre uno y otro hay una perfecta armonía (cf. GMS IV 399; KpV V 83). No es casual que el filósofo de Königsberg subrayara en su ejemplar de la Biblia luterana la frase de la Carta a los romanos en la que el apóstol Pablo asegura que «la plenitud de la ley es el amor» (Rom 13,10: Liebe [ist] des Gesetzes Erfüllung).3 Kant hizo suya, en efecto, esta afirmación paulina al calificar en su Crítica de la razón práctica el precepto «Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo» de «ley de todas las leyes» (Gesetz aller Gesetze) y al considerarlo como la representación de «la actitud moral fundamental en toda su perfección» (die sittliche Gesinnung in ihrer ganzen Vollkommenheit), como el «ideal de santidad» (Ideal der Heiligkeit) o el «prototipo» (Urbild) hacia el que todos debemos tender (KpV V 83). Es más, en La religión dentro de los límites de la mera razón, el filósofo identificó su propia concepción deontologista con el precepto evangélico del amor. Interpretó, en efecto, el mandato «haz tu deber por ningún otro motivo que la estima inmediata de él», con estos dos: «ama a Dios (al legislador de todos los deberes) por encima de todo» y «ama a cada uno como a ti mismo, esto es: promueve su bien por una benevolencia inmediata, no derivada de motivos de provecho propio» (RGV VI 160).
Por esta razón, en varias de sus obras Kant dedicó algunas páginas a mostrar precisamente el acuerdo del mandato evangélico del amor a Dios y al prójimo con el principio, propio del deontologismo ético, que ordena obrar el deber por el deber. La doctrina defendida, a pesar de las diversas épocas en que se expone, la diferente terminología empleada y el distinto contexto en que se enuncia, presenta una unidad coherente. Kant no creyó, en efecto, que su propia concepción de la ética fuera distinta de la propuesta por el Maestro del Evangelio, hasta el punto de que consideró que la empresa de fundamentar la una equivale a la justificación de la otra. La propia concepción ética de Kant se presenta, pues, como la mejor fundamentación posible del mandamiento cristiano del amor a Dios y al prójimo.
2. PROBLEMAS FILOSÓFICOS ENTRAÑADOS EN EL MANDAMIENTO DEL AMOR A DIOS Y AL PRÓJIMO
Las referidas páginas de Kant dedicadas a la conciliación del principio del obrar el deber por el deber con el mandato del amor pueden estudiarse como respuestas a tres preguntas distintas, aunque estrechamente relacionadas y mutuamente implicadas: 1) ¿Puede el amor ser objeto de un mandamiento? 2) ¿Qué papel desempeña el amor en la vida moral? 3) ¿En qué consiste amar a Dios, a quien no vemos, y amar al prójimo, a quien vemos?
Las contestaciones de Kant a estas cuestiones tienen un fundamento común, que no es otro que una célebre distinción entre varias especies de amor. El filósofo, en efecto, lleva a cabo un análisis de los actos de amor correspondientes a cada una de las clases de amor distinguidas desde tres perspectivas diferentes, a saber: como actos de facultades heterogéneas, como actos que obedecen a móviles de acción contrapuestos y como actos que se refieren a objetos diversos y que se realizan de modos determinados. Los resultados de esta indagación permiten obtener a Kant la respectiva respuesta a cada una de las tres preguntas planteadas. De esta forma, la doctrina conjunta obtenida al hilo de estas indagaciones explica la posición de la ética kantiana del deber ante el mandamiento «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo». Dicho en términos equivalentes, las respuestas de Kant ofrecen su interpretación más acabada del «mandamiento mayor» del cristianismo.
Expongamos, pues, sucesivamente las explicaciones de Kant y preguntémonos si el filósofo ha logrado mostrar la equivalencia del imperativo que nos insta a obrar el deber por el deber con el doble mandamiento del amor o si, por el contrario, no le falta razón a Schopenhauer al calificar la ética kantiana de «apoteosis del desamor directamente opuesta a la doctrina moral cristiana».
3. ¿PUEDE EL AMOR SER OBJETO DE UN MANDAMIENTO?
Es tradicional la distinción, que Kant hace también suya a su modo, entre dos especies diversas de actos de amor (cf. RGV VI 45; V-Mo/Collins XXVII 417).4 Mediante ciertos actos experimentamos agrado en las cualidades buenas o bellas de otros seres humanos o sentimos contento por el bien de los demás. Se dice así que tenemos por ellos un «amor de complacencia» (amor complacentiae, Liebe des Wohlgefallens; cf. MS VI 402, 449, 452). Por virtud de otros actos, en cambio, deseamos o queremos el bien para otros hombres. En este caso se dice que tenemos por nuestros congéneres un «amor de benevolencia» (amor benevolentiae, Liebe des Wohlwollens; cf. MS VI 401).
Para responder a la cuestión de si es posible un deber de amar, Kant retoma esta clásica distinción en sus dos primeras obras éticas del periodo crítico, la Fundamentación de la metafísica de las costumbres y la Crítica de la razón práctica. En ellas examina las dos clases de amor distinguidos a la luz de la distinta facultad del ánimo de la que proceden. Los actos de amor de complacencia son, como es obvio, sentimientos de agrado de diversa índole, que solo pueden tener su origen en esa facultad que Kant llama «el sentimiento de placer y displacer» (das Gefühl der Lust und Unlust). Por tener precisamente su fuente en nuestra capacidad de sentir, en nuestro páthos, Kant califica de «patológico» (pathologische Liebe) a este tipo de amor (cf. GMS IV 399; KpV V 83; V-MS/Vigil XXVII 668; KrV a 802/B 830). Y como los sentimientos patológicos pueden convertirse en apetitos sensibles, que cuando son habituales se llaman inclinaciones (Neigungen), determinando así nuestra facultad apetitiva inferior (unteres Begehrungsvermögen), Kant llama también a este tipo de amor «amor como inclinación» (Liebe als Neigung; GMS IV 399).
Respecto de los actos de amor de benevolencia es menester deshacer ante todo una ambigüedad. «Benevolencia» puede significar sin más la «complacencia (Vergnügen) en la felicidad» o el bienestar de los demás seres humanos. Se trata entonces de una benevolencia «nacida del deseo», de una benevolencia «que no nos cuesta nada» (MS VI 452). Así entendida, la «mera benevolencia cordial» (bloßes herzliches Wohlwollen; MS VI 455) se incluye con toda justicia entre las especies del amor patológico.
Pero por «benevolencia» cabe entender también la benevolencia «activa» o «práctica» (thätiges, pr...