100 años de literatura costarricense
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100 años de literatura costarricense

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100 años de literatura costarricense

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La versión de libro electrónico incluye los dos tomos de la versión impresa.100 años de literatura costarricense de Margarita Rojas y Flora Ovares es una obra fundamental dentro de la historiografía literaria de nuestro país. Desde la aparición de su primera edición en 1995, se convirtió en fuente obligatoria de consulta, tanto para los especialistas como para cualquier persona interesada en obtener una visión de conjunto, ágil y clara, de la tradición literaria costarricense. El estudio de Rojas y Ovares compendia las mayores virtudes de las mejores obras que han abordado el mismo tema: de la clásica Historia de la literatura costarricense (1957) de Abelardo Bonilla toma la erudición, la riqueza en los datos y el cuidado por ofrecer detallada información sobre un número ingente de escritores y textos; y comparte con la Breve historia de la literatura costarricense (2001) de Álvaro Quesada el despliegue de un remozado aparato teórico y metodológico de base que incorpora los avances de la teoría y la crítica literarias de la segunda mitad del siglo XX, a lo que se suma el conocimiento de las modernas tendencias que han renovado el conocimiento e interpretación de la historia costarricense a partir de la década de 1970. La combinación de estas virtudes, exhaustividad y enfoque actualizado, hacen de esta una obra de referencia insustituible en nuestro entorno. Alexánder Sánchez

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Información

1
Periodistas, escritores y políticos
También don Juan Rafael, mucho antes
quiso ser franco y leal y defender la patria
y lo dejaron solo hundirse entre manglares.
Mario Picado
Contexto histórico-cultural
En 1840, el viajero John Lloyd Stephens se refería a su encuentro con el jefe del Estado costarricense, Braulio Carrillo. Tras las palabras del estadounidense se percibe la peculiar y primitiva organización del estado costarricense en esos años iniciales de la vida independiente:
Carrillo podía tener unos cincuenta años. Era pequeño de cuerpo y grueso; sencillo pero cuidadoso en su modo de vestir. En su rostro se pintaba una resolución inquebrantable. Su casa era lo bastante republicana y nada había en ella que la distinguiese de la de cualquier otro ciudadano. En una parte estaba una tiendecita-esppos de su mujer y en la otra tenía él su oficina para despachar los asuntos del Gobierno. Esta oficina no era más grande que la de un mercader de tercer orden y en ella tenía tres empleados que estaban escribiendo cuando entré, en tanto que él hojeaba unos papeles en mangas de camisa [5].
En detalles como la mención de la tiendecita-esppos de la esposa y la comparación del jefe de estado con un mercader, la descripción de Stephens deja ver la débil estructura, casi familiar, del estado en esos años. Efectivamente, los historiadores hablan de una primera etapa en el desarrollo de la república liberal, la “fase oligárquico-patrimonial”, que sitúan entre los años posteriores a la Independencia de España y la década de los sesenta del siglo pasado. En los años iniciales de la vida independiente persistían formas de organización política modeladas por las relaciones locales y familiares. Es decir, el poder político estaba controlado, casi sin mediaciones, por un grupo reducido y selecto de notables y letrados, la oligarquía. No existía una clara separación entre los intereses patrimoniales, el ejercicio del poder y el manejo de los asuntos públicos [3].
La sociedad costarricense se organizaba de acuerdo con una estructura patriarcal, todo pasaba por la autorización paterna: desde la arquitectura urbana o doméstica, jerarquizadas socialmente, hasta el uso de los enseres; desde los ritos y hábitos hasta la distribución del espacio familiar; desde el derecho a utilizar el único cubierto en la mesa, o la única cama de la casa, en vez de la cuja tradicional, hasta la decisión acerca del matrimonio de los hijos. Como ejemplifican las crónicas, el jarro de China para el chocolate, el único plato de vidrio y el cubierto de plata le correspondían al padre, mientras el resto de la familia comía en las escudillas de barro de Tejar y las jícaras de Matina o, ante la falta de cubiertos, utilizaba las manos [4] y [7].
La Iglesia mantenía una gran influencia, no solo en los asuntos religiosos sino también en los educativos, los políticos y los civiles. Por ejemplo, durante la lucha contra los filibusteros norteamericanos en 1856, tanto en las arengas del presidente Mora como en las del obispo Llorente y Lafuente, la idea de la defensa del territorio y la propiedad ante el invasor, no puede desprenderse de los elementos religiosos.
Por otro lado, las costumbres, heredadas de la colonia y acordes con el desarrollo económico de la época, nos parecen hoy austeras y duras. Veamos cómo describe Manuel de Jesús Jiménez la vida de los cartagineses en esos años:
La sala, por supuesto, sencillísima: toscos escaños de madera por los lados; el estrado en una esquina, para los trabajos de costura de la esposa y las niñas; en las paredes los retratos de muchos santos pintados en metal; a la calle una ventana defendida por torneadas rejas de madera y velada, por la falta de cristales, con una tela transparente de algodón, que evitaba las miradas indiscretas de las niñas y también el soplo frío del vendaval [2].
Poco a poco, la exportación del café a Inglaterra vinculó al país con el mercado internacional y cambió la sociedad costarricense. Con el intercambio comercial comenzó a llegar el progreso capitalista y la moderna cultura europea. Todo el país se organizó en función de la exportación de café para el mercado internacional. El grupo agroexportador monopolizó el beneficio y la comercialización del grano en el exterior y controló la distribución interna de productos industriales importados. Gran parte de la producción del café quedó, sin embargo, en manos de pequeños productores, que dependían de la oligarquía para el financiamiento y la venta de sus cosechas [11].
El grupo que se afianzó como resultado del auge cafetalero proyectó también la consolidación de las instituciones de la República. Un intento importante en este sentido es el del mismo Braulio Carrillo. Durante sus administraciones (1833-1837 y 1838-1842) se profundizó un proceso de unificación que había empezado en los primeros años de vida independiente. Sus esfuerzos se encaminaron a superar los localismos que se oponían al fortalecimiento del estado y la centralización administrativa en San José. Asimismo, se avanzó en la racionalización de la administración pública y el uso del aparato estatal, para estimular el desenvolvimiento económico [6]. Hacia la mitad del siglo xix, desapareció la Federación Centroamericana y se estableció la República independiente, como un paso más en este proceso de afirmación que culminará a finales del siglo.
En otros planos de la cultura, ya desde mediados del siglo, se empezaba a percibir una serie de cambios. Así, en el espacio urbano josefino, según atestiguan los historiadores, aparecieron modificaciones importantes: casas de alquiler, hoteles, tiendas, boticas, restaurantes, clubes. Se extendió el alumbrado de aceite y el uso de diligencias. Los ciudadanos empezaron a variar los patrones de consumo: prendas íntimas para las damas, artículos de belleza, nuevos libros, bebidas y comidas. Se popularizaron el retrato y ciertas diversiones, como el teatro y el baile [7] y [1]. Hacia mediados de siglo existía en la capital un teatro permanente, con irregulares espectáculos ofrecidos por artistas o grupos trashumantes. En el escenario del Teatro Mora –más tarde llamado Teatro Municipal– alternaban los prestidigitadores y los maromeros con compañías dramáticas extranjeras [11]. Ante tan inusitado hecho, como recuerdan los historiadores, había clamado el Obispo Llorente y Lafuente que “los cómicos eran indignos de entrar en el templo del Señor porque estaban condenados por Dios y por la Iglesia” [3]. No obstante lo anterior, hay datos que prueban que entre 1858 y 1860 hubo en la ciudad cinco temporadas de teatro [11].
Todo esto nos habla de una sociedad aldeana aún, pero que se perfila hacia los cambios propios del ingreso a la modernidad capitalista. De una sociedad así cuentan también algunos textos literarios y periodísticos, entre ellos, las obras de Manuel Argüello Mora, Pío Víquez y Manuel de Jesús Jiménez.
Relatos, cuadros, novelas
El periodismo era, a fines del siglo xix, una de las prácticas de escritura más frecuentes y cumplía una función importante en el logro de una identidad de nación. El diario se dirige a sus lectores en forma impersonal; no habla a cada uno de ellos por sus nombres, como lo haría, por ejemplo, con sus feligreses, un sacerdote en una parroquia rural. Más bien los interpela como ciudadanos de una comunidad mayor: la comunidad nacional [8]. Los paisajes urbanos o rurales que presenta el periódico, los problemas que trata aluden a una comunidad mayor que el pueblo, la aldea o la familia. Se trata de la nación, conglomerado del que el lector se siente parte, que ama y defiende, pese a que los componentes de esta comunidad no están ligados por vínculos de sangre, familia o religión e incluso no se conocen entre sí. De esta manera, la práctica periodística contribuye en el proceso de fijar una identidad nacional, una imagen del país aceptada por todos. No es casual, como veremos, que la mayor parte de la producción literaria de los inicios haya aparecido en periódicos.
Manuel Argüello, el folletín romántico y los primeros relatos
Por otro lado, la literatura costarricense presenta en sus comienzos una mezcla de géneros literarios que se ejemplifica muy claramente en la producción de Manuel Argüello Mora, aparecida entre 1860 y 1900 en periódicos y revistas nacionales: cuadros, fábula moralizante (“La poza de la sirena”), relato autobiográfico (“El primer colegio”), crónicas (“La trinchera”), cuentos (El huerfanillo de Jericó, también considerada novela corta), leyendas (“La llorona”), novela (Misterio). Es posible ordenar este heterogéneo conjunto de acuerdo con dos líneas generales: por un lado, la crónica y, por otro, los relatos “ficticios”, los escritos sin pretensiones de ser considerados verdaderos por el lector. Los primeros son textos que buscan mostrar aspectos ignorados de la historia oficial, rescatando anécdotas de lo cotidiano y lo privado, una especie de escritura testimonial. Ejemplos de este tipo de relatos son “Elisa Delmar”, “Margarita” y “La trinchera”, en los que la narración de los hechos amorosos de una pareja se mezcla con los acontecimientos de...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inicio
  3. Dedicatoria
  4. Presentación
  5. 1. Periodistas, escritores y políticos
  6. 2. Fin de siglo y literatura
  7. 3. La generación de Repertorio
  8. 4. Los linderos de la pasión
  9. 5. De la montaña a la costa
  10. 6. El laberinto urbano
  11. 7. En busca del unicornio azul
  12. 8. Desencanto y orfandad
  13. Créditos
  14. Libros recomendados