Diario del río Misisipi
Jueves, río Ohio, 12 de octubre de 1820
He salido de Cincinnati a las cuatro y media de la tarde a bordo del bote de fondo plano del señor Jacob Aumack con destino a Nueva Orleans. Los sentimientos me abrumaban al despedirme con un beso de mi amada esposa y de mis hijos ante la expectativa de una ausencia de siete meses.
Conmigo viaja Joseph Mason, un joven de buena familia de unos dieciocho años cuya lozanía va acompañada de una naturaleza afable. Está destinado a ser un compañero y un amigo, y, si Dios nos concediera un regreso sano y salvo con nuestras familias, nuestros deseos fraternizarán con la presente emoción. Dejamos el hogar con la mente resuelta a cumplir nuestro objetivo.
Al no disponer de ingresos, debo apoyarme en mis talentos, y mi entusiasmo será mi guía en los momentos difíciles. Estoy dispuesto a esforzarme para conservar el primero y superar estos últimos.
El agua está baja, aunque algo fresca, hace unos días el río se elevó cerca de metro y medio. Al despuntar el 13 de octubre solo habíamos recorrido catorce millas. El día era bueno. Recé por la salud de mi familia. Pusimos a punto nuestras armas y bajamos a tierra en Kentucky. Nos acompañaba el capitán Sam Cummings, que había zarpado desde Cincinnati con intención de observar los canales, tanto los de este río como los del Misisipi. Disparamos a treinta perdices, una chocha perdiz, veintisiete ardillas grises, una lechuza común, un buitre pavo y una reinita gorjinaranja, un ave que el señor A. Wilson se empeñó en denominar reinita coronada joven; era un macho joven con un plumaje precioso para esta época del año. Lo he dibujado. Como estoy completamente convencido de que el señor Wilson se equivoca al presentarla como una nueva especie, me limitaré a recomendaros que examinéis con atención mis dibujos de cada uno de ellos y la descripción de Wilson. Tenía el estómago abarrotado con los restos de pequeños insectos alados y tres semillas de bayas cuyo nombre no pude determinar.
A primera hora de la mañana sopló viento y alcanzamos la ribera del Ohio a la altura de la plantación de W. H. Harrison, donde permanecimos hasta las nueve de la noche.
Avisté varias bandadas de patos por la mañana, antes de limpiar nuestras armas, cientos de praderos orientales; algunos se dirigían hacia el sudoeste.
Se levantó viento y nos llevó a la orilla. Llovió y sopló con fuerza hasta el día siguiente.
Sábado, 14 de octubre de 1820
Después de un desayuno temprano fuimos al bosque; digo «fuimos» porque Joseph Mason, el capitán Cummings y yo estamos siempre juntos.
Disparé a un águila pescadora en la desembocadura del gran río Miami, un hermoso macho de buen plumaje. Aleteó y, al tratar de agarrar la mano de Joseph, se clavó una de sus garras en la parte inferior del pico, quedando en una postura muy ridícula. Estas aves caminan con gran dificultad y, como el halcón y el cárabo, se lanzan de espalda para defenderse.
Regresamos al bote con un pavo salvaje, siete perdices, un escolopácido y un zorzalito colirrufo que quedó demasiado desgarrado para ser dibujado; era la primera vez que encontraba esta ave y sentí especial vergüenza por ello.
Pasamos por las pequeñas localidades de Lawrenceburgh (Indiana), Petersburgh (Kentucky) y por la tarde llegamos a pie a Bellevue, la antigua residencia de la conocida señora Bruce, famosa en el mundo entero. Estaban Thomas Newell y el viejo capitán Green; si mis ojos no me engañaron, esa noche mis sospechas relativas a su conducta quedaron plenamente justificadas. Matamos cuatro somormujos pequeños de un solo disparo a una bandada de unos treinta. Nos acercamos con calma a menos de cuarenta yardas, se perseguían unos a otros y parecían muy alegres. Tras el desconcierto sembrado por el fuego destructor, muchos de los que habían resultado heridos escaparon zambulléndose y los demás salieron volando. Era la segunda vez que veía este tipo de aves. Deben de ser muy poco frecuentes en esta parte de América.
A unas tres millas por encima de Bellevue, en Kentucky, atravesamos una romántica falla del terreno, un camino en forma de media luna de cerca de dos metros de ancho; las rocas estaban compuestas por guijarros grandes y redondos compactados con arena gruesa, de unos cien pies de alto por un lado y sesenta por el otro. He hecho un boceto para vuestro disfrute. Hoy hemos caminado unas cuarenta millas, hemos visto un ciervo cruzando el río.
Domingo, 15 de octubre de 1820
Nunca había conocido una escarcha blanca tan intensa como la de esta mañana, el viento del norte soplaba frío y con fuerza. Hemos disparado a dos escolopácidos y perseguido un ciervo por el río durante mucho tiempo, pero una canoa con dos hombres de Indiana nos llevaba ventaja y lo apresaron en el momento en que yo me disponía a dispararle. Como el viento era favorable, navegamos medianamente bien. Matamos cinco cercetas y una cerceta aliazul, dos palomas, tres perdices y, por suerte, otro zorzalito colirrufo Turdus solitarius. Nos encontramos con el barco de vapor Velocipede y subimos. Allí viajaban el coronel Oldham, el señor Bruce, el señor Talbot y las damas que formaban parte del pasaje, así como un número considerable de desconocidos. He abierto una carta de tu tío William B. dirigida a tu madre. El señor Aumack mató un ánade real joven. Abrí la molleja de uno de los cuatro somormujos y solo hallé una masa sólida de pelo fino perteneciente, por lo visto, a diversos cuadrúpedos muy pequeños.
He visto un vencejo de chimenea o espinoso; el número de patos va en aumento. Parece que la noche será fría. He matado un cucarachero de Carolina. Se han cocinado los somormujos y nos los hemos comido, pero su sabor era extremadamente rancio, como a pescado, y eran demasiado grasos.
A las diez nos hemos despertado sobresaltados de nuestro profundo sueño porque el bote había ido a parar a las rocas. Los ayudantes han tenido que meterse en el agua para apartarlo, hacía frío y viento.
Lunes, 16 de octubre de 1820
La misma helada que ayer. Se oían pavos cerca. Fuimos tras ellos sin éxito, respondían a mis llamadas pero se mantenían alejados.
No me sentía bien, he tomado una medicina y he dibujado el zorzalito colirrufo Turdus solitarius que maté ayer. Esta ave puede distinguirse fácilmente del Turdus auracapillus porque es algo más grande, y del zorzalito rojizo si uno se fija en la parte interna de las alas, que exhiben una lustrosa banda; el estómago contenía restos de insectos y una semilla de uva de invierno, que es un alimento muy nutritivo y delicado. Estas aves no abundan y son generalmente desconocidas. Su canto es suave y quejumbroso. Es raro ver a más de dos juntas....