Relatos del mar
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«En el camarote, sentados alrededor de una lámpara que, con su luz agonizante, volvía aún más tétrica la oscuridad, todo el mundo tenía algún naufragio o catástrofe que relatar.» Washington Irving, «La travesía»

El 25 de diciembre de 1492 Cristóbal Colón anotaba en su Diario que la nao Santa María acababa de encallar en la costa noroeste de la actual República Dominicana. Con este pasaje se inicia nuestra antología de Relatos del mar, preparada por Marta Salís: 40 piezas de distintos géneros, épocas y nacionalidades que ilustran, a través de la narración histórica o la literatura de creación, la fascinación que el mar ha ejercido desde siempre sobre el ser humano.

Memorias de exploradores, capitanes negreros, esclavos y náufragos se combinan con relatos de pescadores, piratas, buscadores de tesoros y simples pasajeros; la dimensión épica convive con la exploración lírica, sin olvidar los buques fantasma y toda la contribución del mar al género fantástico. Veremos a Jack London haciendo surf y a un elegante matrimonio, en un cuento de Scott Fitgerald, a punto de zozobrar, real y figuradamente, en el curso de una larga travesía. Asistiremos con Turguénev a un incendio en el mar y con Kafka a la confesión de un hombre condenado a vagar en una barca por toda la eternidad… La nómina de autores aquí representados reúne varios nombres clave de la literatura universal.

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Información

Año
2014
ISBN
9788490650080
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
Un error trágico
Henry James
(1864)




Traducción: Marta Salís




Henry James (1843-1916) nació en Nueva York, en el seno de una familia rica y culta de origen irlandés. Recibió una educación ecléctica y cosmopolita, que se desarrolló en gran parte en Europa. En 1875, se estableció en Inglaterra, después de publicar en Estados Unidos sus primeros relatos. El conflicto entre la cultura europea y la norteamericana está en el centro de muchas de sus obras, desde sus primeras novelas, Roderick Hudson (1875), El americano (1876-1877) o Los europeos (1878), hasta la trilogía que culmina su carrera: Las alas de la paloma (1902), Los embajadores (1903) y La copa dorada (1904). Entre sus novelas cabe destacar también Retrato de una dama (1879), Washington Square (1881) y Las bostonianas (1886). Maestro de la novela breve, algunos de sus logros más celebrados se encuentran en este género: Daisy Miller (1879), Los papeles de Aspern (1888), Otra vuelta de tuerca (1898), En la jaula (1898) o Los periódicos (1903). Escribió, asimismo, numerosos relatos breves.
«Un error trágico» («A Tragedy of Error»), obra de un jovencísimo James y el primer cuento que publicó, apareció en The Continental Monthly en febrero de 1864. Inopinadamente, el mar es aquí escenario de un curioso vodevil criminal.

Un error trágico



I


Un pequeño faetón inglés estaba detenido delante de la oficina de correos de una ciudad portuaria francesa. Dentro iba una dama con el velo echado y una sombrilla que le tapaba el rostro. Mi relato empieza cuando un caballero sale de esa oficina y le entrega una carta.
El caballero se quedó unos instantes al lado del carruaje antes de subir. Ella le dio la sombrilla para que la sostuviera, y luego se subió el velo, mostrando lo hermosa que era. La pareja parecía despertar un gran interés entre los transeúntes, pues casi todos se quedaban observándolos e intercambiaban miradas elocuentes. Los que en ese momento fijaban su atención en ellos vieron cómo la dama palidecía mientras sus ojos recorrían la carta. Su acompañante también lo advirtió, y, sentándose enseguida a su lado, cogió las riendas y se alejó velozmente por la calle principal de la ciudad; pasó por delante del puerto, y cogió una carretera solitaria que bordeaba el mar. Allí aflojó la marcha. La dama iba recostada en el asiento, con el velo bajado de nuevo y la carta desplegada en el regazo. Parecía inconsciente, y su acompañante vio que tenía los ojos cerrados. Al comprobar esto, se apresuró a quitarle la carta y leyó lo siguiente:


Southampton, 16 de julio de 18…
Mi querida Hortense:
Verás por el matasellos que estoy mil leguas más cerca de casa que la última vez que escribí, pero apenas tengo tiempo para explicarte el cambio. M.P. me ha concedido un inesperado congé*. Después de tantos meses de separación, podremos pasar unas semanas juntos. ¡Alabado sea Dios! Hemos llegado de Nueva York esta mañana, y he tenido la suerte de encontrar un barco, el Armorique, que zarpa directamente rumbo a H. El correo parte enseguida, pero es probable que a nosotros nos detenga unas horas la marea; así que recibirás esta misiva un día antes de mi llegada: el capitán calcula que atracaremos el jueves a primera hora de la mañana. ¡Ah, Hortense! ¡Qué despacio pasa el tiempo! Todavía faltan tres días. Si no te escribí desde Nueva York es porque no quería atormentarte con una espera que, dadas las circunstancias, me atrevo a suponer encontrarías demasiado larga. Adiós. Pronto estaremos juntos.
Tu fiel,
C.B.


Cuando volvió a dejar la carta en el regazo de la dama, el rostro del caballero estaba casi tan pálido como el de ella. Con la mirada extraviada, a duras penas logró impedir que sus labios soltaran una maldición. Entonces volvió los ojos hacia su vecina. Después de vacilar unos instantes, en los que destensó tanto las riendas que el caballo se puso al paso, le tocó dulcemente en el hombro.
–Bueno, Hortense –le dijo, en tono animado–, ¿qué pasa? ¿Te has quedado dormida?
Hortense abrió lentamente los ojos y, al ver que habían salido de la ciudad, se levantó el velo. Sus facciones estaban paralizadas por el miedo.
–Lee esto –dijo ella, tendiéndole la carta.
El caballero la cogió, y fingió leerla de nuevo.
–¡Ah…! El señor Bernier regresa. ¡Fantástico! –exclamó.
–¿Fantástico? –repitió Hortense–. No deberíamos bromear en un momento tan crítico, amigo mío.
–Tienes razón –respondió él–, será un encuentro solemne. Dos años de ausencia es mucho tiempo.
–¡Oh, cielos! No me atreveré a mirarle a la cara –exclamó Hortense, echándose a llorar.
Se cubrió el rostro con una mano, y extendió la otra hacia la de su amigo. Pero él estaba tan absorto que no reparó en su gesto. De pronto volvió a la realidad empujado por los sollozos de la dama.
–Vamos, vamos –dijo el caballero, como si quisiera convencerla de que no recelara de un peligro que también planeaba sobre él, ya que la serenidad de su amiga mitigaría sus temores–. Y ¿qué pasa si viene? No tiene por qué enterarse de nada. Se quedará muy poco tiempo, y volverá a hacerse a la mar tan confiado como el día que llegue.
–¿Que no tiene por qué enterarse de nada? Me dejas boquiabierta. Todas las lenguas que le saluden, aunque solo sea con un bon jour, irán con cuentos sobre la mala conducta de ciertas personas.
–¡Bah! La gente no se fija en nosotros tanto como crees. Tú y yo, n’est-ce pas?, apenas tenemos tiempo para preocuparnos de los defectos de nuestros vecinos. Además, no somos los únicos, para bien o para mal. Si un barco naufragara en aquellas rocas mar adentro, los pobres diablos que intentaran alcanzar la costa aferrados a un mástil no dirigirían muchas miradas a quienes lucharan contra las olas a su lado. Tendrían los ojos puestos en la orilla, y solo se preocuparían de salvarse ellos. En la vida todos vamos a la deriva en medio de un proceloso mar; y peleamos para alcanzar una terra firma de riqueza, amor u holganza. El estruendo de las olas que levantamos a nuestro alrededor y la espuma que arrojamos sobre nuestros ojos nos impide oír y ver las palabras y los actos de nuestros semejantes. Siempre y cuando conservemos nuestro pellejo, ¿qué nos importan los demás?
–Ay, pero ¿si no lo logramos? Cuando perdemos la esperanza, deseamos que los demás se hundan. Colgamos pesos de su cuello, y nos sumergimos en las charcas más sucias en busca de piedras que lanzarles. Amigo mío, eres incapaz de sentir los disparos que no te apuntan. No es de ti de quien la gente murmura, sino de mí: una pobre mujer se tira al mar desde aquel muelle, y se ahoga antes de que una mano amable tenga tiempo de impedirlo; su cadáver flota...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Presentación
  4. Antonio de Pigafetta: De Malua a Ocoloro
  5. Hernando Colón: Diario de Colón: 25 de diciembre de 1492, día de Navidad
  6. Alexandre O. Exquemelin: Tomó Morgan la ciudad de Maracaibo
  7. Daniel Defoe: Entre Dover y Calais
  8. Olaudah Equiano: La tragedia de la esclavitud
  9. Washington Irving: La travesía
  10. James Fenimore Cooper: El naufragio del Ariel
  11. Wilhelm Hauff: La historia del barco fantasma
  12. Hugh Crow: Recuerdos de un capitán negrero
  13. Daniel Tyerman y George Bennet: La historia del capitán Pollard
  14. Nathaniel Hawthorne: Huellas a la orilla del mar
  15. Richard Henry Dana, hijo: Doblar el cabo de Hornos
  16. Edgar Allan Poe: Un descenso al Maelström
  17. Charles Dickens: Tempestad
  18. Anthony Trollope: El viaje a Panamá
  19. Henry James: Un error trágico
  20. Benito Pérez Galdós: La muerte de Churruca
  21. Jules Verne: Los amotinados de la Bounty
  22. Robert Louis Stevenson: Las brumas del mar
  23. Iván S. Turguénev: Un incendio en el mar
  24. Guy de Maupassant: En la mar
  25. Lev N. Tolstói: Los tres eremitas
  26. Herman Melville: John Marr
  27. Antón P. Chéjov: Gúsiev
  28. Rudyard Kipling: Un hecho real
  29. Bram Stoker: La empalizada roja
  30. Marcel Schwob: El mayor Stede Bonnet, pirata por temperamento
  31. Fridtjof Nansen: Un mar de hielo
  32. Stephen Crane: El bote salvavidas
  33. Rainer Maria Rilke: La voz
  34. Winston Churchill: Hombre al agua
  35. Pío Baroja: Grito en el mar
  36. Joshua Slocum: En el reino de Samoa
  37. Emilio Salgari: Los tigres del mar
  38. Emilio Pardo Bazán: El vino del mar
  39. William H. Hodgson: El último viaje del Shamraken
  40. Jack London: Un deporte de reyes
  41. Richard Middleton: El buque fantasma
  42. Maksim Gorki: Vuelven
  43. Saki: El barco del tesoro
  44. Joseph Conrad: La historia
  45. Franz Kafka: El cazador Graco
  46. Liam O'Flaherty: El congrio
  47. Francis Scott Fitzgerald: Una mala travesía
  48. Roald Dahl: Apuestas
  49. Notas
  50. Créditos
  51. ALBA