Las dos señoras Abbott
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Las dos señoras Abbott

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«Cuando a la señorita Prims de Oscar Wilde le preguntaron por la novela en tres tomos que había perdido, dijo: "Los buenos acababan bien y los malos, mal. Eso es ficción", y tal vez el atractivo de las novelas de D. E. Stevenson consista en que, para alivio general, cumplen esa regla». Aline Templeton

Después de El libro de la señorita Buncle (1934) y El matrimonio de la señorita Buncle (1936), D. E. Stevenson quiso asomarse a la vida de su personaje en plena guerra. En Las dos señoras Abbott (1942), encontramos a la señorita Buncle ya madre de dos niños y a la encantadora Jerry, que se casó con el sobrino del señor Abbot, algo sola porque su marido está en el frente, en África… pero también algo excesivamente acompañada también porque en su gran casa isabelina –aún sin electricidad– se ha alojado un batallón del ejército británico. La Segunda Guerra Mundial deja, pues, sus huellas en la apacible comunidad de Wanderbury, por la que merodean incluso los espías. Un nuevo personaje, la novelista romántica Janetta Walters, que goza de las mieles del éxito pero que, de pronto, descubre que escribe rematadamente mal, reintroduce el tema literario tan imprescindible en esta pequeña saga.

D. E. Stevenson vuelve a trazar aquí, en una nueva dimensión, un cuadro idílico sometido a perturbaciones y el resultado es tan divertido y cándido como las novelas anteriores.

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Información

Año
2012
ISBN
9788484289883
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
XX. Té en casa de Jerry
Ahora Jerry conocía por experiencia propia las dimensiones que podía llegar a adquirir un té en casa. Le parecía una bola de nieve rodando montaña abajo: más grande a cada metro que recorría, y así se lo dijo a Markie a la mañana siguiente, mientras desayunaban.
–Una bola de nieve precisamente no, querida –dijo Markie en tono de duda–. Creo que podríamos encontrar una metáfora más apropiada.
–Bueno, da igual, pero es una lata –dijo Jerry–. Pensé en Barbara porque quiero hablar con ella, y ahora no vamos a poder hablar de nuestras cosas. Pensé en ella y luego en Melanie, y entonces Barbara me dijo que si podía venir con Lancreste, ella sabrá por qué, y ahora Bobby también se apunta. Es como una bola de nieve, Markie.
–También vendrá Archie –dijo Markie–. Recuerda que dijo que hoy terminaba con los árboles.
–¡Ocho! –exclamó Jerry, agobiada.
–No te preocupes –dijo Markie–. Voy a hacer unos bollos. Creo que será mejor servirlo en el comedor y, si por casualidad viene algún otro oficial, le invitaremos a tomar una taza con nosotros. Es una lástima que gastara todo el azúcar que habíamos ahorrado en la mermelada de ciruelas negras… No podré hacer una tarta, me temo.
–¡Mira qué suerte! –exclamó Jerry–. Esta mañana dieron una receta de una tarta sin azúcar en El frente de la cocina, y la apunté por si acaso. –Sacó un sobre rasgado lleno de jeroglíficos y se lo enseñó a Markie con orgullo.
–¡Sí, querida! ¡Qué bien! –dijo Markie, poniéndose las gafas–. A ver… ¿qué pone aquí? «Vierta la mezcla en una fuente engrasada…»
–No, Markie, empieza en la otra cara. Mira, aquí –dijo Jerry, inclinándose por encima del hombro de Markie para señalar con el dedo–. ¿Ves? «Ciento cincuenta gramos de zanahorias limpias, cien gramos de margarina», y sigue aquí y termina en la otra cara del sobre, en la esquina. Me parece que no se entiende muy bien…
–Me las arreglaré –dijo Markie, dando la vuelta al sobre un par de veces y mirándolo con mucha atención–. Creo que puedo seguirlo…
–Es que van tan deprisa… –dijo Jerry en tono de disculpa.
–Ya lo sé, querida. Lo has hecho muy bien. ¿Qué pone aquí?
–Arroz, puede –dijo Jerry, insegura.
–No creo.
–Entonces, habas... Es una palabra más bien corta, ¿no?
–No, habas no –dijo Markie con total seguridad–. Las habas sirven para muchas cosas, pero para una tarta… no creo.
–¿Podría ser pan? –preguntó Jerry–. Sí, creo que es pan rallado. Lo de «rallado» está en el otro lado porque en éste no quedaba sitio. Pan rallado, Markie, eso es –confirmó, triunfante; entonces recogió sus cartas y se fue silbando alegremente.
El té salió a pedir de boca. Lo sirvieron en el comedor y, como el último subalterno que se había incorporado al batallón llegó en el momento justo, fueron nueve las personas que se sentaron a la mesa. Los bollos de Markie estaban riquísimos, por supuesto, como siempre, y la tarta tenía un aspecto espléndido, aunque, desafortunadamente, no estaba tan rica como prometía.
–Está un poco insípida –dijo Markie, preocupada–. Me lo temía…
–La culpa es mía, desde luego –se apresuró a decir Jerry–. Es que oí la receta en la radio y seguramente me dejé algo por escribir… El que no quiera que no coma…
–A mí me parece excelente –dijo Bobby Appleyard, y se sirvió otro pedazo.
«Está enamoradísimo de Jerry», pensó Barbara, alarmada.
Lancreste estuvo muy apagado todo el tiempo, esquivo y distraído, pero Barbara vio que miraba a la señorita Melton y recobró la esperanza. En cuestión de amores, Barbara tenía fe en el dicho de que «un clavo saca otro clavo», y había invitado a Lancreste al té con la idea de que los encantos de la señorita Melton le ayudaran a curarse de su mal. «Si lo del muchacho tiene remedio, seguro que la señorita Melton le hará algún efecto», pensaba. La señorita Melton superaba con creces la descripción que le habían dado de ella, y le pareció que, a su lado, la señorita Besserton no tenía nada que hacer.
–¿Ya han encontrado al sospechoso? –preguntó Archie de repente. Lo dijo cuando la mesa entera guardaba silencio y todo el mundo se quedó mirándolo.
–Ha oído hablar de él, ¿eh? –dijo Bobby.
–No tenía que haber dicho nada…
–¡Ah, no es ningún secreto!
–¿A qué os referís? –preguntó Jerry–. Si no es secreto, supongo que podéis contarnos eso tan misterioso.
–Desde luego, pero no es gran cosa –dijo Bobby–. Varias personas han visto a un desconocido merodeando por los alrededores y la policía nos ha pedido que estemos atentos, por si aparece.
–¡Un espía! –exclamó Jerry, abriendo mucho los ojos.
–Puede ser –dijo Bobby.
–¿Qué mal podría hacer aquí? –preguntó Barbara.
–Bueno, estamos nosotros –dijo Bobby, sonriendo– y ya se sabe, los campamentos militares son precisamente los objetivos que más gustan a los alemanes.
–Supongo que el tipo podría avisar a los bombarderos con señales luminosas –dijo Archie.
–Exacto –dijo Bobby–. Ya lo han hecho en otros sitios. Había un campamento en Essex; lo tenían muy bien camuflado, pero llegó el alemán y tiró unas bombas justo en el medio. Después encontraron al tipo que había dado el soplo. Tenía un equipo de radio y otro de señales luminosas… Pero yo no me preocuparía –añadió, con intención de quitar hierro al asunto, al darse cuenta de pronto de que estaba alarmando a los presentes–. Seguramente el que buscamos no sea más que un vagabundo. Suelen darnos esos avisos de vez en cuando; en cuanto les llega un soplo se lo comunican a todo el mundo.
–Las mujeres no deberían salir solas –dijo Archie, preocupado.
–Es posible.
–No lo dirá en serio, ¿verdad? –preguntó Melanie.
–Solo unos días –dijo Bobby–, hasta que cojamos al tipo…
–Estaría bien que saliera usted acompañada –añadió Archie.
Melanie no dijo nada más, pero se quedó un poco alicaída, porque le gustaba pasear sola por el páramo.
La conversación se animaba a medida que el té progresaba, solo había tres personas que no participaban en la conversación general. Jane Watt no era habladora, pero sabía escuchar y lo hacía de buen grado y con interés. Lancreste no abría la boca y estaba muy apagado. La tercera era Markie. No podía participar en la conversación porque no oía lo que se decía: lo único que oía era un ruido ininteligible con algunos momentos de risa. No...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Nota al texto
  4. I. La señora del recibidor
  5. II. Antiguas amigas
  6. III. Cartas de Egipto
  7. IV. De compras en Wandlebury
  8. V. El mercadillo
  9. VI. La señorita Janetta Walkers
  10. VII. Archie Chevis Cobbe
  11. VIII. Sophonisba Marks
  12. IX. Complicaciones varias
  13. X. La indisposición de Janetta
  14. XI. Conversaciones varias
  15. XII. La familia Boles se va
  16. XIII. Wilhelmina
  17. XIV. Llega la señorita Watt
  18. XV. Nuevos inquilinos en la cabaña
  19. XVI. «Mi querido Sam»
  20. XVII. Cinco jinetes en el páramo
  21. XVIII. La tala
  22. XIX. Té en la habitación de los niños
  23. XX. Té en casa de Jerry
  24. XXI. Complicaciones para el coronel Melton
  25. XXII. ¿Dónde has visto a tu padre?
  26. XXIII. La señorita Marks va de paseo
  27. XXIV. De marcha
  28. XXV. El diagnóstico del médico
  29. XXVI. La habitación de la reina Isabel
  30. XXVII. Una jornada muy apretada
  31. XXVIII. La sala de espera del dentista
  32. Notas
  33. Créditos
  34. ALBA