El desastre del Essex hundido por una ballena
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El desastre del Essex hundido por una ballena

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El 12 de agosto de 1819 zarpaba del puerto de Nantucket el Essex «rumbo al Océano Pacífico a la pesca de la ballena», con una tripulación de veinte hombres. En mitad de una travesía bastante afortunada, el 20 de noviembre de 1820 el barco fue hundido por un cachalote; y, aunque en ese momento toda la tripulación se salvó y pudo rescatar algunos víveres e instrumentos de navegación, su peripecia a lo largo de tres meses «en medio del inmenso Pacífico» en tres botes abiertos estuvo marcada por el terror, la desesperación, el canibalismo y la muerte. Este volumen reúne los testimonios de cuatro supervivientes de la tragedia (el primer oficial, el grumete, el capitán y un arponero), además de una serie de documentos de la época, incluidas las anotaciones de Herman Melville, que leyó «esta asombrosa historia sobre el mar sin litorales» hallándose embarcado «cerca de la misma latitud donde aconteció el naufragio» y la utilizó posteriormente para Moby Dick. El desastre del Essex conmocionó a la Norteamérica del XIX de un modo parecido al del Titanic en el siglo XX, y desde entonces su historia nunca ha dejado de impresionar.

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Información

Año
2015
ISBN
9788490651377
Categoría
Literature
Categoría
Classics
LA HISTORIA DEL GRUMETE
LOS «BOSQUEJOS INCONEXOS» DE THOMAS NICKERSON
Con catorce años, Thomas Nickerson era el miembro más joven de la tripulación del Essex cuando el ballenero zarpó de Nantucket en agosto de 1819. Posteriormente, tras una carrera de ballenero y capitán mercante, Nickerson escribió no sólo la crónica del desastre del Essex sino también varios otros «bosquejos» en los que describía sucesos pintorescos de sus muchos años en la mar. En 1876, época en que había regresado a su Nantucket natal después de vivir en Brooklyn, Nueva York, Ni-ckerson envió un cuaderno con su relato sobre el Essex al escritor profesional Leon Lewis, de Penn Yan, Nueva York. Parece ser que Lewis había conocido a Nickerson, que en aquel entonces dirigía una pensión en Nantucket, cuando veraneaba en la isla.
Aunque Edouard Stackpole creía que Nickerson escribió su relato a instancias de Lewis, existe la posibilidad de que Ni-ckerson ya lo tuviera escrito en la época en que conoció a Lewis. En una carta a Lewis (véase más abajo), le dice que tiene otra historia que podría interesarle.
Lewis nunca preparó el manuscrito para su publicación; la nota necrológica de Nickerson en el Nantucket Inquirer and Mirror, de febrero de 1883, dice que había enviado varios manuscritos a Lewis, «quien propuso editarlos y publicarlos en forma de libro […] pero el señor Lewis ha abandonado la idea, y el libro aún no ha visto la luz». Como se sabe, el otoño de 1876 fue una época difícil para Lewis. Harriet, su mujer y colaboradora literaria, estaba gravemente enferma y moriría finalmente menos de dos años después, a la edad de treinta y ocho años. En 1880 Lewis se volvió a casar y se trasladó a Londres, Inglaterra, dejando el manuscrito de Nickerson sobre el Essex en poder de un amigo de Penn Yan.
Hacia 1960, Ann Finch, de Hamden, Connecticut, descubrió el cuaderno de Nickerson en el ático de un pariente de Penn Yan. Hasta 1980 no llegó el cuaderno a Stackpole, quien confirmó que era obra de Thomas Nickerson, grumete del Essex. Más tarde, Finch donó el manuscrito a la Nantucket Historical Association, que en 1984 publicó una versión resumida del relato.
El texto presente de «Bosquejos inconexos del diario de a bordo de un marinero» es una versión del manuscrito completo de la Nantucket Historical Association. El manuscrito está escrito a tinta, con la letra de Nickerson, en ciento cinco hojas de papel pautado y parece una buena copia de un borrador anterior que ha desaparecido. Nickerson insertó unos cuantos incisos y revisiones a lápiz, al parecer en 1876, en la época en que mandó el manuscrito a Leon Lewis.
MI PRIMER VIAJE EN LA MAR Y
POSTERIOR PÉRDIDA DEL ESSEX
CAPÍTULO I
¡Sobre las aguas gozosas del mar de intenso azul
nuestro pensamiento ilimitado, nuestra alma libre,
lejos como el viento lleva la espuma de las olas,
observa nuestro imperio, contempla nuestro hogar!
Éste es nuestro reino sin fronteras;
nuestra bandera, el cetro al que todo el que lo ve obedece.
Nuestra la vida salvaje en tumulto, para recorrer
de la fatiga al descanso, y el gozo en cada cambio.
¡Ah, quién sabe! ¡No tú, esclavo del lujo!,
cuya alma sentirá el vértigo de la ola,
ni tú, vano señor de la voluptuosidad y el regalo,
al que el sueño no sosiega y el placer no place.
¿Quién sabe, sino aquel cuyo corazón ha sufrido
y danzado triunfal sobre las aguas inmensas
de la sensación exultante, del galope loco del pulso
que estremece al que vaga en ese camino sin huellas?
Que por sí puede ver la inminente lucha
y mudar en deleite lo que unos presumen un peligro.
El corsario 1
El viaje con que debo iniciar este libro lo hice en el Essex de Nantucket, barco que el señor Paul Macy2 había aparejado para la pesca de la ballena y cuyo mando dio a George Pollard, quien no había mandado nunca ningún barco, aunque había navegado en éste, en un viaje anterior, como primer oficial y se le consideraba plenamente competente para mandar cualquier ballenero. También, el barco era tenido por lo que la gente de la mar llama un barco con estrella, así que no fue difícil conseguir una tripulación de primera tanto en lo que respecta a oficiales como a marineros. Y después de someterlo a una completa reparación y ser declarado totalmente seguro y digno, fue considerado en general un barco envidiable.
Tuve poca dificultad en obtener permiso de mis amigos para acompañarlos en su viaje al océano Pacífico, y como me había criado en ese semillero de marineros donde a los niños que empiezan a hablar se les enseña a mirar hacia el cabo de Hornos para ganarse el pan y a idolatrar la figura del barco, no me habría dejado disuadir fácilmente de mi idea. Y quizá el momento más feliz de mi vida fue cuando a la edad de catorce años subí por primera vez a bordo de ese barco.
Estaba entonces amarrado en el muelle completamen-te desaparejado y era como el cuadro que he visto del arca de Noé; y cualquiera acostumbrado a ver barcos de construcción más moderna habría apartado los ojos de él con desagrado. Ése sin embargo iba a ser mi hogar con toda probabilidad durante los tres siguientes años y, negro y feo como era, no lo habría cambiado por un palacio.
Era costumbre por entonces en Nantucket que todo el que iba a hacer un viaje en un barco ayudase a aparejarlo, sin recibir otra compensación que el privilegio de embarcar en él. Me han dicho que aún existe esa práctica en Nantucket, aunque todos los demás puertos balleneros la han abandonado por injusta y abusiva. No sé quién la inició, pero desde luego es muy ventajosa para los armadores, por lo que seguramente la impusieron ellos.
Así que después de hacer donación de tres semanas de trabajo conseguimos tener el barco aparejado y en la barra3, a la espera de cargar; misión que también tuvieron que cumplir nuestros hombres con ayuda de lanchones. Y tras seis días más tuvimos el barco totalmente cargado y listo para zarpar y esperando sólo a que llegara un correo de Boston con media docena de negros para completar la tripulación. Llegó éste al día siguiente y una vez cubierto el cupo de hombres –no voy a decir marineros porque creo que pocos de nosotros merecerían entonces ese nombre– lo preparamos todo para zarpar en cualquier momento.
El 12 de agosto de 1819 subió a bordo el capitán y dio la orden de levar anclas y meternos en viento, orden que todos celebramos oír y nos apresuramos a cumplir, sin imaginar que este barco majestuoso y muchos hombres de su animada tripulación no volverían a nuestra tierra natal. Quizá no esté de más detener un poco al lector para informarle de que para formar sus tripulaciones los balleneros suelen enrolar hombres de tierra, o no acostumbrados a navegar, prefiriéndolos a los marineros experimentados; y creo que prefieren los primeros a los segundos porque se los amolda más fácilmente a la disciplina de un ballenero que a los veteranos. Éstos tienen ya muy arraigadas sus maneras a bordo y les cuesta admitir las normas de un ballenero; y como los oficiales y los arponeros son siempre gente experta no importa mucho que no haya nadie en el castillo que pueda reclamar el título de marinero entendido; porque la práctica me ha enseñado después que unos (meses) a bordo capacitan incluso al más bisoño para realizar las órdenes generales del barco.
No quiero decir que se les pueda convertir en marineros en tan corto espacio, sino que, con las instrucciones de sus oficiales, pueden hacer lo que haga falta para la realización de tal viaje.
Volvamos a la partida. Fueron levadas las anclas sin tardanza y una vez trincadas en las amuras volvieron los hombres a la maniobra, y desde luego un marinero habría encontrado divertido observar nuestras tribulaciones para dar vela. De hecho, todo eran torpezas, confusión y jaleo; o sea, por parte de la tripulación: los oficiales eran hombres competentes y activos, y sin duda estaban algo irritados ante semejante alarde de incompetencia a la vista de su ciudad natal.
Hasta que pasamos el extremo este de la isla no conseguimos tener largados y braceados los juanetes. Entre tanto muchos de los que éramos de la isla nos quedamos a popa mirando embobados la última vista de nuestra tierra; y no me acordé, hasta que sentí que los dedos del primer oficial me tiraban ligeramente de una oreja, de que quedaban por adujar unos cuantos cabos y había que barrer la cubierta, tarea que generalmente recae en los muchachos de mi clase.
Y aunque pocas horas antes estaba ansioso por emprender este viaje, de repente me invadió una súbita tristeza al ver cómo la tierra se iba quedando atrás y hundiéndose bajo el horizonte de poniente. Entonces comprendí por primera vez que estaba solo en un mundo inmenso y cruel, a esa edad tierna, sin un pariente o amigo que tuviese una palabra amable para mí. Y para confirmarlo, y hacerme sentir plenamente el sacrificio que había hecho, me asaltó la voz ronca del primer oficial que me llamaba con toda aspereza: «¡Vamos, Tom, coge la escoba y ponte a barrer! La próxima vez que tenga que decírtelo lo va a lamentar tu piel, muchacho». Así que aquí tenía a mi sermoneador, y una perspectiva realmente agradable, la de un viaje largo y un vigilante riguroso. No resultaba halagüeño para un chico de mi edad que no estaba acostumbrado a semejante lenguaje y amenazas.
Al acercarse la noche nos llamaron a todos a popa, al alcázar, para hacer el reparto de las guardias, y a mí me tocó la de babor, o del primer oficial. Después de este trámite hizo aparición en cubierta el capitán para darnos a conocer sus normas y dejar clara su disciplina para el viaje. Lo hizo sin embargo sin muestra de altanería ni emplear un lenguaje incorrecto, explicando en sustancia que, como habíamos iniciado un viaje largo juntos, muchas cosas iban a depender de la tripulación misma, sobre todo en lo que atañía al bienestar y al éxito de la misión. Tanto las órdenes suyas como las de los oficiales debían ser rigurosamente obedecidas. Sería especialmente celoso con las de sus oficiales, y el que deliberadamente desobedeciera u ofendiera a cualquiera de ellos recibiría su merecido como si la ofensa se la hubiera hecho a él.
Una vez concluida la arenga, mandó a todos que se retirasen y volvieran a proa, a sus trabajos y puestos respectivos. La tripulación quedó dividida en dos ranchos: dos terceras partes, negros incluidos, se alojaron en el castillo de proa, y una tercera lo hizo en el entrepuente. Yo estaba en este segundo rancho, y me consideré afortunado por haberme librado de vivir encerrado en un lugar estrecho con tantos negros.
Entonces nos llamaron a cenar, y desde luego fue mi primera cena en el océano, lo que para mí representó una auténtica novedad. Nos sentamos todos en círculo alrededor de nuestra gaveta o tina de carne salada, cada uno con su cazo de té, un enorme trozo de tasajo en la mano y una galleta seca. Todos parecieron disfrutar de la comida como si estuviesen ante una mesa palaciega gruñendo bajo el peso de costosos manjares. A decir verdad oí a menudo discutir asuntos nacionales con tanto calor y seriedad como si el destino entero de nuestro país dependiera de las conclusiones del debate de este pequeño círculo.
A las ocho de la noche nos llamaron a todos a cubierta y nos asignaron a los de babor la primera guardia hasta las doce, c...

Índice

  1. CUBIERTA
  2. INTRODUCCIÓN
  3. LECTURAS RECOMENDADAS
  4. LAS NARRACIONES DEL ESSEX
  5. PRIMERAS NOTICIAS
  6. LA HISTORIA DELPRIMER OFICIAL
  7. LA HISTORIA DEL GRUMETE
  8. LA HISTORIA DEL CAPITÁN
  9. LA HISTORIA DEL ARPONERO
  10. FRAGMENTOS: RECUERDOS Y TEXTOS APÓCRIFOS
  11. GLOSARIO DE TÉRMINOS NÁUTICOS
  12. NOTAS
  13. CRÉDITOS
  14. ALBA EDITORIAL