En vísperas
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«Turguénev es un mago.» Henry James

Dos jóvenes amigos, un escultor con talento pero algo perezoso y un recién licenciado en Filosofía, están enamorados de Yelena Nikoláievna Stájova, una muchacha de clase media que siempre ha destacado por su bondad con los que sufren. Yelena encuentra frívolo a uno de ellos, y cada vez más interesante al otro, pero entonces se cruza en su camino un tercero. Mientras tanto, sus padres preparan su boda con un alto funcionario… Turguénev recreó en En vísperas (1860) un enfrentamiento generacional que los críticos de la época vieron como una alegoría de la Rusia que estaba por llegar (de ahí el título de la obra).

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Información

Año
2016
ISBN
9788490652107
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
Iván S. Turguénev
En vísperas






Traducción y notas
Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella




ALBA
Nota al texto
Después del enorme éxito de Nido de nobles, Iván Turguénev se puso a trabajar en su tercera novela, En vísperas, que salió publicada en 1860 en la revista El mensajero ruso (Russki véstnik). Lo cierto es que esta novela tuvo una acogida mucho más fría que la anterior, pero, según el autor ruso, ninguna otra obra suya suscitó tantos artículos en las revistas del momento. Entre otras cosas, esto se debió a su protagonista, Yelena, que, lejos de ser un personaje femenino pasivo, desafía a la sociedad y se salta todas sus convenciones. Hubo críticos que vieron en Yelena una metáfora de la Rusia que estaba por llegar –de ahí el título de la novela–, una encarnación de los cambios político-sociales que se avecinaban en el país. En este sentido, el crítico ruso Nikolái Dobroliúbov escribió un célebre artículo titulado «¿Cuándo llegará el auténtico día?» (1860) en el que defendía esta tesis; creía que era necesario que en Rusia surgieran personas como Yelena e Insárov, que son capaces de sacrificar su propio bien por el bien común del país. No obstante, Turguénev discrepaba de esta lectura política de su novela.
La historia de cómo se originó En vísperas es de lo más interesante, y el propio Turguénev la relata con detalle en su Prólogo a la edición completa de novelas (1880), del que reproducimos algunos fragmentos (advertimos al lector de que aquí se van a desvelar aspectos importantes de la trama):
Pasé casi todo el año 1855 (así como los tres anteriores) sin salir apenas de mi hacienda, en el distrito de Mtsensk (provincia de Oriol). De todos mis vecinos, el que me resultaba más próximo era un tal Vasili Karatéiev, un joven terrateniente de veinticinco años. Karatéiev era un romántico y un entusiasta, gran amante de la literatura y de la música, dotado además de un peculiar humor; era enamoradizo, impresionable y directo. Había estudiado en la Universidad de Moscú y vivía en la hacienda de su padre, en la que cada tres años le invadía una angustia que rayaba en la locura. […] No era del agrado de los demás vecinos por su libertad de pensamiento y por su lengua mordaz; además, temían presentarle a sus hijas y mujeres, ya que tenía fama –en realidad totalmente inmerecida– de faldero peligroso. Me visitaba a menudo, y estas visitas constituían casi mi única distracción y motivo de placer, en una época no demasiado alegre para mí. Cuando estalló la guerra de Crimea […] fue reclutado como oficial. Al enterarse de su destino, Karatéiev me vino a ver, y me quedé pasmado por su aspecto apesadumbrado e inquieto. Sus primeras palabras fueron: «No regresaré, no lo soportaré; voy a morir allí». […] Después de un paseo bastante largo por mi jardín, de pronto se volvió hacia mí con las siguientes palabras: «Quiero pedirle algo. Ya sabe que viví unos años en Moscú, pero lo que no sabe es que allí me ocurrió una historia que quise contársela a los demás y a mí mismo. Intenté hacerlo, pero tuve que aceptar que carezco totalmente de talento literario; todo concluyó en que escribí este cuadernito, que ahora pongo en sus manos». Tras decir esto se sacó del bolsillo un pequeño cuaderno de unas quince páginas. «Como, a pesar de todas sus amistosas palabras de consuelo –continuó–, estoy convencido de que no voy a regresar de Crimea, le ruego que me haga el favor de coger estos esbozos y de hacer algo con ellos: ¡que no desaparezcan sin dejar huella, como va a suceder conmigo!» Intenté persuadirle pero, al ver que mi negativa lo entristecía, le di mi palabra de cumplir su voluntad y, aquella misma noche, después de que se hubiera marchado, hojeé el cuaderno que me había entregado. Y lo que había escrito con trazos veloces fue lo que después se convertiría en el argumento de En vísperas. Por otro lado, aquel relato estaba sin concluir y se interrumpía de forma abrupta: durante sus años en Moscú, Karatéiev se había enamorado de una muchacha y su amor fue correspondido; sin embargo, ella conoció a un búlgaro llamado Kartámov (un hombre que, como supe más tarde, fue muy famoso en su país y que incluso aún ahora es recordado), se enamoró de él y se marcharon juntos a Bulgaria, donde él pronto moriría. Esta historia de amor estaba escrita con sinceridad, pero torpemente; es cierto que Karatéiev no había nacido para ser escritor. Sin embargo, había una escena, en concreto la excursión a Tsarítsyno, que estaba escrita con bastante viveza, y en mi novela he conservado sus rasgos principales. [...] La figura de Yelena, la protagonista principal –que en aquel entonces aún era un prototipo nuevo en la sociedad rusa–, se dibujaba en mi imaginación con bastante claridad; pero me faltaba un héroe, un personaje al que Yelena –con sus ansias aún vagas pero intensas de libertad– pudiera entregarse. Y cuando leí el cuaderno de Karatéiev, exclamé sin querer: «¡Aquí está el héroe que buscaba!». En aquel tiempo, entre los rusos no había aún personas así. Cuando al día siguiente vi a Karatéiev, no solo le repetí que cumpliría su petición, sino que también le di las gracias por sacarme de un apuro, por dar un rayo de luz a mis hasta entonces aún oscuros planes y fantasías. Karatéiev se alegró y, después de decirme una vez más: «No deje que todo esto muera», partió hacia Crimea. Para mi profunda consternación, nunca regresó de allí: su presentimiento se cumplió y murió de tifus […]. Sin embargo, aplacé mi promesa y me puse a escribir Rudin; al terminarla me puse a trabajar en Nido de nobles, y no fue hasta el invierno de 1858 a 1859, al encontrarme de nuevo en la misma aldea y en el mismo ambiente en el que había conocido a Karatéiev, cuando sentí que aquellas impresiones adormecidas comenzaban a agitarse. Busqué su cuaderno, lo releí, y las imágenes que habían retrocedido a un segundo plano se situaron de nuevo en el primero y, sin demora, cogí una pluma. Algunos de mis conocidos supieron ya entonces todo lo que acabo de relatar, pero ahora, con la edición definitiva de mis novelas, considero un deber compartirlo con el público y así rendir un tributo, aunque sea tardío, a la memoria de mi pobre y joven amigo. Y así fue como un búlgaro se convirtió en el protagonista de mi novela. Pero los señores críticos me reprocharon unánimemente la afectación y la falta de vida de este personaje; a la vez, se sorprendieron de mi extraño capricho de escoger justamente a un búlgaro y se preguntaron: «¿Por qué? ¿A santo de qué? ¿Qué sentido tiene?». […] Sin embargo, en aquel entonces no consideré necesario dar ninguna explicación más.
Turguénev confesó que dio vida a su amigo Karatéiev en la novela, y, por cuanto podemos juzgar, si bien Bersénev reúne algunos de sus rasgos, a quien más se asemeja es a Shubin: tiene un sentido del humor muy mordaz, es entusiasta, enamoradizo y seductor. El comportamiento de Yelena escandalizó a gran parte de la alta sociedad rusa, que la vio como una mujer inmoral, que quebranta las reglas del decoro y del pudor femenino, y hubo q...

Índice

  1. Nota al texto
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  36. XXXV
  37. Créditos
  38. ALBA
  39. Notas