Cómo escribir una novela histórica
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Cómo escribir una novela histórica

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Desde el Romanticismo la novela histórica ha sido uno de los géneros más populares de la literatura y hoy su vigencia es aún innegable. María Antonia de Miquel nos ofrece en este manual una clara descripción de sus principales elementos y nos propone una serie de útiles orientaciones para reconocer y resolver sus dilemas. Pues combinar con acierto Historia y ficción es un reto no exento de peligros.

Cómo escribir una novela histórica te ayudará, entre otras cosas, a poner orden en las tramas caóticas de la Historia, a elegir lo relevante y descartar lo superfluo, a emprender la investigación necesaria, a recurrir al tipo de narrador más conveniente, a solucionar problemas de ambientación o a decidir el registro de lengua adecuado. Complementado con una práctica guía de lecturas, este libro sin duda constituye la mejor herramienta para iniciarse en el género.

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Información

Año
2014
ISBN
9788484289807
Categoría
Filología

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¿Qué es una novela histórica?

Si en el caso de géneros como la novela policíaca o la de ciencia-ficción existe cierto consenso en cuanto a su definición, acotar el terreno de la novela histórica y definir qué se entiende por novela de este género resulta mucho más complicado. Pues la novela histórica carece de la fijación estructural de la novela policíaca, por ejemplo, en la que es preciso que haya un misterio y que este misterio se resuelva. O, si recurrimos a la definición más canónica, es una narración en la cual mediante la observación, el análisis y la deducción lógica, se busca descubrir al autor de un delito y sus móviles. Está muy claro. Mientras surgen pocas dudas respecto a qué es y qué no es una novela policíaca, se pueden encontrar diversas definiciones de lo que es una novela histórica. Algunas de ellas entienden por novela histórica una obra de ficción que recrea un período histórico preferentemente lejano y en la que personajes y acontecimientos no ficticios forman parte de la acción.
Otras definiciones se centran en la distancia temporal y establecen que las novelas históricas son obras de ficción escritas al menos cincuenta años después de los acontecimientos que describen, cuyo autor no llegó a vivir los hechos que constituyen el núcleo de la obra. Quizá en lo único en que todos los estudiosos del género coinciden es en señalar la obviedad de que la novela histórica desarrolla una acción novelesca en el pasado. Pero esto, es evidente, no resuelve nada. Toda novela presenta de alguna manera un carácter histórico, pues inevitablemente está inscrita en un devenir histórico; rara es la obra de ficción que puede pres­cindir del entorno histórico en que sus personajes se desenvuelven. Quizá nos acerquemos más a una definición viable si decimos que la novela histórica debe tener la intención de reconstruir la época en que sitúa la acción. Es decir, como en toda novela, el protagonismo está en la trama, en lo que les sucede a los personajes. Pero, a diferencia de la novela «a secas» –es decir, aquella que no pretende ser histórica, incluso si transcurre en un momento histórico anterior al de su escritura–, la novela histórica quiere llamar la atención sobre cómo esa época histórica incide en la trama novelesca, hacer que ambas, Historia y ficción, influyan una sobre otra, sean una sola entidad.
En palabras de Alessandro Manzoni, autor de la novela histórica Los novios (1827), el novelista histórico debe aportar «no solo los huesos descarnados de la historia, sino algo más rico, más completo. De algún modo le pedimos que restituya la carne sobre el esqueleto que es la Historia».


El tiempo de la novela y el tiempo de la escritura

La intención del autor es esencial en una novela histórica. Es decir, no hay que confundir las novelas escritas tiempo atrás con novelas históricas por el simple hecho de que la acción transcurra en una época que, para el lector actual, es «histórica». Así, por ejemplo, las novelas de Jane Austen no son novelas históricas, por mucho que la sociedad que describen y la manera de vestir y de hablar de sus perso­najes nos resulten ahora antiguos. Cuando las escribió, Jane Austen pretendía retratar en sus obras la sociedad de su tiempo, de modo que su intención estaba muy lejos de la de un autor de novela histórica. Ciertamente, para el lector de hoy en día novelas como Orgullo y prejuicio son un excelente retrato de la Inglaterra de principios del XIX, llenas de detalles de época que ahora las novelas históricas ambientadas en ese período intentan copiar (a menudo con mucho menor éxito).

Nunca hay que olvidar que, a pesar de todo, el elemento histórico es adjetivo y lo sustantivo es la novela. Por relevante que sea el papel de la Historia, lo primordial en la novela siempre es la ficción. O sea, la trama, los personajes y cómo se desarrollan. No hay que permitir que la carga histórica sea tan pesada que anule la parte novelesca.


Historia y novela

El hecho es que esas dos artes ―la del historiador y la del no­velista―, nacidas una y otra de la poesía, desarrollan una actividad semejante y ponen en práctica las mismas facultades: memoria e imaginación; y por eso se ha podido decir con justicia al respecto: el novelista es el historiador del presentes, el historiador es el novelista del pasado. Uno y otro deben inventar la verdad.

La Historia es una ciencia, pero no una ciencia exacta. Los historiadores tratan de reconstruir el pasado a través de los datos y testimonios de que disponen, pero ese pasado está en continua evolución. Prueba de ello son las distintas maneras de considerar acontecimientos y períodos históricos determinados, según quien sea el historiador que los trate. La Historia y la literatura se han desarrollado a la par: los poemas homéricos cantan un suceso con base histórica probada, lo mismo que el Cantar del Mío Cid o muchos romances. En las literaturas de la Antigüedad, la historiografía constituía un género literario (narratio re­rum gestarum). La frontera entre Historia y literatura ha sido permeable a través de los tiempos. Si bien a partir de finales del siglo XVIII la historiografía intentó volverse más científica, convirtiéndose a menudo en una árida recopilación de fechas y hechos, hacia mediados del siglo XX se produce un retorno de la Historia al campo de la vida cotidiana y un desplazamiento desde la historia puramente política a la historia de las mentalidades. Por primera vez, los historiadores se fijan en colectivos antes ignorados, como las mujeres, los esclavos o los niños. Es más, algunos historiadores adoptan procedimientos técnicos y retóricos propios de la narración literaria. Por citar solo un par de ejemplos, obras como Montaillou (1975), de Emmanuel Roy Ladurie, que recrea la vida en un pueblo occitano durante el período de la herejía cátara o, más recientemente, las obras de Antony Beevor ―Stalingrado (1998) o Berlín: la caída (2006), que exponen episodios de la Se­gunda Guerra Mundial dando voz a sus protagonistas, se leen casi como una novela.
Entonces ¿dónde está la frontera? De nuevo, en la intención del autor. Por muy literaria que sea su forma, una obra de historia omitirá aquellos aspectos que su autor desconoce, o bien advertirá al lector de que su reconstrucción de éstos es solo una hipótesis. Un novelista, en cambio, partirá de una base histórica para construir un mundo de ficción. Verosímil, pero ficticio. Aunque respetando algunos límites, el novelista histórico tiene las riendas de su imaginación mucho más sueltas que el historiador.


Historiadores y novelistas

Tanto la novela histórica como la Historia académica rigurosa tuvieron su desarrollo durante el siglo XIX y se puede decir que ambas han florecido durante el siglo XX. Sin embargo, en algunos ámbitos persiste el desdén por la novela histórica. Suponiendo que se ocupen de ella, los historiadores suelen tratarla como si fuera un hermano pequeño, menos valioso, más revoltoso y mucho más emocional, lleno de errores (o eso dicen ellos) y de personajes ahistóricos. No obstante, ambos géneros tienen aún mucho que aprender uno de otro. Si la historia popular, e incluso a veces la académica, han adoptado a menudo un tono más novelístico, algunas novelas históricas se han vuelto más académicas. El ejemplo más reciente sería En la corte del lobo (2009), de Hilary Mantel, una cuidadísima ―y al mismo tiempo apasionante― recreación de la Inglaterra de Enrique VIII.
Sin embargo, algunos historiadores están en desacuerdo, como Antony Beevor, quien afirma que «una novela que usa los nombres de figuras históricas reales es peligrosa. Y, cuanto mejor es la novela, más peligrosa resulta, porque hay más posibilidades de que los lectores la consideren cierta. Es como contemplar un jarrón antiguo que ha sido hábilmente restaurado; ya no se puede distinguir lo que es original de lo que no lo es».


Un repaso a la evolución del género

La novela histórica antigua, que intentaba recrear miméticamente la vida y tiempos de un personaje, era esencialmente conservadora, mientras que la nueva novela histórica se adentra en el pasado con una conciencia deliberada de lo sucedido desde entonces, e intenta establecer una conexión más clara con el lector de nuestros días.

Ahora que ya hemos clarificado algo mejor a qué nos referimos cuando hablamos de novela histórica, antes de adentrarnos en los aspectos más prácticos es conveniente que veamos algo de la evolución del género para comprenderlo mejor.
Como referente más antiguo de ficción histórica se habla de un pergamino egipcio del siglo XI a. C., que contiene fragmentos de una narración llamada La historia de Unamón. Durante bastante tiempo se pensó que se trataba de hechos históricos, pero análisis más recientes han demostrado que es una obra de ficción. Otras «novelas históricas» muy populares durante la Antigüedad fueron las historias de la guerra de Troya escritas, al parecer, por unos tales Dictis Cretense y Dares Frigio, aunque probablemente se trate de traducciones latinas de los siglos IV o v d. C. de originales griegos del siglo I. Dictis afirma que era un soldado de las fuerzas aqueas que asediaron Troya, mientras que Dares dice ser un troyano de los que defendieron la ciudad. Ambas narraciones deben su éxito a que durante muchos siglos –hasta el siglo XVIII–, en realidad─ pasaron por ser relatos verdaderos de testigos de los hechos. Así pues, aquí más que de novela podemos hablar de «falsa historia», puesto que sus lectores creían estar leyendo historia y no ficción. A pesar de que en toda la Edad Media abundaron las recreaciones de la historia antigua y la épica, por supuesto, se hizo eco de muchas hazañas de héroes, no es realmente hasta el siglo XIX cuando podemos empezar a hablar de novela histórica tal y como hoy se concibe este género.
Giorgy Lukács, cuyo ensayo La novela histórica (1937) es considerado el primer análisis académico del género, afirma: «La Revolución francesa, las guerras revolucionarias y el encumbramiento y caída de Napoleón hicieron por primera vez que la historia se convirtiese en una experiencia de masas[…]. De ahí surgieron las posibilidades concretas de que los hombres pudiesen entender su propia existencia como algo condicionado por la historia, de que viesen en la historia algo que afectaba profundamente a sus vidas cotidianas y les concernía de manera inmediata».
En efecto, el surgimiento de la novela histórica está estrechamente vinculado al nacimiento de los sentimientos nacionales y a la conciencia del papel que la Historia, con mayúsculas, desempeña en la vida del hombre corriente. Quien primero supo aunar todos estos elementos y quien sentó las bases de lo que sería el género tal y como hoy lo conocemos fue Walter Scott (1771-1832...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Nota de la autora
  4. Introducción
  5. 1. ¿Qué es una novela histórica?
  6. 2. Escribir una novela histórica. Por dónd
  7. 3. ¿Quién cuenta la historia?
  8. 4. Los personajes
  9. 5. Cómo combinar Historia y ficción
  10. 6. Lenguaje y estilo
  11. 7. Cómo sortear problemas comunes
  12. 8. Más allá del relato: la nota histórica
  13. CRÉDITOS
  14. ALBA