Diario de un escritor
eBook - ePub

Diario de un escritor

  1. Spanish
  2. ePUB (apto para móviles)
  3. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Diario de un escritor

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

«Esta obra singular, concebida por el autor como interludio entre novelas o trabajo preparatorio para El adolescente y Los hermanos Karamázov, es imprescindible para conocer y comprender al escritor y a la persona.» Jesús García Gabaldón, El País

Con su reputación literaria plenamente afianzada gracias a Crimen y castigo y Los demonios, Fiódor M. Dostoievski volcó en el periodismo, entre 1873 y 1881, su prodigiosa capacidad de análisis psicológico y su extraordinario talento para la controversia. A raíz de aceptar la dirección de la revista El Ciudadano, comenzó a redactar el que habría de ser su libro más personal, extraño y desconocido. En Diario de un escritor el gran novelista ruso privilegia su compromiso moral con los sucesos más acuciantes de su tiempo, a través de una entreverada mezcla de géneros –autobiografía, ficción, ensayo, crónicas judiciales, necrológicas, estampas de costumbres, breves tratados sobre el carácter nacional-, de la que resulta un experimento de arte integral, un triunfo de la pasión por la libertad humana. En esta selección del inmenso cajón de sastre que es el Diario, impecablemente confeccionada y traducida por Víctor Gallego, se ha prescindido de consideraciones y polémicas hoy trasnochadas. Dos temas obsesivos, profundamente dostoievskianos, recorren sus páginas: los malos tratos a los niños en la familia y las causas de los suicidios. Junto a la ardorosa defensa de la piedad y la justicia, se encuentran también aquí los mejores relatos del autor: «La mansa», «El sueño de un hombre ridículo», «El mujik Marei» y, en especial, «Bobok», que constituye, según Bajtin, «casi un microcosmos de toda su obra».

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Diario de un escritor de Fiódor M. Dostoievski en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Classics. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2012
ISBN
9788484287742
Categoría
Literature
Categoría
Classics
Diario de un escritor
(1876)
Enero
CAPÍTULO PRIMERO
I
A MODO DE PREFACIO. DE LAS OSAS MAYOR Y MENOR, DE LA ORACIÓN DEL GRAN GOETHE Y, EN GENERAL, DE LAS MALAS COSTUMBRES.
… Jlestakov30, al menos, cuando mentía al alcalde, tenía cierto temor de que lo desenmascararan y lo sacasen del salón. Los Jlestakov de nuestros días no tienen miedo de nada y mienten con toda tranquilidad.
En los tiempos que corren todos se sienten totalmente tranquilos. Tranquilos y puede que también felices. Apenas hay nadie al que se pida cuentas, todo el mundo actúa con «sencillez», y eso es ya el colmo de la felicidad. Ahora, lo mismo que antes, todos están corroídos por la vanidad, pero la vanidad de antaño entraba con timidez, dirigía una mirada febril a su alrededor, examinaba las fisonomías: «¿Estará bien que entre? ¿Estará bien que hable?». Hoy en día todo el mundo está persuadido de antemano de que, entre donde entre, todo le pertenece. Y si no es así, resuelve el asunto en un abrir y cerrar de ojos, sin enfadarse siquiera. ¿No habéis oído hablar de notas como ésta?:
«Querido papá, tengo veintitrés años y aún no he hecho nada; convencido de mi inutilidad, he decidido quitarme la vida…».
Y se pega un tiro. Pero ahí al menos se puede entender algo: «¿Cómo se puede vivir sin orgullo?». En cambio, ese otro mira a su alrededor, da unos pasos y se pega un tiro en silencio, simplemente porque no tiene dinero para mantener a una querida. Y eso es ya una auténtica cochinada.
Nuestros periódicos aseguran que todo se debe a que esos individuos piensan demasiado. «Están piensa que te piensa, y de pronto encuentran lo que estaban buscando.» Yo estoy convencido de lo contrario; a saber, que no piensan absolutamente en nada, que son totalmente incapaces de formarse una sola idea, que son tan ignorantes como los salvajes y que todos sus deseos responden a un impulso visceral, no a una idea consciente; en suma, una auténtica cochinada. El liberalismo nada tiene que ver con eso.
Además, ni siquiera albergan por un instante las reflexiones de Hamlet: «Ese miedo a lo que habrá allá…».
En todo eso se percibe algo terriblemente extraño. ¿Acaso esa falta de pensamiento forma parte de la naturaleza rusa? Hablo de falta de pensamiento, no de falta de sentido común. Bueno, no tenéis por qué creerlo, pero al menos pensad en ello. Nuestro suicida no sospecha siquiera que tenga un yo, que sea una criatura inmortal. Se diría que nunca ha oído nada al respecto. Y, sin embargo, no es ni mucho menos un ateo. Acordaos de los ateos de antaño: en cuanto perdieron su fe en una cosa, empezaron a creer apasionadamente en otra. Acordaos de la apasionada fe de Diderot, de Voltaire… En nuestro país, es una tabula rasa total, nada que ver con Voltaire: simplemente, no tienen dinero para mantener una querida; eso es todo.
Cuando Werther, el suicida, decide quitarse la vida, se lamenta, en las últimas líneas que deja, de que no volverá a ver «la hermosa constelación de la Osa Mayor», y se despide de ella. ¡Ah, cómo revela ese pequeño rasgo la personalidad de Goethe, que entonces sólo estaba en sus comienzos! ¿Por qué al joven Werther le son tan caras esas constelaciones? Porque era consciente, cada vez que las contemplaba, de que no era un simple átomo o una nulidad lo que estaba ante ellas, de que todo ese abismo de prodigios misteriosos y divinos no excedía, en absoluto, su capacidad de pensamiento, no estaba por encima de su conciencia, no era mayor que el ideal de belleza encerrado en su alma; que ese abismo era igual a él y revelaba su parentesco con el infinito del ser… Y que toda la felicidad de ese grandioso pensamiento, que le revelaba quién era, se la debía únicamente a su propia imagen humana.
«Espíritu Supremo, gracias Te sean dadas por la imagen humana que me has dado.»
Ésa debía de ser la oración del gran Goethe a lo largo de toda su vida. Nosotros, en cambio, cogemos esa imagen humana y la rompemos en mil pedazos, con toda sencillez y sin recurrir a esas prestidigitaciones germanas; y en cuanto a las Osas, no sólo la Mayor, sino también la Menor, a nadie se le ocurre despedirse de ellas; y si se le ocurre, se guarda muy bien de hacerlo, porque le daría mucha vergüenza.
–¿A qué viene todo esto? –me preguntará sorprendido el lector.
–Quería escribir un prefacio, ya que no puede pasarse uno sin él.
–En ese caso, más valdría que explicara cuál es su tendencia, sus convicciones; que nos aclarará qué clase de hombre es usted y cómo se atreve a publicar el Diario de un escritor.
Pero es que eso es muy difícil y me estoy dando cuenta de que no soy ningún maestro a la hora de escribir prefacios. Un prefacio puede ser tan difícil de escribir como una carta. En cuanto al liberalismo (en lugar de la palabra «tendencia», emplearé directamente la palabra «liberalismo»), en cuanto al liberalismo, un Desconocido31 al que todo el mundo conoce, hablando en uno de sus últimos artículos de cómo ha recibido nuestra prensa el año de 1876, menciona entre otras cosas, no sin causticidad, que todo adoptó un aire bastante liberal. Me alegro de que hiciera gala de esa causticidad. En realidad, en los últimos tiempos nuestro liberalismo se ha convertido en todas partes en un oficio o en un mal hábito. Es decir, no es que en sí mismo sea un mal hábito, pero eso es lo que ha sucedido entre nosotros. Hasta resulta extraño: se diría que nuestro liberalismo pertenece a la categoría de liberalismos inactivos; inactivos y tranquilos, lo que en mi opinión no está nada bien, ya que el quietismo, a mi juicio, es lo que menos cuadra con el liberalismo. Además, a pesar de esa serenidad, por todas partes se aprecian señales de que poco a poco está desapareciendo de nuestra sociedad la noción de lo que es liberal y de lo que no lo es; en ese sentido, la gente empieza a confundirse gravemente. Hay ejemplos incluso de casos extremos de confusión. En definitiva, nuestros liberales, en lugar de volverse más libres, están atados al liberalismo como con cuerdas; por eso, aprovechándome de esta curiosa coyuntura, guardaré silencio sobre los detalles de mi liberalismo. Me limitaré a señalar que, en términos generales, me considero más liberal que nadie, aunque sólo sea porque no tengo ningún deseo de tranquilizarme. Pero basta de hablar de esa cuestión. En lo que respecta a la clase de hombre que soy, podría definirme más o menos así: «Je suis un homme heureux qui n’a pas l’air content», o dicho en castellano: «Soy un hombre feliz que no está satisfecho con algunas cosas».
Con eso doy por terminado el prefacio. En realidad, sólo lo he escrito por respetar las formas.
II
UNA NOVELA FUTURA. OTRA «FAMILIA CASUAL».
Había un árbol de Navidad y un baile infantil en el Club de los Artistas, así que me dirigí allí para ver a los niños. Siempre me han gustado los niños, pero ahora me interesan de una manera especial. Hace tiempo que me he propuesto escribir una novela sobre los niños rusos de hoy, y desde luego también sobre sus padres y sobre sus actuales relaciones mutuas. El esquema está listo y pensado de antemano, como debe hacer siempre un novelista. En la medida de lo posible, tomaré a los padres y a los hijos de todas las capas de la sociedad y seguiré a los niños desde su más tierna infancia.
Cuando hace año y medio Nikolái Alekséievich Nekrásov me invitó a escribir una novela para Anales de la Patria, estuve a punto de ponerme manos a la obra con mis Padres e hijos, pero al final me abstuve, y gracias a Dios: no estaba preparado. En lugar de eso escribí El adolescente, un primer esbozo de mi idea. Pero en esa obra el niño ya ha salido de la infancia y aparece como un hombre inmaduro que, con timidez e insolencia a un tiempo, trata de dar cuanto antes su primer paso en la vida. Tomé un alma inocente, pero ya ensuciada por la terrible posibilidad del vicio, por un odio prematuro a la insignificancia y el carácter «casual» de su naturaleza, por la facilidad con que su alma, aún casta, acoge conscientemente el vicio en sus pensamientos, lo acaricia ya en su corazón y se deleita con él en sus sueños todavía pudibundos, pero ya osados y tormentosos; y todo eso abandonado a sus propias fuerzas y a su discreción, así como también, naturalmente, a Dios. Son los abortos de la sociedad, los miembros «casuales» de familias «casuales».
Hace poco los periódicos informaron del asesinato de una mujer llamada Perova y del suicidio del homicida. Vivían juntos, él trabajaba en una imprenta, pero perdió su empleo; ella alquilaba un apartamento y había tomado unos inquilinos. Su produjo una discusión, Perova le pidió que la dejara. El hombre tenía ese carácter típico de las nuevas generaciones: «Si no es mía, no lo será de nadie». Le dio su palabra de que «la dejaría», y por la noche la apuñaló bárbaramente, con premeditación y alevosía, y a continuación se quitó la vida. Perova dejaba dos hijos, dos muchachos de doce y nueve años, ambos ilegítimos, pero no hijos del asesino, sino de una relación anterior. Los quería mucho. Ambos fueron testigos de la terrible escena de aquella tarde; vieron cómo el hombre cubría de reproches a su madre, hasta hacerla perder el conocimiento; ambos le pidieron que no fuera a su habitación, pero ella fue.
El periódico La Voz ha abierto una suscripción en favor de los «infelices huérfanos», uno de los cuales, el mayor, era alumno de quinto curso del instituto; el otro todavía no iba a la escuela. He ahí otra «familia casual», he ahí otros niños con la joven alma marcada por una lúgubre impresión. Ese cuadro sombrío no se borrará nunca de sus almas y puede minar dolorosamente su joven orgullo ya en esos días
… en que para nosotros eran nuevas
todas las impresiones de la existencia.32
Les esperan dilemas superiores a sus fuerzas, una herida precoz en su amor propio, el rubor de una vergüenza inmerecida por su pasado y un odio sordo y reconcentrado por los hombres que acaso les dure toda la vida.
*
CAPÍTULO SEGUNDO
I
EL NIÑO DE LA MANO EXTENDIDA
Los niños son muy extraños; ocupan mis sueños y mis pensamientos. En los días previos a la Navidad y en la misma Nochebuena me encontré, en la esquina de cierta calle, con un muchacho que no podía tener más de siete años. A pesar del frío terrible, vestía prendas casi veraniegas, pero lucía una especie de harapo anudado al cuello, señal de que alguien lo había equipado antes de salir a la calle. Llevaba la mano extendida, término técnico que hace referencia a la mendicidad. Es un término acuñado por esos mismos muchachos. Hay muchos como el chiquillo de quien me ocupo, se interponen en vuestro camino y gimen alguna frase aprendida de memoria; pero éste no gemía, hablaba con cierta inocencia y falta de costumbre y me miraba a los ojos lleno de confianza; en resumidas cuentas, acababa de iniciarse en la profesión. En respuesta a mis preguntas me dijo que tenía una hermana enferma y sin trabajo; puede que fuera verdad, pero más tarde me enteré de que esos muchachos forman verdaderas hordas; los sacan a pedir limosna incluso en lo más crudo del invierno y, si no llevan nada, seguramente les espera algún golpe. Una vez que ha reunido unos cuantos kopeks, el muchacho regresa, con las manos rojas y entumecidas, a algún sótano, donde vive, en medio de continuas borracheras, una pandilla de holgazanes, de esos tipos que «habiendo salido del trabajo la víspera del domingo, no vuelven a sus puestos antes del miércoles por la tarde». Allí, en esos sótanos, se emborrachan con sus mujeres hambrientas y maltratadas; allí lloran, no menos hambrientos, los niños de pecho. Vodka, suciedad, depravación; pero sobre todo vodka. Con los kopeks que tiene en la mano, envían inmediatamente al muchacho a la taberna para que traiga más aguardiente. A veces, para divertirse, le dan un trago también a él y se ríen a carcajadas cuando el muchacho, con la respiración entrecortada, cae al suelo casi sin conocimiento,
y sin piedad me vertían en la boca
su abominable vodka…33
Cuando crezca, se lo quitarán de encima cuanto antes, enviándolo a alguna fábrica, pero estará obligado a entregar todo lo que gane a esos holgazanes, que volverán a gastárselo en bebida. Pero ya antes de llegar a la fábrica esos niños se han convertido en auténticos delincuentes. Vagan por la ciudad y conocen lugares, en todos esos sótanos, en los que pueden deslizarse y pasar la noche sin que nadie repare en su presencia. Uno de ellos pasó varias noches seguidas en el cesto de una portería sin que el portero se diera cuenta. Ni que decir tiene que acaban convirtiéndose en ladronzuelos. El robo se convierte en una pasión incluso en niños de ocho años, a veces sin que se den la menor cuenta de que están cometiendo un acto delictivo. Al final acaban soportándolo todo –el hambre, el frío, los golpes– con tal de seguir gozando de libertad, y no tardan en huir de los holgazanes para llevar una vida vagabunda por su cuenta y riesgo. Esas criaturas salvajes a veces no saben nada, ni dónde viven, ni cuál es su patria; ni conocen la existencia de Dios o del soberano. Se cuentan de ellos tales cosas que cuesta creerlas, y sin embargo son hechos contrastados.
II
EL NIÑO ANTE EL ÁRBOL DE NAVIDAD DE CRISTO
Pero yo soy un novelista y creo que se me ha ocurrido una «historia» al respecto. ¿Por qué digo «creo», cuando sé perfectamente que se me ha ocurrido? No obstante, sigo imaginándome que algo así ha sucedido realmente en algún lugar, en algún momento, e incluso que ha sucedido en la Nochebuena, en alguna ciudad inmensa, en medio de un frío terrible.
Veo a un chico aún muy pequeño, de unos seis años o incluso menos, que se despierta una mañana en un sótano húmedo y frío. Sólo lleva puesta una especie de blusa y tirita. Su respiración se escapa en forma de blanco vaho; sentado en un rincón, encima de un baúl, el muchacho mata el aburrimiento exhalando esas nubes de vapor y contemplando cómo se disipan. Pero tiene mucha hambre. A lo largo de la mañana se ha acercado varias veces a la tarima, donde, sobre un jergón tan fino como una torta de aceite, y una especie de hatillo bajo la cabeza a modo de almohada, yace su madre enferma. ¿Cómo ha acabado aquí? Probablemente vino con su hijo de alguna otra ciudad y de pronto cayó enferma. A la patrona del tabuco la había detenido la policía dos días antes y los demás inquilinos se habían dispersado, pues era una jornada festiva, y sólo ha quedado un holgazán que, incapaz de esperar a la fiesta, llevaba ya veinticuatro horas borracho perdido. En otro rincón de la habitación gime una anciana de ochenta años, enferma de reumatismo, que antaño trabajó como niñera en algún lugar, pero que ahora agoniza sola, quejándose, gruñendo y regañando al niño, para que no se atreva a acercarse a su rincón. El niño ha bebido un poco de agua en el zaguán, pero en ninguna parte ha encontrado un mendrugo de pan. Ha intentado despertar a su madre lo menos ya diez veces. Finalmente le ha dado miedo de la oscuridad: hace ya tiempo que ha caído la noche, pero nadie ha encendido una vela. Al tocar el rostro de su madre, se sorprende de que no se mueva y de que se haya vuelto tan fría como la pared. «¡Qué frío hace aquí!», piensa, deteniéndose un instante y olvidando inconscientemente la mano en el hombro de la difunta; luego sopla sobre sus dedos para calentarlos; de pronto, coge su gorra, que descansa sobre la tarima, y sale a tientas del sótano. Hace tiempo que quería salir, pero le daba miedo el enorme perrazo que se ha pasado ladrando el día entero en la escalera, junto a la puerta del vecino de arriba. Pero el perro ya no estaba allí y en unos instantes el niño se encontró en la calle.
¡Señor, qué ciudad! Nunca ha visto nada semejante. En la localidad de la que procede, la ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Introducción
  3. Nota al texto
  4. Diario de un escritor (1873)
  5. Diario de un escritor (1876)
  6. Diario de un escritor (1877)
  7. Diario de un escritor (número único) (1880)
  8. Notas
  9. Créditos
  10. Alba