El misterio de Notting Hill
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El misterio de Notting Hill

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«Como en la serie del detective Columbo, conocemos la identidad del villano, pero aún hay que cuadrar cómo el investigador fundamentará su caso.» Jake Kerridge, The Telegraph

Hasta hace muy poco El caso Lerouge (1863) de Émile Gaboriau y La Piedra Lunar (1868) de Wilkie Collins se disputaban el honor de ser la primera novela de detectives. Hoy, sin embargo, especialistas en el género como Julian Symons y Paul Collins conceden ese privilegiado puesto a una novela publicada por entregas en 1862 (luego, en forma de libro, en 1865), El misterio de Notting Hill, escrita bajo seudónimo por el abogado Charles Warren Adams. En ella, el investigador de una empresa aseguradora debe aclarar las circunstancias de la muerte de la esposa del barón R., que al parecer se envenenó con ácido prúsico después de entrar sonámbula en el laboratorio de su marido. Mediante la reunión de una serie de documentos ?diarios, cartas, declaraciones, informes científicos y hasta un plano de la «escena del crimen»?, la novela plantea el misterio anticipándose a la técnica objetivista de Wilkie Collins y recrea con profusión y gran habilidad un mundo de extremos y oscuridades en la tradición del género gótico: herencias codiciadas, hermanas separadas en la infancia, sensibilidades mórbidas, espíritus maquiavélicos, hipnosis, sonambulismo y crimen. La resolución del caso le parecerá al mismo investigador tan imprevisible como «insondable».

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Información

Año
2015
ISBN
9788490651230
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
SECCIÓN V
1. Memorándum del señor Henderson
Llegados a este punto de los misteriosos sucesos, debo pedirles de nuevo que presten particular atención a las coincidencias de fechas y demás datos de los que, como he dicho antes, depende por completo la solución que, a mi parecer, es la única posible.
Debido a la extensión de las siguientes declaraciones, me he visto obligado a ordenarlas en diferentes secciones, cada una de las cuales incide más directamente en una u otra fase del caso en particular. Para ello, como habrán apreciado, he presentado en primer lugar los antecedentes de la historia de la señora Anderton, así como –creo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos–, los de madame R. Establecer de esta forma, desde el comienzo, el primer eslabón de la cadena de conexiones entre estos dos casos extraordinarios –inexplicables como son cada uno por separado– nos servirá, no puedo por menos que imaginarme, para elucidar el uno en función del otro y viceversa. La segunda sección nos ha puesto al corriente de la historia de la señora Anderton y de madame R. hasta el momento en que se cruzan los hilos de sus singulares destinos, al tiempo que ha ilustrado de qué modo llegó el barón a darse cuenta de la posible relación de su mujer con la señora Anderton y del beneficio que la primera obtendría tras la muerte sin descendencia de su hermana y del señor Anderton. La tercera sección se refiere al primer episodio de la enfermedad de madame R., hasta la fecha y circunstancias a las que me pareció más conveniente dirigir la atención de ustedes.
En la cuarta sección de las pruebas han revisado las circunstancias que concurrieron en la enfermedad mortal de la señora Anderton, que llevaron a la detención de su marido bajo sospecha de asesinato y, por último, a su suicidio mientras esperaba el resultado de la investigación. Me ha parecido oportuno omitir aquí gran parte de las pruebas relacionadas con esta fase del caso para incluirlas en la sección dedicada más específicamente al proceder y la muerte del señor Anderton, y que presento a continuación de la que vamos a iniciar ahora. Por lo tanto, hasta aquí, el relato de la última recaída de la señora Anderton se ha reducido al que hace la infortunada señora en su diario, con la nota, al final, en la que su marido deja constancia de su fallecimiento. No obstante, he emparejado con esto un informe extraído en parte de entradas anteriores del mismo diario y en parte de la declaración del médico que la atendió en un episodio previo de una enfermedad muy semejante en general a la que finalmente se la llevó y, al parecer, tan inexplicable como ésta. Confío en que se vea con claridad el motivo por el que yuxtapongo los primeros ataques tanto de madame R. como de la señora Anderton. Ahora deben ustedes centrarse en el segundo achaque de madame R., que se produjo muy pocos meses antes de su defunción en lo que no puedo calificar sino de las más sospechosas circunstancias.
Al adentrarnos en esta parte del caso, comprobarán a cada paso que es de una importancia extrema dar a las fechas de los diversos incidentes una relevancia profunda y exacta, y sobre ellas requiero nuevamente su máxima atención. En principio, tenía la idea de remitirles las coincidencias a las que me refiero en forma de tabla, pero, después de pensarlo, me pareció un método inapropiado porque sería presentárselas desde un punto de vista que, tengo que confesar, me resulta sumamente insatisfactorio. Por consiguiente, he preferido limitarme a verificar la exactitud de las fechas y demás datos y dejar a su criterio las comparaciones pertinentes. En muchos momentos, no ha sido ésta tarea fácil, en particular a la hora de determinar con seguridad la fecha exacta (el 5 de abril de 1856) en la que empezaron a manifestarse los síntomas del segundo achaque de madame R.; tuve ahí unas dificultades que solo ha compensado la importancia del resultado.
Por lo tanto, debo pedirles que comparen escrupulosamente las siguientes declaraciones con los últimos párrafos del diario de la señora Anderton, así como con la declaración del doctor Dodsworth. Al establecer esta comparación verán que, aparte de los aspectos a los que me he referido a propósito de las diversas fechas, se observan varias discrepancias entre los hechos tal como sucedieron y tal como el barón se los presentaba al señor y a la señora Anderton. No es necesario que los destaque aquí, porque hablarán por sí solos al examinar las declaraciones; no obstante, ténganlos en cuenta también en general, porque parecen ser muy relevantes en otros aspectos del caso.
Por último, les pido que tengan presente la relación que se supone que existía entre el barón y su mujer antes de contraer matrimonio. Y a continuación, como he dicho, procedo a exponerles las declaraciones a propósito del segundo achaque de esta última.
2. Declaración de la señora Brown
Me llamo Jane Brown. Soy viuda y mi pobre marido querido trabajaba de oficinista en la ciudad, pero no sé en qué casa. Lo sabía, pero se me ha olvidado. Tengo muy mala memoria. Vivo en Russell Place. La casa es de mi propiedad, no es de alquiler. Mi pobre marido querido me la dejó en herencia. Algunas veces la alquilo. No siempre, solo cuando se trata de inquilinos tranquilos. El año pasado27 alquilé el primer piso y el segundo al barón R. El bajo se lo alquilé al doctor Marsden. Hace unos años que lo tiene alquilado. No vive ahí. Tiene una consulta cerca de Londres. Viene a Russell Place los lunes y viernes a ver a sus pacientes. Antes vivía con nosotros, en vida de mi pobre marido querido. El barón R. alquiló el resto de la casa, menos el desván. Yo vivo en el desván. No me acuerdo de cuándo vino el barón. Fue entre febrero y marzo. Estoy segura de que no me acuerdo. No sé cómo acordarme. No llevo las cuentas. Mi pobre marido querido siempre llevaba las cuentas. Yo no las he llevado desde que murió. Seguro que pierdo dinero por no llevarlas, pero no puedo evitarlo. No se me da bien. Estoy casi segura de que fue en febrero o marzo. Creo que a principios de marzo, más o menos.28 En ese momento no tenía ningún inquilino más. Hasta que mi hijo se fue de casa otra vez. En ese momento ya no estaba en casa. Vino en marzo o abril. Supongo que en marzo. Vino de Melbourne y desembarcó en Liverpool. Pasó unas semanas en casa. No sé cuántas. Se fue otra vez en abril, aunque tal vez fuera mayo. Estoy casi segura de que fue en mayo como máximo. No tan tarde, creo. La señora Troubridge se lo podría decir. Richard se casó con su hija. Richard es mi hijo. Se casó con Ellen Troubridge. Eso fue cuando estuvo en casa el año pasado. Llevaban muchísimo tiempo prometidos. Volvió a propósito para casarse. Le habían prometido algo en Melbourne y tenía que volver inmediatamente. Trabajó para pagarse el pasaje de Melbourne hasta aquí. No sé en qué barco vino. No creo que se embarcase con su verdadero nombre. No me acuerdo por qué. Porque no quería que se supiera o algo así. No sé por qué no quería que se supiera. No tengo la menor idea de qué nombre se puso. No me acuerdo de cuándo vino a casa ni de cuándo se fue otra vez. No sé cuándo salió de Melbourne. Trajo un periódico a casa. Solo queda un trocito. Cuando estaba en casa, siempre estaba conmigo, menos los sábados y domingos, porque se iba a Brighton a ver a Ellen. Ella trabajaba allí en una tienda. Iba en el tren especial de los fines de semana y se quedaba con la madre de ella desde el sábado hasta el lunes. Por lo demás, siempre estaba conmigo. No tengo nada más que contarle de mi hijo. El otro inquilino era amigo suyo. Se habían conocido en Australia. Le invitó a venir a la boda. Se celebró en nuestra casa. Fue un lunes, y él llegó el sábado anterior. Vinieron todos juntos de Brighton. El barón nos prestó sus habitaciones. Se fue a alguna parte para que su señora cambiara de aires. Creo que había estado enferma, pero no estoy segura. En mi casa se puso enferma varias veces y en mi casa murió. No me acuerdo de cuándo se puso enferma por primera vez. Fue cuando mi hijo estaba en Inglaterra. Sé que estuve hablando de eso con él. Él no estaba en casa en ese momento. Estaba yo sola. Me acuerdo porque me asusté mucho. No había nadie más, ni siquiera una criada. Generalmente siempre tengo una criada, pero en ese momento llevaba dos o tres meses sin criada. Venía una asistenta unas horas al día. Es que mi criada se había emborrachado. Se la tuvo que llevar la policía y al principio me daba miedo contratar a otra. Pero no me acuerdo de cuándo fue. Debió de ser antes de que llegara el barón. No estoy segura. De lo que estoy segura es de que fue antes de que madame R. se pusiera enferma. Eso lo sé seguro porque me acuerdo muy bien de lo mucho que me asusté. Creo que la atendió el doctor Marsden. Se llevaba muy bien con el barón. Todo el mundo lo apreciaba. Era muy buen hombre, y muy atento con su mujer. A ella no la apreciábamos tanto. No alborotaba nada, pero parecía que no quería a su marido. Más bien parecía que le tuviera miedo. A veces me daba la sensación de que no estaba muy bien de la cabeza. El barón siempre la trataba bien. Era bueno con todo el mundo. Solo una vez le oí decir algo malo de alguien. Fue a propósito del joven Aldridge. Era el amigo de Richard que estuvo en casa con nosotros.29 Hizo ruido y molestó a madame R. Una noche llegó bastante bebido y el barón me pidió que lo echara de casa. Dijo que, si el señor Aldridge no se iba, tendría que irse él. Naturalmente, lo eché enseguida. Dijo que era por despecho. Yo sabía que no era cierto, desde luego. Dijo que no estaba borracho, pero la policía lo encontró caído al pie de la puerta de casa. No me acuerdo de lo que dijo. Decía no sé qué tonterías del barón. No sé de ningún motivo por el que pudieran haber discutido. Recuerdo que una vez dijo algo de que madame R. andaba dormida. No sé qué fue. No creo que eso tuviera que ver con la discusión. No, claro, seguro que no. El barón se quejó de que lo molestaba. Nada más. Pero no recuerdo que a mí me molestase nunca. Su habitación estaba al lado de la mía. A lo mejor me molestó alguna vez, pero no me acuerdo. Cuando me molestaron de verdad fue aquella noche, cuando volvió bebido a casa. Tal vez molestara a madame R., pero yo no me enteré porque estaba dormi...

Índice

  1. Cubierta
  2. Nota biográfica
  3. INTRODUCCIÓN. EN BUSCA DE PRUEBAS
  4. EL SEÑOR R. HENDERSONAL SECRETARIO DE LA COMPAÑÍA DE SEGUROS DE VIDA…
  5. EL CASO
  6. SECCIÓN I. EXTRACTOS DE LA CORRESPONDENCIA DE LA HONORABLE CATHERINE B.
  7. SECCIÓN II
  8. SECCIÓN III
  9. SECCIÓN IV
  10. SECCIÓN V
  11. SECCIÓN VI
  12. SECCIÓN VII
  13. SECCIÓN VIII. CONCLUSIÓN
  14. Notas
  15. Créditos
  16. Alba Editorial