La Piedra Lunar
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«Collins es un escritor gigante, atendiendo a la compleja definición de John Gardner en Para ser novelista: es un conocedor profundo del alma humana, sabe lo bastante del mundo como para hablar de él con autoridad, está preocupado por menudencias que sabe mostrarnos, no practica la demagogia ni el moralismo (aunque algunos de sus personajes son moralistas y demagogos), es quisquilloso, tiene personalidad, jamás arroja sobre nada una mirada convencional y, en definitiva, pone ese sinfín de recursos al servicio de lo que tiene entre manos.»Care Santos, La tormenta en un vaso.

El día de su 19º cumpleaños, Rachel Verinder recibe de su difunto tío, el coronel Herncastle, un dudoso héroe de las campañas militares del imperio Británico en la India, un esplendoroso legado: un diamante enorme, cuyo brillo crece o mengua en consonancia con las fases lunares, y valorado en 30.000 libras. Lo que no sabe Rachel es que esta valiosa joya es producto de un robo sacrílego y que acarrea una maldición. La misma noche en que la recibe tiene ocasión de comprobar que se trata en realidad de un regalo envenenado: el diamante desaparece y siembra la confusión, la desconfianza, la codicia y la muerte en una familia hasta entonces bien avenida.

Admirada por T. S. Eliot, Borges o P. D. James, entre tantos otros, La Piedra Lunar (1868) no sólo goza de un lugar de honor en la tradición de la novela detectivesca, sino que es una fantasía más bien cáustica sobre los hechos y consecuencias del colonialismo. En ella tanto el «botín de guerra» como el opio tienen un papel decisivo en el desarrollo de su enrevesada?si bien implacable? trama.

Wilkie Collins escribió un clásico?que hoy presentamos en una nueva traducción de Catalina Martínez Muñoz? donde la pasión de la experiencia y el desafío a lo creíble se oponen a los estragos de la mentalidad utilitaria. Ésta no es una novela para personas que tienen «la misma imaginación que una vaca».

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Información

Año
2011
ISBN
9788484286301
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
Índice
Cubierta
El Autor
Nota al texto
Prólogo a la primera edición (1868)
Prólogo a una nueva edición (1871)
Prólogo
La toma de Sirangapatna (1799)
El relato
Primera época: La desaparición del diamante (1848)
Segunda época: El descubrimiento de la verdad (1848-1849)
Epílogo
El hallazgo del diamante
Notas
Créditos
Alba Editorial
portadilla
WILKIE COLLINS, hijo del paisajista William Collins, nació en Londres en 1824. Fue aprendiz en una compañía de comercio de té, estudió Derecho, hizo sus pinitos como pintor y actor, y, antes de conocer a Charles Dickens en 1851, había publicado ya una biografía de su padre, Memoirs of the Life of William Collins, Esq., R. A. (1848), una novela histórica, Antonina (1850), y un libro de viajes, Rambles Beyond Railways (1851). Pero el encuentro con Dickens fue decisivo para la trayectoria literaria de ambos. Basil (ALBA CLÁSICA núm. VI; ALBA MINUS núm. 10) inició en 1852 una serie de novelas «sensacionales», llenas de misterio y violencia pero siempre dentro de un entorno de clase media, que, con su técnica brillante y su compleja estructura, sentaron las bases del moderno relato detectivesco y obtuvieron en seguida una gran repercusión: La dama de blanco (1860), Armadale (1862) o La piedra lunar (1868) fueron tan aplaudidas como imitadas. Sin nombre (1862; ALBA CLÁSICA núm. XVII; ALBA CLÁSICA MAIOR núm. XI) y Marido y mujer (1870; ALBA CLÁSICA Maior núm. XVI; ALBA MINUS núm. 6), también de este período, están escritas sin embargo con otras pautas, y sus heroínas son mujeres dramáticamente condicionadas por una arbitraria, aunque real, situación legal. En la década de 1870, Collins ensayó temas y formas nuevos: La pobre señorita Finch (1871-1872; ALBA CLÁSICA núm. XXVI; ALBA MINUS núm. 5) es un buen ejemplo de esta época. El novelista murió en Londres en 1889, después de una larga carrera de éxitos.
In memoriam matris

Nota al texto

La piedra lunar se publicó primeramente por entregas en el semanario de Dickens All The Year Round, del 4 de enero al 8 de agosto de 1868, y luego en forma de libro, en tres volúmenes, en julio de ese mismo año (William Tinsley, Londres). Collins revisó el texto para una segunda edición en un solo volumen que se publicó en 1871 (Smith, Elder; Londres) y sobre la que se basa la presente traducción.

La toma de Sirangapatna (1799)

Extracto de un documento familiar

I

Dirijo estas líneas, escritas en la India, a mis parientes en Inglaterra.
Su propósito es explicar el motivo que me ha llevado a retirarle mi amistad a mi primo John Herncastle. La discreción que hasta el momento he guardado en torno a este asunto ha sido malinterpretada por algunos miembros de mi familia cuya buena opinión de ningún modo quiero perder. Les ruego que pospongan su juicio hasta que hayan leído mi relato, y declaro, bajo palabra de honor, que lo que me dispongo a exponer es estricta y literalmente cierto.
Las diferencias personales entre mi primo y yo comenzaron a manifestarse en un gran acontecimiento público en el que ambos participamos: la toma de Sirangapatna, a las órdenes del general Baird, el 4 de mayo de 1799.
Con el fin de que las circunstancias se comprendan con claridad, debo volver por un momento al período anterior a este suceso y a las leyendas que circulaban por el campamento sobre el tesoro en oro y joyas almacenado en el palacio de Sirangapatna.

II

Una de las historias más disparatadas guardaba relación con un diamante amarillo: una gema famosa en las crónicas populares de la India.
Las tradiciones más recientes aseguran que la piedra estaba engastada en la frente del dios de cuatro brazos que representa a la luna. En parte por su peculiar color y en parte por la superstición según la cual esta gema estaba influida por la deidad a la que adornaba, de tal suerte que su brillo crecía o menguaba en consonancia con las fases lunares, el diamante recibió el nombre por el que todavía hoy se lo conoce: la Piedra Lunar. Tengo entendido que en la Grecia y la Roma antiguas se extendió en su momento una superstición similar, si bien no se refería (como en la India) a un diamante consagrado al servicio de una deidad, sino a una piedra semitraslúcida y correspondiente a un orden gemológico inferior, supuestamente influida por la luna, de la que también tomó el nombre por el que dicho mineral sigue conociéndose entre los coleccionistas de nuestro tiempo.
Las aventuras del diamante amarillo comienzan en el siglo XI de la era cristiana.
Fue en esta fecha cuando el conquistador mahometano Mahmud de Ghizni cruzó la India, invadió la ciudad sagrada de Somnauth y expolió los tesoros del famoso templo que en siglos anteriores fuera el santo lugar de peregrinación hinduista, además de maravilla del mundo oriental.
De todas las deidades veneradas en el templo, sólo el dios de la luna escapó a la rapiña de los conquistadores mahometanos. Custodiada por tres brahmanes, la inviolada deidad que lucía en la frente el diamante amarillo fue trasladada al abrigo de la noche a la segunda de las ciudades santas de la India, la ciudad de Benarés.
Allí se albergó en un nuevo altar, en una sala cuyas paredes se hallaban incrustadas de piedras preciosas, bajo una cubierta soportada por pilastras de oro, donde sus fieles pudieran venerarla. Y allí, la misma noche en que se completó el altar, Vishnú, el Preservador, se les apareció a los tres brahmanes en un sueño.
La deidad exhaló su aliento divino sobre el diamante que el dios portaba en su frente. Y los brahmanes se arrodillaron y ocultaron el rostro entre sus túnicas. Vishnú ordenó que tres sacerdotes custodiaran en lo sucesivo la Piedra Lunar, de día y de noche, hasta el fin de las generaciones de los hombres. Los brahmanes escucharon la orden y se plegaron ante la voluntad del dios. Vishnú predijo cierta desgracia para el fatuo mortal que osara profanar la piedra sagrada, así como para todos los miembros de su casa y linaje que de él la recibieran. Los brahmanes ordenaron que la profecía se inscribiera en letras de oro a las puertas del templo.
Tanscurrieron los siglos y, generación tras generación, los sucesores de los tres brahmanes custodiaron día y noche la valiosísima Piedra Lunar. Transcurrieron los siglos hasta que los primeros años del siglo XVII de la era cristiana presenciaron el reinado de Aurungzebe, emperador de los mongoles. El caos y la rapiña asolaron una vez más bajo su régimen los templos del culto a Brahma. El altar del dios de los cuatro brazos se mancilló con el sacrificio de animales sagrados; las imágenes de las deidades se hicieron añicos, y un oficial de alto rango del ejército de Aurungzebe se apoderó de la Piedra Lunar.
Incapaces de recuperar por la fuerza el tesoro perdido, los tres sacerdotes custodios se camuflaron con el fin de seguirle el rastro. Se sucedieron las generaciones; el guerrero que había cometido el sacrilegio pereció miserablemente; la Piedra Lunar fue pasando (y su maldición con ella) de mahometano en mahometano sin ley; y contra todo cambio y todo azar, los sucesores de los tres brahmanes permanecieron fieles a su misión, a la espera del día en que la voluntad de Vishnú, el Preservador, les restituyera su piedra sagrada. Corrieron los años de principio a fin del siglo XVIII cristiano. El diamante cayó en poder de Tippoo, sultán de Sirangapatna, quien quiso usarlo como ornamento en la empuñadura de una daga y ordenó que se guardara entre los tesoros más preciados de su armería. Incluso entonces –en el palacio del propio sultán–, los sacerdotes prosiguieron su secreta vigilancia. Eran tres oficiales de la casa de Tippoo, extraños para los demás, que se ganaron la confianza de su señor adoptando, o fingiendo adoptar, la fe musulmana; y a estos tres individuos apuntan las crónicas como los tres sacerdotes camufla...

Índice

  1. Cubierta
  2. El Autor
  3. Nota al texto
  4. Prólogo a la primera edición (1868)
  5. Prólogo a una nueva edición (1871)
  6. Prólogo
  7. El relato
  8. Epílogo
  9. Notas
  10. Créditos
  11. Alba Editorial