Agradecimientos
Muchas gracias a los miembros de la SITI Company, que hacen que mis sueños sean palpables y me incitan continuamente a la sinceridad y la acción. Mi gratitud, asimismo, para los estudiantes de posgrado de dirección de la Universidad de Columbia, que me animan a difundir y desarrollar las ideas y conceptos que se recogen en este libro. Gracias también a la generosidad del centro de estudios de Bellagio de la Fundación Rockefeller del Lago de Como, en Italia, donde empezó el proceso de escritura de este libro.
Quiero expresar gratitud eterna a Rena Chelouche Fogel, que leyó detenidamente el manuscrito, ayudó a corregirlo y soportó mi lucha para escribir con elegancia, paciencia y amor infinitos.
Gracias a Charles L. Mee, hijo, Norm Frish, Jocelyn Clarke, Brian Kulick, Ellen Lauren, Debra Winger, David Williams, Jaan Whitehead, Sabine Andreas, R. Justin Hunt, Talia Rodgers y Liz O’Donell.
Por último, me gustaría agradecer la contribución de Peter Sellars, que inspiró muchas de las ideas del capítulo titulado «Contenido» con sus recientes intervenciones en público.
Introducción
Siempre he tenido la convicción de que el mejor arte era político y revolucionario. Eso no significa que el arte tenga que proponerse defender un programa o una política concretos; significa que las preguntas que hace que te plantees son incursiones en formas de anarquía, formas de cambio, que identifican errores, fallos y debilidades del sistema.
Toni Morrison
La escritora sudafricana Antjie Krog cuenta que conoció en Senegal a un poeta nómada del desierto que le había explicado la función de los poetas en su cultura. La labor del poeta, le dijo, consiste en recordar dónde están los pozos de agua potable. La supervivencia de todo el grupo depende de los escasos pozos que se encuentran diseminados por el desierto. Cuando su pueblo se olvida de dónde está el agua, el poeta puede conducirles hasta ella.
Qué metáfora tan acertada para la función del artista en cualquier cultura. El agua es la historia, la memoria, el jugo y el elixir de la experiencia compartida. Yo quiero tener siempre esta idea en la cabeza mientras analizo la función del artista en el clima de nuestro tiempo.
Mi anterior libro de ensayos, La preparación del director: siete ensayos sobre teatro y arte, detallaba el proceso de preparación y el trabajo preliminar para un artista. Pero la preparación solo es válida en relación con la consiguiente acción. Este libro trata de la acción en tiempos difíciles, tanto en el sentido personal como político.
El amor no es un sentimiento. Independientemente de lo profundos que sean los sentimientos de uno, el amor no significa nada si no está unido a la acción. El amor es acción. Si quieres embarcarte de veras en una acción efectiva, lo primero que debes hacer es encontrar algo que valores y consideres que forma parte del centro de tu vida. Cuando pongas tu vida al servicio de lo que valoras, la acción engendrará otros valores y creencias. Las cosas ocurren gracias al compromiso. El movimiento lo es todo. No dejes de moverte, y sin embargo ve más despacio al mismo tiempo. En latín esto se decía festina lente, «apresúrate lentamente». Dentro de esta paradoja creas un espacio donde pueden existir el crecimiento y el arte. Dentro de la estructura del arte y el teatro encontrarás una libertad especial y el espacio y el tiempo para explorar complejidades. No te cuesta nada. Te cuesta la vida.
No puedes esperar que otras personas vayan a dar sentido a tu vida. No puedes esperar a que otro defina tu vida. El sentido se hace forjándolo con las manos. Exige sudor y compromiso. La cuestión es trabajar pensando en la creación de sentido. Es la acción lo que fragua el sentido y el significado de una vida.
Y es de vital importancia fijarse una dirección y tener claros ciertos objetivos imposibles que intentas alcanzar si tienes la esperanza de alcanzar algunos objetivos posibles. Y es necesario ser lo bastante atrevido para especular, conjeturar e imaginar sobre la base de un conocimiento parcial. Al mismo tiempo hay que estar abierto a la inevitable posibilidad de que uno, de hecho, se esté equivocando de medio a medio.
Actualmente vivimos tiempos muy especiales que exigen respuestas muy concretas. Al margen de la magnitud de los obstáculos (políticos, financieros o espirituales) lo único que no nos podemos permitir es la inacción por desánimo.
En el período inmediatamente posterior al 11 de septiembre en Estados Unidos la gente despertó en un silencio profundo y palpable. En alemán la palabra Betroffenheit define certeramente esa sensación. Traducida de manera rápida, la palabra significa conmoción, desconcierto, perplejidad o impacto. La raíz de la palabra es treffen, «encontrar», y betroffen es «ser encontrado», y Betroffenheit es el estado de haber sido encontrado, detenido, golpeado o conmocionado. Yo lo entiendo como el sobresalto de verse sorprendido, detenido abruptamente al enfrentarse a un determinado acontecimiento.
Don Saliers, profesor de teología en la Universidad de Emory, sugiere que el silencio que sucede a un hecho violento es cualitativamente equivalente a la incapacidad de hablar de una experiencia estética intensa. Describe un espacio y un tiempo generado por la conmoción del acontecimiento en el que el lenguaje queda en suspenso. Nos quedamos solamente con la conciencia de los límites del lenguaje y de los límites de lo que se puede asimilar. En esta grieta, las definiciones desaparecen y la certidumbre se desvanece. Cualquier cosa es posible, cualquier respuesta, cualquier acción o inacción. Nada es previsible. Nada es seguro. Todo puede pasar.
En el caso del 11 de septiembre, el patriotismo corrió a llenar el hueco de ese silencio fértil y palpable. El patriotismo sirvió como medio para reemplazar la desorientación y el Betroffenheit con un dogma. Y el dogma, si se lleva al extremo, siempre acaba en violencia.
Como pudo verse, esta certidumbre prefabricada condujo efectivamente a violencia y más violencia. La agresividad que se alimentaba a sí misma se convirtió en su propia razón de ser y la batalla se volvió de alcance mundial, terrible y casi imposible de detener. Se les dijo a los ciudadanos de Estados Unidos que cualquier crítica a la Guerra del Terror era antipatriótica. Y sin embargo, el concepto de una sociedad abierta se basa en el reconocimiento de que nadie está en posesión de la verdad absoluta. Cuando uno está familiarizado con las complejidades, es imposible estar seguro de nada. Si no conseguimos reconocer que podemos estar equivocados, lo único que podemos hacer es socavar cualquier acción que se quiera emprender en el mundo.
La labor del artista consiste en estar vivo y en guardia en el espacio entre las convicciones y las certezas. La verdad en el arte reside en la tensión entre realidades enfrentadas. Intentas encontrar formas que den cuerpo a la ambigüedad y la incertidumbre existente. Al resistirse a la certeza, uno intenta ser lo más lúcido y exacto posible respecto al estado de desequilibrio y de incertidumbre. Actúa a partir de la experiencia directa del entorno.
Los acontecimientos políticos relevantes siempre sitúan una lente de aumento entre el entorno y la persona que lo percibe. Las diferentes generaciones ven el mundo con las lentes más dominantes. La Gran Depresión, por ejemplo, alteró de forma permanente la visión que tenía un amplio número de norteamericanos de su vida y su fortuna. La era McCarthy tuvo como efecto una paranoia perniciosa y una desconfianza generalizada en las convicciones políticas de izquierdas. Los acontecimientos del 11 de septiembre también cambiaron la lente. Para muchos, este hecho intensificó la sensación de distanciamiento del resto del mundo. Para otros, la sensación de aislamiento se vio reemplazada por una sensibilidad reforzada de los tejidos conectivos de ese mismo mundo. Si, como dicen los budistas, el arte de la vida es el arte de la adaptación, ¿cuáles son los ajustes que tiene que hacer el artista que trabaja en nuestros días? ¿Qué hay que cambiar a la luz de la nueva lente? ¿Cómo podemos seguir en contacto con nuestra propia cultura y recordar dónde está el agua? ¿Cómo se puede trabajar en el teatro en una atmósfera de temor y hostilidad, e intentar alertar constantemente del agua que necesita nuestra humanidad? ¿Cómo podemos conservar el valor, la energía y la expresión necesarios frente a la adversidad?
Pongo mi atención en la historia, la ciencia y la estética para descubrir cómo se puede proceder de manera positiva y efectiva en el entorno actual. A lo largo de ese proceso he dado con muchas ideas prácticas y muchos impulsos estimulantes. La investigación ha sido muy útil y me ha dado valor y esperanza en la realidad cotidiana que supone dirigir una compañía de teatro y dirigir nuevos montajes.
El compositor y director Leonard Bernstein señaló que la respuesta de un músico ante la violencia debía ser «hacer la música más intensa». Esto es lo que yo quiero hacer, quiero que mi música sea más intensa. No solo más alta, sino más elocuente, expresiva, magnética y poderosa. Echo un vistazo al teatro norteamericano y lo veo instalado en su mayor parte en una estética anticuada e interpretada con las rodillas temblorosas. Quiero que sea más fuerte, más valiente, brutal, persuasivo y relevante para los problemas de nuestro tiempo. Necesitamos valor y amor por la forma artística. Los montajes teatrales potentes, los textos valientes y las interpretaciones radiantes pueden estimular y transformar profundamente las expectativas sobre la amplitud del espectro de la vida más allá de la supervivencia diaria. En una cultura en la que las esperanzas humanas cotidianas se han reducido a un sinnúmero de opiáceos para la satisfacción individual, el arte es más necesario y poderoso que nunca.
En vez de ver la experiencia de la vida como un fragmento aislado, el arte puede reunir y conectar los hilos del universo. Cuando uno está en contacto con el arte, los límites se desvanecen y el mundo se abre ante nosotros. Es decir, si aceptamos adoptar niveles más altos y nos exigimos más rigor a nosotros mismos luego podremos decir en nuestro trabajo: «Nos hemos hecho estas preguntas y estamos tratando de darles una respuesta, y ese esfuerzo nos da derecho a pediros a vosotros, el público, que también os enfrentéis a estos problemas». El arte reclama acción desde el centro de la vida y crea un espacio en el que es posible el crecimiento.
Un día que me encontraba especialmente desanimada por el entorno global le pregunté a mi amigo el dramaturgo Charles L. Mee, hijo: «¿Cómo podemos actuar en estos tiempos tan difíciles? ¿Cómo podemos aportar algo útil en este clima?». «Bueno –me contestó él–, tienes la oportunidad de elegir entre dos posibles opciones. O bien llegas por ti mis...