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El arte de escribir no ficción

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El arte de escribir no ficción

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Este libro desafía el lema tradicional de los talleres literarios: «Muestra, no digas». Según Phillip Lopate, novelista y profesor de literatura, las dos cosas -mostrar y decir- son necesarias cuando no se escribe ficción. Con un profundo conocimiento de los biógrafos, críticos e historiadores clásicos, con un estilo ágil y un gran sentido del humor, el autor orienta sobre cómo escribir ensayo literario y ensayo personal y autobiográfico. ¿Cómo se convierte uno mismo en un personaje? ¿Cómo y cuándo hay que terminar un ensayo? ¿Cómo se desarrolla la capacidad de pensar de una manera no convencional y entretenida? ¿Cómo se vuelca todo eso en el texto?

Mostrar y decir. El arte de escribir no ficción enseña a seducir

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Información

Año
2017
ISBN
9788490653562
Categoría
Filología
phillip lopate
mostrar y decir
EL ARTE DE ESCRIBIR NO FICCIÓN






Traducción
Amado Diéguez




ALBA
Introducción
Debo aclarar desde ya que me considero tanto profesor como escritor. No es solo que buena parte de mis ingresos provengan de la enseñanza, sino que, además, dar clases me parece un reto fascinante, y nutre mi intelecto –y mi escritura, por supuesto–. Para muchos de mis compañeros en la literatura, la enseñanza es una ocupación menor; la practican porque hay pagar el alquiler, o hasta que puedan vivir solo de royalties y adelantos. Por mi parte, creo que seguiría dando clase incluso aunque me tocara la lotería. Me he dado cuenta de que necesito ofrecer respuestas inmediatas a las preguntas que me plantean los alumnos y sus manuscritos, con independencia de que luego pueda sentir que me estoy marcando un farol más o menos llamativo. Me intriga tanto que alguien se resista a mis recomendaciones… Puesto que tiendo a dudar de mí mismo y de mis conocimientos, los que cuestionan mis preceptos me inspiran cierta simpatía, aunque eso no impida que yo siga ofreciendo mis consejos.
Desde que apareció mi antología The Art of the Personal Essay [El arte del ensayo personal], me consideran, con razón o sin ella, un adalid del ensayo y de la «no ficción creativa» o «no ficción literaria» en general (llámela el lector como quiera). Me han pedido que hable en los campus, que dé conferencias por todo el país, e invariablemente me han hecho ciertas preguntas –formales, estratégicas y éticas– que parecen derivarse de una ansiedad, o perplejidad, cada vez más insidiosa. Algunas de esas preguntas se refieren a la frontera entre ficción y no ficción, o a la libertad para adornar o directamente para inventar lo que he dado en llamar «asuntos de ley y orden». Cuando surgió el debate, mi primer impulso fue alzar los brazos y decir que toda esa controversia se nos ha ido de las manos y ya me aburre, porque no habla del lugar donde yo habito como autor de no ficción (en la urgencia de redactar la frase siguiente con tanto estilo y reflexión como sea capaz). Pero he comprendido que esa reacción neutral por mi parte es hipocrítica, porque lo cierto es que sí tengo una opinión formada sobre esa materia. De modo que lo que he hecho en estas páginas es tratar de explicarme, aunque espero que quede claro que escribo de lo que me funciona a mí, y no necesariamente a nadie más.
Hay también asuntos espinosos sobre si es ético escribir acerca de otras personas, particularmente si esas personas son parientes, colegas o amigos íntimos. Luego están las cuestiones de la técnica, como la forma de convertirse en personaje, cómo terminar un ensayo y, por último, cómo desarrollar la capacidad de elaborar una página entretenida y original. El título del libro, Mostrar y decir, alude directamente a este último problema, y cuestiona el cliché de tantos talleres de escritura, «No me cuentes nada, expón tus argumentos». Porque estoy convencido de que ambas cosas, decir, o exponer, y contar, o relatar, son necesarias en la no ficción.
He llegado a esa convicción gracias a la lectura de viejos autores: los grandes memorialistas, ensayistas, críticos, biógrafos e historiadores del pasado. En cierto sentido, defiendo aquí las históricas prerrogativas de la no ficción literaria, que hay que seducir y encantar por medio de una voz que tenga más de un registro, que pueda contar una anécdota, ser seria y burlona por turnos y sea capaz de desentrañar un enigma. Mi mayor inclinación como autor es la historia, quiero decir, busco enlazar lo que se escribe hoy con el rico filón del pasado. Mi creencia más profunda como profesor es que los futuros ensayistas literarios pueden encontrar muchas soluciones en la biblioteca. A tal fin, he incluido aquí una larga lista de libros ejemplares viejos y nuevos. También he incluido una serie de estudios de campo –Charles Lamb, William Hazlitt, Ralph Waldo Emerson, James Baldwin y Edward Hoagland– que exploran cómo funciona en la práctica la teoría de la no ficción.
Algunas de estas obras son piezas de encargo: quizá empezaron siendo conferencias, contribuciones a alguna antología, hasta columnas de la revista Creative Nonfiction. Pero todas tratan de responder a la misma y candente cuestión: ¿cómo escribir no ficción literaria para que resulte inteligente, satisfactoria y atractiva?
De manera que ¿a quién va dirigido este libro? Al nivel más básico, a mí mismo, para que pueda ordenar mis pensamientos sobre estos asuntos, y a otros autores de no ficción con similares preocupaciones. También, sin duda, a otros profesores de no ficción y, espero, a los estudiantes de másteres en no ficción. Y a eso que Virginia Woolf llamó «el lector común», no un crítico ni un erudito, sino alguien que «lee por placer más que buscando alguna enseñanza o por enmendarles la plana a los demás». También a los profesores de las escuelas de composición y escritura creativa, y a sus alumnos. Pero no solo a ellos, porque las raíces de la práctica pedagógica llegan hasta los institutos e incluso hasta los colegios, donde a los profesores se les pide cada vez más que inculquen en sus pupilos la capacidad de escribir no ficción con eficacia.
Compadezco a esos profesores. A los alumnos de tercero se les pide ahora que escriban sus «memorias», invitación que sonaría risible si en realidad no fuera sensata. Nunca es demasiado pronto para conocerse, para empezar a interrogar la experiencia de cada uno. El compendio de tales esfuerzos es la temida Common Application, esa reseña autobiográfica que tantas universidades anglosajonas exigen a sus nuevos estudiantes antes de aceptarles en sus aulas. Por un lado, esa reseña, que ahora llaman Common App, estimula a los bachilleres a encontrar una voz firme, sugerente y singular, enmarcada en la tradición clásica del ensayo autobiográfico. Por otro lado, el programa de estudios que hoy se aplica en los colegios e institutos hace hincapié en la necesidad de elaborar trabajos argumentativos, esos que plantean una tesis y la defienden. ¿Cómo, entonces, encontrar el equilibrio justo entre el aventurero espíritu de una redacción exploratoria que le sigue la pista a la conciencia del autor y tal vez conduzca a sorprendentes y originales revelaciones y la necesidad de justificar una argumentación lógica? Estos problemas no son irreconciliables, como trato de demostrar en el capítulo «El ensayo: ¿exploración o argumentación?».
Créanme, me emociona que los profesores de enseñanza primaria y secundaria empiecen a poner el énfasis en la escritura ensayística. Pero ya me emociona menos que eso signifique sacrificar una parte del programa de estudios que antes se dedicaba a la escritura de cuentos y poemas. Ambos géneros, aparte de su innato valor cultural, pueden ser cruciales para refinar una prosa ensayística flexible: la ficción, porque agudiza el sentido del personaje y la línea narrativa, la poesía, porque fomenta la concisión, la dicción cuidadosa y el uso imaginativo de imágenes y metáforas.
Tengo también sentimientos encontrados sobre cierta aproximación rígida y mecanicista a la evaluación de ensayos y reseñas. Existen métodos automatizados para calificar los trabajos y redacciones de los adolescentes, métodos que premian las frases largas, la complejidad sintáctica, el uso de conectores como «sin embargo» o «por lo demás»; y es fantástico, sin duda, pero esas valoraciones robóticas carecen de sensibilidad para calibrar el pensamiento original, la capacidad de expresar emociones, la honestidad. No solo deberíamos enseñar a los chicos a defender una tesis o a usar palabras cultas, sino también a desarrollar un pensamiento crítico –a pensar contra sí mismos–, para lo cual quizá necesitemos abandonar una argumentación original o bien hilada en pos de una digresión fructífera o de una ambivalencia contradictoria. En definitiva, a la pragmática justificación de aprender a escribir no ficción con eficacia, habría que añadir un renovado respeto por las tradiciones literarias que nos descubra nuevas y extraordinarias vistas llenas de profundidad, complejidad y experimentación estilística. Tengo la esperanza de que el presente libro contribuya a orientar el diálogo en esa dirección.
1. El oficio de la escritura personal
El estado actual de la no ficción
Se dice a veces que la no ficción pasa por un resurgimiento, o por una crisis de identidad, o, quizá, por las dos cosas a la vez. No es nada nuevo. Remitámonos simplemente a su nombre, que la define por lo que no es, como el Anticristo, la antimateria o la Uncola1. En los veinte últimos años se han hecho intentos de investirla de cierta dignidad añadiéndole el término «creativa» y ahora hablan de «no ficción creativa». Pero es lo mismo que decir «buena poesía», nadie quiere escribir no ficción no creativa. Yo prefiero un término de resonancias más tradicionales: no ficción literaria; aunque he de admitir que lo de «literaria» también tiene mucho de autobombo gratuito. La jactanciosa inseguridad de la disciplina refleja la condescendencia con que la mira el mundo literario. Todos los años se anuncian las becas MacArthur, Whiting, Rona Jaffe, Lannan y Prix de Rome, y en ellas aparece una saludable lista de poetas y novelistas en la que solo figuran, si llega, un par de autores de no ficción. ¿Cuál fue el último escritor de no ficción que recibió el Nobel?2 Lo habitual es que las colecciones de ensayos personales, aunque pertenezcan a maestros consolidados como Edward Hoagland, Nancy Mairs o Joseph Epstein, queden relegadas a la columna «Otros libros», como si el género no fuera más que una finta para no escribir un libro de verdad.
Quienes enseñamos escritura creativa en las universidades sabemos que en el principio Dios creó la Ficción y la Poesía, y vio que eran buenas, y que luego algunas plañideras e inadaptados satánicos empezaron a solicitar cursos de no ficción. En mis visitas a los campus de toda Gran Bretaña se me acercan estudiantes sigilosamente, como si fueran miembros de las primeras sectas cristianas, y me cuentan de sus luchas y anhelos por graduarse en su primer máster de escritura creativa con una tesis de no ficción, y que el máster se lo suelen conceder de mala gana, como si solo fuera un visado temporal y no un auténtico pasaporte. Los autores de no ficción son los extranjero...

Índice

  1. Introducción