Memorias de los últimos días de Byron y Shelley
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Memorias de los últimos días de Byron y Shelley

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Memorias de los últimos días de Byron y Shelley

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«Byron me pidió que le reservara el cráneo, mas al recordar que antes había usado otro cráneo para beber, decidí que el de Shelley no sería objeto de semejante profanación.»E. J. Trelawny, marino, quizá pirata, escritor y aventurero, encarnación andante del héroe byroniano y rendido entusiasta del genio de Shelley, vivió junto a los dos poetas sus últimos días, de los que estas Memorias (1858) son una crónica privilegiada. Trelawny descubrió e incineró el cuerpo de Shelley en la playa de Massa, y siempre guardó tributo a su delicadeza y generosidad; veló más tarde el cadáver de Byron en Míssolonghi, y aprovechó la ocasión para inspeccionar de cerca los misterios de su cojera. «Conocer personalmente a un escritor supone a menudo la destrucción de la ilusión que sus obras han creado» y, si esto no fue aplicable al «bardo soñador» de Shelley, sí fue la lección aprendida en el caso de Byron, del que este testimonio ofrece un retrato hiriente y desmitificador. En una mezcla insólita de libro de viajes, historia épica (incluida la expedición en apoyo de la Guerra de Independencia Griega, y una larga estancia con un líder guerrillero en una cueva excavada en una pared vertical del monte Parnaso), estudio psicológico y biografía de artista, las Memorias de Trelawny son tanto un vivo documento como un original empeño de creación literaria.

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Información

Año
2019
ISBN
9788490656648
Categoría
Literature
Categoría
Classics
NOTAS
Nota al capítulo I
1 En realidad el verano de 1820.
Notas al capítulo II
1 Trelawny de Trelawne.
2 Al igual que Williams, que estuvo en Eton con el poeta.
3 El conde John Taafe.
4 En su Lallah Rookh, Thomas Moore incluye la historia de Hakem ben Aschem, que supuestamente se cubría con un velo plateado «para oscurecer el lustre de su cara», aunque en realidad lo hacía para ocultar su repugnante fealdad.
5 Probablemente la señora Beauclerc, la misma que le hiciera a Shelley «el favor de acariciarme tanto».
6 A la lista de amigos pisanos debe añadirse el príncipe Alexander Mavrocordato –quien, como otros que despertaron en Byron el interés por la Revolución griega desempeñaría un importante papel en las vidas de Byron y Trelawny– y los Mason.
«El señor y la señora Mason» eran principalmente amigos de los Shelley. De joven «la señora Mason» fue instruida por la madre de Mary, Mary Wollstonecraft. Más tarde, cuando se hubo casado con lord Mountcashell, trabó amistad con William Godwin en Irlanda, quien la describe como una mujer inteligente, atractiva y por naturaleza demócrata. «El señor Mason» era el hijo de George William Tighe, un parlamentario irlandés. Cuando los Shelley conocieron a los Mason, en septiembre de 1819, estos llevaban muchos años viviendo juntos –ocho de ellos en Italia–, en irregular aunque respetable unión. De inmediato hicieron amistad con los Shelley, mostrándose siempre dispuestos a ofrecer su amable y juicioso consejo.
El conde John Taafe es acaso el personaje menos conocido del círculo pisano. Byron y Shelley lo trataron con la jocosa condescendencia que se reserva a los pelmazos. El 16 de noviembre de 1821, cuando Taafe llevaba ya un año perteneciendo a su círculo de amigos, Byron le escribió a Moore:
Está aquí el señor Taafe, un genio irlandés con el que hemos entablado relación. Ha escrito un excelente comentario sobre Dante, repleto de informaciones novedosas y veraces, y cargado de ingenio. Pero su poesía es execrable, pese a lo cual está tan firmemente persuadido de su excelencia, que no separa el Comentario de la traducción, tal como me aventuré a insinuarle con suma delicadeza, no teniendo ante mis ojos al terror de Irlanda y con la presunción de haber disparado muy bien en su presencia (con pistolas corrientes, no con mi Manton’s) el día anterior.
Empero, está impaciente por publicarlo todo y es preciso complacerle, aunque los críticos le hagan padecer más torturas de las que su original contiene. Las Notas merecen ciertamente ser publicadas, pero él insiste en que vayan acompañadas de la traducción, que aparezcan juntas, como lady C-t y la Señorita X. Ayer le leí una carta tuya, y me ha pedido que te hable de su poesía. Es un buen hombre y me atrevería a afirmar que su poesía es muy irlandesa.
¿Qué podemos hacer por él? Dice que él correrá con parte de los gastos de la edición. No descansará hasta ver su obra publicada e insultada –pues tiene una elevada opinión de sí mismo–, y no puedo sino complacerlo, para que no se sienta ofendido; creo que no podría soportarlo. Así pues, debes escribir a Jeffrey con el ruego de que no haga ninguna crítica, y yo haré lo mismo con Gifford a través de Murray. Tal vez puedan mencionar el Comentario sin aludir al texto. Aunque desconfío de esos canallas, pues el texto es demasiado tentador.
Thomas Medwin era el primo de Shelley y había sido compañero del poeta en Syon House, en la escuela secundaria de Isleworth y en Eton. En esta última institución, intentaron escribir un libro conjuntamente: «Ese invierno* escribimos, en capítulos alternos, el comienzo de una extravagante y violenta novela protagonizada por una malvada bruja» (Medwin, Revised Life of Shelley). Más tarde ingresó en el ejército y viajó a la India, donde conoció a Edward Ellerker Williams y Jane Cleveland (de todos conocida como la señora Williams). Como se verá más adelante, si Byron y Shelley fueron los imanes que atrajeron a todo el grupo hacia Pisa, Medwin fue el vínculo entre todos sus miembros. La intensa admiración que Shelley despertó en Medwin no se vio correspondida. Shelley hizo cuanto pudo por tolerar, e incluso recomendar, la mediocre poesía de Medwin, y ambos planearon estudiar árabe juntos, pero Shelley no tardó en llegar a la conclusión de que Medwin era un compañero tedioso, y a juzgar por el relato que Medwin ofrece de esta relación con los dos grandes poetas, es preciso admitir que Shelley muy probablemente estaba en lo cierto.
Notas al capítulo III
1 Trelawny tenía una renta privada de unas 500 libras al año.
2 Por aquel entonces Shelley estaba fascinado por el dramaturgo español. «¿Has leído El mágico prodigioso de Calderón? –le preguntó a John Gisborne el 10 de abril de 1822–. Encuentro una asombrosa similitud entre Fausto y este drama, y si tuviera que admitir la distinción de Coleridge diría que Goethe era el mayor de los filósofos y Calderón el mayor de los poetas.»
3 La impresión que Trelawny produjo en Mary Shelley fue notable: «Una curiosa mezcla de inglés y árabe, con una vida tan azarosa como la de Anastasius* y que narra las aventuras de su juventud con tanta elocuencia como el griego imaginario… Es una extraña maraña que intento desenredar… Mide seis pies de altura, tiene el pelo negro azabache, muy rizado y corto, como un moro, los ojos grises, muy oscuros, muy expresivos, las cejas altas, carnosos los labios y una sonrisa que denota bondad y buen carácter; los hombros son altos como los de los orientales, la voz monótona pero enfática y su lenguaje enérgico cuando relata los hechos de su sencilla vida, ya se trate de una historia atroz y sanguinaria o de una comedia irresistible. Su compañía es deliciosa, pues me incita a pensar, y si algo ensombrece el trato, el velo se levanta con el tiempo: vuelve a salir el sol o la noche lo oscurece todo».
Es oportuno detenerse aquí para considerar la vida de Shelley en Italia y su evolución física y mental durante el período comprendido entre 1818 y 1821. Por más que Mary se empeñase en decir lo contrario –«¡Mi amado Shelley! ¡Qué horror te producía la idea de regresar a este horrible país!»–, Shelley nunca llegó a superar la nostalgia. En junio de 1819 había escrito: «¡Qué pesada resulta la carga cuando al infortunio se añade el exilio y la soledad, como si fallara la medida! ¡Ah, si pudiera regresar a Inglaterra! Te oigo decir: “El deseo nunca cesa de generar capacidad”. ¡Ah, pero en este eterno presente la Necesidad ha convencido al Deseo de que aun cuando pudiera generar capacidad, su descendencia habría de morir». Y en agosto vuelve a escribir: «Deseo fervientemente vivir cerca de Londres. No creo que me instalara en Richmond, pues está demasiado lejos; tampoco en un lugar intermedio, a orillas del Támesis, pues me vería expuesto a la humedad del río, por no mencionar que no es de mi agrado. Mis inclinaciones apuntan hacia Hampstead, aunque quizá debería decidirme por algo más alejado. ¿Qué son las montañas, los árboles, los brezales, incluso el glorioso y siempre bello cielo, con esas puestas de sol que he visto en Hampstead, comparados con los amigos? El trato social, de uno u otro modo, es el alfa y la omega de la existencia. Todo cuanto veo en Italia –y desde mi ventana veo ahora las magníficas cumbres de los Apeninos que cierran la llanura– no vale nada. Se convierte en humo en mi espíritu cuando pienso en escenarios más familiares, acaso en sí mismos pequeños, que los viejos recuerdos han teñido de un delicioso color. ¡Cuánto valoramos lo que despreciábamos cuando lo teníamos a mano! Así los fantasmas de nuestros amigos muertos se levantan para acecharnos, en venganza por haberlos privado de alimento, por haberlos abandonado hasta perecer».
Y para consolarse de la ausencia se rodeaba en Italia de Inglaterra, representada por sus amigos. Hunt, Peacock y Horace Smith recibieron invitaciones como la siguiente, dirigida a Hoff, fechada el 20 de abril de 1820:
Ya sabes que hablamos hace tiempo de visitar Italia juntos. En esa ocasión, como en tantas otras, un desafortunado cúmulo de circunstancias que hoy ya no existen me impidieron gozar de tu compañía. No hay nadie a quien estime y valore tanto como a ti, o de quien espere recibir una porción de felicidad tan grande; y no hay nadie de cuya compañía me haya visto tan frecuentemente privado por la desafortunada e inexplicable complejidad de mi situación. Tal vez ahora que por mi parte es factible el plan al que aludo sea imposible por la tuya.
Permíteme formular la pregunta a la inversa. ¿Qué te parecería visitarnos en Italia? ¿Qué tal encajaría con tus compromisos profesionales?
El calor no te permitiría ver gran cosa de Italia en junio y julio, y debemos pasar esos meses en Bagni di Lucca, un lugar que pese a su belleza, no contiene ninguna de las obras de arte por las que principalmente merece la pena visitar este país. Pero si tienes la intención de considerar seriamente mi invitación, no te pediría sino que vinieras cuanto antes y te quedaras el mayor tiempo posible. Sé que el curso académico comienza a mediados de noviembre, pero ¿hasta qué punto debes estar presente el primer día del curso? El mejor modo de llegar es cruzar Francia hasta Marsella, desde donde el viaje a Livorno dura unas treinta y seis horas, aunque la media son tres días. También podrías cruzar los Alpes, pero esta opción es mucho más cara y tediosa.
He de añadir que Mary comparte conmigo el deseo de que nos concedas el placer de tu compañía. Ninguno de mis restantes amigos debe acompañarte, aunque, ni que decir tiene, Peacock siempre será bienvenido.
Por lo general Shelley se mostraba contento con su entorno. En una carta a Hogg, escrita el 20 de agosto de 1821, ofrece una descripción de su rutina y sus placeres: ...

Índice

  1. Cubierta
  2. INTRODUCCIÓN
  3. MEMORIAS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS DE BYRON Y SHELLEY
  4. I
  5. II
  6. III
  7. IV
  8. V
  9. VI
  10. VII
  11. VIII
  12. IX
  13. X
  14. XI
  15. XII
  16. XIII
  17. XIV
  18. XV
  19. XVI
  20. XVII
  21. XVIII
  22. XIX
  23. XX
  24. XXI
  25. XXII
  26. XXIII
  27. XXIV
  28. XXV
  29. XXVI
  30. NOTAS
  31. Créditos
  32. Alba Editorial