Lo que yo viví
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Lo que yo viví

Memorias políticas y reflexiones

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Memorias políticas y reflexiones

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En Lo que yo viví. Memorias políticas y reflexiones, José Manuel Otero Novas, Mano derecha de Suárez, dos veces ministro de su Gobierno y diputado de las primeras Cortes democráticas, pone a disposición del lector los grandes momentos y también algunas tramas menos conocidas de nuestra historia reciente. Bajo su mirada atenta y precisa asistimos a los primeros intentos de democratización de Fraga, a la legalización del PCE, a las primeras elecciones generales, al proceso constitucional, o al golpe del 23-F que vivió en directo en el Congreso de los Diputados. Junto a ello, el autor dibuja una serie de retratos certeros y de primera mano no solo de Adolfo Suárez sino de un buen número de los políticos que redactaron y pusieron en marcha nuestra Constitución. Un relato contado en primera persona por alguien que fue testigo privilegiado y protagonista de la Transición y de los primeros pasos de nuestra democracia. Su prosa directa y rigurosa nos da la sensación de estar ahí, junto a él, en medio de la Historia.

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Información

1 El contexto de la transición
A nivel de «calle»
Mi madre, Teresa, era de Cabral, en el extrarradio rural y fabril de Vigo y hoy parte de su ayuntamiento. Quizá por la factoría de lozas y porcelanas allí ubicadas, Cabral fue denominada en la década de 1930 «la pequeña Rusia». La familia de mi madre estaba lejos de ser rica pero era lo que en los ambientes rurales se llamaba «hacendada», tenía tierras y una tienda que, por su situación al pie de la carretera general, frente a la parada del tranvía que iba a Vigo, y vecina de la factoría de lozas, era lugar de reunión y de tertulias, amén de punto de ventas. A mi abuela materna, que tuvo cinco hijos siendo mi madre la mayor, nunca le conocí posiciones políticas; y en cuanto a mi abuelo materno, José Novas, del que voy a contar otras cosas más adelante, estaba recién vuelto de la Argentina cuando se casó y se estableció en Cabral; sé que asistió al mitin fundacional de la Falange gallega en Villagarcía de Arosa en el que dio un discurso José Antonio Primo de Rivera, sin volver nunca a actos o lugares de Falange; y sé también que en unas elecciones municipales del período republicano aceptó ser apoderado o interventor de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) en una mesa electoral a petición de un amigo suyo que pertenecía a ese partido; pero no se afilió a la CEDA y, a pesar de la notoriedad que obtuvo con el suceso al que luego me refiero, ni don José María Gil Robles, líder nacional de la CEDA, ni otros dirigentes de la CEDA gallegos a quienes pregunté, conocían a mi abuelo ni sabían que se hubiera afiliado o asistido a sus reuniones.
Aunque Franco controlaba toda Galicia desde el comienzo de las hostilidades, por los montes estaban «los huidos», gentes del bando republicano que por convicciones o por miedo a represalias se escondían, a los que se sumaban delincuentes comunes o aventureros; conglomerados similares a los que podrían darse en el otro bando.
Y los «huidos», que después de la contienda se convirtieron en el fermento de los «maquis» o «guerrilleros», bajaban de cuando en cuando de sus escondites y robaban y mataban (ellos supongo que decían que «recaudaban y ajusticiaban»).
Mi abuelo José Novas vendió a crédito alimentos durante toda la guerra, entre otras personas, a la madre de un «huido» que, por faltarle el sostén de su hijo, no tenía dinero; ventas que iba anotando en su libreta de contabilidad por la promesa que le hacían de pagarle después de la guerra.
Cuando Franco toma Barcelona se recrudecen las acciones de los «huidos», que hacen circular amenazas de «ejecución» para aquellos que se supone que han manifestado alegría por la caída de Cataluña; alguien dice que entre ellos está mi abuelo y la Guardia Civil le ofrece –como a otros– que vaya a dormir al cuartel; pero él rechaza el ofrecimiento porque no concibe que pueda ser objetivo de aquella gente, aunque por precaución hace que mi madre y mi hermana se vayan a Meira, el pueblo de la ribera norte de la ría de Vigo donde él había nacido y tenía familia. Y como en varios días no ocurrió nada, mi madre y mi hermana vuelven a Cabral; yo aún no había nacido.
Así hasta que al atardecer del día 27 de enero de 1939, dos meses y cuatro días antes de concluir la guerra, un huido, José Luis Quintas, alias «el Quintas», baja de los montes dirigiendo a unos cinco compañeros armados con pistolas y fusiles, entran en la tienda de mis abuelos, roban la caja, ponen a toda la familia (excepto a mi abuela y a mi madre que estaban en aquel momento en el piso superior) delante de una pared y disparan; hieren a algunos hermanos de mi madre; otro escapa, salen detrás de él, posiblemente porque temen que vaya a dar aviso a la Guardia Civil, y le pegan un tiro que le hace caer herido a la cuneta; a mi abuelo lo dejan muerto allí mismo con trece proyectiles en el cuerpo, aunque le sacan un anillo grande de oro que tenía puesto en el dedo; se marchan, mi madre desde una ventana les grita «asesinos» y le disparan, pero sin acertarle.
La familia de mi madre nunca supo verdaderamente la causa del asesinato; no podía creer que fuera por motivaciones políticas, hasta el punto de que el nombre de mi abuelo nunca se incorporó a las listas de «Caídos por Dios y por España» que había en placas sobre la pared externa de la iglesia o en el cementerio. Fue enterrado en su nicho familiar, con su nombre y la expresión «vilmente asesinado» debajo. Pensaban que más probablemente podría haber sido provocado por envidias de algunas personas concretas, sin desechar que alguien pudiera haber pretendido que desapareciera la libreta donde mi abuelo anotaba las deudas de las familias de los huidos a las que facilitaba subsistencia, como históricamente ocurrió a veces con los judíos.
El Quintas fue detenido en 1950 y personas de mi familia fueron citadas para declarar si le reconocían como dirigente de aquel grupo asaltante, y para que manifestaran si deseaban ejercitar acciones contra él. Una de mis tías, que sufrió personalmente el asalto y que además fue golpeada por él, le reconoció, pero la familia –reunida en casa de mis padres, donde yo, jovencito, les escuchaba– decidió no reabrir la herida ni ser parte en el proceso. Fue juzgado en sesión pública el 28 de octubre de 1950 por numerosos delitos, y entre ellos unos cinco atracos con muertos. Aunque mi familia no asistió siquiera a la vista, la prensa de Vigo dio cuenta de ella; supimos que no se reconoció culpable pero que el tribunal consideró probadas las acusaciones, por lo que se le impuso una pena de muerte, inmediatamente conmutada por la de treinta años de prisión, que fue cumpliendo en el penal del Dueso, en Santoña; si bien el 23 de mayo de 1969, tras diecinueve años, fue puesto en libertad al aplicársele los indultos que el Régimen iba promulgando. Volvió a vivir a Vigo en casa de un hermano, donde falleció el 17 de agosto de 1976.
El episodio es muy revelador del cambio de ciclo que experimentó Occidente tras concluir la guerra mundial; y también España, donde el mismo Régimen nacido de una cruel contienda conmuta primero la pena de muerte que imponen sus tribunales y luego indulta una mitad de la prisión sustitutiva; como el propio Quintas, que, una vez liberado, dicen que fue un ciudadano discreto y amable (mi familia no supo que volvía a tenerle de convecino).
Y asimismo muestra el perfil de la familia de la que procedo, que, como muchísimas otras que yo recuerdo de mi infancia y juventud, frecuentaba la iglesia, escuchaba la reiterada predicación en favor del olvido y la reconciliación, era «de orden», vivía adaptada al Régimen (lo que se denominó más tarde el franquismo sociológico) y se sentía apolítica; mi padre decía siempre que no había que entrar en políticas, así en plural.
La base social de los vencedores era predominantemente propicia a superar la Guerra Civil.
Aunque también conocíamos otras familias contrarias a la situación, pero que no se excedían en sus manifestaciones adversas; no podíamos cuantificarlas, ni saber si habían caído en la moderación o el escepticismo o es que aun mantenían los miedos de posguerra.
Más conocidas eran en cambio las posiciones de los dirigentes políticos de uno y otro bando, de las que voy a hablar.
Las estrategias para sustituir al Régimen de Franco
Las primeras estrategias de los políticos para sustituir al franquismo fueron de naturaleza violenta y militar, iniciadas ya desde 1937; seguidas por otra coactiva, no militar, también con intervención internacional decisiva, a partir del momento en que Churchill advirtió a los aliados de que el peligro siguiente para Occidente venía de la Unión Soviética.
Pero desde que en 1953 Estados Unidos firma sus acuerdos con Franco, aunque ciertas naciones sigan manteniendo un verbalismo antifranquista, realmente ligan fructíferas relaciones con el gobierno español, en beneficio recíproco; incluso la organización europea del Mercado Común.
En el período posterior a 1950 hay mucha gente en España que ya piensa en el posfranquismo y que quiere ir sentando sus bases. Pero solo el Partido Comunista (PC) trabaja en un plan concreto y significativo para hacer caer al Régimen.
El plan de los comunistas tenía que ser pacífico en este contexto, porque ni tenían medios para otra cosa, ni era posible doblar al franquismo por la fuerza, ni la opinión interior española hubiera aceptado una vía violenta, y menos aún propiciada por el comunismo. Su estrategia consistía en una escalada repetitiva de conflictos sociales y laborales, pequeñas huelgas, que fueran preparando la opinión para llegar a la famosa «huelga general». Una huelga que paralizaría el país y dejaría al Régimen con toda su fuerza militar y policial en el aire, sin posibilidades de enfrentarse con las masas. Ese plan se complementaba con el establecimiento de un gobierno provisional de concentración entre todas las fuerzas políticas, que convocaría unas elecciones libres.
Ése era el esquema que el comunismo aplicó en la Europa del Este al finalizar la Segunda Guerra Mundial; el gobierno de concentración lo era de todas las fuerzas antifascistas, excluyendo a los partidarios reales o ficticios de lo anterior; los comunistas no ocupaban la presidencia, ni aparentaban tener el poder, ni urgían la aplicación de sus programas; tan solo se preocupaban de ejercer el control efectivo del proceso, reteniendo por ejemplo el Ministerio del Interior, las relaciones con la prensa y los tribunales.
Así lo explicaba Walter Ulbricht, líder comunista de Alemania del Este: nuestra política está muy clara, «tiene que parecer democrática, pero debemos tener todo bajo control». Así lo hicieron y así consiguieron de modo casi inmediato establecer dictaduras comunistas en toda la Europa Oriental hasta que cincuenta años después se hundió el Imperio soviético. En la toma del poder por el comunismo, tras una primera fase en la que se excluía a las gentes que apoyaron al sistema anterior, lo cual ya eliminaba una competencia importante, venía otra segunda en la cual los anteriores compañeros antifascistas liberales eran repudiados como no progresistas, montándoles campañas de desprestigio individuales y colectivas, con denuncias y ejecuciones por supuestos delitos de colaboración; más tarde, para prevalecer sobre los socialistas se promueve la división de éstos y el repudio de su ala supuestamente burguesa, de suerte que solo la parte dura íntimamente unida al comunismo subsiste en el poder; y desde ahí ya el dominio comunista se hace fácil. Aunque más adelante comienzan las purgas también de los veteranos y leales comunistas, a los que se acusa de nacionalismo burgués u otras cosas similares; solo en Hungría entre 1945 y 1948, 2.000 dirigentes comunistas fueron ejecutados, 150.00...

Índice

  1. Cubierta
  2. Introducción
  3. 1. El contexto de la transición
  4. 2. El arranque de la transición
  5. 3. Mis experiencias por períodos con funciones en el ejecutivo
  6. 4. Fuera del Gobierno
  7. 5. Legislaturas parlamentarias
  8. 6. Abandono de la política activa y reconversión
  9. 7. Experiencia y visión sobre asuntos relevantes
  10. 8. Más datos sobre personajes con los que me relacioné
  11. Fotografías
  12. Créditos
  13. Alba Editorial
  14. Notas