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Unidad Central de Personas Desaparecidas de los Mossos d’Esquadra (UCPD)
Principios del 2009
Malgastan la energía y el potencial profesional llenando Excels —hojas de cálculo— en un despacho en el que se prevén cambios inmediatos. Pero los movimientos, a veces, inmovilizan. Y esto es lo que está pasando en la Unidad Central de Personas Desaparecidas de los Mossos d’Esquadra: el cambio de destino, que será inminente, de algún responsable deja a la unidad en la letargia. Y mientras no se inyectan llamaradas de oxígeno ni se definen nuevos rumbos de trabajo, el cabo Santi y el agente Jaume se consumen tecleando en el ordenador, cada día, el nombre, la edad y algunos datos más de las personas que han desaparecido en Cataluña o, al menos, de aquellas que los familiares y amigos creen que han desaparecido.
En una época de transición, los lideratos se hacen con discreción; no es el momento de definir nuevas líneas de trabajo que tal vez el recién llegado no compartirá. El que venga podrá hacer y deshacer, porque no le dejarán ninguna losa en el camino.
Y mientras tanto, ellos van introduciendo nombres en el ordenador, con desgana. En Cataluña, hay unas dos mil denuncias por desaparición al año; en el 2008 hubo 2085 y se resolvieron 2066; por lo tanto, trabajo de escribientes no les va a faltar. En cada ficha, añaden el atuendo con el que se ha visto por última vez a la persona desaparecida, si padece enfermedades, si tiene vínculos familiares o de amistad, también si constan enemigos y conflictos, y toda una serie de detalles que alimentan la base de datos. A veces, justo al día siguiente de haber rellenado esta maldita hoja de Excel, la misión es cerrar el expediente porque ya se ha localizado al individuo en cuestión, que se había perdido porque no se conocía bien el bosque o porque tenía ganas de hacer sufrir un poco a los padres —rabietas de adolescentes.
Se debe hacer explotación estadística de datos, les dicen los superiores. Explotación estadística de datos es la descripción alentadora que han encontrado los que llevan más galones para definir un trabajo que los que lo hacen llaman «hacer parrillas». Es una ocupación muy mecánica. Si fuera una industria automovilística, el que hace parrillas estaría en la cadena de montaje; es un trabajo muy necesario, que no permite errores, pero poco creativo. Aunque, cuantos más conocimientos tenga el que hace las parrillas, si se lo permiten, más podrá aportar a las conclusiones finales una vez se hayan trabajado las cifras.
Por eso Santi resopla mientras teclea, con unas respiraciones profundas que le recuerdan los días en la Unidad Central de Secuestros y Extorsiones. En Secuestros tenía subidas de adrenalina, momentos culminantes de toma de decisiones, aceleradas cardíacas; era un trabajo que le hacía sentir vivo y del que se había desprendido con la intención de conseguir nuevas experiencias. Pero experiencias que implicasen movimiento, ya fuese físico o mental. Ahora no lo tiene. Se ha acostumbrado a salir puntual del trabajo para no castigar más la musculatura, y después del trayecto en coche, recompensa al cuerpo corriendo y nadando. Y se va de Egara, el edificio donde están los Servicios Centrales de los Mossos, con las mismas prisas y las mismas ganas que los niños cuando salen de la escuela.
Entre este embrollo de recuerdos, alza la vista y observa a un Jaume que prefiere no abrir la boca. Ve en su actitud el desánimo y la preocupación. Y, como está cansado de la parrilla y quiere bromear, le cede el PC a Jaume para que disfrute de este placer que les han encomendado, una misión de las que te mantienen ocupado y te impiden hacer demasiado ruido. Le cede el PC porque en Desaparecidos tienen un único ordenador, aunque ya hay una partida presupuestaria aprobada para dotar la unidad de más recursos. Son los inconvenientes de vivir los inicios.
Piden hablar con Santi. Él y Jaume abren los ojos tanto como dan de sí, en un acto reflejo, como si forzando la vista pudiesen ver qué piensa y qué le dirá la persona que lo reclama. Tienen la esperanza de que algún día les dejarán llevar un caso.
Vaya, falsa alarma. Su cuerpo se encoge otra vez.
El pasado de Jaume también es más activo. No hace ni tres años que salió de la Academia. Viene del ABP del Hospitalet; estaba en Seguridad Ciudadana, patrullando por las calles. Tal vez allí no había resuelto situaciones que requiriesen medallas y felicitaciones, ni tampoco la atención de los medios, pero en cualquier caso, no había podido dar muchas horas de descanso a sus neuronas y a sus piernas. A diferencia de Santi, que necesita quemar energía para evitar una explosión interna, Jaume gestiona mejor este tipo de adversidades, esta realidad que no tiene nada que ver con la descripción que le hicieron cuando le vendieron la plaza en Desaparecidos. Tal vez no lo entendió bien, tal vez se hizo ilusiones y se creyó al pie de la letra todo lo que le explicaron. A veces pasa que las ganas nos generan expectativas. Es muy humano. Y él es consciente y tiene presente que cuando le dijeron que tenía la posibilidad de ir a Egara, en el Complejo Central de los Mossos d’Esquadra, el cambio le pareció que era a mejor. Aquí es donde están las unidades centrales de investigación, especializadas en delitos concretos.
Cuando en las áreas territoriales de investigación tienen un caso más complejo, con ramificaciones en otras zonas del territorio, se lo llevan los especialistas de Egara para investigarlo. En Desaparecidos esto no pasa. Es al revés. Desde Egara miran qué hacen los del territorio. Y tienden la mano, pero nadie les da nada. Aguantan con la mano tendida y actitud firme, no como quien pide limosna, sino como quien espera lo que cree que le toca. Y nada. Pero Jaume no sabía que en Desaparecidos era diferente. Por eso, al principio tenía dudas y las expuso a uno de los jefes: que no tenía estudios universitarios, que no tenía experiencia en investigación, que Egara eran palabras mayores... Y el subinspector le rebatió los temores, animándolo: «Para ir a Egara solo tienes que tener muchas ganas de trabajar».
El trabajo no ha sido nunca una barrera para él y, francamente, el plan B era irse a la Unidad Instructora de Atestados de Barcelona. Y Atestados es papeleo y burocracia y burocracia y papeleo. Y esto sí que lo consideraba lanzarse a un pozo profundo, profundo, oscuro, oscuro; una caída en el agobio. Por lo tanto, el rechazo a Atestados tuvo más fuerza que el temor de ir a la División de Investigación Criminal (DIC) de Egara, aunque no se creía merecedor del puesto porque solo debían estar, pensaba él, los mejores, los elegidos de entre los mejores: los que llevan años investigando, los que han hecho muchos méritos. Por todo esto, cuando supo que tenía la posibilidad de ir a Egara, a los Servicios Centrales, se le dilataron las pupilas de golpe. Ahora, cuando piensa en ello, en cómo se había llegado a subestimar, sonríe y reconoce que tenía una visión muy romántica. Ya está en Egara, en la DIC. Y dentro de la DIC, en la Unidad Central de Personas Desaparecidas, que ahora depende del Área Central de Investigación-Personas. Es como el juego de cubos de los niños: cada cubo va dentro de otro, y si les das la vuelta, forman una pirámide enorme. Está a punto de comprender no el concepto romántico que él tenía de los Servicios Centrales, sino el romanticismo en estado puro: el suicidio. Eso sí, profesional.
El cabo Santi está haciendo pruebas para ver si puede entrar en la DAI, la División de Asuntos Internos; otro compañero tiene previsto irse a la BRIMO, la Brigada Móvil, porque ya ve que aquí no va a investigar nunca. Una compañera también está haciendo gestiones para marcharse, y David, con un TIP de trece mil y pico, como Jaume, también tiene la intención de saltar en cuanto pueda. Como el cabo le ha cedido el PC, lo releva haciendo parrillas, y así al menos dejará de darle vueltas al tema durante un buen rato.
—Me han insistido otra vez a ver cómo tenemos la memoria anual de desaparecidos —le comenta Santi. Y Jaume mira al cabo, preguntándole con la mirada y sin abrir la boca: «Si tú dejas la memoria para el último día y yo también odio hacerla... es evidente que no la tenemos. ¿Qué has dicho?».
Y como se conocen los gestos, el cabo puede responder y verbaliza:
—Les he dicho que la tendrán el día que nos pusieron de límite. Y que no me lo pregunten más, que ya sabemos lo que tenemos que hacer y que estamos cansados de tanta insistencia. Bueno, posiblemente lo he dicho con más diplomacia, pero lo que les quería transmitir era eso. Si quieren a alguien para hacer parrillas, yo no soy el perfil. Esta casa es grande, ¡hay gente en Análisis con el perfil mucho más adecuado!
Santi se queja como si hablara consigo mismo y Jaume hace oídos sordos para no darle más cuerda. Las memorias anuales son la Parrilla Máxima. La mayoría de desaparecidos son menores que se han escapado de centros de acogida. Huyen un montón de veces, y al cabo de unas horas o unos días, regresan o los encuentran. Y cada menor y cada huida equivale a una ficha para rellenar. Y todo eso también ha de constar en la memoria anual. Se sorprendieron cuando les devolvieron la primera memoria con unos Post-it porque había datos que no cuadraban. Al haber datos de todas las regiones policiales de Cataluña, siempre hay algún número que se escapa, también, como los menores. Les hizo ilusión que hubieran detectado sus errores; Jaume creía que las memorias, los informes y las estadísticas periódicas que les pedían no se las miraba nadie. Pues sí, alguien con más experiencia se había leído la Parrilla Máxima y había hecho anotaciones para mejorarla. Qué orgullo, ¡qué orgullo!, pensó, cuando se la devolvieron para corregirla.
Los días en Desaparecidos tienen aquella misma pátina que cubre los objetos antiguos de metal o las rocas de las cuevas. Y como no penetra el sol, pero tampoco tienen tormentas, esta pátina se mantiene intacta un día tras otro.
David hace poco que es mosso. Viene del ABP de Cerdanyola. Estaba en Seguridad Ciudadana, patrullando. No quiso ir a la Unidad Central de Instrucción de Atestados porque pensó que la Unidad Central de Personas Desaparecidas debía de ser infinitamente mejor. Cuando piensa en ello se desmoraliza, es como si le hubiera tocado la Ruperta del 1, 2, 3, responda otra vez. Confía en que algún día esto cogerá otro aire, pero mientras tanto, el baloncesto lo ayuda a compensar la realidad del trabajo.
—Santi, he revisado las desapariciones de hoy; ninguna inquietante —dice Jaume.
—Vale, perfecto, espera, que me llaman.
Comprueba la pantalla para ver de quién es la llamada, y cuando la información le llega al cerebro, se le arquean las cejas.
—Deben de querer convocarnos a una reunión —comenta, antes de responder.
Jaume se ríe. Tiene un papel entre las manos. Va tomando nota de las desapariciones más recientes. Hace días que está dando vueltas a la posibilidad de diseñar una base de datos propia, ya que les serviría para poder hacer las memorias con más rapidez y también los informes estadísticos que les piden. Y también para tener un control más fiable de los casos, para destacar las desapariciones que consideren más inquietantes, aquellas en las que sospechan que la persona en cuestión ni se ha escapado ni se ha perdido, sino que la han hecho desaparecer. En definitiva, para resaltar los delitos, porque huir de casa y perderse —desaparecer— no es delito, pero matar sí.
De lejos ve a Santi que sigue hablando y braceando, aunque solo con un brazo, porque el otro lo lleva enyesado. Pero hay que ver cómo mueve también el brazo lesionado, teniendo en cuenta que debería tenerlo quieto todo el día. Y Jaume se pierde en sus pensamientos sobre la base de datos y en cómo lo va a hacer si no tiene ni idea de trabajar con Access, y vuelve a la realidad cuando Santi le propone que vaya a hacer un seguimiento en un polígono industrial. Un seguimiento por la desaparición de una mujer de origen albanokosovar que ejercía la prostitución. Vaya, por fin una llamada que vale la pena.
—Vas a hacer el seguimiento, pasarás la información a la unidad que lo investiga y no creo que puedas participar en nada más. De hecho, no sé si es una pérdida de tiempo, porque no creo que saques nada de esto.
—¡Qué dices, nen! ¡Me voy pitando! —Jaume alterna el catalán y el castellano. Las euforias inesperadas suele vivirlas en castellano.
—¿Que no nos dejarán investigar? Ya lo verás, pero les hace falta a alguien para estar de plantón en el polígono. Nada más.
—Y dale, que ya lo he entendido. Ya veo...