1. La huida
Polonia. Julio de 1941
Una sirena alerta a los presos del barracón.
Un hombre joven aparece corriendo como alma que lleva el diablo.
El murmullo de los presos, gritos de soldados, sirenas, ladridos, llantos…
El hombre joven vuelve la vista atrás sin aminorar el ritmo de la carrera.
Pies cansados que parecen volar, no tocan el suelo en su huida.
El ladrido de los perros le muerde los talones.
Saca fuerzas de donde no las hay para volar sobre la tierra.
El sudor le ahoga, el aire le falta, el corazón le palpita de una forma desorbitada.
Siente la muerte sobrevolando su cabeza, con la guadaña en la mano.
A veces, sus dedos huesudos le rozan la nuca.
Es entonces cuando cierra los ojos y corre soltando un alarido desgarrador.
Se reconoce, a lo lejos, la prisión que ha dejado tras de sí, el campo de concentración de Auschwitz.
Sombras entre la niebla de la noche.
Noche y niebla.
2. Frente a frente
Varsovia. Septiembre de 1945
Cocina de una pequeña casa burguesa a la que el paso de los tanques y las bombas ha marcado en su estructura, fisurada por algunas grietas.
Zophia.— ¿Qué hará?
Aleska.— ¿Qué?
Zophia.— Cuando vuelva.
Aleska.— ¿Quién?
Zophia.— El señor Franciszek.
Aleska.— Calla y sigue pelando patatas.
Silencio.
Sentadas a la mesa, la mujer y la niña siguen pelando las escasas y pasadas verduras que han conseguido gracias al estraperlo.
El silencio no dura mucho en presencia de Zophia.
Zophia.— ¿Qué hará?
Aleska.— No volverá.
Zophia.— Volverá. Claro que lo hará. Lo sé. Y mis padres. Ellos también volverán. Y mi hermanito. Volverá. Todos los que se fueron volverán algún día. Ya lo verá. No pierdo la fe, señora Aleska. La fe nos mantiene vivos. Usted tampoco debería. No debería perder la fe.
Aleska.— La fe es para los jóvenes.
Zophia.— ¿Por qué dice eso?
Aleska.— Franz está muerto.
Zophia.— ¡No diga esas cosas, señora Aleska!
Aleska.— Franz está muerto. Y yo estoy muerta. Y tú estás muerta. Todos hemos muerto. No hay otra explicación. Todos somos muertos que la guerra ha dejado a su paso. Nadie podrá vivir después de esta guerra. Nadie. Vivir después de la guerra ofende a los muertos, Zophia. Seguir viviendo ofende a los muertos.
Zophia.— Me da miedo cuando habla así.
Aleska.— Acostúmbrate. No nos queda sino vivir en este purgatorio que los supervivientes llamamos vida.
Zophia.— Según usted, señora Aleska, ¿nadie vive?
Aleska.— Mis hijos. Mis hijos están vivos. Ellos sí. Y por ellos yo vivo. Los muertos vivimos por los vivos. Ellos me hacen vivir.
Zophia.— Y él también.
Aleska.— ¿Quién?
Zophia.— El señor Franciszek.
Aleska.— Zophia, deja de decir…
Silencio.
Entra Franciszek.
Aleska queda helada al verlo.
Zophia, que da la espalda a la puerta por la que ha entrado Franciszek, no lo ve.
¿Fra… Franz?
Zophia.— Sí, el señor Franciszek. El señor Franciszek vivirá porque usted vive, así como usted vive porque viven sus hijos. Y él volverá. Y le mirará a los ojos y no le reconocerá. Pero será él. No el mismo, ¡claro está! Nadie es el mismo después de la guerra. Estará más delgado, ¡por supuesto! Los prisioneros de guerra no deben de comer bien. Y más sucio. Seguro que no le lavan l...