Una voz de mujer: “El número al que llama está desconectado o fuera de servicio en este momento. Por favor, deje su mensaje después de oír la señal”. A continuación, un pitido.
Voz hombre.— (Sonido telefónico) Sí. Buenas tardes. O buenos días, si es que aún está en Denver. Llamo de Pridet Investigaciones. Soy Sande, Carlos Sande, la agencia me ha asignado su caso. No acostumbramos a dejar mensajes en los buzones de voz, pero esto es importante y como no me devolvía las llamadas... En fin, le cuento... El pájaro sale mañana de la jaula, usted ya me entiende. He conseguido la dirección de sus familiares más directos. Sus padres. Viven en Vigo. Se la enviaré por correo electrónico, si le parece. Es muy probable que el pájaro vuele hacia allí en cuanto esté libre, aunque eso de momento no es más que una suposición mía. Bien, una cosa más. Hay una chica. Tiene 25 años aproximadamente. Vive con los padres de esa mujer. Aún no tenemos nada seguro, pero sospechamos que es su hija. Estamos en ello. Ya sé que esto no entraba en el campo de nuestra investigación, así que, si no quiere que tire del hilo, solo tiene que decírmelo. Por el dinero no se preocupe, por supuesto, con lo que ya nos ha ingresado está cubierta toda la operación. Pues nada, eso es todo. Un saludo. Seguimos en contacto.
Otro pitido y, tras un breve silencio, cobra presencia el rumor de la noche en la ciudad. Un espacio iluminado bajo la luz de una farola. Durante unos instantes, se oye una explosión de música dance fuera de escena; luego, el frenazo de un coche y un claxon. Amaia entra con pasos apresurados, mirando a su espalda. Se detiene bajo la luz y se saca un billetero de hombre del bolsillo interior de la cazadora. Abre el billetero.
Amaia.— (Contrariada) Joder, veinte putos euros... (Se guarda el billete en el bolsillo y se vacía el contenido del monedero en la mano) Qué mierda, joder...
Brais.— ¿Cuánto en total?
Brais ha salido de las sombras. Amaia retrocede, sobresaltada.
Amaia.— ¿Quién coño...?
Brais.— No eres demasiado buena, que digamos. Primero eliges al tipo equivocado y luego dejas que te cojan.
Amaia.— Nadie me ha cogido.
Brais.— Acabarán haciéndolo. Eres bastante mala.
Amaia.— (Arrojándole el billetero y dispuesta a salir) ¡Que te den!
Brais.— ¿Sabes dónde puedo pillar?
Amaia.— (Se detiene) ¿Quieres pillar?
Brais.— Sí.
Amaia.— ¿Qué quieres pillar?
Brais.— ¿Qué puedes conseguirme?
Amaia.— Lo que sea.
Brais.— ¿Lo que sea?
Amaia.— Sí, joder, lo que sea, tío. Acabo de robarle la cartera a un nota en ese puto antro. No creo que tarde en enterarse y salir a por mí. Tengo algo de prisa, ¿vale? Si quieres pillar, acaba y dime lo que quieres. Conozco un pavo que tiene de todo.
Brais.— Te acompaño.
Amaia.— No. Me das la pasta y yo voy, pillo lo que sea y te llevo el material a algún sitio.
Brais.— ¿Eres de fiar?
Amaia.— Claro que soy de fiar, no te jode...
Brais.— ¿Coca?
Amaia.— Coca, caballo, cristal..., las tres putas ces.
Brais.— ¿Caballo? Creía que el caballo había muerto.
Amaia.— Ha resucitado.
Brais.— ¿Te metes caballo?
Amaia.— ¿A ti qué hostia te importa lo que me meto o dejo de meterme? (Dispuesta a marcharse definitivamente) Que te den, joder...
Brais.— Coca. Dos gramos.
Amaia se ha detenido nuevamente. Brais se saca unos billetes del bolsillo y se los tiende a Amaia.
Amaia.— (Haciéndose con el dinero) En el asilo. Quince minutos.
Brais.— ¿El asilo?
Amaia.— ¿No eres de Vigo?
Brais.— De Santiago.
Amaia.— Pregunta, tío. Todo el mundo sabe dónde está el asilo aquí.
Brais.— ¿Quince minutos?
Amaia.— Joder, sí, quince minutos.
Amaia sale. Brais la observa mientras se aleja. Se oye una nueva explosión de música dance, brevemente. Una voz de hombre grita fuera de escena: “¡Hijaputa! ¿¡Dónde estás, hijaputa!?”. Cambia la luz. Se ilumina una mesa de despacho. Brais se aproxima a la mesa y se sienta en el sillón, haciéndolo girar. A continuación, comienza a abrir los cajones de la mesa, uno detrás de otro, para volver a cerrarlos acto seguido casi sin pararse a mirar qué hay dentro: no busca nada, simplemente parece estar cumpliendo un viejo ritual que ha perdido todo su interés con el paso del tiempo. Entra Miguel, con un ordenador portátil y un puñado de cartas.
Miguel.— Brais...
Brais.— (Se levanta, sonriente, tras cerrar el último cajón del escritorio) M...