Un tercer lugar
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Un tercer lugar

  1. 116 páginas
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Un tercer lugar

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Índice
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Información del libro

Tres hombres y tres mujeres tratan de relacionarse lo mejor que pueden, y también de amarse lo mejor que saben. Unos se decantan por el modelo del amor cortés, colocando al otro en el lugar de lo incondicionado, donde se vuelve imposible cuestionarlo. Otros observan con perplejidad cómo su propia verdad le es arrebatada, cómo en respuesta a su imperiosa necesidad de ser tomados en serio solo reciben extrañas tergiversaciones y comunicaciones defectuosas. Todos, en definitiva, ya sea en el papel de víctimas o victimarios, amantes o amados, anhelan la posibilidad de un contacto auténtico y una comunicación verdadera; tal vez, el descubrimiento de un tercer lugar donde ya no sea necesario esconderse más.

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Información

Año
2020
ISBN
9788480489102

Un tercer lugar

Se estrenó el día 16 de noviembre en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español

Reparto

(Por orden de aparición)
Tristán Jesús Noguero / Íñigo Rodríguez-Claro*
Cordelia Vanessa Rasero
Samuel Giovanni Bosso
Carlota Sara Torres
Ismael Pietro Olivera
Matilde Lorena López / Denise Despeyroux*
Voces en off Bárbara Lennie y Pablo Messiez
Dirección Denise Despeyroux

Equipo artístico y técnico

Escenografía Eduardo Moreno
Música Pablo Despeyroux
Espacio sonoro Mariano García
Iluminación Pau Fullana
Vestuario Paola de Diego
Foto y diseño de imagen Sergio Parra
Ayudante de dirección Paula Foncea
Producción Teatro Español
Producción en gira Vania Producciones
Distribución Fran Ávila
*Íñigo Rodríguez-Claro y Denise Despeyroux sustituyeron en la gira del espectáculo a Jesús Noguero y a Lorena López.

1
En mis diálogos llegamos los dos lejísimos

Tristán, con un acordeón y una gabardina, espera a Cordelia junto a la puerta de su casa. Cuando ella llega, cargada de libros y flores silvestres, él toca el acordeón y le impide el paso.
Tristán.— Recógeme.
Cordelia.— Por favor, necesito pasar.
Tristán.— Pasa, pero antes recógeme.
Cordelia.— Ahora no tengo tiempo. De verdad, no tengo tiempo.
Tristán.— Entonces recógeme sin tiempo.
Cordelia.— No tengo la cabeza para esto, Tristán. Ahora no, por favor. No puedo más. Yo ya no puedo más.
Tristán.— Entonces es el momento perfecto para que unamos nuestra impotencia.
Cordelia.— Deja de hablarme así. Deja de inventar escenas. Deja de disfrazarte. ¿Qué quieres de mí, Tristán? ¿Qué quieres de mí?
Tristán.— Quiero enloquecerte de un vértigo repentino pero reversible. Quiero recorrer contigo todos los estadios del amor desordenados. Quiero que esparzamos juntos un rastro de sangre y esperma por el universo. Quiero mirarte la noche entera mientras finges que duermes y acariciarte como si no te quisiera despertar. Quiero que en todas nuestras riñas esté latente la reconciliación. Quiero que cada palabra que salga de mis labios te haga sentirte escogida.
Tristán toca el acordeón.
Cordelia.— ¿Por qué tienes esa maldita capacidad de dejarme muda?
Tristán.— Porque cuando callas te oigo pensar.
Cordelia.— Tristán, te voy a hacer una pregunta y quiero que me contestes la verdad. Tú todas estas cosas que me dices... ¿las preparas antes o las improvisas?
Tristán.— Las dos cosas. Algunas las traigo preparadas y otras las improviso. Pero las que preparo las preparo improvisando, como si estuviera delante de ti, así que es lo mismo. La única diferencia es que entonces me contestas, y es mucho mejor. En mis diálogos eres brillante. En mis diálogos llegamos los dos lejísimos.
Cordelia.— ¡Yo no soy un personaje tuyo!
Tristán.— Esa frase parece mía.
Cordelia.— ¿Eso es un reproche?
Tristán.— No, si me encantó.
Cordelia.— Ya no logro recordar cuándo decidiste empezar a hablarme así.
Tristán.— No lo decidí, Cordelia. Nadie decide cómo hablarle a la persona que ama. Cuando uno ama a alguien, le habla como puede, y a veces incluso apenas le puede hablar.
Cordelia.— Pero a ti no te pasa.
Tristán.— ¿El qué?
Cordelia.— Quedarte mudo. Me pasa a mí, no a ti.
Tristán.— A ti tampoco te pasa, Cordelia. No estás muda. Me estás haciendo preguntas. Y eso es buena señal.
Cordelia.— ¿Buena señal? ¿Señal de qué?
Tristán.— Si has empezado a hacerme preguntas, es porque he despertado en ti el fervor infantil de la curiosidad. Y la curiosidad puede llevar al amor. La curiosidad es el reconocimiento de que algo falta.
Cordelia.— No me hables así, en serio, no lo soporto más. Sé que todo esto que haces..., lo que dices..., no es más que una manera de embaucarme..., de seducirme... solo para lograr que yo..., es exactamente para que yo...
Tristán.— Tú no te dejas seducir, Cordelia, ¿y sabes por qué? Porque no te dejas impresionar por las verdades ajenas. Aun así, sé que ya no te soy ajeno. Poco a poco, con mi obstinada manera de quererte, me he ido convirtiendo en alguien para ti..., soy alguien para ti..., me he vuelto imprescindible.
Cordelia.— Tristán, déjame pasar, te lo estoy pidiendo por favor.
Tristán.— Dime que te gusto y te juro que me aparto.
Cordelia.— Me gustas.
Tristán.— No, así no, dímelo en serio.
Cordelia.— Me gustas, Tristán, me gustas...
Tristán.— ¿Y por qué te gusto? Dame una razón para que me lo crea. ¿Por qué? ¿Por qué te gusto?
Cordelia.— Porque estás disponible. ¿Esa te basta?
Tristán.— Esa me basta. ¿Te parezco infantil?
Cordelia.— Déjame pasar, por favor.
Tristán se aparta para dejarla pasar y Cordelia entra en casa.
Tristán.— ¿Te parezco infantil?
Tristán se aleja con su acordeón.

2
¿Puedo pedirte una pizca de sal?

Cordelia deja los libros sobre la mesa de su salón y se tumba usándolos de almohada. Alguien llama a la puerta y va a abrir. Es Samuel, su vecino. Sostiene en una mano la maqueta de una casa y, en la otra, un salero vacío.
Samuel.— Hola, perdona que te moleste.
Cordelia.— No, tranquilo, no pasa nada.
Samuel.— Es que vivo en el piso de abajo. Somos vecinos.
Cordelia.— Sí, sí, ya lo sé.
Samuel.— Bueno, es que se me ha acabado la sal. (Le muestra el salero) ¿Ves? O sea, que si me puedes dar una pizca, me harías un favor enorme. Como somos vecinos, pues... me he tomado la libertad, si no te molesta...
Cordelia.— Sí, claro, tranquilo. Dame el salero, que te lo lleno.
Samuel.— Bueno, no hace falta que lo llenes. Con que le pongas un poquito de sal ya está. Solo necesito una pizca.
Cordelia coge el salero y se va a la cocina. Cuando desaparece, Samuel apoya la maqueta encima de la mesita de centro y se sienta en el sofá. Cordelia sale de la cocina y se sorprende un poco al verlo instalado allí.
Samuel.— Pero si has puesto un montón.
Cordelia.— ¿Perdón?
Samuel.— De sal, digo, que has puesto muchísima, no hacía falta que me dieras tanta. Si quieres, bajo un momento, uso la pizca y luego subo y te devuelvo la que me sobre.
Cordelia.— No, está bien, no es necesario, en serio.
Samuel.— ¿Te molesta que me siente?
Cordelia.— La verdad es que estoy un poco cansada.
Samuel.— (Señalando la maqueta) Es que necesitaba apoyar esto aquí, ¿sabes? Porque se me estaba a punto de caer y si se rompe me muero.
Cordelia.— ¿Qué es?
Samuel.— Es una maqueta de la casa de mis sueños....

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Prólogo (Eduardo Pérez-Rasilla)
  5. Un tercer lugar
  6. Sobre la autora
  7. Catálogo editorial Fundación SGAE