En el primer círculo del Infierno, donde viven las almas de los no bautizados, Dante observa a cinco de los mayores autores clásicos de la Antigüedad. Homero, Horacio, Ovidio, Lucano y Virgilio conversan, apartados, a la sombra de unos árboles y de su propio prestigio. No están reunidos ahí por casualidad, sino porque Dante los considera sus maestros. Ego tremendo, el autor de esa Comedia que rápidamente se convirtió en Divina da un paso al frente, se une a ellos, es recibido como uno más y escribe: «Y así, entre tanto ingenio, yo fui el sexto».
Al mismo tiempo que construye la tradición que más le interesa, se sitúa en ella. Dante articula un canon, lo invade, se incorpora a él. Todos los escritores que importan lo han hecho de un modo u otro. Crear una genealogía para pertenecer a ella, ser su último exponente, quien podría pasar el testigo de esa tradición al lector futuro.
Borges dedicó dos de sus mejores cuentos precisamente a dos de esos seis maestros antiguos. Ambos relatos fueron incluidos en el volumen El Aleph de 1949. «El inmortal» habla de un Homero que no ha dejado de caminar desde que recitara sus poemas épicos, también inmortales; y «El Aleph» puede leerse como una versión muy libre de El Infierno, con su Beatriz muerta y su Borges enamorado y esas escaleras que descienden hacia el sótano donde se encuentra el panóptico absoluto, la mirada de Dios, el Aleph infernal y divino, que por supuesto no podría estar en otra ciudad que no fuera Buenos Aires (y que, por supuesto, ya había sido prefigurado en un pasaje de Hamlet, según el epígrafe que abre las puertas del cuento y del averno).
Sendos homenajes, sendas apropiaciones de dos grandes maestros antiguos, se completan con otra pareja de relatos, los que hacen referencia directa a los dos grandes maestros modernos. «Pierre Menard, autor del Quijote» es la estratosférica relectura borgeana de la herencia de Cervantes, publicada en 1939 en el libro El jardín de senderos que se bifurcan. Y «La memoria de Shakespeare», que comienza con alguien que acepta la memoria del autor de Macbeth y acaba con una llamada telefónica y una oferta que nadie podría rechazar («¿Quieres la memoria de Shakespeare?»), es decir, que habla de la transmisión de la cultura en el marco del conflicto entre memoria personal y memoria ajena o incluso artificial, es su memorable despedida del Bardo Inglés. Se trata del último cuento de Borges: lo publicó en 1983 junto con otros textos en un volumen con el mismo título, tres años antes de su muerte en Ginebra.
¿Póquer de ases? Homero, Dante, Cervantes y Shakespeare están...