WILLY HASSEL
Willy Hassel caminaba por el sendero del bosque por el que solía caminar, con la esperanza de vivir una experiencia.
A la izquierda tenía una vista casi despejada entre erguidos troncos de pino, a la derecha crecía un tupido matorral que ocultaba por completo lo que había detrás, pero él sabía lo que era. Llegó al extenso campo labrado donde el sendero se bifurcaba y se detuvo; no solía pasar de allí.
Se sentó en un tocón un poco retirado del sendero y evocó la imagen del reacio cuerpo de una mujer que acabó permitiéndole hacer con él lo que quiso. Luego se fumó un cigarro; de repente se percató del silencio y del paisaje inmóvil.
Estático, pensó, silencioso y estático, el pensamiento le llegó como un malestar, como algo casi amenazante, se levantó a toda prisa y volvió al sendero por el mismo camino de antes, hasta que descubrió una persona delante de él; entonces aflojó el paso. Por un momento pensó que se trataba de una mujer, pero era un hombre que andaba lentamente en la misma dirección que él. Willy Hassel pensó: ¿De dónde viene? Por aquí no hay ningún otro sendero aparte de este, ¿no? ¿Venía en la misma dirección que yo y luego se ha dado la vuelta al verme sentado en el tocón? ¿Ha estado observándome?
La idea le hizo sentir un gran malestar y se detuvo. Permaneció inmóvil hasta que el hombre desapareció de su vista donde el sendero se bifurcaba hacia la izquierda; entonces Willy Hassel se abrió camino por entre los matorrales y se apresuró a subir un pequeño monte hasta un punto en el sendero por el que el hombre no podía haber pasado todavía. Entonces echó a andar a su encuentro.
Pensó: Ahora se dará cuenta de que no era yo al que ha visto. Y si cree reconocerme, no sabrá qué pensar. Cuando me cruce con él me quedaré mirándolo y haré un gesto con la cabeza como suele hacerse cuando uno se encuentra con un desconocido por un sendero en las afueras de la ciudad.
Pero no se cruzó con él. Se detuvo y miró hacia dentro por entre los troncos de los pinos. Luego volvió rápidamente por el mismo camino, y al salir del bosque, justo donde había aparcado el coche, lo vio. Se encontraba a unos quince o veinte metros de distancia, inclinado hacia delante, de espaldas; estaba atándose un cordón del zapato. Willy Hassel se apresuró hasta el coche, se metió en él y colocó el espejo. El hombre ya se había dado la vuelta, y cuando Willy Hassel se dio cuenta de que se trataba de un hombre al que no había visto jamás, pensó: Como yo no lo conozco a él, él tampoco me conoce a mí.
Se reclinó en el asiento. Bajó la ventanilla, arrancó el motor y metió las arias de Verdi en el lector de CD.
Cuando un rato después Willy Hassel cogió el ascensor del garaje hasta la sexta planta, se le ocurrió la idea de invitar a Lisa a salir. Ella se alegraría, pensó.
Llamó a la puerta y abrió, solía hacerlo cuando creía que ella estaba en casa. Lisa salió a la entrada.
Ah, eres tú, dijo.
Sí, ¿quién si no?, dijo él.
Mi madre, contestó ella. No he podido evitarlo, llamó hace una hora, llegará en cualquier momento. ¿Te parece horrible?
No, contestó él.
Willy Hassel se encontraba en el dormitorio cuando llegó la madre de Lisa. Estaba justo delante de la puerta y podía oír sus voces, pero no lo que decían. Luego las voces se alejaron, y él se acercó al armario y se puso la americana clara que según Lisa le sentaba tan bien. Se miró en el espejo. Fue al salón.
Buenas tardes, dijo.
Hola, Willy, dijo la madre de Lisa.
Willy Hassel se acercó al sillón en el que la mujer estaba sentada y le tendió la mano. Ella la cogió y la retiró rápidamente para que le diera un abrazo. Él se sentó. Lisa y su madre retomaron la conversación que habían interrumpido; Willy Hassel no prestaba atención a lo que decían. Se estiró para alcanzar la cafetera y llenó la taza vacía que tenía delante.
Ah, perdona, dijo Lisa.
Él la miró y sonrió.
Se tomó el café y se sirvió otra taza. La madre de Lisa hablaba de una amiga que tenía cáncer. Willy Hassel se levantó y dijo: Voy a por cigarrillos.
Fue al dormitorio, cogió el paquete de tabaco del bolsillo de la americana, sacó todos los cigarrillos menos uno y los metió en el cajón de la mesilla de noche...