Casarse (ebook)
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Información del libro

Casarse es el libro más leído de August Strindberg en Suecia. La primera parte se publicó en 1884 y reunía «doce historias de matrimonios con entrevista y prólogo». El propio autor era consciente de que el lenguaje desenfadado y las escenas atrevidas le podían causar problemas con la justicia, y así fue. El proceso al libro ayudó a que fuese todo un éxito y muchas mujeres apoyaron su causa. Aun así, se decidió a escribir una segunda parte, mucho más polémica, compuesta por dieciocho relatos.Como el mismo Strindberg declaró, se trata de un libro «cruel, feo, bello, poético, prosaico, sentimental, crudo, horrible, delicado, es decir, ¡como la vida misma!». Destacó por su libertad en materia sexual, el desparpajo y realismo en sus descripciones matrimoniales, por su lenguaje coloquial, con influencia de los cuentos de Hans Christian Andersen, aunque con un tono duro y cínico que no tienen los cuentos del danés.Esta gran novela sobre la institución del matrimonio, compuesta por treinta relatos, ayudará a conocer mucho mejor a Strindberg, y sobre todo hará que nos conozcamos mejor a nosotros mismos, pues nos veremos reflejados en muchas de las situaciones retratadas por el genio sueco.

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Sí, puedes acceder a Casarse (ebook) de Sara Stridsberg, VV.AA . en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Literatura general. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN
9788418067761
Categoría
Literatura

PREVIO PAGO
Su padre era general, y la madre murió de forma prematura. A partir de aquel momento, la mayoría de las visitas que recibían fueron hombres. Y su padre la educó personalmente.
La hija salía con él a montar a caballo, lo acompañaba a supervisar maniobras, a exhibiciones gimnásticas, a pasar revista.
Habida cuenta de que el padre ostentaba el más alto rango de su círculo de conocidos, todos lo trataban con un respeto inusual entre iguales. Y habida cuenta de que ella era la hija del general, gozaba de las mismas manifestaciones de respeto que su padre. También ella tenía el rango de general, y lo sabía.
En el vestíbulo de la casa hacía guardia permanente un ordenanza, que se levantaba con un ruido terrible cada vez que ella salía o entraba. En las galas siempre la invitaba a bailar un mayor: el capitán era una persona de grado inferior y los tenientes, una suerte de jovencitos maleducados.
De este modo adquirió la costumbre de considerar a las personas según el rango: los civiles eran peces; los vulgarmente vestidos, soeces, y la gente pobre, gentuza.
Pero por encima de aquella escala de rangos estaban las señoras. El padre, que era el superior de todos los hombres y al que todos saludaban con honores en cuanto aparecía, no dejaba nunca de levantarse por una dama, ya fuera joven o vieja, de besarle la mano, si la conocía, y de hacerle el gusto a la primera belleza con la que se cruzaba.
De ese modo se forjó desde muy pronto una idea elevada de la superioridad del sexo femenino, y llegó a considerar a los hombres como seres inferiores.
Cuando salía a montar a caballo iba siempre acompañada de un caballerizo. Si se le antojaba detenerse a contemplar el paisaje, él se detenía. Era como una sombra que la seguía a todas partes. Y sin embargo, ella ignoraba cuál era su aspecto, y si era joven o viejo. Si alguien le hubiese preguntado de qué sexo era, no habría sabido qué responder, pues jamás se había planteado que aquella sombra tuviera sexo alguno, así que cuando quería bajar de la silla y se apoyaba en la mano del caballerizo pisándola con el botín, para ella era como pisar en cualquier parte; y si se levantaba el vestido un poco más de lo debido, era como si no hubiera habido allí quien la viese.
Aquella concepción innata del rango lo traspasaba todo en su vida. Jamás se le habría ocurrido intimar con las hijas del mayor o con las del capitán, dado que los padres de esas jóvenes estaban a las órdenes del suyo.
En una ocasión, en una gala, un subteniente osó sacarla a bailar. Dispuesta a castigar su arrogancia, la joven no se dignó responderle cuando él pretendía conversar mientras bailaban. Al saber después que se trataba de uno de los príncipes, quedó desconsolada. Ella, que estaba al tanto de la diferencia entre todos los oficiales y subalternos del regimiento, que conocía todas las órdenes y títulos, no había sido capaz de reconocer a un príncipe. Aquello era demasiado.
Era bonita, pero el orgullo otorgaba a sus facciones una rigidez que espantaba a cualquier pretendiente. Y casarse era algo que no se le había pasado por la cabeza. Los jóvenes no tenían méritos suficientes, y los de más edad, que poseían el rango, eran demasiado viejos. Si se casara con un capitán, ella, la hija del general, tendría que sentarse a la mesa después de todas las mujeres de los mayores. Y eso sería una degradación. Por lo demás, no deseaba convertirse en el apéndice de un hombre ni en un objeto decorativo de salón. Estaba acostumbrada a dar órdenes y a ser obedecida, y nunca podría obedecer a nadie. Además, la libertad de la vida masculina que había llevado entre hombres le infundió una firme aversión por los quehaceres femeninos.
Despertó tarde a la vida sexual. Dado que pertenecía a una vieja estirpe que, por parte de padre, había malgastado su fuerza en tareas militares insulsas, guardias nocturnas, comilonas y borracheras, y que por parte de madre había reprimido la fertilidad para impedir la división de la herencia, la naturaleza pareció dudar hasta el último instante a la hora de determinar su sexo, no teniendo, quizá, fuerza suficiente para decidirse por la pervivencia de la raza. Carecía su figura de un sello claramente femenino tal y como una naturaleza sana lo genera para sus fines, y ella no hacía nada por remediar las carencias con artificios.
Sus contadas amigas la encontraban fría, indiferente a todo lo que atañía a la relación entre los sexos. Y ella expresaba desprecio por tales asuntos, los consideraba sucios y de ninguna manera se explicaba que una mujer pudiera entregarse a un hombre.
La naturaleza era para ella impura, y la virtud consistía en enagua limpia, faldas almidonadas y medias sin remiendos. Ser pobre y sucio y ser depravado eran para ella una misma cosa.
Pasaba los veranos con su padre en la casa de campo.
A ella el campo no le gustaba. En plena naturaleza se sentía pequeña: el bosque le resultaba terrible, el lago le erizaba la piel, la alta hierba del prado estaba plagada de peligros ocultos. Los campesinos eran una especie de animales arteros y malvados, y sucios. Además, tenían montones de hijos, y las muchachas y los muchachos eran unos depravados. Aun así, con motivo de las grandes celebraciones, como la del solsticio de verano y el cumpleaños del general, los llamaban a la finca para que sirvieran como el coro en la Ópera, para que profiriesen gritos y bailasen, como figurantes del cuadro.
* *
*
Volvió la primavera. Helène había salido a montar sola con la yegua de paseo y se había alejado por los caminos. Se cansó y desmontó. Amarró la yegua a un abedul junto a la valla, cerca del prado. Luego fue a recoger orquídeas al borde de la cuneta. Hacía calor y el vapor ascendía de los abedules y los pastos. Las ranas saltaban indolentes al agua del arroyo.
De repente la yegua soltó un relincho y Helène vio que el animal estiraba el cuello esbelto por encima del cercado y aspiraba el aire por los ollares abiertos de par en par.
—¡Alice! —gritó Helène—. ¡Tranquila, bonita!
Y continuó formando el ramo de aquellas flores tímidas que con tanto esmero ocultan sus secretos bajo unos visillos tan bellos y delicados que se asemejan al calicó estampado.
Pero la yegua volvió a relinchar. Y a cierta distancia del prado, desde unos avellanos, respondió otro relincho, pero más fuerte, más profundo. Se oyó el rugido del terreno cenagoso, y el crujir de las piedras bajo unas herraduras enormes y apareció trotando un caballo negro. Tenía la cabeza poderosa, el cuello tenso y los músculos se le ondulaban bajo el brillo del pelaje. Al ver a la yegua se le encendieron los ojos. Primero se detuvo y estiró el cuello, como si estuviera bostezando: levantó el labio superior y mostró los dientes. Luego salió al galope por el mar de hierba y se dirigió al cercado.
Helène se remangó el vestido y se acercó corriendo para coger la brida, pero la yegua ya se había soltado y había saltado la cerca. Acto seguido, empezó el cortejo.
Helène se quedó fuera llamándola, pero la bestia no le hacía el menor caso. Al otro lado de la cerca los animales saltaban dando vueltas a una velocidad de vértigo, y la situación empezaba a ser ya bastante delicada. El caballo resoplaba echando por la boca una espuma blanca que le salía como humo por los ollares.
Helène quería huir, pues la escena la llenaba de espanto. Jamás había visto la violencia de las fuerzas naturales desatarse en ...

Índice

  1. Portada
  2. Casarse
  3. Prólogo de Francisco J. Uriz
  4. Primera parte
  5. Preámbulo. Entrevista (Traducción de Francisco J. Uriz)
  6. Prólogo (Traducción de Francisco J. Uriz)
  7. Entrevista (Traducción de Francisco J. Uriz)
  8. El precio de la virtud (Traducción de Juan Capel)
  9. Amor y cereales (Traducción de Juan Capel)
  10. Por estar casados (Traducción de Juan Capel)
  11. El deber (Traducción de Carolina Moreno)
  12. Compensación (Traducción de Carolina Moreno)
  13. Mala suerte (Traducción de Juan Capel)
  14. Roces (Traducción de Marina Torres)
  15. Selección artificial o El origen de la raza (Traducción de Juan Capel)
  16. Intentos de reforma (Traducción de Marina Torres)
  17. Obstáculos naturales (Traducción de Juan Capel)
  18. Una casa de muñecas (Traducción de Francisco J. Uriz)
  19. Ave fénix (Traducción de Juan Capel)
  20. Segunda parte
  21. Prólogo (Traducción de Francisco J. Uriz)
  22. Parte suprimida del prólogo de Casarse II (Traducción de Francisco J. Uriz)
  23. Otoño (Traducción de Caterina Pascual)
  24. El pan (Traducción de Marina Torres)
  25. El niño (Traducción de Martin Lexell y Elda García-Posada)
  26. La naturaleza criminal (Traducción de Carmen Montes Cano)
  27. Previo pago (Traducción de Carmen Montes Cano)
  28. Con matrimonio y sin él (Traducción de Carmen Montes Cano)
  29. Duelo (Traducción de Martin Lexell y Elda García-Posada)
  30. Anticónyuges (Traducción de Carmela Agenjo y Ken Benson)
  31. ¡No basta! (Traducción de Carmela Agenjo y Ken Benson)
  32. La más fuerte (Traducción de Marina Torres)
  33. Como tórtolos (Traducción de Carmela Agenjo y Ken Benson)
  34. Las exigencias ideales (Traducción de Carmela Agenjo y Ken Benson)
  35. Su poema (Traducción de Carmela Agenjo y Ken Benson)
  36. Engañado (Traducción de Carmela Agenjo y Ken Benson)
  37. Negocio (Traducción de Marina Torres)
  38. Exceso de fe (Traducción de Albert Herranz)
  39. Su sirvienta o haber y deber (Traducción de Albert Herranz)
  40. El cabeza de familia (Traducción de Albert Herranz)
  41. Promoción
  42. Sobre este libro
  43. Sobre August Strindberg
  44. Créditos
  45. Índice